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domingo, 12 de enero de 2020

"El sueño. Oda VIII", de GRACILIANO AFONSO NARANJO (ESPAÑA, 1775-1861, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "El beso de Abibina", de fecha 1838  d.n.e.



Bóreas y Oritía, de Evelyn de Morgan, 1896.

Prepara, ¡oh blando sueño!
Tiende el lecho mullido,
y con dobles cortinas
sombrea su recinto:
Pon al Silencio mudo,
el dedo al labio fijo,
y al plácido Reposo,
que celen escondidos.
Los celos y la envidia
con duro rostro lívido,
cuidados veladores,
el ansia de Destinos;
haz piadoso, que rueden
lanzados al abismo,
y que amorosas sombras
de los graciosos Silphos
grata ilusión derramen
dentro del pecho mío.
Ven ya, sueño hechicero,
con su dulzor suavísimo,
y en tus lánguidos brazos
dale a mi pecho alivio.
Trae la imagen bella
de aquella por quien vivo,
y grávala en mi mente
con sus colores mismos;
suelta, gentil, graciosa,
ojos adormecidos,
y en ellos retozando
los tiernos amorcillos;
perlas en carmín puro
con celestial rocío;
clavel y frescas rosas
sus labios encendidos,
que persuasión los bañe
con su licor divino;
convidando a robarla
un celestial besito.

¡Oh sueño regalado!
escucha mis suspiros,
y de la dura ausencia
mitiga el cruel martirio.
mas si, tirano intentas,
que entregue adormecido,
mi Abibina y su Beso
a manos del olvido;
vuélate, sueño, ingrato,
a tu Cimerio asilo,
y para siempre huyendo
de los párpados míos,
vele, saboreando
mi Beso favorito.




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domingo, 8 de diciembre de 2019

"El Beso de Abibina. Oda I", de GRACILIANO AFONSO NARANJO (ESPAÑA, 1775-1861, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "El beso de Abibina", de fecha 1838   d.n.e.



Bóreas y Oritía, de Joseph-Ferdinand Lancrenon, 1822.

¿Te acuerdas Abibina?
Mi amor, tú si te acuerdas;
Cuando en el tiempo grato
De juventud risueña,
En los floridos campos
De aquella hermosa Vega,
(Que el inocente Guanche
Tacaronte dijera,)
El Amor nos guiaba
Por las ocultas sendas,
Y a tu brazo torneado,
El mío blando asiera,
Oprimiéndonos ambos
Con deleitosa fuerza;
Y yo ardía, y tú ardías,
En una misma hoguera;
O amoroso estrechara
Tu mano gentil, bella,
Y tus cándidos lirios,
Mi labio ardiente sella;
Y delirantes ambos,
Con la pasión extrema,
Perturbada la vista,
Las bocas entreabiertas,
Por un secreto impulso,
Un tierno beso estrellan.
¡Te acuerdas, Abibina!
Mi Amor, tú si te acuerdas;
¡Oh Beso! ¡oh primer Beso!
De dulzura suprema;
¡Oh Beso, que me iguala
Con las Deidades mesmas.




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viernes, 1 de diciembre de 2017

"Oda a la ciruela", de PABLO NERUDA (seudónimo de RICARDO ELIÉCER NEFTALÍ REYES BASOALTO) (CHILE, 1904-1973 d.n.e.)



Hacia la cordillera
los caminos
viejos
iban cercados
por ciruelos,
y a través
de la pompa
de follaje,
la verde, la morada
población de las frutas
traslucía
sus ágatas ovales,
sus crecientes
pezones.
En el suelo
las charcas
reflejaban
la intensidad
del duro
firmamento:
el aire
era una
flor
total y abierta.

Yo, pequeño
poeta,
con los primeros
ojos
de la vida,
iba sobre
el caballo
balanceando
bajo la arboladura
de ciruelos.
Así en la infancia
pude
aspirar
en
un ramo,
en una rama,
el aroma del mundo,
su clavel
cristalino.

Desde entonces,
la tierra, el sol, la nieve,
las rachas
de la lluvia, en octubre,
en los caminos,
todo,
la luz, el agua,
el sol desnudo,
dejaron
en mi memoria
olor
y transparencia
de ciruela:
la vida
ovaló en una copa
su claridad, su sombra,
su frescura.
Oh beso
de la boca
en la ciruela,
dientes y
labios
llenos
del ámbar oloroso,
¡de la líquida luz de la ciruela!


Ramaje
de altos árboles
severos y sombríos
cuya
negra
corteza
trepamos
hacia el nido
mordiendo
ciruelas verdes
¡ácidas estrellas!

Tal vez cambié, no soy
aquel niño
a caballo
por los
caminos de la cordillera.
Tal vez
más
de una
cicatriz
o quemadura
de la edad o la vida
¡me cambiaron
la frente,
el pecho,
el alma!

Pero, otra vez,
otra vez
vuelvo
a ser
aquel niño silvestre
cuando
en la mano levanto
una ciruela:
con su luz
me parece
que levanto
la luz del primer día
de la tierra,
el crecimiento
del fruto y del amor
en su delicia.

Si, en esta hora,
sea
cual sea, plena
como pan o paloma
o amarga
como
deslealtad de amigo,
yo para ti levanto una ciruela
y en ella, en su pequeña
copa
de ámbar morado y espesor fragante
bebo y brindo la vida
en honor tuyo,
seas quien seas, vaya donde vayas:

No sé quien eres, pero
dejo en tu corazón
una ciruela.


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