aquel abrazalla y defenderse,
aquel trabajo que hay en el ponerse
el furioso galán sobre la dama;
Aquel estremecerse si derrama
las dulces gotas, sin poder moverse;
aquel estar encima, aquel no verse,
procurando matar la ardiente llama;
aquel jugar de boca tan suave
y aquel: “¡Ay, señora, cómo sabe!.”
Y aquel jugar a veces al trocado,
y aquel refocilarse, aunque se acabe.
¿Qué lengua habrá perfecta que lo alabe
si no fuere del fraile arrufianado?
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