miércoles, 30 de noviembre de 2016

"Lágrimas de mujer en un vulgar hotel para parejas", de CLAUDIO ARMANDO GILARDONI BASANTA (Argentina, 1961-- d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Antología poética personal (1986-2002)", de  'Sonetos para Gladys'  de fecha 2001 d.n.e.



Besé sinceras lágrimas, tal vez
de cariño profundo, hondo dolor,
un sábado de nuestra madurez...
¿O besé honestas lágrimas de amor...?

Desnuda de tu ropa y tu altivez,
lamí tu corazón abierto en flor...
Recordaré esa noche en mi vejez,
y en la rima que pueda hacer mejor.

Bajo tenue luz rosa, en otra cama
que otro sábado ansiosos alquilamos,
¿buscando tras el sexo algo sincero?,

besé sal en tus ojos, niña dama;
lamí sangre en tu pecho y fornicamos...
Si tú me quieres, Gladys, yo te quiero.


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martes, 29 de noviembre de 2016

"Nefilim. El beso del amanecer", de LEAH COHN, seud. de JULIA KRÖHN (Austria, 1975--, d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "Nefilim. El beso del amanecer", de fecha 2005  d.n.e.



Capítulo 2.

«...Una vez reuní el valor para preguntarle qué o quién lo inquietaba tanto.
—¿Qué te pasa?
Sin embargo, cuando posó su mirada en mí, lo vi como ausente, como si despertara de un sueño tenebroso.
—No es nada.
—Parece que... —No pude seguir hablando, porque en ese preciso momento se inclinó hacia mí y me besó, como aquella vez al amanecer, delante de su casa. De nuevo sentí su aliento cálido en mi rostro, saboreé sus labios, me estremecí y al mismo tiempo sentí un calor abrasador. Cuando finalmente me soltó, me temblaban las rodillas. Nos estuvimos mirando un rato, fascinados, luego me acerqué a él, lo besé y él me correspondió de inmediato.
A partir de entonces apenas hablamos, nos besábamos tan a menudo y con tanta naturalidad e intensidad que no quedaba tiempo para hablar. Nos besábamos delante de la puerta de casa, en la Goldgasse, cuando me acompañaba por la noche, en los pasillos del Landertheater, donde vimos una ópera, y en un banco de Mönchsberg, desde donde se veía la escuela Felsenreitschule, el parque Fürtwängler y el colegio benedictino. Una tarde en Mönchsberg parecía que no quería soltarme, y no sólo me besó en la boca, me lamió los lóbulos de las orejas, durante tanto tiempo y con tal intensidad que se me contrajeron las entrañas. Me arrimé a él, sentí cada fibra de su cuerpo, no recordaba haber estado tan ávida de algo como del sabor de sus labios, su piel cálida y suave, el cabello sedoso y un poco rizado en mis manos. Quería sentirlo, no sólo en mi rostro, en la boca, sino en todas partes, así que agarré sus manos y se las deslicé por el cuello hasta los pechos. Entonces se me quedó mirando y se apartó con delicadeza y decisión.
—Hay tiempo —murmuró con voz ronca—. Mejor... no precipitar las cosas.
Asentí con las mejillas ardiendo y contemplé el atardecer de Salzburgo. Todo me parecía extraño, una ciudad desconocida, como si jamás hubiera pisado sus calles y callejones ni oído tañer las campanas de las iglesias. El mundo de Nathan y mío era único, separado y liberado de todo, pero cuando despertaba de nuevo a la realidad me sentía fría y sola. Sin embargo, no pasábamos mucho tiempo separados. Después del beso al amanecer delante de su casa, estuvimos viéndonos todos los días durante dos semanas. Tiempo más tarde, llegué a pensar que su ternura y los numerosos besos tal vez sólo tuvieran como objetivo eludir todas mis preguntas. Durante aquellas semanas viví únicamente para estar cerca de él, para sentir la pasión que despertaba en mí. Estaba atrapada en una ola de felicidad, convencida de que no podía ser más feliz.
Por eso me resultó aún más duro cuando de pronto Nathan se fue. A mediados de junio desapareció por segunda vez, sin avisar, sin una nota ni una explicación. Nos habíamos despedido delante de la Mozarteum y al día siguiente ya no lo vi».


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lunes, 28 de noviembre de 2016

"A orillas del río Piedra me senté y lloré", de PAULO COELHO DE SOUZA (Brasil, 1947--, d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "A orillas del río Piedra me senté y lloré"", de fecha 1994  d.n.e.



Miércoles, 8 de diciembre de 1993.

« ...El ruido del vidrio roto llamó la atención de todos. En vez de disfrazar el gesto con alguna petición de disculpas, él me miraba sonriendo, y yo le devolvía la sonrisa.
— No tiene importancia —gritó el chico que atendía las mesas.
Pero él no le oyó. Se había levantado, me había cogido por los cabellos y me besaba.

Yo también lo cogí por los cabellos, lo abracé con toda mi fuerza, le mordí los labios, sentí que su lengua se movía dentro de mi boca. Era un beso que había esperado mucho, que había nacido junto a los ríos de nuestra infancia, cuando todavía no comprendíamos el significado del amor. Un beso que quedó suspendido en el aire cuando crecimos, que viajó por el mundo a través del recuerdo de una medalla, que quedó escondido detrás de pilas de libros de estudios para un empleo público. Un beso que se había perdido tantas veces y que ahora había sido encontrado. En aquel minuto de beso estaban años de búsquedas, de desilusiones, de sueños imposibles.

Lo besé con fuerza. Las pocas personas que había en aquel bar debieron de mirarnos y pensar que aquello no era más que un beso. No sabían que en ese minuto de beso estaba el resumen de mi vida, de su vida, de la vida de cualquier persona que espera, sueña y busca su camino bajo el sol.
En aquel minuto de beso estaban todos los momentos de alegría que había vivido».


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viernes, 25 de noviembre de 2016

"Me estás enseñando a amar", de GERARDO DIEGO CENDOYA (España, 1896-1987, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Canciones a Violante", de fecha 1951-1959  d.n.e.



Me estás enseñando a amar.
Yo no sabía.
Amar es no pedir, es dar,
noche tras día.
La Noche ama al Día, el claro
ama a la Oscura.
Qué amor tan perfecto y tan raro.
Tú mi ventura.
El Día a la Noche alza, besa
sólo un instante.

la Noche al Día -alba, promesa-
beso de amante.
Me estás enseñando a amar.
Yo no sabía.
Amar es no pedir, es dar.
Mi alma, vacía.



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domingo, 20 de noviembre de 2016

"Pasión de invierno", de MARGARET MAYO (seud. de JESSICA MAYO) (Ingaterra, 1936--, d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "Pasión de invierno", de fecha 2004  d.n.e.



Capítulo IV.

«...Pero no había llegado a la puerta cuando Luigi se interpuso en su camino.
—Me niego a pasar la noche solo. No vas a marcharte, Megan.
Y antes de que se diera cuenta, antes de que pudiera hacer nada, su ex marido la tomó por la cintura para buscar sus labios.
Ella sabía que debería apartarse, pero no hizo nada. Luigi siempre había sido un amante fantástico y tardó sólo un segundo en descubrir lo que se había perdido en esos cuatro años.
No tenía fuerza de voluntad para detenerlo. Todo su cuerpo se puso en alerta roja, respondiendo a aquel beso. Estaba hambrienta. Tanto tiempo sin un hombre...
Que el hombre fuese Luigi era una ironía, desde luego, pero quizá era mejor lo malo conocido... Megan le devolvió el beso abriendo los labios para permitir que la acariciara con su lengua, frotándose contra él. Sólo un beso, se decía. Luego se iría a su habitación.
Pero era más fácil pensarlo que hacerlo. El beso duró una eternidad y poco a poco se convertía en algo más...
—Eres la mujer más sexy de la tierra —murmuró él con voz ronca—. Debí estar loco para dejarte ir.
No tan loco como ella en aquel momento, decidió Megan, enredando los dedos en su pelo.
Luigi deslizó las manos hasta su trasero, apretándola contra el bulto que había bajo su pantalón. Como ella no protestó, la tomó en brazos para llevarla al sofá.
Megan respiraba agitadamente. Tenía los ojos brillantes, llenos de un deseo que no había sentido en muchos años. ¿Debería poner fin a aquello o dejarse llevar por el instinto? ¿Lo lamentaría siempre o sería el fin de su trágico matrimonio? Quizá incluso podría ser una venganza. Que Luigi viera lo que se había perdido. Dejar que le hiciera el amor por última vez y luego marcharse. Megan tuvo que sonreír.
— ¿De que te ríes? —preguntó él.
—De nada. Nada que tú puedas entender.
—Cómo te he echado de menos —murmuró Luigi, acariciando sus pechos.
Megan cerró los ojos, disfrutando de la caricia. Pero aquél era un juego peligroso. Debería levantarse mientras le quedasen fuerzas para hacerlo. Pero ya era demasiado tarde. Luigi estaba desabrochando los botones de su vestido y, con una velocidad nacida de la desesperación inclinó la cabeza para chupar sus pezones por encima de la tela del sujetador.
Megan estaba perdida. Siempre le había gustado que le hiciera eso y no podía evitar arquearse hacia él... ofreciéndose, deseando todo lo que él podía ofrecerle.
El sentido común le decía que estaba cometiendo un terrible error, pero cuando Luigi la tumbó sobre la alfombra, cuando se quitó la ropa con indecente velocidad y luego empezó a desnudarla, no pudo hacer nada. Ella misma se quitó el vestido a toda prisa. Cayó el uno sobre el otro, con un hambre contenida durante años.
Luigi había sido siempre un gran amante, no podía negar eso. Y no había cambiado. Todo lo Contrario. ¿Cómo podía desearlo de tal forma? ¿Cómo podía desear a un hombre al que había abandonado cuatro años antes? Se besaban, se tocaban, se movían con un ritmo tan antiguo como el tiempo. Luigi, como siempre, permitió que ella llegara antes al orgasmo. Cuando las convulsiones terminaron, acarició su pelo.
—Como en los viejos tiempos, ¿eh?
Megan asintió. ¿Cómo iba a negarlo? Pero no volvería a pasar. Había sucumbido y era un error. No lo lamentaba, ¿para qué lamentar algo que no podía deshacer? Además, su cuerpo estaba muerto y su marido lo había despertado a la vida.
— ¿Sigues queriendo irte a dormir?
—No —contestó ella, en voz baja.
Luigi volvió a besarla. Aquella vez sin prisas, con una contención excitante. Hicieron el amor de nuevo, despacio, recuperando la deliciosa excitación que casi había olvidado.
Cuando Megan por fin se fue a la cama se sentía como flotando. Ya no podía pensar en volver a casa. Su sitio estaba allí, con Luigi.
¡Luigi, que estaba en la cama, a su lado!
El había querido que durmieran en su cuarto, pero Megan se negó».


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viernes, 18 de noviembre de 2016

"La pasión según Carmela", de MARCOS AGUINIS (Argentina, 1935--)

Fragmento perteneciente al libro "La pasión según Carmela", Cap. XII, de fecha 2008  d.n.e.



La proximidad de nuestros labios no tuvo resistencia y nos unimos en un beso seguido de otro beso más largo y un tercero más largo aún, guarnecidos por el constrictor abrazo que nos mantuvo juntos en un espacio donde nada existía en torno, sino la sensación del otro cuerpo. Nos apoyamos en el tronco del castaño y seguimos besándonos y apretándonos hasta quedar extenuados.
Resbalamos lento, con ternura. El pasto transpiraba su rocío. Rodamos por los cojines de gramilla. Por instantes abría mis ojos, acostumbrados ya a la oscuridad, y pude ver estrellas entre las costuras del follaje. Las luciérnagas se entusiasmaron con nuestra fiesta y reverberaron sus chorros de luz.
Los besos pasaron a convertirse en exploradores insaciables, corrían por las sienes, los cabellos, la nuca, las orejas. Enmelaron nuestras mejillas. Ignacio prefería bucear en mi cuello y nadó por su orografía hasta decidirse a una levitación que lo depositó de nuevo en mi boca. Nuestras lenguas se enredaron. Después bajó al mentón, onduló por mi garganta y patinó ida y vuelta a lo largo del esternón que mis pechos escoltaban impacientes. Respirábamos con apuro y nuestras extremidades se extendieron con ambición imperial. Nos acariciamos a palmas llenas. Algunos avances eran interrumpidos por dudas fugaces. La excitación se había transformado en hoguera. Las llamas exigían la consumación y sentí que la Sierra temblaba.
Luego permanecimos sobre el lecho vegetal, oscuro y apacible. Nos costaba despegarnos. La transpirada piel ya no estaba iluminada por unas estrellas y la joyería de luciérnagas, sino por el curioso borde de la luna que atravesaba el ramaje. Todo era tan perfecto que se reactivó un latente temor. Para disimularlo, Ignacio dibujó palabras en mi frente.
—¿Escribes?
—Sí, te pregunto por la carta.
—Te la di, eran puros besos.
—Sos ocurrente.
—Pero tú sigues escribiendo —dije.
—Sí, cuento lo que acaba de suceder.
—Dímelo.
—No puedo.
—¿Cómo que no puedes?
—Me refiero a otra cosa.
—Me muero de curiosidad.
—Como yo antes, de curiosidad por la carta que me ibas a entregar. —Ignacio dejó caer la mano.
—¿Qué te pasa ahora?
Se sentó de espaldas y frotó sus cabellos. Intuí que iba a decirme algo importante, una confesión quizá, pero la sola idea de hacerlo lo perturbó tanto que se puso de pie.
—Vistámonos. Te podes enfriar.
—¡Esto sí que es raro! —protesté—. En serio, ¿qué te ocurre?
Ignacio sabía que a veces sus nervios lo hacían cometer estupideces. Pero no me podía explicar todavía el conflicto; en su cabeza había más espectros que en las siluetas nocturnas del bosque.


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jueves, 17 de noviembre de 2016

"Besador", de GIANCARLO HUAPAYA CÁRDENAS (Perú, 1979--)


Besador atravesó la ciudadela hendido en un beso. Los labios besan tu pantalla, Besamanos besa el cuello desabrigado. Existen varios besos que cambian a succión de nervio. Es la voluntad del que mueve los labios que el dinamismo en las bocas de los lobos sea célebre. Lo glorioso implica la cantidad de las distintas sustancias combinadas. Es decir, la distancia entre las saladas gotas de un cuerpo cuando somos los besos de sustancias radiantes es determinante para saber cuál es la calidad de intoxicación. La mueca del instante inicial es realmente la sonrisa viciosa que se formula antes de recrear su adicción. Es una deformación producto de sus constantes relamidas de labios. Es por eso que las relamidas fomentan el cariño de los Besadores y Acariciadores. Que son en su mayoría amplios amantes de vigorosas crónicas. El morbo y la licencia es la constante en una ecuación en su mayoría perturbadora. Cualidad que escandaliza a los creyentes de caras sin muecas de goce. Que son en su colectividad negados a perturbar húmedamente las erupciones: acariciar la ecuación con los labios con movimientos elípticos, introducir consonancias mórbidas, presionar el fragmento que dilata, luego exagerar la presión gustativa.

El beso se traslada.

El beso es el rastro que dejan las gotas saladas, es el rastro de una caracola lasciva.

Besador se introduce en las noctámbulas bocas de los glúteos danzantes y se besa todo aquel que injirió el estupefaciente afrodisíaco de la boca de Besador. Él manifiesta el beso como fotosíntesis sonora. Innegable sobreabundante. Toxinas que el cuello ventila y presume como burbujas que ascienden y explotan. Besos corpulentos. Sorbemos el humor hipnótico. Puros zumban y se especializan. La saliva absorbida desciende fertilizando desde lo bucal hasta lo glaciar. Los zumos de los sabores degustados son los vapores que celestiales nos estiran la humedad para poder crear más órganos móviles.

Noche escolta. Se besan los chispazos jadeantes. Espectador atrapa saliva que salpica y cristaliza su experiencia, le inquieta la postura de los hombros cuando la mueca de los Besadores se manifiesta babosa.

Los besos no llevan alas, es el aliento liberado de su mucosa, corren atravesados de músculos por largos intervalos coyunturales.


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domingo, 13 de noviembre de 2016

"Junio", de PABLO GARCÍA BAENA (España, 1923-2018 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Junio", de fecha 1957  d.n.e.




Oh, sé que he de buscarte
cuando el otoño abrume con sus frutos goteantes la tierra,
cuando las mozas pasen mordiendo los racimos
como si fueran labios
,
cuando las piernas rudas de los hombres
se tiñan con la sangre púrpura de las vides
y quede una canción flotando en el azul helor de la tarde madura.
Oh, sé que he de buscarte.
Cuando caiga en el río el beso desmayado de la última adelfa
buscaré tus pisadas sobre la arena tibia
donde tu cuerpo expiraba bajo el mío
como un tallo verde en el suspenso mediodía.
Oh, sé que he de buscarte
cuando el dormido cisne del otoño aletee en su nido;
pero Junio es ahora un pastor silencioso
que coronan los oros sagrados de la trilla,
y yo bebo en tu cuerpo la música desnuda
que languidece en los violines lentos de la siesta.
Oh, sé que he de buscarte
cuando la campiña despierte del letargo amarillo de los élitros;
pero ahora es tu cuerpo sólo, tu cuerpo junto al mío,
mientras junio incendia de felicidad los montes más lejanos
y el río besa tímidamente nuestros pies
como si Narciso nos contemplara con sus diluidos ojos verdes de agua.


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sábado, 12 de noviembre de 2016

"Regresión", de RAFAEL ESPEJO (España, 1975-- d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "El vino de los amantes", de fecha 2001  d.n.e.



    
    Y aunque no quise el regreso
    siempre se vuelve al primer amor.
             Alfredo Le Pera

Tú quédate, no impidas
esta mano templada.
Muéstrate verdadera y dime, suave,
la lentitud del mundo si vives en la ausencia:
que un tiempo nos buscamos torpemente,
que nos equivocamos.

Tú acércate con dudas,
devuélveme el asombro
de aquel breve, infinito primer beso,
el temblor en tus ojos
de niña sorprendida en el pecado.
Deshazte de la ropa.

Tú separa los muslos
e imagina el gemido de unos cauces
con las aguas crecidas,
siente el salitre denso, desbocado
del río al diluirse en el océano.
Tú piensa en tierras húmedas después de una tormenta.

Y acaríciame dulce,
recógeme en tu pecho

        la promesa
de que ya no te vas,
susurra que mañana
vamos a amanecer, mi vida, a medias;
pero antes de que el sueño nos aísle
dame otra vez tus labios recién hechos,
ondúlalos como una bienvenida,
enjúgame el sudor
          pacientemente, madre.


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jueves, 10 de noviembre de 2016

"Una pasión rusa", de REYES MONFORTE (España, 1975--, d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "Una pasión rusa", de fecha 2015  d.n.e.



Capítulo 4.

« La observó durante unos instantes como si todavía no creyera que aquella hermosa mujer que ahora parecía una niña asustada a punto de entrar en un terreno desconocido, estuviera ante él. Lina dejó el bolso y las gafas sobre uno de los muebles y se dispuso a quitarse el pañuelo de seda que todavía cubría su cabeza.
—Déjame a mí —le pidió Serguéi.
Lentamente sus dedos deshicieron el nudo que ataba el pañuelo y lo dejaron caer sobre el suelo. Comenzó a besarla suavemente, despacio, haciendo que sus labios recorrieran sus mejillas, su cuello y se entretuvieran en el lóbulo de su oreja, donde dejó un susurro que hizo que la respiración de Lina se agitara. No había prisa, no quería que un exceso de celeridad la asustara y la obligara a salir corriendo. Ella no iba a irse a ningún sitio a juzgar por el estremecimiento que empezaba a mostrar su cuerpo cuando las manos de Serguéi avanzaban por rincones de su anatomía que Lina ni sabía que existían y comenzaban a dibujar el mapa sensorial de futuros recuerdos. Él marcaba el ritmo, era el experto. De momento, ella actuaba como espectadora, dejándose llevar y aceptando dócilmente lo que pudiera pasar.
—¿Estás segura? —preguntó más por obligación que por verdadera convicción.
—No he estado más segura de nada en toda mi vida —dijo sin dejar de mirarle. Por un segundo, pareció que iba a decir algo más, pero finalmente quedó congelado en sus labios.
—Tranquila —intentó calmarla Serguéi, que intuía los miedos que a buen seguro estarían apareciendo en su cabeza—. Confía en mí.
Lo hizo. Confió en él, le siguió, obedeció sus ruegos, sus gestos, sus palabras, y llegado el momento, improvisó lo que las emociones que le estaba haciendo sentir le sugerían. Tenía miedo de abrir los ojos por si en aquel momento comprobaba que todo era un sueño, que el instante más feliz de su vida era fruto de su imaginación, que todo era una de sus muchas ensoñaciones nocturnas cuando la luz se apagaba y la imaginación cobraba vida en su mente. La voz de Serguéi también rompió aquella barrera del miedo.
—Abre los ojos, Lina —le pidió cuando su cuerpo moldeaba el de la mujer.
—¿Por qué? —preguntó, como si aquella observación le turbara.
—Porque quiero que me mires y veas al hombre que más te va a amar en toda tu vida.
—Para eso no hace falta que te mire. Te veo hasta cuando cierro los ojos.
Las manos de Serguéi parecían tener la potestad de llegar a sitios donde nadie había estado antes, tocar terrenos vedados a otras manos que no fueran las suyas, expertas en obtener sonidos nunca antes escuchados y que parecían escondidos en la garganta de Lina, esperando a que alguien los liberara y obtuviera de ellos la inflexión perfecta. No pudo evitar pensar si el Steinway sentía algo parecido cuando los dedos de Prokófiev recorrían su teclado. Ahora entendía mejor el estremecimiento, la locura, la pasión y la vida que transmitían sus notas. No podía ser de otra forma.
Las horas transcurrieron tan rápidamente que convirtieron la tarde en noche obviando la lógica temporal.
Cuando salió del hotel, Lina percibió que sonreía constantemente, sin apenas darse cuenta de ello. Sintió que su unión con Serguéi se había fortalecido, y no sólo por la intimidad y la complicidad que consiguieron alcanzar sus cuerpos. No era algo físico,iba más allá. Tuvo la sensación de que ya no eran dos seres distintos e independientes, que algo había nacido entre ellos que les mantendría unidos y que haría muy difícil que algún día pudieran separarse.
Era la primera vez que hacía algo parecido y, por el resultado de la velada, algo le decía que no sería la última».


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sábado, 5 de noviembre de 2016

"Tu voz está oscura", de JUAN GELMAN BURICHSON (Argentina, 1930-2014, d.n.e.).

Poema perteneciente al libro "Dibaxu", de fecha 1994  d.n.e.



tu voz está oscura
de besos que no me diste/
de besos que no me das/

la noche es polvo de este exilio/

tus besos cuelgan lunas
que hielan mi camino/y
tiemblo
debajo del sol/


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