viernes, 12 de enero de 2018

"El beso de la noche", de AMANDA ASHLEY (seud. de MADELINE BAKER) (EE.UU., 1963 -- d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "El beso de la noche", de fecha 2005  d.n.e.



Tan pronto como Brenna se sentó, Morgana saltó a su regazo maullando vivamente.
Brenna la acarició hasta que la gata se quedó quieta, luego se concentró en las imágenes de la pantalla. Observó todo ávidamente, con los ojos bien abiertos, mientras Ros¬han cambiaba de un canal a otro y le explicaba lo mejor que podía lo que estaba viendo: aviones y autobuses, trenes y motocicletas, teléfonos y aspiradoras, lavavajillas y secadoras, móviles y mini ordenadores portátiles. Después de recorrer los canales durante un momento, dejó una película reciente suponiendo que la ayudaría a entender como vivía la gente en la actualidad.
Después de un rato, Brenna perdió interés en las imágenes que estaba viendo. En cambio, se descubrió mirando furtivamente a Roshan. Tenía rasgos fuertes, severos y masculinos.
Se preguntó si le gustaría ser un vampiro. Le había dicho que no tenía amigos vampiros. No parecía probable que tuviese amigos mortales. ¿Pasaría todo el tiempo solo?
No sabía mucho de eso, no se podía imaginar cómo sería vivir sin amigos ni familia durante cientos de años. Una existencia tan solitaria. Se preguntaba por qué alguien querría vivir así.
—¿Brenna? —Su voz interrumpió lo que estaba pen¬sando y se dio cuenta de que lo había estado mirando fijamente—. ¿Algo anda mal?
—Todo —contestó ella—. No pertenezco a esta época ni a este lugar. —Acarició la cabeza de la gata—. No creo que llegue a pertenecer nunca.
—Lo harás, seguramente. Quizás te lleve un tiempo acostumbrarte, pero eres joven. Aprenderás. Una lágrima le rodó por la mejilla y cayó en la cabeza de la gata.
—Ah, Brenna. —Se acercó y la cogió en sus brazos. Al principio, ella intentó mantenerse alejada, pero luego, con un suspiro, cayó contra su pecho. Con un suave siseo, Morgana se alejó y se acurrucó frente a la chimenea.
Las lágrimas de Brenna le humedecieron la camisa. Su perfume le llenó los orificios de la nariz, no el olor de su san¬gre sino la esencia de su piel de su pena. Le acarició el cabello, le deslizó la mano por la espalda, sintió su temblor en respuesta a su caricia. Colocándole un dedo en el mentón, le inclinó la cabeza hacia atrás, las miradas se encontraron.
A pesar de su inocencia respecto de los hombres, su mirada reveló que reconocía la razón de la fogosidad en los de él.
Sacudió la cabeza mientras él se inclinaba sobre ella.
—No.
—¿No?
Besar —dijo ella con una mueca—. No me gusta.
—¿De veras? —Le cogió la cabeza entre las manos—. Quizás podría lograr que cambies de opinión —murmuró él— atrapándole los labios con los suyos.
Con los ojos abiertos, Brenna le colocó las manos en los hombros, preparada para empujarlo, pero apenas sintió la caricia de su boca, toda idea de alejarlo desapareció. Sus labios eran fríos y, aun así, el calor le inundó todo el cuerpo, provocándole un aleteo en el estómago que jamás había sentido, y la indujo a apretarse contra él.
Cerrando los ojos, le envolvió los brazos alrededor de la cintura, deseando aferrarlo más cerca, más fuerte. Se fundió contra él, deseando que el beso nunca terminara, y una parte de ella intentaba discernir por qué el beso de John Linder no la había inundado con ese fuego líquido que le provocaba Roshan. Pero fue un pensamiento fugaz. Al profundizar el beso Roshan, le rozó el labio inferior con la lengua. Ella jadeó ante la emoción por el placer que le embargaba, gimió suavemente, mientras él repetía el gesto. Estaba casi sin aliento cuando él apartó los labios. Perdida en un mundo de sensaciones, su cabeza aún tambaleante, lo miró fijamente.
—Más —susurró.
—Pensé que no te gustaba besar.
—Nunca fui besada así.
—Sintiéndose repentinamente osada, le deslizó la mano por la nuca—. Bésame otra vez.
Estaba feliz de complacerla. Era suave y dulce, estaba ansiosa por explorar los placeres sensuales nuevos para ella. Sin apartar la boca de la de ella, se recostó en el sofá, llevándola con él hasta que quedaron uno al lado del otro. Pudo sentir como brotaba su pasión virginal al apretarse contra él, sentir moldeando su cuerpo al suyo.
Con las manos, le recorrió los hombros, bajó hasta las nalgas, ciñéndola contra él, dejándola sentir la evidencia de su creciente deseo.
Ella gimió suavemente, un sonido ronco mezcla de ansia y agitación. Estaba yendo muy rápido para ella, lo sabía, pero no podía detenerse. La deseaba, aquí y ahora, con los ojos muy abiertos y algo asustada, devorada por sus besos.
—¿Brenna... ?
Podría haberla seducido con su poder preternatural, pero no la quería de esa manera. La deseaba cálida y dispuesta en sus brazos, en su cama.
Parpadeó al mirarlo, los ojos nublados de deseo.
—¿Quieres que me detenga?
Lo pensó por un momento, y luego asintió.
No estaba sorprendido, pero no pudo evitar sentirse contrariado. Aunque ya no era mortal, era todavía un hombre, con sus necesidades. Viviendo sólo, sin estar dispuesto a confiar en nadie por temor a ser traicionado, solía mantener solamente relaciones de una noche. No tenía inconvenientes para conseguirlas. Las mujeres se sentían atraídas hacia él sin saber por qué. Por supuesto, siempre había bares como el Nocturno que reunía a aquellos que se consideraban criaturas de la noche. Las mujeres usaban largos vestidos negros, lápiz labial negro y abundante sombra oscura en los ojos. Algunas de ellas usaban colmillos falsos. Los hombres lucían abrigos de cuero negro y una actitud desafiante. El "Nocturno" era uno de sus cotos de caza preferido. Uno de los pocos lugares donde podía ser él mismo.
La besó una vez más, luego inhalando profundamente, y se puso de pié.
—Es tarde —dijo—. Debes dormir un poco.
Ella se sentó, sin mirarlo a los ojos.
—Estás enojado conmigo.
—No.
Le ofreció la mano, sintió cómo le subía un calor por el cuerpo cuando apoyó la mano en la de él y le permitió que la ayudara a ponerse de pié.
Sin soltarle, la condujo escaleras arriba hasta el dormitorio, donde no pudo evitar besarla otra vez. Ella no se apartó cuando dejó de besarla, sólo permaneció de pie, viéndose algo confundida. Con un quedo gruñido, le dio un suave empellón haciéndola entrar a la alcoba, luego cerró la puerta tras ella.
Era pasada medianoche. Hora de cenar.


Leer más poemas de este autor en el blog BESOS.

Enlace recomendado: puedes visitar su página oficial en http://www.madelinebaker.net/
 
Volver a la página principal





No hay comentarios:

Publicar un comentario