viernes, 23 de diciembre de 2022

"Soneto: De puntillas", de JOSÉ LUPIÁÑEZ BARRIONUEVO (ESPAÑA, 1955 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Pasiones y penumbras", de fecha 2014  d.n.e.



"La chica pálida", de Bruni Di Maio


Viene hacia mí, se acerca, con tacones de aire
y sus brazos desnudos ciñen ya mi cintura…
Ahora mi piel husmea, me muerde, me tortura
dulcemente, sin saña, con fingido desaire.

Sus largas uñas rojas escriben al desgaire
mensajes en mi espalda, que perdió la cordura;
en el cuello sus dientes dejan la marca oscura
que el amor se imagina, con el mejor donaire.

Y me tiene en sus brazos, siento sus labios lentos,
que a mis labios susurran dolientes imprudencias,
pues por su frente claman briosos pensamientos.

Yo la rapto sin pausa y beso sus turgencias


y la tiendo en el tálamo de los dulces momentos,
que el momento requiere perdamos las conciencias.




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miércoles, 21 de diciembre de 2022

"Soneto: La foudre", de PERE GIMFERRER TORRENS (ESPAÑA, 1945--, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Amor en vilo", de fecha 2006  d.n.e.



Tu rayo arrojas, rayo arrojadizo,
el rayo de tu rubio cincelado,
el rayo que en tus ojos eternizo,
porque tus ojos me han eternizado.

Yo viviré porque tú me has mirado,
lava de oro en lluvia de granizo,
yo viviré del mármol huidizo:
soy por lo blanco de tu cuerpo arado.

Arado soy, como ara la alborada
el crepúsculo en ruinas de la nada,
el coto de la noche que regresa

a sus cavernas, como cuando besa
mi labio esta tu frente iluminada,
tu piel que vive con fulgor de fresa.




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viernes, 16 de diciembre de 2022

"Carta abierta. I", de JUAN GELMAN BURICHSON (Argentina, 1930-2014 d.n.e.).

Poema perteneciente al libro "Carta abierta", de fecha 1980  d.n.e.



hablarte o deshablarte/dolor mío/
manera de tenerte/destenerte/
pasión que munda su castigo como
hijo que vuela por quietudes/por

arrobamientos/voces/sequedades/
levantamientos de la ser/paredes
donde tu rostro suave de pavor
estalla de furor/a dioses/alma

que me penás el mientras/la dulcísima
recordación donde se aplaca el siendo/
la todo/la trabajo/alma de mí/
hijito que el otoño desprendió

de sus pañales de conciencia como
dando gritos de vos/hijo o temblor/
como trato con nadie sino estar
solo de vos/cieguísimo/vendido

a tu soledadera donde nunca
me cansaría de desesperarte/
aire hermoso/agüitas de tu mirar/
campos de tu escondida musicanta

como desapenando la verdad
del acabar temprano/rostro o noche
donde brillás astrísimo de vos/
hijo que hijé contra la lloradera/

pedazo que la tierra embraveció/
amigo de mi vez/miedara mucho
el no avisado de tu fuerza/amor
derramadísimo como mi propio

volar de vos a vos/sangre de mí
que desataron perros de la contra
besar con besos de la boca/o
cielo que abrís hijando tu morida




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miércoles, 14 de diciembre de 2022

"Soneto: La lumbre, que murió de convencida", de FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS (ESPAÑA, 1580-1646 d.n.e.)

La lumbre, que murió de convencida
con la luz de tus ojos y, apagada
por sí, en el humo se mostró enlutada:
exequias de su llama ennegrecida.

Bien pudo blasonar su corta vida
que la venció beldad tan alentada
que, con el firmamento en estacada,
rubrica en cada rayo una herida.

Tú, que la diste muerte, ya piadosa
de tu rigor, con ademán travieso
la restituyes vida más hermosa.

Resucitola un soplo tuyo impreso
en humo, que en tu boca es milagrosa
aura que nace con facción de beso.





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martes, 13 de diciembre de 2022

"Soneto: Capitulación", de CÉSAR VALLEJO (PERÚ, 1892-1938 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Heraldos negros", de fecha 1918  d.n.e.



Anoche, unos abriles granas capitularon
ante mis mayos desarmados de juventud;
los marfiles histéricos de su beso me hallaron
muerto; y en un suspiro de amor los enjaulé.

Espiga extraña, dócil. Sus ojos me asediaron
una tarde amaranto que dije un canto a sus
cantos; y anoche, en medio de los brindis, me hablaron
las dos lenguas de sus senos abrasadas de sed.

Pobre trigueña aquella; pobres sus armas; pobres
sus velas cremas que iban al tope en las salobres
espumas de un marmuerto. Vencedora y vencida,

se quedó pensativa y ojerosa y granate.
Yo me partí de aurora. Y desde aquel combate,
de noche entran dos sierpes esclavas a mi vida.

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lunes, 12 de diciembre de 2022

"La cosa", cuento de ALBERTO MORAVIA (ITALIA, 1907-1990, d.n.e.)

Fragmento perteneciente al cuento «La cosa» del libro "La cosa y otros cuentos", de fecha 1983  d.n.e.





(...) A decir verdad, esta pasión hoy tan exclusiva y tan consciente tuvo un comienzo confuso. En realidad, yo había empezado por dirigir mis atenciones a Diana. Como quizá recuerdes, de vez en cuando, si había exámenes por la mañana temprano, también las alumnas medio pupilas tenían por costumbre quedarse a dormir en el colegio. Diana, que habitualmente pasaba la noche en su casa, una de aquellas veces se quedó a dormir en el colegio, y el caso fue que le tocó un lecho junto al mío. No vacilé mucho, por más que fuese, te lo juro, la primera vez; mis sentidos lo exigían y obedecí. De modo que tras una larga, ansiosa espera, me levanté de mi cama, de un salto llegué a la de Diana, alcé las cobijas, me insinué debajo y me estreché inmediatamente a ella con un abrazo lento e irresistible, igual a una serpiente que sin apuro enrosca su espiral a las ramas de un hermoso árbol. Diana ciertamente se despertó, pero un poco por su carácter perezoso y pasivo y un poco, tal vez, por curiosidad, fingió que seguía durmiendo y me dejó hacer. Te digo la verdad: no bien advertí que Diana parecía de acuerdo, experimenté el mismo impulso voraz de una hambrienta frente a la comida; hubiera querido devorarla con los besos y las caricias. Pero inmediatamente después me impuse una especie de orden y empecé a arrastrarme sobre su cuerpo supino e inerte, de arriba abajo; de la boca, que rocé con mis labios (mi deseo, ¿para qué negarlo?, se dirigía a la «otra» boca), al pecho, que descubrí y besé con detenimiento; del pecho al vientre, sobre el cual mi lengua, babosa enamorada, dejó un lento rastro húmedo; del vientre, más abajo, hasta el sexo, fin último y supremo de este paseo mío, el sexo, que puse a mi merced aferrándole las rodillas y abriéndole las piernas. Diana siguió fingiendo que dormía y yo me arrojé con avidez sobre mi alimento de amor y no lo dejé sino cuando los muslos se apretaron convulsos contra mis mejillas como las mordazas de un cepo de fresca, musculosa carne juvenil.

Mi atrevimiento, sin embargo, encontró un límite en la inexperiencia. Hoy, después de suscitar el orgasmo en una amante mía, reharía el camino inverso, del sexo al vientre, del vientre al seno, del seno a la boca y me abandonaría, después de tanto furor, a la dulzura de un tierno abrazo. Pero todavía era inexperta, todavía no sabía amar, y además temía la sorpresa de una hermana recelosa o una alumna insomne. De modo que salí de bajo las cobijas de Diana por la parte de los pies y, siempre en la oscuridad, volví a mi cama. Jadeaba, tenía la boca llena de un dulce humor sexual, era feliz. Pero al día siguiente me esperaba una sorpresa que, en el fondo, habría podido prever después del obstinado, fingido sueño de la primera amante de mi vida: al verme, Diana se comportó como si nada hubiera ocurrido entre nosotras; fría y serena como de costumbre, mantuvo todo el día una actitud no hostil ni turbada, sino completa y perfectamente indiferente. Llega la noche; nos acostamos de nuevo una junto a la otra; a hora avanzada dejo mi cama y trato de meterme en la de Diana. Pero la robusta y deportiva muchachona está despierta. Al insinuarme yo bajo las cobijas, un violento empujón me expulsa, me hace caer al suelo. En aquel momento tuve como una especie de iluminación. También tu cama estaba junto a la de Diana, pero del otro lado. Me dije de golpe que no podías no haber oído, la noche anterior, el alboroto de mi ruidoso amor y, en consecuencia, «me esperabas». Así fue como, con la certeza de quien se dirige a una cita concertada, me deslicé hasta tu cabecera. Como lo había previsto, no me rechazaste. Así empezó nuestro amor.

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sábado, 10 de diciembre de 2022

"Cuánto rato te he mirado", de PEDRO SALINAS SERRANO (ESPAÑA, 1891-1951 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Presagios", de fecha 1923  d.n.e.



"Mujer y espejo", de Francine van Howe


¡Cuánto rato te he mirado
sin mirarte a ti, en la imagen
exacta e inaccesible
que te traiciona el espejo!
«Bésame», dices. Te beso,
y mientras te beso pienso
en lo fríos que serán
tus labios en el espejo.

«Toda el alma para ti»,
murmuras, pero en el pecho
siento un vacío que sólo
me lo llenará ese alma
que no me das.
El alma que se recata
con disfraz de claridades
en tu forma del espejo.




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viernes, 9 de diciembre de 2022

"Hoy en la siesta", de ALMUDENA GUZMÁN (ESPAÑA, 1964--, d.n.e)

Poema perteneciente al libro "Calendario", de fecha 2001  d.n.e.


Hoy en la siesta 
un molinillo de viento 
me ha puesto en el sueño un beso 
en el hueco de mis caderas, 
en el dorso de mis muñecas 
y, en el beso, 
unas gotas del olor a sal de tus brazos. 

(Así eran los regalos que solíais hacerme,
tú y el Mediterráneo, 
cuando llovía y me echabais de menos 
y queríais anclaros para siempre 
en la cruz de Malta de mi pecho).



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miércoles, 7 de diciembre de 2022

"Glosa de las vacas", de CRISTÓBAL DE CASTILLEJO (ESPAÑA, 1490?-1550, d.n.e.)

"Escena pastoral" de Abraham Bloemaert (1564-1651)



Guárdame las vacas,
carillejo y besarte he;
si no, bésame tú a mí,
que yo te las guardaré.

En el troque que te pido,
Gil, no recibes engaño;
no te muestres tan extraño
por ser de mí requerido.
Tan ventajoso partido
no sé yo quién te lo dé,
Si no, bésame tú a mí,
que yo te las guardaré.

Por un poco de cuidado
ganarás de parte mía
lo que a ninguno daría
si no por don señalado.
No vale tanto el ganado
como lo que te daré.
Si no, dámelo tú a mí,
que yo te las guardaré.

No tengo necesidad
de hacerte este favor,
sino sola la que amor
ha puesto en mi voluntad.
Y negarte la verdad
no lo consiente mi fe.
Si no, quiéreme tú a mí,
que yo te las guardaré.

Oh, cuántos me pidirían
lo que yo te pido a ti,
y en alcanzarlo de mí
por dichosos se tendrían.
Toma lo que ellos querrían,
haz lo que te mandaré.
Si no, mándame tú a mí,
que yo te las guardaré.

Mas si tú, Gil, por ventura
quieres ser tan perezoso,
que precies más tu reposo
que gozar de esta dulzura,
yo, por darte a ti holgura,
el cuidado tomaré.
Que tú me beses a mí,
que yo te las guardaré.

Yo seré más diligente
que tú sin darme pasión,
porque con el galardón
el trabajo no se siente;
y haré que se contente
mi pena con el porqué.
Que tú me beses a mí,
que yo te las guardaré.




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martes, 6 de diciembre de 2022

"Pienso, mientras contemplo el tejado", de ANTONIO COLINAS LOBATO (ESPAÑA, 1946-- d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Del libro de ocios de un eremita alpino", de fecha 1972 d.n.e.



Pienso mientras contemplo el tejado 

empapado de sangre y noche abierta: 
«Mi oración es inútil y es incierta 
la palabra en mi labio enamorado». 

Detrás de la cancela veo hollado 
por lobos el sendero, y entreabierta 
la jaula de los pájaros, y yerta 
bate la rama el ventanuco helado. 

Y quisiera escapar, pues son carnales 
aún mis sueños y nada me conmueve 
ser piadoso si vivo como roca. 

La que me aliviaría de mis males 
hoy tampoco vendrá sobre la nieve 
a comulgar mi alma con su boca.


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lunes, 5 de diciembre de 2022

"Canción de amor de una muchacha loca", de SYLVIA PLATH (EE.UU., 1932-1963, d.n.e.)

Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado;
Abro los párpados y todo vuelve a renacer.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente).
Las estrellas salen valseando, vestidas de azul y de rojo, Y la negrura arbitraria entra galopando:
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.

Soñé que me hechizabas para llevarme a la cama,
Que me cantabas con locura, que me besabas con delirio.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente).
Dios cae desde el cielo, las llamas del infierno se consumen:
Salen los serafines y los hombres de Satán:
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.

Imaginé que volverías, tal y como dijiste,
Pero crecí y ahora ya no recuerdo tu nombre.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente).
Debería haber amado a un pájaro del trueno en vez de a ti;
Ellos, al menos, al llegar la primavera, vuelven a rugir.
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente).




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viernes, 2 de diciembre de 2022

"Aventura", de ELÍAS NANDINO (MÉJICO, 1900-1993 d.n.e.)


No sé cómo viniste hasta mis manos
a llenar las tinieblas de mi lecho,
y a juntar tus encantos con mi pecho
realizando las horas que gozamos.
Aventura perfecta que libamos
en un secreto
, bajo el mismo techo,
hasta llegar al goce satisfecho
y sin saber porqué nos encontramos.
¡Vibración de contacto sin historia;
un recuerdo grabado en la memoria
ignorando con quién fue compartido;
porque llegaste al beso de la noche
calmaste mi pasión con tu derroche
y te fuiste dejándome dormido.




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"Buscar la luz", de MANUEL GAHETE JURADO (ESPAÑA, 1957--, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Nacimiento al amor", de fecha 1986  d.n.e.



Buscar la luz
no es más que desearte,
no es más que traspasar tu carne densa,
avivar el deseo de lo no percibido,
las acequias de fuego donde sucumben siempre
las últimas palabras.

Buscar la luz
es verte diluida
en trance del amor,
ajena a estatua o diosa,
es seguirte las huellas herbáceas y maduras
de una tierra agostada que palpita y que besa,
de una tierra agostada preñada en sus raíces
con feraz alimento para bocas que buscan.

Buscar la luz
es darme por entero a la vida.
No existe otra manera de acercarme a tu espejo,
morada inexpugnable de los dioses
que temen
que en mi encuentro contigo sus oros palidezcan.
Es darme por entero
o perder la partida,
darme a beber en sangre o vino
a quien me anuncia.

Buscar la luz
es siempre
avivar el deseo,
horadar en la carne como fúlgida espada,
taladrar piedras, rocas,
agrietar los cristales,
demolerse en espumas,
babelizarse en éter.
Es hundirse en el cosmos febrectante del sueño
donde afirma tu vientre el agua rescatada,
donde afirma la boca la verdad que no existe
más que en la carne muerta o en un acto de vida.

Buscar la luz
es darme por entero a la vida
sin lógica o razones,
en dura fe desearte,
desnudarme del cuerpo para arder en el tuyo,
cegarme,
redimirme,
ser el mundo en tus ojos.

Buscar la luz,
¡la luz...!
en este éxtasis
una oración desciende desde Dios a los hombres.



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jueves, 1 de diciembre de 2022

"Volver a creer", Capítulo XXXII, de KRISTI ANN HUNTER (EE.UU., Siglo XX-XXI, d.n.e.)

Capítulo perteneciente al libro "Volver a creer", de fecha 2019  d.n.e.



CAPÍTULO XXXII.

(...) En ese momento supo que ella estaba a punto de salir corriendo.
Si se iba ahora, enterraría todos esos sentimientos y volvería a construir el muro en su interior, aunque mucho más alto y sólido. Y él nunca encontraría la forma de romperlo.
Lo que acababa de descubrir había acrecentado sus sentimientos hacia ella hasta el punto de no poder ocultarlos. Albergaba la esperanza de convencerla para que mantuviera los suyos también a la vista.
Se movió hacia un lado para bloquearle el camino mientras ella rodeaba el sofá. Se chocaron con tanta fuerza que a él le costó mantener el equilibrio y ella estuvo a punto de caerse. La sujetó con ambos brazos y la atrajo hacía sí hasta que recuperó el equilibrio. Entonces William bajó los brazos, pero no se apartó. La mujer disponía de espacio suficiente para retroceder e ir hacia la puerta por otro lado. Imploró que ella no quisiera escapar de aquello.
Fuera lo que fuese.
Daphne enderezó los hombros y retrocedió medio paso. Todavía estaba lo suficientemente cerca para poder tocarla. Lo suficientemente cerca para sostenerla.
Si se lo permitiera…
—¿Qué quieres de mí? —preguntó ella en un murmullo.
¿Qué quería? Durante muchas semanas lo único que había querido era la verdad, pero ahora que lo había conseguido, anhelaba más. Quería conocerla, no solo conocer su pasado. Quería que fuera una mujer a la que pudiera cortejar, alguien que se alegrara de construir una vida tranquila junto a él.
Pero sobre todo deseaba tener la certeza de que no estaba solo en aquel enamoramiento. No quería ser el único que se quedara mirando al techo por la noche, preguntándose si podía haber actuado de otra forma ese día.
—Quiero que dejes de correr.
—Hay una casa de la que tengo que ocuparme.
—Puedo contratar otra sirvienta.
Daphne frunció el ceño.
—Ya has contratado a medio pueblo.
William se rio al pensar en la cara que pondría Daphne si se enteraba de todo el personal que tenía en el condado de Wilt.
—No tanto. Y estoy seguro de que hay más jóvenes que necesitan trabajo.
—Pero ¿por qué?
—Porque no puedo dejar de pensar en ti. —Levantó la mano despacio, contemplando su rostro mientras ella le miraba la mano. Al ver que no se alejaba, le apartó con suavidad un rizo de la mejilla—. Incluso desde antes, cuando todavía no sabía que no eres la persona que yo creía.
La vio esbozar una media sonrisa antes de bajar la mirada.
—¿No esperabas que tu ama de llaves fuera la hija indigna de un caballero, que se escondió en el campo y cuidó a su hijo secreto y a otra docena de niños ilegítimos en tu casa y sin permiso alguno?
Usó la misma mano con la que le había retirado el mechón para obligarle a alzar la barbilla y que pudiera ver la sinceridad con la que iba a hablarle.
—No eres indigna ni estás arruinada. Ni tienes nada que ver con ninguno de esos horrendos adjetivos que sueles llevar encima como si de un delantal se tratara. Nunca he visto a una mujer con más honor que tú. Has dedicado tu vida a cuidar de los demás, renunciando a todos los lujos que conocías para que esos niños pudieran salir adelante.
Alzó la otra mano para acariciarle la mejilla. La mujer tenía los ojos húmedos, estaba a punto de romper a llorar.
Pero no lloró, ni siquiera sollozó. Y tampoco se apartó.
William soltó un suspiro.
—Daphne, quiero que sepas que estoy aquí, justo aquí, ahora mismo, en esta habitación, contigo, porque es aquí donde quiero estar.
Ella arqueó ambas cejas.
—¿Por qué me dices eso?
—Porque esta vez, cuando vaya a besarte, quiero que no te quepa la más mínima duda de que es real.
William se detuvo para tomar aliento, contemplando su cara, sus ojos, en busca de cualquier señal de pánico. Era consciente, demasiado consciente, del inmenso abismo social que se interponía entre ellos. Para el resto del mundo él era el dueño y señor, el que ostentaba todo el poder en esa estancia. Pero lo que nadie sabía era que en ese instante era él el que estaba a merced de Daphne. Podía pedirle que se marchara y él lo haría de inmediato. Haría las maletas y se mudaría a cualquier otro lugar, porque no podía imaginarse aquella casa sin ella.
Daphne parpadeó. La vio morderse el labio inferior durante un momento y tomar una profunda bocanada de aire que hizo que sus hombros subieran y bajaran lentamente.
Pero no se fue.
Y le mantuvo la mirada. Incluso cuando él empezó a bajar la cabeza.
William cerró los ojos mientras acercaba su boca a la de ella y el tiempo pareció detenerse. Lo primero que notó fue su aliento, e inmediatamente después la suavidad de sus labios.
El tiempo dejó de importar. Se vio abrumado por la necesidad de atraerla hacia él, de hacerla parte de él. Deslizó las manos por su delicado cuello y los hombros, y cuando sintió la suave presión de las manos de ella contra ambos costados y el cambio en la presión del beso al ponerse ella de puntillas, la acercó más y la abrazó. Ese beso superaba sus expectativas, era más de lo que alguna vez se había atrevido a soñar. Nunca creyó que un simple beso pudiera significar tanto.

Ya no era un simple beso. Había dejado de serlo cuando sus cuerpos se habían juntado.
Se separó y luego apoyó el rostro en su cuello y en el borde de su desgastado vestido de muselina. Notó su aliento, mientras él se esforzaba por respirar y apreciar su olor. Sintió las manos de la mujer ascendiendo por sus hombros para, segundos después, aferrarse a ellos, tratando de acercarse más. Podían ir más allá. No iba a dejarla marchar. No ahora, no cuando por fin había conseguido que bajara la guardia y le demostrase que compartía sus sentimientos. No sería la primera vez para ninguno de los dos. Podían ir un poco más allá, compartir un poco más, no cruzarían ninguna línea en la que no hubieran tropezado antes.
Pero no se trataba de eso.
Estrechó a Daphne mientras apoyaba la cabeza en su hombro. Intentaba deshacerse de la idea de que podía tener todo lo que quisiera en ese mismo instante. Y probablemente fuera cierto.
Ella estaba temblando igual que él.
Pero Daphne se merecía más. Los dos se merecían más.
El amor, si es que eso lo era, se merecía más.
Algo más que pasión, algo más que un momento.
Se merecía toda una vida.
Y el miedo a no poder encontrar una forma de conseguir que aquello sucediera no era excusa para tomar todo lo que pudiera ahora, aunque ella se lo ofreciera libremente.
Siguió abrazándola, mientras sus respiraciones se apaciguaban. En cuanto Daphne se diera cuenta de lo que había pasado, de lo que podía haber pasado, iba a atormentarse por la culpa y él no sabía cómo evitarlo.
Así que la abrazó, esperando que ese momento de conexión le hiciera ver que significaba mucho más para él que cualquier placer físico fugaz.
Y entonces notó cómo se tensaba entre sus brazos.
William volvió la cara hacia ella y, entre sus rizos, le susurró al oído: —No. Por favor, no. —Aspiró tembloroso—. Por favor, no te arrepientas de lo que hay entre nosotros. Yo… no volveré a besarte hasta que veamos adónde nos conduce esto, pero por favor, por favor, no te arrepientas de lo que nos hacemos sentir.
Sin dejar de abrazarla, esperó hasta que ella se relajó un poco y asintió. Y cuando la soltó y dio un paso atrás, Daphne le rozó los hombros con una breve caricia.
Su rostro reflejaba tantas emociones que fue incapaz de descifrarlas. Puede que ni siquiera supiera lo que estaba sintiendo en ese momento. Él mismo era incapaz de entender todas las emociones que bullían en su interior. Entre la revelación de lo que había pasado en Haven Manor y el beso, estaba aturullado. Lo único que sabía era que quería a esa mujer en su vida. Y hacía mucho tiempo que no quería que alguien formara parte de su vida.



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