domingo, 20 de noviembre de 2016

"Pasión de invierno", de MARGARET MAYO (seud. de JESSICA MAYO) (Ingaterra, 1936--, d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "Pasión de invierno", de fecha 2004  d.n.e.



Capítulo IV.

«...Pero no había llegado a la puerta cuando Luigi se interpuso en su camino.
—Me niego a pasar la noche solo. No vas a marcharte, Megan.
Y antes de que se diera cuenta, antes de que pudiera hacer nada, su ex marido la tomó por la cintura para buscar sus labios.
Ella sabía que debería apartarse, pero no hizo nada. Luigi siempre había sido un amante fantástico y tardó sólo un segundo en descubrir lo que se había perdido en esos cuatro años.
No tenía fuerza de voluntad para detenerlo. Todo su cuerpo se puso en alerta roja, respondiendo a aquel beso. Estaba hambrienta. Tanto tiempo sin un hombre...
Que el hombre fuese Luigi era una ironía, desde luego, pero quizá era mejor lo malo conocido... Megan le devolvió el beso abriendo los labios para permitir que la acariciara con su lengua, frotándose contra él. Sólo un beso, se decía. Luego se iría a su habitación.
Pero era más fácil pensarlo que hacerlo. El beso duró una eternidad y poco a poco se convertía en algo más...
—Eres la mujer más sexy de la tierra —murmuró él con voz ronca—. Debí estar loco para dejarte ir.
No tan loco como ella en aquel momento, decidió Megan, enredando los dedos en su pelo.
Luigi deslizó las manos hasta su trasero, apretándola contra el bulto que había bajo su pantalón. Como ella no protestó, la tomó en brazos para llevarla al sofá.
Megan respiraba agitadamente. Tenía los ojos brillantes, llenos de un deseo que no había sentido en muchos años. ¿Debería poner fin a aquello o dejarse llevar por el instinto? ¿Lo lamentaría siempre o sería el fin de su trágico matrimonio? Quizá incluso podría ser una venganza. Que Luigi viera lo que se había perdido. Dejar que le hiciera el amor por última vez y luego marcharse. Megan tuvo que sonreír.
— ¿De que te ríes? —preguntó él.
—De nada. Nada que tú puedas entender.
—Cómo te he echado de menos —murmuró Luigi, acariciando sus pechos.
Megan cerró los ojos, disfrutando de la caricia. Pero aquél era un juego peligroso. Debería levantarse mientras le quedasen fuerzas para hacerlo. Pero ya era demasiado tarde. Luigi estaba desabrochando los botones de su vestido y, con una velocidad nacida de la desesperación inclinó la cabeza para chupar sus pezones por encima de la tela del sujetador.
Megan estaba perdida. Siempre le había gustado que le hiciera eso y no podía evitar arquearse hacia él... ofreciéndose, deseando todo lo que él podía ofrecerle.
El sentido común le decía que estaba cometiendo un terrible error, pero cuando Luigi la tumbó sobre la alfombra, cuando se quitó la ropa con indecente velocidad y luego empezó a desnudarla, no pudo hacer nada. Ella misma se quitó el vestido a toda prisa. Cayó el uno sobre el otro, con un hambre contenida durante años.
Luigi había sido siempre un gran amante, no podía negar eso. Y no había cambiado. Todo lo Contrario. ¿Cómo podía desearlo de tal forma? ¿Cómo podía desear a un hombre al que había abandonado cuatro años antes? Se besaban, se tocaban, se movían con un ritmo tan antiguo como el tiempo. Luigi, como siempre, permitió que ella llegara antes al orgasmo. Cuando las convulsiones terminaron, acarició su pelo.
—Como en los viejos tiempos, ¿eh?
Megan asintió. ¿Cómo iba a negarlo? Pero no volvería a pasar. Había sucumbido y era un error. No lo lamentaba, ¿para qué lamentar algo que no podía deshacer? Además, su cuerpo estaba muerto y su marido lo había despertado a la vida.
— ¿Sigues queriendo irte a dormir?
—No —contestó ella, en voz baja.
Luigi volvió a besarla. Aquella vez sin prisas, con una contención excitante. Hicieron el amor de nuevo, despacio, recuperando la deliciosa excitación que casi había olvidado.
Cuando Megan por fin se fue a la cama se sentía como flotando. Ya no podía pensar en volver a casa. Su sitio estaba allí, con Luigi.
¡Luigi, que estaba en la cama, a su lado!
El había querido que durmieran en su cuarto, pero Megan se negó».


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