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jueves, 18 de junio de 2015

"Salmo VIII. De la voluptuosidad: en los jardines de Eros", de JOSÉ MARÍA VARGAS VILA (COLOMBIA, 1.860-1.933).

Salmo VIII de los XII que componen los "Salmos de la voluptuosidad: en los jardines de Eros", perteneciente al libro "Archipiélagos sonoros", de fecha de 1.913 d.n.e.



VIII.

Silenciosas horas lentas...
una gran Melancolía, en los cielos y en
los aires y en la playa, difundía su avidez
crepuscular...
por el gran balcón abierto, con los rui-
dos del concierto de la Mar, llena de voces
afines, penetraba aéreo y alado, el céfiro
perfumado de jazmines...
se respiraba el aliento salobre de las on-
das;
fingía rondas en la alfombra, la sombra
del ramaje, que se movía afuera;
el cortinaje era, como una penumbra le-
ve en la cual jugaba, un rayo de luna,
blanco como la nieve;
tu cuerpo, reclinado a lo largo, en una
otomana, parecía el de la Venus de Cano-
va, para el cual, la hermana del César,
sirvió de modelo; Paulina Bonaparte;
todo el Arte, y todo el Ritmo de la Esta-
tuaria, estaba en la Escultura suntuaria,
de tus modelaciones;
en la actitud grave, y la euritmia divi-
na de tu belleza suave...
suave, como esa hora vespertina, eva-
nescente en el seno del Misterio...
llena de la mística armonía de un Sal-
terio...
nuestras almas, a solas, escuchaban el
vago canto del deseo y de las olas;
y, sentían el estremecimiento furtivo,
que venía del cielo pensativo, del aire vi-
vo, del mar lascivo... como un contagio...
porque las nubes, las brisas, y las olas,
cantaban el adagio obsesionante de la Vo-
luptuosidad;
de cuyo aliento estaba llena la Inmensi-
dad;
y, la Noche de Primavera, que cantaba
en la ribera, dulcemente, dulcemente, co-
mo un ruiseñor ardiente;
y, entraba en nuestras almas, sacudien-
do las calmas de nuestros pensamientos,
con voces, que más que cánticos, parecían
lamentos...
lamentos, arrancados a leones acosa-
dos;
arrancados, a las malas pasiones de to-
dos los corazones;
arrancados, a los peores instintos, exas-
perados;
arrancados, a los deseos, palpitantes
como trofeos;
arrancados, a los ímpetus de nuestra
Lujuria, que aullaban con furia, como le-
breles atrahillados;
en nuestras miradas;
en nuestras palabras entrecortadas;
en la inquietud impudorosa de nuestras
manos;
en nuestros alientos malsanos, y, bruta-
les, llenos de las más bajas pasiones ani-
males...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
De rodillas, al pie de la otomana, yo aca-
riciaba tu Belleza Soberana;
tu Belleza Esplendente, que se dejaba
amar férvidamente;
y, te decía:
— He aquí la Noche, Amada Mía, la No-
che que abre su broche, y, se entrega al
Espacio que la viola;
¿no estás contenta de estar sola, sola en
mis brazos?
ceñí con mis abrazos, tu cuello;
besé tu rostro bello ; lleno de un éxta-
sis fatal;
desanudé tu cabellera fluvial, que pa-
recía la crinera de una joven leona;
y, cuando desnudé tus senos de Pomo-
na Virgen, mil vidas vivieron en tus ojos
entrecerrados...
besé tus párpados, semientornados...
y, mis labios avezados, comenzaron la
gama de las caricias, que iban subiendo
y, subiendo, en crescendo, en crescendo,
en el diapasón de los goces refinados, in-
finitos...
lanzabas débiles gritos;
temblabas, como una corza herida, en el
anhelo y, en el presentimiento de esa hora
desconocida, que llegaba, e iba por siem-
pre a lacerar tu Vida...
tenías un gesto de oblación, en esa ar-
diente mansedumbre de paloma, que pa-
recía decirme:
—Toma... mi Belleza ; desgarra mi Pu-
reza ; enséñame eso que se llama el beso;
no el beso pasajero, que se posa en los la-
bios, como un pájaro en un alero, sin im-
poner agravios ; quiero el beso profundo;
aquel que hace perpetuar el Mundo...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Besé tus ojos;
besé tus labios;
besé tus pechos... hechos perfectos al
hacerse erectos, en una plenitud descono-
cida, llena de los temblores de la Vida;
recorrí el ardor de mi beso profanador
por todos los senderos de tu cuerpo de
flor...
te viste desnuda, como la Noche muda,
que nos miraba;
tal vez, amaste tu desnudez...
aun era casta, como la vasta irradia-
ción lunar, que nos venía a alumbrar;
me acerqué más a ti;
mordí tu boca, en el Supremo anhelo...
desmayó tu mirada enamorada...
y, abriste tus ojos como un cielo...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Y, yo...
temblé asustado, entre tus brazos;
me separé de tus abrazos, espantado,
desarmado, vencido-
hecho casto, como un Cristo...
¿qué había sido?
que al inclinarme sobre tus ojos, había
visto en ellos, retratada otra imagen ado-
rada... que mucho se te parecía...
la imagen de tu madre muerta...
que había sido mía...
que yo había amado ; que se me había
entregado en ese mismo sofá donde yacía
tu belleza...
en esa misma hora, encantadora, llena
de melancólica Tristeza...
en el Estío pasado;
en ese mismo Hotel;
ante ese mismo Mar, ahora calmado...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
El recuerdo cruel, de la noche que la
habíamos velado en ese mismo aposento,
surgió en mi pensamiento, extinguiendo
en mí, todo Deseo...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Aún te veo puesta en pie, cubrir tu des-
nudez, con un gesto lleno de altivez...
arreglar tu cabellera, como si fuera la
cimera de una diosa;
y, pálida, orgullosa, no queriendo llo-
rar, abrir la ventana, y acodarte en ella,
ante la Noche soberanamente bella, que
continuaba en cantar...
la Noche, ignota...
la Noche, incierta;
que alumbraba mi derrota...
¡la Victoria de una Muerta!...


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domingo, 7 de junio de 2015

"Salmo X. De la voluptuosidad: en los jardines de Eros", de JOSÉ MARÍA VARGAS VILA (COLOMBIA, 1.860-1.933).

Salmo X de los XII que componen los "Salmos de la voluptuosidad: en los jardines de Eros", perteneciente al libro "Archipiélagos sonoros", de fecha de 1.913 d.n.e.



X.

En el Mar de lo Infinito, boga y llega el
Mensajero; el bajel que trae la Noche;
tenebroso como un muerto, lentamente
va avanzando, con sus velas de Misterio...
¡el bajel que trae la Noche!...
¡tenebroso como un muerto!
¡oh, las tardes del Otoño, precursoras
del Invierno!...; ¡cómo cantan con sus
ritmos de colores, en los mares y, en los
cielos!
¡oh, las tardes del Otoño, las auroras
del Invierno!
¡ya el Crepúsculo se muere en la som-
bra y, el Silencio!...
¡oh, la muerte del Crepúsculo, el Poeta
del Ensueño!...
ya se besan en la sombra, en divino Epi-
talamio, las estrellas soñadoras y, los pá-
lidos geranios, cuyos pétalos, muy tristes,
van cayendo lentamente, como sueños que
se mueren en su nítida blancura;
¡oh, los sueños de las flores!
¡oh, la muerte de los sueños!
a la luz del Plenilunio, albas rosas de
la Tarde, van abriéndose, como almas,
que escucharan en su angustia, el colo-
quio formidable de la Sombra, y el Mis-
terio...
¡oh, las rosas de la Tarde!
¡oh, las rosas del Silencio!
¡oh, la Amada, de mi Vida! ¡oh, la
Amada de mis Sueños!... ¡ilumina este
crepúsculo, con la lumbre de tus besos!...
de tus besos, que son astros...
y, el perfume de tus labios, caiga en mi
alma, como un bálsamo de Ventura y de
Sosiego...
¡oh, los rojos tulipanes de las frondas
de tus besos!...
¡oh, la Amada!
¡oh, Bien Amada!...
ven, reclina tu cabeza, tu cabeza triste
y, blonda como el halo de una estrella;
ven, reclínala en mi pecho;
¡tu cabeza perfumada por los místicos
Ensueños!
¡oh, tu pálida cabeza!...
¡oh, mi Reina, coronada con las rosas
entreabiertas en praderas ignoradas y, el
silencio de las selvas;
de las selvas, que te guardan su perpe-
tua primavera;
de las selvas, donde viven mis Ensue-
ños de Poeta!...
tu cabeza, con un nimbo de jazmines y
violetas;
que me toque la caricia de tus grandes
ojos tiernos ; algas verdes que se mecen
en los mares muy remotos, de la Gloria y
del Ensueño;
que me toquen con sus alas, tus libélu-
las de fuego;
¡oh, los ojos de la Amada, misteriosos y
serenos!
playas tristes, donde mueren las olea-
das del Deseo...
que los lirios de tus manos, cual capu-
llos entreabiertos, como brisas perfuma-
das, como rayos de un lucero, se deslicen
en la selva autumnal de mis cabellos, y
serenen mis pasiones tempestuosas y, soberbias,
y dominen la Implacable Rebel-
día de mi cerebro;
mi cerebro, que es tu Arca;
mi cerebro, que es tu Templo;
mi cerebro, donde imperas, tú mi Dio-
sa, entre la mirra que te queman mis pa-
siones, y, los cirios del Deseo, y, mis him-
nos amorosos, y, el perfume que te brin-
dan las corolas de mis versos...
y, una flor que se abre augusta, con sus
pétalos soberbios; una flor, en holocausto
ante Ti: mi Pensamiento;
¡oh, los lirios de tus manos, domadoras
del Deseo!...
¡oh, los cirios de mi Templo ; y, las ro-
sas de mis Versos !...
por las flores del Crepúsculo;
por las rosas del Silencio;
por las algas de tus ojos;
por las frondas de tus besos;
ven, reclina tu cabeza, en la sombra de
mi pecho...
¡Bien Amada! ¡Bien Amada!... ven, te
esperan ya mis besos, que murmuran co-
mo olas en las playas del Silencio...
¡Bien Amada! ¡Bien Amada! ven, res-
ponde a mi Deseo... ;
ven, unamos nuestros labios, en un beso
que sea eterno...
ven, y unamos nuestros cuerpos, cual
dos llamas de un incendio...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Ven, mi Amada, que es la hora;
ven, mi Amada, que aun es tiempo;
¡tú no sientes cómo pasa la caricia del
momento?...
ven, y amémonos;
aún es hora...
ven, y amémonos, que aún es tiempo...
aún hay flores en el bosque;
aún hay luces en el cielo;
aún hay sangre en nuestras venas y,
palpitan nuestros besos...
son las tardes del Otoño, precursoras
del Invierno;
ven, tus ojos agonizan en las ansias del
Deseo...
aprisione yo tus manos, y tus labios y,
tus senos;
y, te brinden sus perfumes, las corolas
de mis besos;
es la hora del Crepúsculo...
todo se hunde en el Silencio... ;
es la tarde en nuestras almas... y la Noche
avanza presto...
nuestras vidas, ya se pierden en los va-
lles del Misterio;
aun dibuja la ventura, un miraje en
nuestro cielo;
es la hora de las almas...
es, la hora de los besos...
ven, y reposa tu cabeza blonda, sobre
mi ardiente pecho de Poeta;
ven, y reposa tu cabeza blonda, como
una mariposa en una flor;
y, que me bese de tus ojos verdes, la ca-
ricia profunda y, tentadora...
¡oh! ¡la caricia de tus ojos verdes! ¡la
caricia furtiva de la ola!...
deja que estreche los capullos blancos,
de tus pálidas manos de azahar...
y, deja que en el lirio de tu rostro, la
sombra de mi rostro se proyecte ;
y, que caiga mi beso entre tus labios,
como el nido de un pájaro en el mar;
que me bañe la Gloria del Crepúsculo,
que irradia tu opulenta cabellera...
que te cubra con mis labios, con mis
brazos, con mi cuerpo...
ven, y unamos nuestras bocas, en un
beso que sea eterno...
ven, y unamos nuestros cuerpos, cual
dos llamas de un incendio.


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