A Mari Carmen Sabrás por la presente que empeoré de vida. Mariano Maresca Más o menos extraña la vida fue pasando tibiamente por tu cuerpo y el mío. Oigo la lluvia fría amontonarse sobre las uralitas y la noche me atrapa en el sudor eterno de su tranquilidad. Tal vez debiera despertarte, hacerte compartir este presentimiento de lejana belleza con el que me confundo apenas un instante para volver a ti que te abandonas a la hermosa presencia de tu respiración. Pasan lentos los coches. Oigo también tu corazón lejano pasar de madrugada entre la lluvia y me asusta la sombra de tanta intimidad. Es tarde. Uno escribe su vida en un poema, analiza el amor y se acostumbra a seguir como está, junto a tu cuerpo que quizá me recuerde todavía desnudo entre las sábanas, o las noches de lluvia nos confirman que la vida, posiblemente hermosa, no siempre es un asunto disponible y que a veces resulta incluso mucha, temible como ahora, mientras que tengo miedo de besarte al azar. Lo sé. Hemos sido extranjeros hablándonos por señas demasiado cercanas, ansiosos en las calles de una nueva ciudad, esperando tal vez que nos fotografíen delante de este amor y de sus cicatrices, eso que confundimos con nuestros sentimientos o acaso -en noches de locura- con una sensación de humedad en los ojos. Pero en pocas palabras se resumen casi todos los días, sus sílabas contadas en mis versos y la felicidad. Tibiamente los años nos descubren que nada existe ya sin tu sudor y el mío, que somos todavía demasiado solemnes cuando nos sorprendemos temblando de pasión, llenos de instinto mal disimulado. Por eso, mientras llueve, agradezco tu cuerpo entre las sábanas y esta pasión desierta de acariciar tus muslos, más o menos extraños y hermosos como un sueño que acaba de llegar. II Noviembre puede ser una conquista, porque vuelve otra vez sobre los toldos, las horquillas de nácar imitado, los abrigos baratos de entretiempo donde tú te escondías de pronto y mi deseo. Y vuelve con la torpe paciencia de la fidelidad, como la melodía de una vieja canción que recordamos. Ya sabes que el otoño, además del plumaje mojado de los árboles, además de la luz y de esta tierra, era una cita rota, perdida entre nosotros. Ahora se nos abraza el tiempo débilmente a las piernas, rompiéndonos el paso, alargando las hojas de las enredaderas, mientras todo es igual y nos anuncia aquel viejo recuerdo confuso de las horas, aquellas caravanas de días sin sentido que pasaban zumbando delante de los ojos, que trajeron consigo solamente dos cuerpos amándose o temiendo. Y no es ya la costumbre de acercarme, cogerte la cintura, desearte con un deseo azul como un viento tranquilo o pasear despacio cuando pesan las hojas debajo de los pies y las campanas crujen prendidas en los árboles. Y no es ya la costumbre de seguirte, de aprender a pararme en los escaparates y oír tu voz llegar, volcarse en el oído salvando la distancia que cabe entre dos cuerpos. Era la vida entonces la que nos recordaba, con las claras sirenas de sus barcos y su bisutería, que seguía latiendo quizás entre nosotros, deshecha, nublada y pasajera como el esperma seco sobre la piel ya fría que tanto hemos amado y casi siempre. O tal vez preferimos una feria de amor donde encontrarnos para llegar a ver lo nunca visto. No sabes que tu cuerpo, en las noches sin tiempo como ésta, se confunde de pronto con el amanecer, lo detiene dormido junto a mí. Pero noviembre vuelve con la torpe paciencia de la fidelidad (las huellas del amor sobre los hombros como una caravana de detalles confusos), y acaso pueda ser una conquista, porque todo es más claro. Yo recuerdo los primeros abrazos, solitarios, a la pared pegados, huyendo de la lluvia de una vieja ciudad, recién enamorados todavía, felices y nerviosos. O la humedad imprevista de tu pelo empapado de amor y de tormenta en los campos abiertos igual que nuestros cuerpos a la furia de agosto. Y las noches de paz malhumorada donde el amor pugnaba sobre el frío, tiritando debajo de las nubes sobre un lecho de escarcha. Y recuerdo la lluvia mansa, lenta, que araña los cristales como araño tu piel, de la misma manera que el tiempo nos araña una vez descubierto que también es hermoso amarse en la memoria y en la complicidad. Abramos el balcón, aullémosle a la luna estirados de cuerpo para arriba, hermosos como lobos que ahora entienden el rumbo del que vienen, que ahora saben el tiempo en el que habitan. Es una luz distinta la de estos contornos. Sobre tu piel se aplastan las gotas de la lluvia y la tierra se extiende manchada como un tigre. III Nos visita el amor. Tiene la casa una memoria ciega de sol sobre los brazos y la pasión desierta de hierbas por la piel. Debemos abrazarnos seriamente esta mañana gris de todas las nostalgias y pactar con la luz que empieza a incomodamos debajo de las puertas como un mirón secreto al que hay que soportar. Son demasiadas cosas. Se ve que el tiempo vuela indiferente, ajeno entre nosotros que hemos hablado tanto de la vida para llegar a tiempo a sus ojos abiertos, a su pezón rosado ya la bóveda hermosa de los cuerpos que buscábamos juntos, atropelladamente, abriendo cremalleras con la impaciencia propia de los enamorados. El sol que parece la carne dudosa de tus labios se avecina reptando y me recuerda que es posible de nuevo recorrernos mientras se apagan lentas las últimas estrellas. Antes de que nacieras y de que yo naciese alguien debió vivir estas habitaciones, sufrirlas solamente igual que las semanas, poblarlas de deseos realizados a medias. Gentes de soledad. Acaso todo valga si algún día... Nosotros ya nada hemos fundado, ni siquiera un hogar. Es más sabio el amor cuando amanece, cuando ya empieza a oírse la mañana, por el camino largo, desierto de tu piel.
Puedes escuchar la primera parte de este poema, en este podcast de R3 de RNE.
O en esta otra recitación de youtube.
Leer más poemas de este autor en el blog BESOS.
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