lunes, 30 de noviembre de 2015

"Posesión", de EFRÉN REBOLLEDO (Méjico, 1877-1929 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Caro victrix", de fecha 1916  d.n.e.



Se nublaron los cielos de tus ojos,
Y como una paloma agonizante,
Abatiste en mi pecho tu semblante
Que tiñó el rosicler de los sonrojos.

Jardín de nardos y de mirtos rojos
Era tu seno mórbido y fragante,
Y al sucumbir, abriste palpitante
Las puertas de marfil de tus hinojos.

Me diste generosa tus ardientes
Labios, tu aguda lengua que cual fino
Dardo vibraba en medio de tus dientes.

Y dócil, mustia, como débil hoja
Que gime cuando pasa el torbellino,
Gemiste de delicia y de congoja.


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sábado, 28 de noviembre de 2015

"Amantes", de JORGE GAITÁN DURÁN (Colombia, 1924-- d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Amantes", de fecha 1958  d.n.e.



Desnudos afrentamos el cuerpo
como dos ángeles equivocados,
como dos soles rojos en un bosque oscuro,
corno dos vampiros al alzarse el día.
Labios que buscan la joya del instante entre dos muslos,
boca que busca la boca, estatuas erguidas
que en la piedra inventan el beso
sólo para que un relámpago de sangres juntas
cruce la invencible muerte que nos llama.
De pie como perezosos árboles en el estío,
sentados como dioses ebrios
para que me abrasen en el polvo tus dos astros,
tendidos como guerreros de dos patrias que el alba separa,
en tu cuerpo soy el incendia del ser.


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jueves, 26 de noviembre de 2015

"Maithuna", de OCTAVIO PAZ LOZANO (Méjico, 1914-1998 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Ladera este", de fecha 1969  d.n.e.



    
Mis ojos te descubren
Desnuda
        Y te cubren
Con una lluvia cálida
De miradas

Una jaula de sonidos
        Abierta
En plena mañana
        Más blanca
Que tus nalgas
        En plena noche
Tu risa
        O más bien tu follaje
Tu camisa de luna
        Al saltar de la cama
Luz cernida
        La espiral cantante
Devana la blancura
        Aspa
X plantada en un abra


Mi día
        En tu noche
Revienta
        Tu grito
Salta en pedazos
        La noche
Esparce
        Tu cuerpo
Resaca
        Tus cuerpos
Se anudan
Otra vez tu cuerpo


Hora vertical
        La sequía
Mueve sus ruedas espejeantes
Jardín de navajas
        Festín de falacias
Por esas reverberaciones
        Entras
Ilesa
        En el río de mis manos


Más rápida que la fiebre
Nadas en lo oscuro
        Tu sombra es más clara
Entre las caricias
        Tu cuerpo es más negro
Saltas
        A la orilla de lo improbable
Toboganes de cómo cuándo porque si
Tu risa incendia tu ropa
        Tu risa
Moja mi frente mis ojos mis razones
Tu cuerpo incendia tu sombra
Te meces en el trapecio del miedo
Los terrones de tu infancia
        Me miran
Desde tus ojos de precipicio
        Abiertos
En el acto de amor
        Sobre el precipicio
Tu cuerpo es más claro
        Tu sombra es más negra
Tú ríes sobre tus cenizas


Lengua borgoña de sol flagelado
 Lengua que lame tu país de dunas insomnes
Cabellera
          Lengua de látigos
                   Lenguajes
Sobre tus espaldas desatados
         Entrelazados
Sobre tus senos
         Escritura que te escribe
Con letras aguijones
         Te niega
Con signos tizones
         Vestidura que te desviste
Escritura que te viste de adivinanzas


Escritura en la que me entierro
         Cabellera
Gran noche súbita sobre tu cuerpo
Jarra de vino caliente
         Derramado
Sobre las tablas de la ley
Nudo de aullidos y nube de silencios
Racimo de culebras
         Racimo de uvas
Pisoteadas
         Por las heladas plantas de la luna
Lluvia de manos de hojas de dedos de viento
Sobre tu cuerpo
         Sobre mi cuerpo sobre tu cuerpo
Cabellera
         Follaje del árbol de huesos
El árbol de raíces aéreas que beben noche en el sol
El árbol carnal            El árbol mortal


Anoche
         En tu cama
Éramos tres:
Tú yo la luna


Abro
Los  labios de tu noche
Húmedas oquedades
        Ecos
Desnacimientos:
        Blancor
Súbito de agua
        Desencadenada


Dormir dormir en ti
O mejor despertar
        Abrir los ojos
En tu centro
        Negro blanco negro
Blanco
        Ser sol insomne
Que tu memoria quema
        (Y
La memoria de mí en tu memoria)


Y nueva nubemente sube
Savia

(Salvia te llamo
Llama)
          El tallo
Estalla
         (Llueve
Nieve ardiente)
 Mi lengua está
Allá
         (En la nieve se quema
Tu rosa)
         Está
Ya
         (Sello tu sexo)
                    El alba
Salva


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lunes, 23 de noviembre de 2015

"Recinto. II", de CARLOS PELLICER CÁMARA (Méjico, 1897-1977 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Recinto y otras imágenes", de fecha 1941  d.n.e.



Que se cierre esa puerta
que no me deja estar a solas con tus besos.
Que se cierre esa puerta
por donde campos, sol y rosas quieren vernos.
Esa puerta por donde
la cal azul de los pilares entra
a mirar como niños maliciosos
la timidez de nuestras dos caricias
que no se dan porque la puerta, abierta...
Por razones serenas
pasamos largo tiempo a puerta abierta.
Y arriesgado es besarse
y oprimirse las manos, ni siquiera
mirarse demasiado, ni siquiera
callar en buena lid...

Pero en la noche
la puerta se echa encima de sí misma
y se cierra tan ciega y claramente,
que nos sentimos ya, tú y yo, en campo abierto
escogiendo caricias como joyas
ocultas en noches con jardines
puestos en las rodillas de los montes,
pero solos, tú y yo.

La mórbida penumbra
enlaza nuestros cuerpos y saquea
mi ternura tesoro,
la fuerza de mis brazos que te agobian
tan dulcemente, el gran beso insaciable
que se bebe a sí mismo
y en su espacio redime
lo pequeño de ilímites distancias...

Dichosa puerta que nos acompañas,
cerrada, en nuestra dicha. Tu obstrucción
es la liberación de estas dos cárceles;
la escapatoria de las dos pisadas
idénticas que saltan a la nube
de la que se regresa en la mañana.


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jueves, 19 de noviembre de 2015

"Mi corazón emprende", de JAIME SABINES GUTIÉRREZ (Méjico, 1925-1999 d.n.e.).

Poema perteneciente al libro "Recuento de poemas", de fecha 1987  d.n.e.



Mi corazón emprende de mi cuerpo a tu cuerpo
último viaje.
Retoño de la luz,
agua de las edades que en ti, perdida, nace.
Ven a mi sed. Ahora.
Después de todo. Antes.
Ven a mi larga sed entretenida
en bocas, escasos manantiales.
Quiero esa arpa honda que en tu vientre
arrulla niños salvajes.
Quiero esa tensa humedad que te palpita,
esa humedad de agua que te arde.
Mujer, músculo suave.
La piel de un beso entre tus senos
de obscurecido oleaje
me navega en la boca
y mide sangre.
Tú también. Y no es tarde.
Aún podemos morirnos uno en otro:
es tuyo y mío ese lugar de nadie.
Mujer, ternura de odio, antigua madre,
quiero entrar, penetrarte,
veneno, llama, ausencia,
mar amargo y amargo, atravesarte.
Cada célula es hembra, tierra abierta, agua abierta, cosa que se abre. Yo nací para entrarte.
Soy la flecha en el lomo de la gacela agonizante.
Por conocerte estoy,
grano de angustia en corazón de ave.
Yo estaré sobre ti, y todas las mujeres
tendrán un hombre encima en todas partes.


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martes, 17 de noviembre de 2015

"Triunfo del amor", de VICENTE ALEIXANDRE (España, 1898-1984 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "La destrucción o el amor", de fecha 1935  d.n.e.



Brilla la luna entre el viento de otoño,
en el cielo luciendo como un dolor largamente sufrido.
Pero no será, no, el poeta quien diga
los móviles ocultos, indescifrable signo
de un cielo líquido de ardiente fuego que anegara las almas,
si las almas supieran su destino en la tierra.

La luna como una mano,
reparte con la injusticia que la belleza usa,
sus dones sobre el mundo.
Miro unos rostros pálidos.
Miro rostros amados.
No seré yo quien bese ese dolor que en cada rostro asoma.
Sólo la luna puede cerrar, besando,
unos párpados dulces fatigados de vida.
Unos labios lucientes, labios de luna pálida,
labios hermanos para los tristes hombres,
son un signo de amor en la vida vacía,
son el cóncavo espacio donde el hombre respira
mientras vuela en la tierra ciegamente girando.

El signo del amor, a veces en los rostros queridos
es sólo la blancura brillante,
la rasgada blancura de unos dientes riendo.
Entonces sí que arriba palidece la luna,
los luceros se extinguen
y hay un eco lejano, resplandor en oriente,
vago clamor de soles por irrumpir pugnando.
¡Qué dicha alegre entonces cuando la risa fulge!
Cuando un cuerpo adorado;
erguido en su desnudo, brilla como la piedra,
como la dura piedra que los besos encienden.

Mirad la boca. Arriba relámpagos diurnos
cruzan un rostro bello, un cielo en que los ojos
no son sombra, pestañas, rumorosos engaños,
sino brisa de un aire que recorre mi cuerpo
como un eco de juncos espigados cantando
contra las aguas vivas, azuladas de besos.

El puro corazón adorado, la verdad de la vida,
la certeza presente de un amor irradiante,
su luz sobre los ríos, su desnudo mojado,
todo vive, pervive, sobrevive y asciende
como un ascua luciente de deseo en los cielos.

Es sólo ya el desnudo. Es la risa en los dientes.
Es la luz o su gema fulgurante: los labios.
Es el agua que besa unos pies adorados,
como un misterio oculto a la noche vencida.

¡Ah maravilla lúcida de estrechar en los brazos
un desnudo fragante, ceñido de los bosques!
¡Ah soledad del mundo bajo los pies girando,
ciegamente buscando su destino de besos!
Yo sé quien ama y vive, quien muere y gira y vuela.
Sé que lunas se extinguen, renacen, viven, lloran.
Sé que dos cuerpos aman, dos almas se confunden.


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lunes, 16 de noviembre de 2015

"Tu boca", de LAURA VICTORIA VALENCIA (seudónimo de GERTRUDIS PEÑUELA) (Colombia, 1.904-2.004 d.n.e.).

Pulpa de fruta que destila un vino
tinto de sombra en el lagar rosado,
dátil maduro, mora del camino,
granado en flor bajo el azul tostado.

Dientes más blancos que la flor de espino
y más menudos que el arroz cuajado.
Nievan en la sonrisa como el lino,
y son puñales de marfil tallado.

Boca, en sazón, perfecta, deleitosa,
que tiene a veces languidez de rosa
y ansia insaciable de recién nacido.

Ya que fuiste la copa de mi canto,
sella hoy mi beso desteñido en llanto
y ayúdame a partir hacia el olvido.

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domingo, 15 de noviembre de 2015

"Las cuatro alas de abeja", de JUANA DE IBARBOUROU, seudónimo de JUANA FERNÁNDEZ MORALES (Uruguay, 1.892 - 1.979 d.n.e.).

Poema perteneciente al libro "Las Lenguas de diamante", de fecha  1.919  d.n.e.



He vuelto de la cita con cuatro alas de abejas
Prendidas en los labios
. Cuatro alas de abejas
Doradas y bermejas.

¡Milagro como el de la barba de Dionisos,
El dios de acento dulce! La barba de Dionisos
Que tenía cuatro alas de abeja en vez de rizos.

Tus labios en mis labios derramaron su miel
Y brotaron las alas. Derramaron su miel
Y tuve las dulzuras de un panal en la piel.


No riáis. Las cuatro alas de abeja no se ven,
Mas las siento en la boca. Las alas no se ven,
Mas a veces, ¡prodigio!, vibran hasta en mi sien.

Y más adentro aún. Las dulces alas vibran
Hasta en mi corazón. Las dulces alas vibran
Y a mi alma de toda angustia y pena libran.

Mas si un día dejaran de aletear y zumbar...
Si se hicieran ceniza... Si cesara el zumbar
De las alas que hiciste en mis labios brotar...

¡Qué tristeza de muerte! ¡Qué alas negras de queja
Brotarían entonces! ¡Qué alas negras de queja
En lugar de las alas transparentes de abeja!


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jueves, 12 de noviembre de 2015

"Apólogo y meridiano del amante", de EFRAÍN HUERTA ROMA (Méjico, 1914-1982 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Los eróticos y otros poemas". de fecha 1974 d.n.e.



Cenital guerrero de la carnalidad
retorno al monumento-flor de una saturada piel.
Estuve ausente todo un verano tembloroso,
en medio de la contienda florida
de los hirvientes amantes.

Atisbo el orquestal tejido de su escultura,
anudo la mirada en el cristal de su vientre.
Creo iluminar la tormenta,
perfumar él bosque;
imagino a mi difamada juventud
en actitud de templo desguarnecido.

Humillado acaso, mas no desintegrado,
adivino en la espesura de sus venas
la última suerte —echada ya—
del desamor innoble,
del fantasma y sus puñales,
de tu terrible existencia que no muere lo suficiente.

Hoy resido en tu muslo derecho,
aquí y allá, para necesitarme, para,
invisible, ascender hasta tus ciudades
y tus pueblos; necesito aterrarme
con mi propia ruina, voltear
de revés mis remordimientos, porque,
ay amada, he perdido la llave
del inocente territorio de las catástrofes.

Palidezco y emerjo de un sueño
con la diafanidad del galope lunar
y el borrado zurear de la paloma.
Cielo y tierra, bastiones neblinosos
y oportunos para grabar de una buena vez
—nunca es tarde para los transidos,
los desnudos, los boquiabiertos,
los insurrectos, los límpidos, los ebrios—
este infinito y giratorio epitafio.

Cabeceas inclemente y esmeraldina
como los bateles en el dormido lomo del río.

Te amo y te adoro en esa armonía
de hosca noche, de sórdido naufragio.

Un día cualquiera pude ser la fe,
la semilla, una calle virginal,
una carretera de capullos.
Aquel día que no sangró
me extravié en un gran patio invernal
donde los nísperos parecieron
los ojos amarillos de Donatello.

Entonces mi breve furia se acogió
al doliente arrebol de tus rodillas
hincadas a la mitad del alma
—y el alma se mostró caballunamente cadavérica.

Silencioso, pero todavía no vencido,
avanzo como la hormiga real
fascinado por la ciencia de tu naturaleza de gata.
Hoy era miércoles, era una repentina penumbra.
Luego vacilé como ante una muralla transparente,
porque los balcones de tu pecho ardían
y mi espada sin filo sólo era un cielo roto.

A mi vez ardí cuatro semanas sin monedas para el alquiler
ni para el vino; me saqué los ojos cinco momentos
para no ver al médico ni a la depresiva enfermera.
¿Cómo es que a tu lado no huele a hospital?
¿Por qué me dejas con el goce a secas?
¿Cuándo con un demonio podré sitiar ese horizonte desalmado?
Aspiro tus manzanas, tus duraznos,
tu dominadora rosa de cobre. No aspiro más ni aspiro a más.
Así la flecha que no partió jamás del seno de su dueña.

En aquellos litorales, el guerrero sin laureles
se protegió en la aridez de tus ámbitos.
Estrella en mano, como una raíz
interrogante y poderosa
se aferró a la caracola, al desconsolado
secreto de lo tuyo más umbrío:
Un cántico de tristeza, gozosamente lamentoso,
secó mis antiquísimos labios;
vertí en el vaso de tu Belleza
los disecados diamantes del olvido
y un belicoso bufón se desplomó dueño del cansancio.

Ahora me pregunto ¿Cuánto por el rescate?
¿Cuántas llamas necesito para turbarme,
cuántos billetes para preservarme de los terribles címbalos
y para no abandonar jamás de los jamases
tu esbelta superficie de mariposas
y el glacial aroma de mi Muerte?

Tramonto colinas, traspaso eléctricas fronteras,
alzo los brazos, clamo y vocifero de manera desdeñosa
cuando lamo leve sangre en tu hombro
—y mis dientes estallan alucinados
porque ya han aprendido la lección de la sábana y sus colmillos.

El guerrero es ahora una hormiga colérica.
El guerrero es voraz, débil y solemne.
Tú tienes dos alas, dos ojos, dos palomas,
dos brazos, dos piernas, una boca
fosforescente,
una meridiana entrepierna.

Recuerdo que compré a plazos ciertas hechicerías;
que mi choza era blanda porque la tapizaban frescos ramos de juncia;
que halagué y santifiqué el bosque cercano,
porque no puedo vivir sin el reino del follaje,
las maderas metálicas y el llagado perfil de la orquídea.

Di salvación a tu cuerpo
con el atavío de las danzas vespertinas;
al empezar el agua nocturna
te dominé de mil maneras.
Tus caderas rechinaron como la última carroza del cortejo.

Tu cuerpo, tu almendrado sexo
despedía los secretos de la resina.
Acrecí mi amor hasta parecer un gigante
aburrido en los herbazales.

Amanecí enanizado hasta la misericordia.

Ácida es la lengua del hombre,
agria la voz del ángel que huele a humo,
eterizada la palabra de tu dorso
y aceitosos los vocablos de tus murmurantes nalgas.
No discutamos nunca,
porque nada hay más insidioso que la mordedura rechazada
el doble universo que no me niegas
el asunto de mis desnudas tenazas
la crisis de mis miedos nocturnos
las cuestiones fálicas de mis profecías
la incineración de un guerrero cuya grandeza es la podredumbre
las almohadas que me convierten en tu lacayo
tu cintura
tus largos dedos...

Después de todo, ya era hora de escupir
y de volver a conversar estúpidamente.
¿Valió la pena secarme como a una cucaracha
de La Batalla de San Romano
para abrumarme con sueños apacibles
y despertarme a gritos de sirena tempranamente preñada?

De ningún modo te muevas. No hay necesidad
de ser cautelosos. Voy a envejecer
en la Casa de los Poetas Embrutecidos
y dar mi nombre al martirologio.

Ahora mírame, siénteme redondear un mundo
de sílabas, un viaje a los estanques del hambre.
Te poseo torvamente, torpemente.
Asesino sin vestigios, revelo mis crímenes
al primer interrogatorio.
Tú eres mi escudo, mi lanza astillada.
Yo soy quien se lamenta en la perla de tu axila,
el que oyes llorar de frío, cínicamente desilusionado.
Soy Paolo Dccello con su espejo al hombro.

La Capilla de los Dioses está a la vuelta,
en las orillas moribundas del infinito.
La reunión debe semejar la sencillez de una visita
al Museo Nacional de Antropología.
¿No lo crees así, sumergida y derribada doncella?
Pago la entrada y firmo al pie de mi acta de defunción,
porque nos ahogaremos en mares de sílex
y a mí en lo personal me volverá a degollar
la inmóvil lucidez de una máscara teotihuacana.

Soy el golpeado, el deshonroso, el enfermo de moho.
Soy el que no duerme y no vive
y no se entremezcla con Nadie en la transitoria arquitectura de tu lecho.

Bramo cuando no hay más remedio
cuando los halcones despluman al gorrión de la suerte
cuando las basílicas se tornan polvo
y lo que perdura sobre tus mejillas
es el relampagueo de un helénico incendio.

¿Qué más da? Pedro y Lucía se conocieron
en el Metro de París,
pero sus trabajos amorosos yacen en el pavimento
de todas las ciudades hostiles.

Yo te conocí en mi edad príncipe,
en tu edad enferma y disolvente.
Te conozco, piedra luminosa y ágil,
paloma a perpetuidad.
Te conozco como a la palma de mi mano
-y mi mano es la vivienda de los pobres,
de los que desordenan al mundo
a golpes de dolor y aletazos.

Me duele ayunar y maldecir.
Me asombra dañarte y tú tan vegetal,
divagando, dejándome ir y venir
con los pasos retorcidos y la boca agónicamente beligerante.

Me gustan, vuelven a gustarme dos cosas:
tu liviana grandeza y tu magnífica pequeñez.

A tu lado, a un minuto de la cosecha,
soy una luna fría de ningún crepúsculo.
Te poseo celestialmente —imagino—
y ambos celebramos una danza sin ofrendas ni sacrificios.
Verificamos ondulaciones, uñas,
sudor, saliva, posturas incómodas,
metamorfosis, escamoteos,
preocupados ríñones, míticos nectáreos seminales,
astuta lucha a muerte fratricida.

El guerrero ha perdido la paz, no la guerra.

Ahora supón que mis orígenes carecen de valles, ríos y collados,
¿podríamos entonces dialogar con un cuerno de caza?
Digo que ni el guerrero desfavorable querría
llamarte dama becqueriana,
mucho menos contender con lo más bruñido
de la amenazante caballería.

Estoy vencido de antemano.
Mi sustancia no galopa, no penetra.
Un millón de gatos mueren alrededor
de nuestros cuerpos en fuga.

Hace años, siglos, dije algo semejante
y mi mujer no me creyó.
Mis hijos eran ajenas provincias.
Yo era el rumor de los bronces derretidos,
pero bien sabía que iba a perder la cabeza,
la camisa, la perspectiva (Paolo),
las fábulas y los conjuros.

Lo supe y me tragué la verdad
de tu terrible Hermosura rodeada de siniestras alabanzas. ¡Cuánto lo siento, Vida mía!


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martes, 10 de noviembre de 2015

"Amor, eres lo único que tengo", de CARMEN GONZÁLEZ HUGUET (El Salvador, 1958-- d.n.e.).

Poema perteneciente al libro "Ausencia".



Amor, eres lo único que tengo,
agua que entre mis dedos se diluye,
que cuanto más persigo, más me huye,
por más que mi penar sin fin prevengo.

Tenaz tormento que al latir sostengo,
casa en la arena que el azar destruye.
Lunar marea, medra y disminuye
la herida de vivir que en ella vengo.

Rota de sed, desnuda y calcinada,
mi boca tu veneno dulce bebe
y bebe tu palabra alucinada

mi oído fiel. Cautiva en tu mirada
se me queda la piel enamorada
del borbotar templado de tu nieve.



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lunes, 9 de noviembre de 2015

"Estaba tendido", de LUIS CERNUDA (España, 1902-1963 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "La realidad y el deseo", de fecha 1924-1962  d.n.e.



Estaba tendido y tenía entre mis brazos un cuerpo como seda. Lo besé en los labios, porque el río pasaba por debajo. Entonces se burló de mi amor.

Sus espaldas parecían dos alas plegadas. Lo besé en las espaldas, porque el agua sonaba debajo de nosotros. Entonces lloró al sentir la quemadura de mis labios.

Era un cuerpo tan maravilloso que se desvaneció entre mis brazos. Besé su huella; mis lágrimas la borraron. Como el agua continuaba fluyendo, dejé caer en ella un puñal, un ala y una sombra.

De mi mismo cuerpo recorté otra sombra, que sólo me sigue a la mañana. Del puñal y el ala, nada sé.


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domingo, 8 de noviembre de 2015

"Pandémica y celeste", de JAIME GIL DE BIEDMA (España, 1929-1990 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Coección particular", de fecha 1969  d.n.e.



Imagínate ahora que tú y yo
muy tarde ya en la noche
hablemos hombre a hombre, finalmente.
Imagínatelo,
en una de esas noches memorables
de rara comunión, con la botella
medio vacía, los ceniceros sucios,
y después de agotado el tema de la vida.
Que te voy a enseñar un corazón,
un corazón infiel,
desnudo de cintura para abajo,
hipócrita lector —mon semblable, —mon frére!

Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo hacia otros cuerpos
a ser posible jóvenes:
yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir —aunque sea nada más que un momento—
igual deslumbramiento que a los veinte años!
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
—con cuatrocientos cuerpos diferentes—
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.

Y por eso me alegro de haberme revolcado
sobre la arena gruesa, los dos medio vestidos,
mientras buscaba ese tendón del hombro.
Me conmueve el recuerdo de tantas ocasiones...
Aquella carretera de montaña
y los bien empleados abrazos furtivos
y el instante indefenso, de pie, tras el frenazo,
pegados a la tapia, cegados por las luces.
O aquel atardecer cerca del río
desnudos y riéndonos, de yedra coronados.
O aquel portal en Roma —en vía del Babuino.
Y recuerdos de caras y ciudades
apenas conocidas, de cuerpos entrevistos,
de escaleras sin luz, de camarotes,
de bares, de pasajes desiertos, de prostíbulos,
y de infinitas casetas de baños,
de fosos de un castillo.
Recuerdos de vosotras, sobre todo,
oh noches en hoteles de una noche,
definitivas noches en pensiones sórdidas,
en cuartos recién fríos,
noches que devolvéis a vuestros huéspedes
un olvidado sabor a sí mismos!
La historia en cuerpo y alma, como una imagen rota
de la languer goütée a ce mal d'étre deux.
Sin despreciar
—alegres como fiesta entre semana—
las experiencias de la promiscuidad.
Aunque sepa que nada me valdrían
trabajos de amor disperso
si no existiese el verdadero amor.
Mi amor,
íntegra imagen de mi vida, sol de las noches mismas que le robo.

Su juventud, la mía,
—música de mi fondo—
sonríe aún en la imprecisa gracia
de cada cuerpo joven,
en cada encuentro anónimo,
iluminándolo. Dándole un alma.
Y no hay muslos hermosos
que no me hagan pensar en sus hermosos muslos
cuando nos conocimos, antes de ir a la cama.
Ni pasión de una noche de dormida
que pueda compararla
con la pasión que da el conocimiento,
los años de experiencia
de nuestro amor.

Porque en amor también
es importante el tiempo,
y dulce, de algún modo,
verificar con mano melancólica
su perceptible paso por un cuerpo
—mientras que basta un gesto familiar
en los labios,
o la ligera palpitación de un miembro,
para hacerme sentir la maravilla
de aquella gracia antigua,
fugaz como un reflejo.

Sobre su piel borrosa,
cuando pasen más años y al final estemos,
quiero aplastar los labios invocando
la imagen de su cuerpo
y de todos los cuerpos que una vez amé
aunque fuese un instante, deshechos por el tiempo.
Para pedir la fuerza de poder vivir
sin belleza, sin fuerza y sin deseo,
mientras seguimos juntos
hasta morir en paz, los dos,
como dicen que mueren los que han amado.


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sábado, 7 de noviembre de 2015

"El hombre enamorado de amor", de JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cuba, 1.910-1.982 d.n.e.)

Una tarde lejana,
el hombre enamorado del amor
fue a recoger, al pie de una ventana,
un beso y una flor.

Abajo estaban Ella,
la flor, el beso y el atardecer,
pero allá arriba, en la ventana aquélla,
se asomaba una sombra de mujer.

Y el alma se le iba
al hombre enamorado del amor,
y sus ojos miraban hacia arriba
al dar el beso y al agarrar la flor.

Nunca supo quién era,
Nunca la volvió a ver,
pero el perfume de su cabellera
llenó de rosas el atardecer.

Y hoy, al pasar con la cabeza cana
el hombre enamorado del amor,
suspira por la sombra en la ventana,
sin recordar el beso ni la flor.


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jueves, 5 de noviembre de 2015

"Leteo", de EFRÉN REBOLLEDO (Méjico, 1877-1929 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Caro victrix ", de fecha 1916  d.n.e.



Saturados de bíblica fragancia
Se abaten tus cabellos en racimo
De negros bucles, y con dulce mimo
En mi boca tu boca fuego escancia.

Se yerguen con indómita fragancia
Tus senos que con lenta mano oprimo,
Y tu cuerpo suave, blanco, opimo,
Se refleja en las lunas de la estancia.

En la molicie de tu rico lecho,
Quebrantando la horrible tiranía
Del dolor y la muerte exulta el pecho,

Y el fastidio letal y la sombría
Desesperanza y el feroz despecho
Se funden en tu himen de ambrosía.


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miércoles, 4 de noviembre de 2015

"Nupcial" de MANUEL MARÍA FLORES (Méjico, 1840-1885 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Pasionarias", de fecha 1874  d.n.e.




En el regazo frío
del remanso escondido en la floresta,
feliz abandonaba
su hermosa desnudez el amor mío
en la hora calurosa de la siesta.
El agua que temblaba
al sentirla en su seno, la ceñía
con voluptuoso abrazo y la besaba,
y a su contacto de placer gemía
con arrullo tan suave y deleitoso
como el del labio virginal opreso
por el pérfido labio del esposo
al contacto nupcial del primer beso.

La onda ligera desparcía jugando
la cascada gentil de su cabello,
que luego en rizos de ébano flotando
bajaba por su cuello;
y cual ruedan las gotas de rocío
en los tersos botones de las rosas,
por el seno desnudo así rodaban
las gotas temblorosas.
Tesoro del amor el más precioso
eran aquellas perlas;
¡cuánto no diera el labio codicioso
trémulo de placer por recogerlas!
¡Cuál destacaba su marfil turgente
en la onda semioscura y transparente
aquel seno bellísimo de diosa!
Así del cisne la nevada pluma
en el turbio cristal de la corriente,
así deslumbradora y esplendente
Venus rasgando la marina espuma!

Después, en el tranquilo
agreste cenador, discreto asilo
del íntimo festín, lánguidamente
sobre mí descansaba cariñosa
la desmayada frente,
en suave palidez ya convertida
la color que antes fuera, deliciosa,
leve matiz de nacarada rosa
que la lluvia mojó. Mudos tus labios
de amor estaban al acento blando;
¿para qué la palabra, si las almas
se estaban en los ojos adorando?
¿Si el férvido latido
que el albo seno palpitar hacía
decíale al corazón.... lo que tan sólo
ebrio de dicha el corazón oía?

Salimos, y la luna vagamente
blanqueaba ya él espacio.
Perdidas en el éter transparente
como pálidas chispas de topacio
las estrellas brillaban ...,las estrellas
que yo querido habría
para formar con ellas
una corona a la adorada mía.
En mi hombro su cabeza, y silenciosos
porque idioma no tiene los dichosos,
nos miraban pasar estremecidas
las encinas del bosque, en donde apenas
lánguidamente suspiraba el viento,
como en las horas del amor serenas
dulce suspira el corazón contento.

Ardiente en mi mejilla de su aliento
sentía el soplo suavísimo, y sus ojos
muy cerca de mis ojos, y tan cerca
mi ávido labio de sus labios rojos,
que rauda y palpitante
mariposa de amor el alma loca,
en las alas de un beso fugitivo
fue a posarse en el cáliz de su boca...
¿Por qué la luna se ocultó un instante
y de los viejos árboles caía
una sombra nupcial agonizante?
El astro con sus ojos de diamante
a través del follaje ¿qué veía?...
Todo callaba en derredor, discreto.

El bosque fue el santuario
de un misterio de amor, y sólo el bosque
guardará en el recinto solitario
de sus plácidas grutas el secreto
de aquella hora nupcial, cuyos instantes
tornar en siglos él recuerdo quiso...
¿Quién se puede olvidar de haber robado
su única hora de amor al Paraíso?


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martes, 3 de noviembre de 2015

"Se juntan desnudos", de JORGE GAITÁN DURÁN (Colombia, 1924-- d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Amantes", de fecha 1958  d.n.e.



Dos cuerpos que se juntan desnudos
solos en la ciudad donde habitan los astros
inventan sin reposo el deseo.
No se ven cuando se aman, bellos
o atroces arden como dos mundos
que una vez cada mil años se cruzan en el cielo.
Sólo en la palabra, luna inútil, miramos
cómo nuestros cuerpos son cuando se abrazan,
se penetran, escupen, sangran, rocas que se destrozan
estrellas enemigas, imperios que se afrentan.
Se acarician efímeros entre mil soles
que se despedazan, se besan hasta el fondo,
saltan como dos delfines blancos en el día,
pasan como un solo incendio por la noche.


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lunes, 2 de noviembre de 2015

"Horas de amor", de RICARDO LEÓN ROMÁN (España, 1877-1943 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Las horas del amor y de la muerte", de fecha 1921  d.n.e.




¿Te acuerdas? Quise, con impulso leve,
sobre tu pecho colocar mi oído
y escuchar el dulcísimo latido
con que tu blando corazón se mueve.

Prendí en mis brazos tu cintura breve
y hundí mi rostro en el caliente
nido de tu seno, que es mármol encendido,
carne de flores y abrasada nieve.

¡Con qué prisa y qué fuerza palpitaba
tu enamorado corazón! Pugnaba
tu talle, en tanto, más, con ansia loca,

bajo la nieve el corazón latía,
y, en su gallarda rebelión, quería
saltar del pecho por besar mi boca...


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