martes, 23 de enero de 2018

"No sé me importa un pito que las mujeres", de OLIVERIO GIRONDO (ARGENTINA, 1891-1967 d.n.e.)


No sé me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de sorportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.
Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!
Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase,
tan locamente, de María Luisa.
¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?
¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?
¡María Luisa era una verdadera pluma!
Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina,
volaba del comedor a la despensa.
Volando me preparaba el baño, la camisa.
Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...
¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando,
de algún paseo por los alrededores!
Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado.
"¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos,
ya me abrazaba con sus piernas de pluma,
para llevarme, volando, a cualquier parte.
Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia
que nos aproximaba al paraíso;
durante horas enteras nos anidábamos en una nube,
como dos ángeles, y de repente,
en tirabuzón, en hoja muerta,
el aterrizaje forzoso de un espasmo.
¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera...,
aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!
¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes...
la de pasarse las noches de un solo vuelo!
Después de conocer una mujer etérea,
¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre?
¿Verdad que no hay diferencia sustancial
entre vivir con una vaca o con una mujer
que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender
la seducción de una mujer pedestre,
y por más empeño que ponga en concebirlo,
no me es posible ni tan siquiera imaginar
que pueda hacerse el amor más que volando.


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lunes, 22 de enero de 2018

"Receta de varón", de GIOCONDA BELLI (Nicaragua, 1948--, d.n.e.)


«No importa si no es hermoso
-la fealdad en el hombre puede despertar ciertos atávicos instintos femeninos–
pero es esencial que el pecho sea acogedor
y que los brazos ofrezcan la promesa
de abrazos apretados y tiernos.

Vello en el cuerpo o no,
es cuestión de gustos.
Personalmente los prefiero
tapizados,
con espacios de sombras oscuras
suaves al tacto,
y capaces de llenar el olfato
con el olor del día a flor de piel.

La cintura que se defina, por favor;
que no le sobre, ni le falte,
que no acuse el descuido del dueño,
mas que en ciertas épocas permisibles
donde unas libritas demás,
son sólo testimonio de amables libaciones.

Las manos son definitivas:
deben saber detener la cabeza de la mujer
con el celo con que el marinero escatima al viento
la única lámpara de aceite en medio de la tormenta;
ser ágiles como pájaros o cabras de monte,
capaces de la forja del hierro, la lágrima,
de esculpir los intrincados artesonados del placer.

Las piernas también son importantes
pero les perdonamos las torceduras,
lo tosco, las imperfecciones,
si al encontrarnos con la boca
vemos una sonrisa en la que poder confiar
y unos ojos que nos aseguren la mañana
.

La espalda masculina debe ser extensa
como una pradera por donde puedan pasear los búfalos
y los heliotropos,
y es fundamental que en las caderas
se alcen dos colinas
inequívocas, sólidas,
que se nos queden prendidas en la memoria
cuando el hombre se vuelva para marcharse,
alejándose en la noche.

La voz que resuene con vibraciones de bajo
pero que sepa modular
la tensa y dulce melancolía del acordeón,
lamentando el fin de la luna en la ventana.

El hombre, al fin,
ese mítico animal
que reinventa siglo tras siglo
las quimeras que pueblan las obsesiones femeninas,
habrá de conservar,
-perdida la absoluta hegemonía–
todas aquellas cosas
galantes, fuertes, acogedoras,
que, a pesar de todos los pesares,
lo mantienen sólidamente anclado,
en el profundo, incansable mar,
de las hembras».


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domingo, 21 de enero de 2018

"No es nada de tu cuerpo", de JAIME SABINES GUTIÉRREZ (MÉJICO, 1926-1999, d.n.e.)



No es nada de tu cuerpo,
ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,
ni ese lugar secreto que los dos conocemos,
fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.
No es tu boca —tu boca
que es igual que tu sexo—,

ni la reunión exacta de tus pechos,
ni tu espalda dulcísima y suave,
ni tu ombligo, en que bebo.
Ni son tus muslos duros como el día,
ni tus rodillas de marfil al fuego,
ni tus pies diminutos y sangrantes,
ni tu olor, ni tu pelo.
No es tu mirada —¿qué es una mirada?—
triste luz descarriada, paz sin dueño,
ni el álbum de tu oído, ni tus voces,
ni las ojeras que te deja el sueño.
Ni es tu lengua de víbora tampoco,
flecha de avispas en el aire ciego,
ni la humedad caliente de tu asfixia
que sostiene tu beso.

No es nada de tu cuerpo,
ni una brizna, ni un pétalo,
ni una gota, ni un gramo, ni un momento:

Es sólo este lugar donde estuviste,
estos mis brazos tercos.


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sábado, 20 de enero de 2018

"Amantes secretos", de JUAN RAMÓN VARELA (ESPAÑA)



Entre los mugidos de las bestias
tus tediosos bostezos
despertaron mi letargo
y el brillo de azules soles
se instaló al verte
reflejada en mi mirada.

Hoy
tu locura exilia mi cordura
y titilo
al presentir que aún late la vida
en nuestros cuerpos autistas.
proscribimos las noches gélidas
que compartimos con difuntos.
Desempolvamos la pasiones dormidas
descalzado la ternura.
Mi aliento fresco
ciega tu tímida mirada.
Tus dedos temblorosos
resbalan por mi piel.
El encuentro soñado
de tu boca con mis labios,

el sutil cosquilleo en tu cuello
al posar mis ribetes carnosos
en lento descenso hacia tus senos.
Se erectan tus pezones
al sentir el calor de mi lengua,
mis besos, libando tus pechos,
como niño, como hombre,
Percibo tu estremecimiento
al paso lento por tu pubis
y me invitas en silencio
entreabriendo tu secreto
a embriagarme con la humedad de tu aroma,
a saciar mi sed con tu néctar
y penetro en ti con mi lengua
en un suave ir y venir
de arriba abajo,
entre espasmos de dicha,
y mudos gemidos de gozo.

Tus muslos enredados en mi cuello,
mi cabeza atrapada
entre tus ingles desbocadas,
el fuego ardiendo en mis entrañas.
Deseos irrefrenables de amazona
cabalgando sobre mi cuerpo,
mi cauce de aguas blancas
se desborda en tus entrañas,
colmándote de mí
antes de yacer rendidos
en un eterno abrazo,
meciendo nuestra dicha
entre vergüenzas tímidas
de una mujer pudorosa
amando a un hombre.

Mi locura y tu cordura,
tu júbilo y mi deleite
el amor de dos almas gemelas
al silencio condenadas.


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viernes, 19 de enero de 2018

"Oda a la desnudez", de LEOPOLDO LUGONES (ARGENTINA, 1874-1938 d.n.e.)


¡Qué hermosas las mujeres de mis noches!
En sus carnes, que el látigo flagela,
pongo mi beso adolescente y torpe,
como el rocío de las noches negras
que restaña las llagas de las flores.

Pan dice los maitines de la vida
en su rústico pífano de roble,
y Canidia compone en su redoma
los filtros del pecado, con el polen
de rosas ultrajadas, con el zumo
de fogosas cantáridas. El cobre
de un címbalo repica en las tinieblas,
reencarnan en sus mármoles los dioses,
y las pálidas nupcias de la fiebre
florecen como crímenes; la noche,
su negra desnudez de virgen cafre
enseña engalanada de fulgores
de estrellas, que acribillan como heridas
su enorme cuerpo tenebroso. Rompe
el seno de una nube y aparece
crisálida de plata, sobre el bosque,
la media luna, como blanca uña,
apuñaleando un seno; y en la torre
donde brilla un científico astrolabio,
con su mano hierática, está un monje
moliendo junto al fuego la divina
pirita azul en su almirez de bronce.

Surgida de los velos aparece
( ensueño astral ) mi pálida consorte,
temblando en su emoción como un sollozo,
rosada por el ansia de los goces
como divina brasa de incensario.
Y los besos estallan como golpes.
Y el rocío que baña sus cabellos
moja mi beso adolescente y torpe;
y gimiendo de amor bajo las torvas
virilidades de mi barba, sobre
las violetas que la ungen, exprimiendo
su sangre azul en sus cabellos nobles,
palidece de amor como una grande
azucena desnuda ante la noche.

¡Ah! muerde con tus dientes luminosos,
muerde en el corazón las prohibidas
manzanas del Edén; dame tus pechos,
cálices del ritual de nuestra misa
de amor;
dame tus uñas, dagas de oro,
para sufrir tu posesión maldita;
el agua de sus lágrimas culpables;
tu beso en cuyo fondo hay una espina.
Mira la desnudez de las estrellas;
la noble desnudez de las bravías
panteras de Nepal, la carne pura
de los recién nacidos; tu divina
desnudez que da luz como una lámpara
de ópalo, y cuyas vírgenes primicias
disputaré al gusano que te busca,
para morderte con su helada encía
el panal perfumado de tu lengua,
tu boca, con frescuras de piscina.

Que mis brazos rodeen tu cintura
como dos llamas pálidas, unidas
alrededor de una ánfora de plata
en el incendio de una iglesia antigua.
Que debajo mis párpados vigilen
la sombra de tus sueños mis pupilas
cual dos fieras leonas de basalto
en los portales de una sala egipcia.
Quiero que ciña una corona de oro
tu corazón, y que en tu frente lilia
caigan mis besos como muchas rosas,

y que brille tu frente de Sibila
en la gloria cirial de los altares,
como una hostia de sagrada harina;
y que triunfes, desnuda como una hostia,
en la pascua ideal de mis delicias.

¡Entrégate! La noche bajo su amplia
cabellera flotante nos cobija.
Yo pulsaré tu cuerpo, y en la noche
tu cuerpo pecador será una lira.


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jueves, 18 de enero de 2018

"La dulce boca que a gustar convida", de LUIS DE GÓNGORA Y ARGOTE (ESPAÑA, 1561-1627 d.n.e.)



La dulce boca que a gustar convida
Un humor entre perlas distilado,

Y a no invidiar aquel licor sagrado
Que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

Amantes, no toquéis, si queréis vida;
Porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
Cual entre flor y flor sierpe escondida.


No os engañen las rosas que a la Aurora
Diréis que, aljofaradas y olorosas
Se le cayeron del purpúreo seno;

Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
Que pronto huyen del que incitan hora
Y sólo del Amor queda el veneno.


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miércoles, 17 de enero de 2018

"Puso en ella los labios de su boca", de PEDRO PADILLA (ESPAÑA, 1540-1599)


(...) y glorioso de ver el bien que toca
puso en ella los labios de la boca

y fue de suerte el gozo que sentía
de ver el bien sin par que allí gozaba
que el agua que a los ojos acudía
el testimonio de su gusto daba.
Quisiéralo decir mas no podía
que tan turbado y fuera de sí estaba
que hizo para no quedar con mengua
de entrambos a dos ojos una lengua.


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martes, 16 de enero de 2018

"Robarte un beso", del cantante CARLOS VIVES RESTREPO (COLOMBIA, 1961--, d.n.e.)

Canción perteneciente al álbum "Vives", de fecha 2017  d.n.e.




Son muchos años que pasaron sin decir te quiero,
y en verdad te quiero,
Pero encuentro formas de engañar mi corazón.

Son muchos años que pasaron sin robarte un beso.
Solo quiero un beso,
y por esa boca
no me importa ser ladrón.

No puede ser que no he encontrado todavía las palabras,
y en esa noche no dije nada.
No puede ser, que en un segundo, me perdí en tu mirada,
cando por dentro yo te gritaba.

Déjame robarte un beso que me llegue hasta el alma.
Como un vallenato, de esos viejos que nos gustaban.
Sé que sientes mariposas, yo también sentí sus alas.
Déjame robarte un beso que te enamore y tú no te vayas.

Déjame robarte un beso que me llegue hasta el alma.
Como un vallenato, de esos viejos que nos gustaban.
Sé que sientes mariposas, yo también sentí sus alas.
Déjame robarte un beso que te enamore y tú no te vayas.

Déjame robarte el corazón.
Déjame escribirte una canción.
Déjame que con un beso nos perdamos los dos.

Déjame robarte el corazón.
Déjame subirle a esta canción,
para que bailemos juntos como nadie bailó.

Déjame robarte un beso que me llegue hasta el alma.
Como un vallenato, de esos viejos que nos gustaban.
Se que sientes mariposas, yo también sentí sus alas.
Déjame robarte un beso que te enamore y tú no te vayas.

Yo sé que a ti te gusta que yo te cante así,
que tú te pones seria, pero te hago reír;
que sé que tu me quieres..., por qué tú eres así.
Y cuando estamos juntos ya no sé qué decir .

Yo sé que a ti te gusta que yo te cante así,
que tú te pones seria, pero te hago reír;
que sé que tu me quieres..., por qué tú eres así.
Y cuando estamos juntos ya no sé qué decir .

Déjame robarte un beso que me llegue hasta el alma.
Como un vallenato, de esos viejos que nos gustaban .
Sé que sientes mariposas (se que sientes mariposas).
Yo también sentí sus alas (yo también sentí sus alas).
Déjame robarte un beso que te enamore y tú no te vayas.

Déjame robarte un beso que me llegue hasta el alma.
Como un vallenato, de esos viejos que nos gustaban.
Sé que sientes mariposas, yo también sentí sus alas.

Déjame robarte un beso que te enamore, y tú no te vayas.


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lunes, 15 de enero de 2018

"Aviendo sido ya más combatida", de GREGORIO SILVESTRE (ESPAÑA, 1520-1569)


Aviendo sido ya más combatida
mi ninfa que en el mar la dura roca,
Amor la fuerça, hiere y la provoca
a darse entre mis braços por vencida.

Y allí, del mismo amor mío encendida,
con sus hermosos labios beue y toca
el ayre más caliente de mi boca,
haziendo de dos almas vna vida,

y vn alma de dos cuerpos moradora,
y dos cuerpos en vno más travados
que jamás yedra estuuo en olmo alguno.


Suspende este milagro, Amor, ahora:
que no estemos jamás menos ligados
que Sálmacis y Troco, hechos uno.


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viernes, 12 de enero de 2018

"El beso de la noche", de AMANDA ASHLEY (seud. de MADELINE BAKER) (EE.UU., 1963 -- d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "El beso de la noche", de fecha 2005  d.n.e.



Tan pronto como Brenna se sentó, Morgana saltó a su regazo maullando vivamente.
Brenna la acarició hasta que la gata se quedó quieta, luego se concentró en las imágenes de la pantalla. Observó todo ávidamente, con los ojos bien abiertos, mientras Ros¬han cambiaba de un canal a otro y le explicaba lo mejor que podía lo que estaba viendo: aviones y autobuses, trenes y motocicletas, teléfonos y aspiradoras, lavavajillas y secadoras, móviles y mini ordenadores portátiles. Después de recorrer los canales durante un momento, dejó una película reciente suponiendo que la ayudaría a entender como vivía la gente en la actualidad.
Después de un rato, Brenna perdió interés en las imágenes que estaba viendo. En cambio, se descubrió mirando furtivamente a Roshan. Tenía rasgos fuertes, severos y masculinos.
Se preguntó si le gustaría ser un vampiro. Le había dicho que no tenía amigos vampiros. No parecía probable que tuviese amigos mortales. ¿Pasaría todo el tiempo solo?
No sabía mucho de eso, no se podía imaginar cómo sería vivir sin amigos ni familia durante cientos de años. Una existencia tan solitaria. Se preguntaba por qué alguien querría vivir así.
—¿Brenna? —Su voz interrumpió lo que estaba pen¬sando y se dio cuenta de que lo había estado mirando fijamente—. ¿Algo anda mal?
—Todo —contestó ella—. No pertenezco a esta época ni a este lugar. —Acarició la cabeza de la gata—. No creo que llegue a pertenecer nunca.
—Lo harás, seguramente. Quizás te lleve un tiempo acostumbrarte, pero eres joven. Aprenderás. Una lágrima le rodó por la mejilla y cayó en la cabeza de la gata.
—Ah, Brenna. —Se acercó y la cogió en sus brazos. Al principio, ella intentó mantenerse alejada, pero luego, con un suspiro, cayó contra su pecho. Con un suave siseo, Morgana se alejó y se acurrucó frente a la chimenea.
Las lágrimas de Brenna le humedecieron la camisa. Su perfume le llenó los orificios de la nariz, no el olor de su san¬gre sino la esencia de su piel de su pena. Le acarició el cabello, le deslizó la mano por la espalda, sintió su temblor en respuesta a su caricia. Colocándole un dedo en el mentón, le inclinó la cabeza hacia atrás, las miradas se encontraron.
A pesar de su inocencia respecto de los hombres, su mirada reveló que reconocía la razón de la fogosidad en los de él.
Sacudió la cabeza mientras él se inclinaba sobre ella.
—No.
—¿No?
Besar —dijo ella con una mueca—. No me gusta.
—¿De veras? —Le cogió la cabeza entre las manos—. Quizás podría lograr que cambies de opinión —murmuró él— atrapándole los labios con los suyos.
Con los ojos abiertos, Brenna le colocó las manos en los hombros, preparada para empujarlo, pero apenas sintió la caricia de su boca, toda idea de alejarlo desapareció. Sus labios eran fríos y, aun así, el calor le inundó todo el cuerpo, provocándole un aleteo en el estómago que jamás había sentido, y la indujo a apretarse contra él.
Cerrando los ojos, le envolvió los brazos alrededor de la cintura, deseando aferrarlo más cerca, más fuerte. Se fundió contra él, deseando que el beso nunca terminara, y una parte de ella intentaba discernir por qué el beso de John Linder no la había inundado con ese fuego líquido que le provocaba Roshan. Pero fue un pensamiento fugaz. Al profundizar el beso Roshan, le rozó el labio inferior con la lengua. Ella jadeó ante la emoción por el placer que le embargaba, gimió suavemente, mientras él repetía el gesto. Estaba casi sin aliento cuando él apartó los labios. Perdida en un mundo de sensaciones, su cabeza aún tambaleante, lo miró fijamente.
—Más —susurró.
—Pensé que no te gustaba besar.
—Nunca fui besada así.
—Sintiéndose repentinamente osada, le deslizó la mano por la nuca—. Bésame otra vez.
Estaba feliz de complacerla. Era suave y dulce, estaba ansiosa por explorar los placeres sensuales nuevos para ella. Sin apartar la boca de la de ella, se recostó en el sofá, llevándola con él hasta que quedaron uno al lado del otro. Pudo sentir como brotaba su pasión virginal al apretarse contra él, sentir moldeando su cuerpo al suyo.
Con las manos, le recorrió los hombros, bajó hasta las nalgas, ciñéndola contra él, dejándola sentir la evidencia de su creciente deseo.
Ella gimió suavemente, un sonido ronco mezcla de ansia y agitación. Estaba yendo muy rápido para ella, lo sabía, pero no podía detenerse. La deseaba, aquí y ahora, con los ojos muy abiertos y algo asustada, devorada por sus besos.
—¿Brenna... ?
Podría haberla seducido con su poder preternatural, pero no la quería de esa manera. La deseaba cálida y dispuesta en sus brazos, en su cama.
Parpadeó al mirarlo, los ojos nublados de deseo.
—¿Quieres que me detenga?
Lo pensó por un momento, y luego asintió.
No estaba sorprendido, pero no pudo evitar sentirse contrariado. Aunque ya no era mortal, era todavía un hombre, con sus necesidades. Viviendo sólo, sin estar dispuesto a confiar en nadie por temor a ser traicionado, solía mantener solamente relaciones de una noche. No tenía inconvenientes para conseguirlas. Las mujeres se sentían atraídas hacia él sin saber por qué. Por supuesto, siempre había bares como el Nocturno que reunía a aquellos que se consideraban criaturas de la noche. Las mujeres usaban largos vestidos negros, lápiz labial negro y abundante sombra oscura en los ojos. Algunas de ellas usaban colmillos falsos. Los hombres lucían abrigos de cuero negro y una actitud desafiante. El "Nocturno" era uno de sus cotos de caza preferido. Uno de los pocos lugares donde podía ser él mismo.
La besó una vez más, luego inhalando profundamente, y se puso de pié.
—Es tarde —dijo—. Debes dormir un poco.
Ella se sentó, sin mirarlo a los ojos.
—Estás enojado conmigo.
—No.
Le ofreció la mano, sintió cómo le subía un calor por el cuerpo cuando apoyó la mano en la de él y le permitió que la ayudara a ponerse de pié.
Sin soltarle, la condujo escaleras arriba hasta el dormitorio, donde no pudo evitar besarla otra vez. Ella no se apartó cuando dejó de besarla, sólo permaneció de pie, viéndose algo confundida. Con un quedo gruñido, le dio un suave empellón haciéndola entrar a la alcoba, luego cerró la puerta tras ella.
Era pasada medianoche. Hora de cenar.


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jueves, 11 de enero de 2018

"El beso que no te di: el trágico destino de los amantes de Teruel", de MAGDALENA LASALA (ESPAÑA, 1958-- d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "El beso que no te di: el trágico destino de los amantes de Teruel", de fecha 2017  d.n.e.



«El frío de antaño había regresado a Teruel. Se había acabado la sequía y de nuevo las lluvias acumulaban buenas aguas para los campos, y los aljibes estaban llenos. Desde la muerte de Diego la noche anterior, caía una lluvia persistente como un llanto, ese llanto que ya no le bastaba a Isabel.
Isabel me entregó un pliego doblado y cerrado con su sello.
—Guárdala junto a los otros pliegos que son mí fortuna, porque en ellos está Diego y todo lo que mi corazón y el suyo han compartido.
Descubrió, bajo el paño que traía, una arqueta labrada en madera de olivo con adornos de hueso y pequeñas piezas es marcadas, y me la puso sobre las rodillas. Siendo una niña todavía, Isabel había jugado a nombrarme heredera de sus papeles escritos.
—Te entregó el testimonio de que una vez viví. Yo ya no existo. Porque Diego está muerto y ya no deseo vivir.
Tome su memoria, cumpliendo con la misión maldita que mi destino me otorgaba, la custodia de su herencia para el mundo, el amor como único motivo para la vida.
—¿Cómo puedo negarme, Isabel? —murmuré, con mi pecho agotado de sufrimiento por ella—. Quisiera negarme…
—También tú haces lo que debes. Y sólo tú ves mi verdad. Eso sé. Tampoco yo puedo negarme a este destino mío que sólo es añoranza de Diego.
Isabel iba vestida con ropas negras y cubierta con un velo del color del humo, como ya la había visto detrás de mis ojos malditos.
—Quiero ver a Diego por última vez. Voy a darle ese beso que le negué, porque sé que en ese beso está mi alma y está todo lo que me queda de vida.
Seguí los pasos de Isabel hasta San Pedro. Cientos de personas rezaban en honor de Diego Marcilla acompañando el dolor de su familia. Ya no quedaba nadie en el altar que tuviera que darle su último adiós. Se había oficiado la misa y en poco rato su cadáver sería sepultado en la capilla de la familia Marcilla mandada hacer por el abuelo de Diego. La iglesia bullía de silencio respetuoso, abarrotada de gentes que esperaban a los monjes para verlos trasladar el cuerpo. Entonces el portón de San Pedro se abrió y por un instante la luz cegadora del mediodía invadió el sendero de losas que Isabel debía atravesar. La penumbra se hizo de nuevo en la iglesia, sólo iluminada por los velones alrededor del cadáver. La figura negra de Isabel avanzaba portando un cirio entre sus manos, ante los ojos de toda la muchedumbre congregada. Recorrió despacio la distancia de losas pulidas de alabastro hasta el pequeño templete donde el cadáver de Diego resplandecía; nunca da distancia entre ellos había sido tan límpida y libre. Nunca había sido tan fácil recorrer el camino hasta él, nunca su corazón había estado tan confortado en esa distancia porque podía vencerla, por una vez, podía vencer la distancia; cada paso era una victoria sobre su destino de separación. Isabel veía cómo a cada paso desaparecía lo que le separaba y llegaría hasta él. Ya estaba llegando.
Las manos de Isabel soltaron el cirio cuando alcanzó el primer escalón y ella se detuvo un instante. Ya casi lo había alcanzado. La llama se apagó casi al instante al contacto con el crudo frío del suelo.
Muchas de las personas sentían que sus lágrimas se derramaban sin poderlas contener, percibiendo la hondura de algo que no podía explicarse con los idiomas de este mundo, viendo cómo esa mujer velada subía al segundo escalón, avanzando hasta alcanzar el tercero. El arcipreste y los clérigos, hasta ese momento atónitos, tuvieron un amago de reacción, pero Martín de Marcilla alzó su brazo conteniéndolos y volvieron a su lugar, sobrecogidos, asistiendo a lo que nadie podía haber imaginado.
Isabel culminó los dos pasos que quedaban hasta detenerse junto al cadáver de Diego y lo miró un momento desde detrás del velo. Entonces estiró los dedos y empezó a recogerlo para retirarlo, echándolo a sus pies.
—Ya nada se interpone entre nosotros, amor mío —murmuró, mirando con amor infinito el rostro de Diego muerto—. Ya no hay distancia, ni privación, ni traba, ni velo que nos separe…
Se acercó al cadáver y acarició sus ojos cerrados, sus pómulos, su cuello, sonriendo con ternura. Se inclinó sobre el cuerpo de Diego abrazándolo con el suyo y acercó sus labios a los labios de Diego muerto.
Nuestro beso para siempre, amor mío —susurró Isabel, abriéndolos para un beso.
Isabel beso la boca de Diego con ese beso añorado tanto tiempo, el beso que les devolvía su vida unidos por siempre, el beso donde Isabel exhaló el último aliento de esa vida que no quería sin él. Ya estaban juntos para siempre.
Ahora ya sí, el arcipreste y sus monjes se acercaron a toda prisa, escandalizados. Esa mujer había cometido un sacrilegio, había besado a un muerto, no había separado su boca todavía. Todos habían reconocido a Isabel de Segura quitándose el velo para poder besar a su amante y ahora los murmullos iban alzándose a cada segundo, agitados, aterrorizados en realidad.
Martín de Marcilla había alcanzado ya los escalones del túmulo funerario y se acercó al cuerpo de Isabel, derrumbado sobre Diego.
Isabel de Segura estaba muerta»


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miércoles, 10 de enero de 2018

"Rima XXIV: Dos rojas lenguas de fuego", de GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (1836-1870)


Dos rojas lenguas de fuego
que, a un mismo tronco enlazadas,
se aproximan, y al besarse
forman una sola llama;

Dos notas que del laúd
a un tiempo la mano arranca,
y en el espacio se encuentran
y armonïosas se abrazan;

Dos olas que vienen juntas
a morir sobre una playa,
y que al romper se coronan
con un penacho de plata;

Dos jirones de vapor
que del lago se levantan,
y al juntarse allá en el cielo,
forman una nube blanca;

Dos ideas que al par brotan,
dos besos que a un tiempo estallan,
dos ecos que se confunden…
eso son nuestras dos almas.


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martes, 9 de enero de 2018

"A mí me gustan mayores", de la cantante BECKY G., seud. de REBBECA MARIE GÓMEZ (EE.UU., 1997-- d.n.e.)

Canción de fecha 2017  d.n.e. y creada por Benito Martínez, Jorge Fonseca, Mario Cáceres, Patrick Ingunza, Saúl Alexander Castillo Vásquez y Servando Moriche Primera Mussett





A mí me gusta que me traten como dama,
Aunque de eso se me olvide cuando estamos en la cama.

A mí me gusta que me digan poesía,
al oído por la noche, cuando hacemos groserías.

Me gusta un caballero que sea interesante,
Que sea un buen amigo, pero más un buen amante.

¿Qué importa unos años de más?
A mí me gustan mayores,
de esos que llaman señores,
de los que te abren la puerta
y te mandan flores.
A mí me gustan más grandes,
que no me quepa en la boca ,
los besos que quiera darme,
y que me vuelva loca.

Loca,
oh, oh, oh, oh, oh.
Loca,
oh, oh, oh, oh, oh.

Yo no soy viejo, pero tengo la cuenta, como uno.
Si quieres..., a la cama yo te llevo el desayuno.

Como yo, ninguno,
Un caballero con veintiuno.
(yeah) Yo estoy puesto pa’ todas tus locura’.
Que tú quieres un viejo, ¿estás segura?
Yo te prometo un millón de aventuras ,
y en la cama te duro lo que él no dura.

Yo estoy activo veinticuatro, siete.
Conmigo no hacen falta los juguetes.
Yo todavía me hago de paquete,
Pero si te gusta abusar con otra gente...

A mí me gustan mayores,
de esos que llaman señores,
de los que te abren la puerta
y te mandan flores.
A mí me gustan más grandes,
que no me quepa en la boca ,
los besos que quiera darme,
y que me vuelva loca.

Loca,
oh, oh, oh, oh, oh.
Loca,
oh, oh, oh, oh, oh.

Yo no quiero un niño que no sepa nada.
Yo prefiero un tipo, traje de la talla.
Yo no quiero un niño que no sepa nada.
Yo prefiero un tipo, traje de la talla.

A mí me gustan mayores,
de esos que llaman señores,
de los que te abren la puerta
y te mandan flores.
A mí me gustan más grandes,
que no me quepa en la boca ,
los besos que quiera darme,
y que me vuelva loca.

Loca,
oh, oh, oh, oh, oh.
Loca,
oh, oh, oh, oh, oh.


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lunes, 8 de enero de 2018

"Absoluto amor", de EFRAÍN HUERTA ROMA (MÉJICO, 1914-1982 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Absoluto amor", de fecha 1935  d.n.e.



Yvonne Jeanette Karlsen

Como una limpia mañana de besos morenos
cuando las plumas de la aurora comenzaron
a marcar iniciales en el cielo. Como recta
caída y amanecer perfecto.

Amada inmensa
como una violeta de cobalto puro
y la palabra clara del deseo.

Gota de anís en el crepúsculo
te amo con aquella esperanza del suicida poeta
que se meció en el mar
con la más grande de las perezas románticas.

Te miro así
como mirarían las violetas una mañana
ahogada en un rocío de recuerdos.

Es la primera vez que un absoluto amor de oro
hace rumbo en mis venas.

Así lo creo te amo
y un orgullo de plata me corre por el cuerpo.


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domingo, 7 de enero de 2018

"Mariposas", de MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA (MÉJICO, 1850-1895 d.n.e.)

Adrian Gottlieb


A J. M. Bustillos


Ora blancas cual copos de nieve,
ora negras, azules o rojas,
en miríadas esmaltan el aire
y en los pétalos frescos retozan.
Leves saltan del cáliz abierto
como prófugas almas de rosas,
y con gracia gentil se columpian
en sus verdes hamacas de hojas.
Una chispa de luz les da vida
y una gota al caer las ahoga,
aparecen al claro del día
y ya muertas las halla la sombra.

¿Quién conoce sus nidos ocultos?
¿En qué sitio de noche reposan?
Las coquetas no tienen morada...
Las volubles no tienen alcoba...
Nacen, aman, y brillan y mueren
en el aire, al morir se transforman,
y se van, sin dejarnos su huella,
cual de tenue llovizna las gotas.
Tal vez unas en flores se truecan
y llamadas al cielo las otras,
con millones de alitas compactas
el arcoiris espléndido forman.
Vagabundas ¿en dónde está el nido?
Sultanita ¿qué harén te aprisiona?
¿A qué amante prefieres, coqueta?
¿En qué tumba dormís, mariposas?

¡Así vuelan y pasan y expiran
las quimeras de amor y de gloria,
esas alas brillantes del alma,
ora blancas, azules o rojas!
¿Quién conoce en qué sitio os perdisteis,
ilusiones que sois mariposas?
¡Cuán ligero voló vuestro enjambre
al caer en el alma la sombra!

Tú, la blanca, ¿por qué ya no vienes?
¿No eras fresco azahar de mi novia?
Te formé con un grumo del cirio
que de niño llevé a la parroquia;
eres casta, creyente, sencilla
y al posarte temblando en mi boca
murmurabas, heraldo de goces,
¡ya está cerca tu noche de bodas!

Ya no viene la blanca la buena.
Ya no viene tampoco la roja,
la que en sangre teñí, beso vivo,
al morder unos labios de rosa.

Ni la azul que me dijo: ¡Poeta!
Ni la de oro, promesa de gloria.
¡Ha caído la tarde en el alma!
¡Es de noche... ya no hay mariposas!

Encended ese cirio amarillo...
Ya vendrán en tumulto las otras,
las que tienen las alas muy negras
y se acercan en fúnebre ronda.
Compañeras, la pieza está sola;
si por mi alma os habéis enlutado
¡venid pronto, venid, mariposas!


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sábado, 6 de enero de 2018

"Dos pasiones distintas", de AQUILES TACIO (Antigua Grecia, siglo II d.n.e.).

Fragmento perteneciente al libro "Leucipa y Clitofonte", de fecha siglo II d.n.e.  



Liber II, 37-38.

(...) «Otro, que esté bien iniciado, posiblemente diría más que yo. Pero hablaré de ello aunque mi experiencia sea sólo moderada. Pues bien, el cuerpo de una mujer, al unirse con ella, es mórbido y para los besos sus labios son suaves, razón por la que en los abrazos retiene el cuerpo de su compañero y sus propias carnes se amoldan a él por completo, quedando aquél envuelto en placer. Pega a los labios sus labios como sellos, besa con arte y adereza su beso con una dulzura superior. Pues no solamente suele besar con los labios, sino que hace intervenir sus dientes y pace en torno a la boca de su amante y convierte los besos en mordiscos. También su seno, con sólo tocarlo, reporta un especial deleite. Y en la culminación amorosa el placer la exalta, besa con la boca abierta y enloquece. Las lenguas mientras tanto se buscan una a otra para unirse y, en lo posible, también ellas se afanan en besarse. Y es que, al besarse con la boca abierta, el placer se acrecienta. La mujer, al llegar al extremo amoroso, jadea abrasada por el placer, y su jadeo con el amoroso hálito salta hasta los labios, se encuentra con el beso, que en su camino errante trata de descender a lo profundo, y el beso, invirtiendo su ruta con el aliento jadeante, lo sigue confundido ya con él y va a herir el corazón. Éste, con la turbación que el beso le produce, se pone a tembIar, y, si no estuviese atado a las entrañas, iría en pos de los besos y se arrastraría hasta lo alto tras ellos. Por el contrario, los besos de los mocitos carecen de arte, sus abrazos no tienen ciencia alguna, su Afrodita es perezosa y en absoluto se halla placer con ellos».

Y replicó Menelao:

—La verdad es que en lo tocante a Afrodita no me das la impresión de ser un principiante, sino un veterano: ¡con tantas sutilezas femeninas nos has inundado! Pero ahora te toca escuchar lo que atañe a los muchachos. En una mujer todo es fingido, lo mismo las palabras que los gestos. Y, si parece hermosa, no hay en ella otra cosa que el ingenio diligente de los ungüentos: su belleza es la de sus perfumes o la del tinte de su pelo o hasta la de sus potingues. Pero, si la desnudas de esas muchas trampas, es como el grajo desplumado de la fábula. En cambio, la belleza de los muchachos no se riega con fragancias de perfumes ni con olores engañosos ni ajenos, y el sudor de los mocitos tiene mejor aroma que todos los ungüentos perfumados de las mujeres. Se puede, incluso en el momento que precede a la unión amorosa y en el propio gimnasio, encontrarse con uno y abrazarlo a la vista de todos, sin que tales abrazos tengan por qué dar vergüenza. Y no ablanda el contacto erótico con la morbidez de sus carnes, sino que los cuerpos se ofrecen mutua resistencia y pugnan por el placer. Sus besos no poseen la ciencia de las hembras ni menos embrujan con las trampas lascivas de sus labios. Un chico besa según sabe, y sus besos no nacen del artificio, sino de la propia naturaleza. A lo que más se parece el beso de un mocito es a esto: sólo obtendrías besos semejantes si el néctar se hiciese sólido y tomara la forma de unos labios. No podrías saciarte de besarlo: cuanto más te llenas, aún sigues con sed de sus besos, y no sabrías apartar tu boca hasta que el deleite mismo no te hace escapar de ellos.


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viernes, 5 de enero de 2018

"Tu boca lleva una abeja", de AQUILES TACIO (Antigua Grecia, siglo II d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "Leucipa y Clitofonte", de fecha siglo II d.n.e.  



Liber I, 7-10.

La víspera hacia el mediodía la muchacha había estado tocando la lira y Clío estaba sentada junto a ella y yo paseaba de un lado para otro. De pronto una abeja, que llegó volando quién sabe de dónde, picó a Clío en una mano. Ella dio un grito, y la otra joven, alzándose de un salto y dejando su lira, examinó la herida y al tiempo la confortó diciéndole que no se afligiese, pues le cortaría el dolor pronunciando dos ensalmos que una egipcia le enseñara contra picaduras de avispas y de abejas. Y a la vez los recitó y Clío dijo poco después que ya se encontraba mejor.

Ahora bien, en esta otra ocasión coincidió que una abeja o una avispa volaba zumbando alrededor de mi cara, y yo entonces tengo un acuerdo y me echo mano al rostro simulando que me había picado y me dolía.La joven acercándose me retiró la mano y me preguntó dónde tenía la picadura. Y yo respondo:

—En el labio. Pero ¿por qué no pronuncias tus ensalmos, querida?

Y se arrimó y me aplicó su boca, como si estuviese pronunciándolos, y susurró algo mientras me rozaba la punta de los labios. Y yo la besé en silencio, sustrayendo el chasquido de los labios, en tanto que ella, con el abrir y cerrar los suyos con el susurro del ensalmo, convertía el conjuro en besos.

Entonces ya la abracé y besé sin disimulo. Y ella se apartó diciendo:

—¿Qué es lo que haces? ¿También tú pronuncias un ensalmo?

Beso a la hechicera —contesté—, porque has puesto remedio a mis dolores.

Y como entendiera mis palabras y sonriese, me animé y seguí diciendo:

—¡Ay de mí, querida, que de nuevo estoy herido y más dolorosamente! Pues la herida me ha alcanzado el corazón y precisa tus ensalmos. Verdad es que también en tu boca llevas una abeja, pues estás llena de miel e hieren tus labios. ¡Ea!, te lo ruego, recita tu ensalmo otra vez, pero no de prisa y corriendo, enconando la llaga nuevamente.

Y mientras lo decía, al mismo tiempo la abrazaba con más fuerza y la besaba aún más francamente. Y ella se dejaba hacer, simulando, sin embargo, resistirse.

En esto, viendo desde lejos que la sirvienta se acercaba, nos separamos, yo contra mi voluntad y afligido, ella no sé en qué estado. Me hallaba empero más animado y lleno de esperanzas. Sentía la presión del beso como si fuese algo corpóreo y lo guardaba celosamente, vigilándolo como un tesoro de placer por ser una dulce avanzadilla. Pues incluso nace del más hermoso órgano del cuerpo: ya que la boca es el órgano de la voz y la voz reflejo del alma. Al producirse el contacto de las bocas y hacer descender la placentera sensación, izan las almas hasta el beso. Y sé que, de un modo igual, no había gozado antes mi corazón. Fue en ese momento por primera vez cuando aprendí que nada hay que compita en deleite con un beso de amor.

A la hora de la cena, otra vez nos encontramos, igualmente, en la sobremesas. Sátiro nos escanciaba el vino y puso en práctica un cierto ardid amoroso: nos cambia las copas, sirviendo la mía a la joven y la suya a mí, y tras echar vino en una y otra copa y hacer la mezcla nos las ofrece. Yo, que me había fijado en la parte de la copa en que la muchacha al beber había puesto los labios, bebí aplicando en ese punto los míos, dándole así un beso a distancia, y besé la copa al mismo tiempo. Y ella, al verlo, comprendió que yo besaba la huella de sus labios. Pero Sátiro, cuando se llevó las copas juntas, de nuevo nos las cambió, y vi ya entonces que también la joven me imitaba y bebía del mismo modo, con lo que mi dicha fue aún mayor. Y esto sucedió por tercera y cuarta vez, y el resto de la jornada seguimos así con los mutuos brindis de nuestros besos.

Después de la cena Sátiro se acercó a hablarme: «Ahora es el momento de portarte como un hombre. Pues la madre de la muchacha, como sabes, está delicada y se retira a descansar sola. Y la joven dará un paseo, como suele, antes de irse a dormir, con la compañía sólo de Clío. Pero a ésta precisamente me la llevaré yo aparte conversando».

Y tras estas palabras nos pusimos al acecho, según lo establecido, él de Clío y yo de la muchacha. Y así Clío fue apartada de allí y la joven se quedó sola en su paseo. Aguardando, pues, el momento en que se extinguía la mayor parte de la luz, me aproximo a ella con la mayor osadía que había sacado de mi primer asalto, como un soldado que tiene ya en su haber una victoria y se ha vuelto desdeñoso con la guerra. Muchas eran las armas que entonces fortalecían mi confianza: vino, amor, esperanza y soledad. Y sin decir palabra, como si hubiese un mutuo acuerdo, la tomé sin más entre mis brazos y me puse a besarla. Pero, cuando incluso iba a acometer algo más sustancioso, detrás de nosotros se produce un ruido y, turbados, nos separamos de un salto. Ella se retira a su alcoba y yo en dirección opuesta, lleno de aflicción por haber estropeado una empresa tan lucida y echando pestes contra el ruido. Y en esto viene Sátiro a mi encuentro con la cara resplandeciente, pues a mi parecer había visto cuanto hicimos, vigilando al pie de un árbol no fuera que alguien nos sorprendiese, y fue él quien hizo el ruido al ver que alguno se acercaba.


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jueves, 4 de enero de 2018

"Su beso muerde el corazón", de LONGO ( ANTIGUA GRECIA, siglo II d.n.e.).

Fragmento perteneciente al libro "Dafnis y Cloe", de fecha siglo II d.n.e.  



Liber I, 17 a 28.

(...)Cloe no esperó más, sino que, encantada con el piropo y deseosa hacía tiempo de besar a Dafnis, se abalanzó a besarlo, de modo inexperto y torpemente, pero capaz de sobra de inflamar un alma.

Dorcón, pues, dolorido, se alejó a la carrera buscando al tiempo cómo abrir otras vías a su pasión. Pero Dafnis, como si le hubieran mordido y no besado, tomó de inmediato un aire taciturno, sufría continuamente escalofríos, trataba de contener el palpitante corazón y no quería sino mirar a Cloe, aunque al mirarla se cubría de rubor. Por primera vez entonces le causaban maravilla su cabello, por ser rubio; sus ojos, por grandes como los ojos de una vaca; y el rostro, porque de cierto era más blanco incluso que la leche de las cabras: como si se estrenara en tener ojos y antes hubiera estado ciego. Ni tomaba alimentos, sino para, a lo más, probarlos; y de beber, si en algún momento era obligado, de humedecer la boca no pasaba. Se estaba callado quien antes era más parlero que los grillos; perezoso quien antes más inquieto que sus cabras. El rebaño incluso estaba descuidado, tirada la zampoña. Su cara tenía menos color que la hierba en el verano, y guardaba su plática tan sólo para Cloe, y si algún rato se apartaba de ella mantenía consigo tal soliloquio: «¿Qué efecto es éste que me produce un beso de Cloe? Sus labios son más suaves que las rosas y su boca más dulce que un panal, pero su beso más punzante que el aguijón de una abeja. Muchas veces besé a mis cabritos, muchas besé a los perrillos a poco de nacer y al ternero que Dorcón le regaló. Pero este beso es otra cosa: se me escapa el resuello, se me sale el corazón a saltos, se me derrite el alma y, sin embargo, quiero besarla otra vez. ¡Qué funesta victoria!, ¡qué extraña enfermedad, cuyo nombre ni siquiera conozco! ¿Acaso antes de besarme probó Cloe alguna pócima? ¿Cómo entonces no murió? ¡Cómo se oyen cantar los ruiseñores y mi zampoña está en silencio! ¡Cómo respingan los cabritos y yo me estoy sentado! ¡Cómo se abren las flores y yo no trenzo guirnaldas! Florecen las violetas y el jacinto, mientras Dafnis se marchita. ¿Hasta Dorcón habrá de parecer más guapo que yo?»

Por tal trance pasaba el buen Dafnis, tal decía: que por primera vez probaba las obras y palabras del amor.

Y el boyero Dorcón, el que andaba de Cloe enamorado, y que acechaba a Driante cuando enterraba un plantón de vid por allí cerca, se le arrima con unos quesillos deliciosos y se los ofrece de regalo, pues era un viejo amigo de cuando el propio Driante apacentaba sus ovejas. Y luego de comenzar por ese extremo, logró llevar la charla hacia el casamiento de Cloe. Si la tomaba por esposa, prometía presentes tantos y valiosos como se espera de un boyeros: una yunta de bueyes de labranza, cuatro colmenas, cincuenta plantones de manzanos, una piel de toro para hacerse zapatos, un ternero destetado cada año. De manera que Driante estuvo casi a punto, seducido por los regalos, de dar a tal unión su asentimiento. Mas en la idea de que la doncella era digna de un esposo de más alta calidad, y por el miedo a caer en infortunios sin remedio si alguna vez fuese público su hurto, dio un no a la boda, pidió disculpas y declinó los obsequios nombrados.

Dorcón, pues, como en su segunda esperanza hubiera errado y perdido unos ricos quesos sin provecho, resolvió apoderarse de Cloe cuando se encontrara sola. Al observar que cada día llevan sus ganados a abrevar Dafnis una vez y otra la muchacha, maquina una artimaña muy propia de un pastor. Toma la piel de un lobo enorme, al que un toro, en lucha por defender a la vacada, había en una ocasión matado con sus cuernos. Con ella se recubre desde los hombros a los pies, de modo que las patas delanteras se superpongan a sus brazos, las traseras a sus piernas hasta el talón, y que la abertura del hocico envuelva su cabeza, tal cual el yelmo de un guerrero.

Transformado así, lo más que pudo, en fiera, se acerca al manantial en que beben las cabras y ovejas después de haber pastado. El manantial estaba en una hondonada y por todo su contorno el paraje era bravío, con espinos y zarzales y enebro bajo y cardos: incluso un lobo de verdad fácilmente podría haber estado allí escondido y al acecho. Y allí se ocultó Dorcón a la espera de la hora de abrevar, con toda su esperanza puesta en atrapar a Cloe valiéndose del miedo que con su figura le infundiera.

Al cabo de un rato no muy largo hacía Cloe bajar el ganado hacia la fuente, dejando a Dafnis, que cortaba ramas verdes para regalo de sus chivos tras el pasto. Y los perros que la seguían, guardianes de las ovejas y las cabras, que como canes que eran iban registrando todo con su alfato, descubren a Dorcón cuando ya rebullía para atacar a la zagala, le ladran ferozmente y se lanzan a por él como si de un lobo se tratara.

Rodeándolo, antes de que con el susto acabara de alzarse, la emprendieron a dentelladas con la piel. En tanto él, con la vergüenza de verse en evidencia y al resguardo de la piel que lo tapaba, se estaba echado y en silencio en la espesura. Pero una vez que Cloe, en el sobresalto de lo primero que acertara a ver, llamó a Dafnis en su ayuda, y los perros, arrancándole la piel por todas partes, en su propio cuerpo lo alcanzaban, lamentándose a gritos suplicaba socorro a la muchacha y a Dafnis que acudía. Entonces a los canes prontamente los aplacan con la llamada de costumbre y llevan a Dorcón hasta el manantial para lavarle los mordiscos, que en muslos y hombros le habían hecho las dentelladas de los perros, y le aplican, después de masticarla, corteza tierna de olmo. Con su inexperiencia de los atrevimientos que el amor provoca, atribuyeron el disfraz de la piel a una broma de pastor, y ni siquiera se enfadaron; al contrario, consolando a Dorcón, lo despidieron un trecho llevándolo del brazo.

Éste dedicaba cuidados a su cuerpo, tras correr tan gran peligro y a salvo de boca de perro, no de lobo, según dicen. Y a Dafnis y a Cloe harto trabajo hasta la noche les costó reunir cabras y ovejas. Pues, espantadas por la piel y alborotadas por los ladridos de los perros, unas habían trepado hasta las peñas y otras bajado a la carrera hasta el mismo mar. Por más que estaban amaestradas para que obedecieran a una voz, cedieran a la seducción de una zampoña y se reunieran al oír una palmada, esa vez sin embargo el terror les infundió el olvido de todas esas normas. Y a duras penas, siguiéndoles el rastro como a liebres, terminaron por llevarlas al aprisco.

Por sólo aquella noche durmieron con un profundo sueño, hallando en su fatiga un tónico para sus inquietudes amorosas. Pero, al renovarse el día, otra vez de vuelta se encontraban con semejantes congojas. De verse disfrutaban, se afligían al separarse, sufrían, deseaban algo sin que supieran qué era lo deseado. Tan sólo esto conocían: que a él un beso le perdió y un baño a ella.

También los abrasaba la época del año. Érase ya entonces el fin de la primavera y el inicio del verano, y todo estaba ya en sazón, los árboles con fruto, los llanos con las mieses. Dulce era el resonar de las cigarras, dulce el aroma de la fruta, grato el balar de las ovejas. Cabría imaginar que hasta los ríos con su manso fluir entonaban un canto, que los vientos tocaban la zampoña al soplar entre los pinos, que las manzanas buscaban amorosas desplomarse por tierra, y que el sol, aficionado a la belleza, a todos procuraba desnudarlos.

Dafnis, que sufría los ardores que le llegaban de la naturaleza toda, se sumergía en las aguas de los ríos, unas veces se lavaba, otras pretendía pescar entre el torbellino de los peces. Y en más de una ocasión bebía incluso, con el afán de apagar la interna quemazón. Y Cloe, cuando había ordeñado sus ovejas y la mayor parte de las cabras, por largo tiempo se ocupaba en hacer que la leche se cuajase, pues las moscas se mostraban tenaces molestándola y hasta picándola si pretendía ahuyentarlas. Y luego de esto, se lavaba la cara, se coronaba con ramas de pino, se ceñía la piel de cervatillo y, llenando el cuenco a rebosar de vino y leche, con Dafnis en común se lo bebía.

Pero era al llegar el mediodía cuando sus ojos quedaban apresados. Pues a ella, al ver desnudo a Dafnis, su entera belleza la invadía y derretíase sin poder descubrir la menor tacha en parte alguna de su cuerpo. Y él, al contemplarla cuando con su piel y su guirnalda le alargaba el cuenco, creía ver a una de las Ninfas de la gruta. Entonces le arrebataba de la cabeza las ramas de pino y él mismo se coronaba, besando antes la guirnalda. Y Cloe se vestía con las ropas de Dafnis, mientras él estaba lavándose y desnudo, no sin antes besarlas también ella. En alguna ocasión, incluso, se arrojaron manzanas uno al otro y, peinándose el cabello, se engalanaron mutuamente las cabezas. Ella comparó, por negro, el pelo de Dafnis con los mirtos; él con una manzana el rostro de ella, porque era blanco y sonrosado. Le enseñaba a tañer la flauta, pero, apenas empezaba a soplar, Dafnis arrancándole la zampoña recorría las cañas con sus labios. Y parecía corregirle sus errores, mas con este simulacro besaba por mediación de la zampoña a Cloe.

Y mientras tañía Dafnis su siringa a la hora de la siesta y los ganados se refugiaban en la sombra, Cloe sin darse cuenta dormitaba. En cuanto descubría esto, dejaba Dafnis su zampoña e insaciable demoraba su mirada por toda ella, como sin tener que avergonzarse, y al tiempo disimuladamente con voz queda susurraba: «¡Cómo duermen sus ojos! ¡Qué aliento el de su boca!: ni siquiera las manzanas ni los sotos pueden comparársele. Pero recelo de besarla: su beso muerde el corazón y, como la miel reciente, hace enloquecer. Tampoco me decido, no sea que al besarla la despierte. ¡Ruidosas cigarras, que no la dejarán dormir con tal escándalo! Es más, ¡hasta los machos a golpes de cornamenta se enzarzan ahora! ¡Lobos más cobardes que zorras, que no se los han llevado!»

Con tales razones se expresaba cuando, en su huida de una golondrina que quería capturarla, una cigarra vino a parar al regazo de Cloe. La golondrina que iba persiguiéndola no acertó a alcanzarla, pero con la persecución se acercó tanto que le rozó las mejillas con sus alas. Y a Cloe, sin saber qué le pasaba, con un grito el sobresalto la sacó del sueño. Al ver la golondrina que aún volaba cerca y a Dafnis que se reía de su miedo, el susto se le pasó y se frotaba los ojos, que en seguir dormidos se empeñaban. La cigarra desde el regazo retornó a su canto, igual que un suplicante reconocido de haber sido salvado. De nuevo dejó Cloe escapar un grito. Dafnis volvió a reír y, aprovechando el pretexto, le deslizó sus manos en el pecho y a la buena cigarra sacó fuera, la cual ni así en su mano derecha se callaba. Cloe la miró complacida, la cogió y, con un beso, volvió a depositarla, sin que cesara de cantar, en su regazo.


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miércoles, 3 de enero de 2018

"Despacito", del cantante LUIS FONSI, seud. de LUIS ALFONSO RODRÍGUEZ LÓPEZ-CEPERO (PUERTO RICO, 1978 -- d.n.e)

Canción perteneciente al álbum "Despacito", de fecha 2017  d.n.e., y compuesto por ERIKA ENDER, LUIS FONSI y RAMÓN AYALA.



Sí, sabes que ya llevo un rato mirándote.
Tengo que bailar contigo hoy.
Vi que tu mirada ya estaba llamándome.
Muéstrame el camino que yo voy.

Tú, tú eres el imán y yo soy el metal.
Me voy acercando y voy armando el plan.
Solo con pensarlo se acelera el pulso.
Ya, ya me está gustando más de lo normal.
Todos mis sentidos van pidiendo más
Esto hay que tomarlo sin ningún apuro

Despacito,
quiero respirar tu cuello despacito.
Deja que te diga cosas al oído, para que te acuerdes si no estás conmigo.

Despacito,
quiero desnudarte a besos, despacito.

Firmo en las paredes de tu laberinto.
Y hacer de tu cuerpo todo un manuscrito.
(Sube, sube, sube, sube, sube)
Quiero ver bailar tu pelo,
quiero ser tu ritmo,
que le enseñes a mi boca
Tus lugares favoritos

(Favoritos, favoritos baby).

Déjame sobrepasar tus zonas de peligro,
hasta provocar tus gritos,
y que olvides tu apellido.
(Diridiri, dirididi Daddy).

Si te pido un beso, ven, dámelo.
Yo sé que estás pensándolo.
Llevo tiempo intentándolo,
mami, esto es, dando y dándolo.

Sabes que tu corazón conmigo te hace bom, bom.
Sabes que esa beba está buscando de mi bom, bom.

Ven prueba de mi boca para ver cómo te sabe.
Quiero, quiero, quiero ver cuánto amor a ti te cabe.

Yo no tengo prisa, yo me quiero dar el viaje.
Empecemos lento, después salvaje.

Pasito a pasito, suave, suavecito.
Nos vamos pegando poquito a poquito.

Cuando tú me besas con esa destreza
veo que eres malicia. Con delicadeza,
pasito a pasito, suave suavecito,
nos vamos pegando, poquito a poquito.

Y es que esa belleza es un rompecabezas,
Pero pa' montarlo aquí tengo la pieza.

Despacito ,
quiero respirar tu cuello despacito.
Deja que te diga cosas al oído,
para que te acuerdes si no estás conmigo.

Despacito,
quiero desnudarte a besos, despacito.
Firmo en las paredes de tu laberinto.
Y hacer de tu cuerpo todo un manuscrito.
(Sube, sube, sube, sube, sube).

Quiero ver bailar tu pelo,
quiero ser tu ritmo,
que le enseñes a mi boca
Tus lugares favoritos,
(favoritos, favoritos baby).

Déjame sobrepasar tus zonas de peligro,
hasta provocar tus gritos
y que olvides tu apellido.

Despacito,
vamos a hacerlo en una playa, en Puerto Rico,
hasta que las olas griten "¡ay, bendito!"

Para que mi sello se quede contigo,
pasito a pasito, suave, suavecito,
nos vamos pegando, poquito a poquito.

Que le enseñes a mi boca
tus lugares favoritos,

(favoritos, favoritos, baby).

Pasito a pasito, suave, suavecito, nos vamos pegando, poquito a poquito, hasta provocar tus gritos
Y que olvides tu apellido.

Despacito.


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martes, 2 de enero de 2018

"Que no se despierte", de AGUSTÍN GARCÍA CALVO (ESPAÑA, 1926-2012)



Que no se despierte.
La niña que duerme a la sombra
que no se despierte;
que duerme a la sombra del árbol;
que no se despierte;
a la sombra del árbol granado
que no se despierte;
granado de ciencia del bien,
que no se despierte;
de la ciencia del bien y del mal
que no se despierte.
Que no se despierte, que siga
dormida la muerte;
que siga a la brisa del ala
la muerte dormida; a la brisa del ala del ángel
dormida la muerte;
del ala del ángel besada
la muerte dormida
;
del ángel besada en la frente
dormida la muerte
;
besada en la frente del lirio
la muerte dormida
;
en la frente del lirio a la sombra
dormida la muerte
que no se despierte, que siga
dormida la niña,
que no se despierte, no.


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lunes, 1 de enero de 2018

"Siete espejos", de ALBERTO RUY SÁNCHEZ LACY (MÉJICO, 1951-- d.n.e.)


Entre tus manos
tu boca me convoca
entre tus piernas.

Entre tus piernas
tu boca me convoca
entre tus manos.

Entre tus labios
tus piernas me aprisionan
como tus manos.

Entre tus manos
Tus piernas me devoran
como tus labios.

Por los espejos
entré en tu laberinto,
ciego perdido.

Tu boca roja
es faro en tu obscuridad,
luz posesiva.

Manos, labios, piernas, bocas,
eran lo mismo y un tanto más:
bocas, manos, piernas, labios,
piernas, bocas, manos, besos.

En ti y en mí todo al revés repetido.


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