jueves, 1 de diciembre de 2022

"Volver a creer", Capítulo XXXII, de KRISTI ANN HUNTER (EE.UU., Siglo XX-XXI, d.n.e.)

Capítulo perteneciente al libro "Volver a creer", de fecha 2019  d.n.e.



CAPÍTULO XXXII.

(...) En ese momento supo que ella estaba a punto de salir corriendo.
Si se iba ahora, enterraría todos esos sentimientos y volvería a construir el muro en su interior, aunque mucho más alto y sólido. Y él nunca encontraría la forma de romperlo.
Lo que acababa de descubrir había acrecentado sus sentimientos hacia ella hasta el punto de no poder ocultarlos. Albergaba la esperanza de convencerla para que mantuviera los suyos también a la vista.
Se movió hacia un lado para bloquearle el camino mientras ella rodeaba el sofá. Se chocaron con tanta fuerza que a él le costó mantener el equilibrio y ella estuvo a punto de caerse. La sujetó con ambos brazos y la atrajo hacía sí hasta que recuperó el equilibrio. Entonces William bajó los brazos, pero no se apartó. La mujer disponía de espacio suficiente para retroceder e ir hacia la puerta por otro lado. Imploró que ella no quisiera escapar de aquello.
Fuera lo que fuese.
Daphne enderezó los hombros y retrocedió medio paso. Todavía estaba lo suficientemente cerca para poder tocarla. Lo suficientemente cerca para sostenerla.
Si se lo permitiera…
—¿Qué quieres de mí? —preguntó ella en un murmullo.
¿Qué quería? Durante muchas semanas lo único que había querido era la verdad, pero ahora que lo había conseguido, anhelaba más. Quería conocerla, no solo conocer su pasado. Quería que fuera una mujer a la que pudiera cortejar, alguien que se alegrara de construir una vida tranquila junto a él.
Pero sobre todo deseaba tener la certeza de que no estaba solo en aquel enamoramiento. No quería ser el único que se quedara mirando al techo por la noche, preguntándose si podía haber actuado de otra forma ese día.
—Quiero que dejes de correr.
—Hay una casa de la que tengo que ocuparme.
—Puedo contratar otra sirvienta.
Daphne frunció el ceño.
—Ya has contratado a medio pueblo.
William se rio al pensar en la cara que pondría Daphne si se enteraba de todo el personal que tenía en el condado de Wilt.
—No tanto. Y estoy seguro de que hay más jóvenes que necesitan trabajo.
—Pero ¿por qué?
—Porque no puedo dejar de pensar en ti. —Levantó la mano despacio, contemplando su rostro mientras ella le miraba la mano. Al ver que no se alejaba, le apartó con suavidad un rizo de la mejilla—. Incluso desde antes, cuando todavía no sabía que no eres la persona que yo creía.
La vio esbozar una media sonrisa antes de bajar la mirada.
—¿No esperabas que tu ama de llaves fuera la hija indigna de un caballero, que se escondió en el campo y cuidó a su hijo secreto y a otra docena de niños ilegítimos en tu casa y sin permiso alguno?
Usó la misma mano con la que le había retirado el mechón para obligarle a alzar la barbilla y que pudiera ver la sinceridad con la que iba a hablarle.
—No eres indigna ni estás arruinada. Ni tienes nada que ver con ninguno de esos horrendos adjetivos que sueles llevar encima como si de un delantal se tratara. Nunca he visto a una mujer con más honor que tú. Has dedicado tu vida a cuidar de los demás, renunciando a todos los lujos que conocías para que esos niños pudieran salir adelante.
Alzó la otra mano para acariciarle la mejilla. La mujer tenía los ojos húmedos, estaba a punto de romper a llorar.
Pero no lloró, ni siquiera sollozó. Y tampoco se apartó.
William soltó un suspiro.
—Daphne, quiero que sepas que estoy aquí, justo aquí, ahora mismo, en esta habitación, contigo, porque es aquí donde quiero estar.
Ella arqueó ambas cejas.
—¿Por qué me dices eso?
—Porque esta vez, cuando vaya a besarte, quiero que no te quepa la más mínima duda de que es real.
William se detuvo para tomar aliento, contemplando su cara, sus ojos, en busca de cualquier señal de pánico. Era consciente, demasiado consciente, del inmenso abismo social que se interponía entre ellos. Para el resto del mundo él era el dueño y señor, el que ostentaba todo el poder en esa estancia. Pero lo que nadie sabía era que en ese instante era él el que estaba a merced de Daphne. Podía pedirle que se marchara y él lo haría de inmediato. Haría las maletas y se mudaría a cualquier otro lugar, porque no podía imaginarse aquella casa sin ella.
Daphne parpadeó. La vio morderse el labio inferior durante un momento y tomar una profunda bocanada de aire que hizo que sus hombros subieran y bajaran lentamente.
Pero no se fue.
Y le mantuvo la mirada. Incluso cuando él empezó a bajar la cabeza.
William cerró los ojos mientras acercaba su boca a la de ella y el tiempo pareció detenerse. Lo primero que notó fue su aliento, e inmediatamente después la suavidad de sus labios.
El tiempo dejó de importar. Se vio abrumado por la necesidad de atraerla hacia él, de hacerla parte de él. Deslizó las manos por su delicado cuello y los hombros, y cuando sintió la suave presión de las manos de ella contra ambos costados y el cambio en la presión del beso al ponerse ella de puntillas, la acercó más y la abrazó. Ese beso superaba sus expectativas, era más de lo que alguna vez se había atrevido a soñar. Nunca creyó que un simple beso pudiera significar tanto.

Ya no era un simple beso. Había dejado de serlo cuando sus cuerpos se habían juntado.
Se separó y luego apoyó el rostro en su cuello y en el borde de su desgastado vestido de muselina. Notó su aliento, mientras él se esforzaba por respirar y apreciar su olor. Sintió las manos de la mujer ascendiendo por sus hombros para, segundos después, aferrarse a ellos, tratando de acercarse más. Podían ir más allá. No iba a dejarla marchar. No ahora, no cuando por fin había conseguido que bajara la guardia y le demostrase que compartía sus sentimientos. No sería la primera vez para ninguno de los dos. Podían ir un poco más allá, compartir un poco más, no cruzarían ninguna línea en la que no hubieran tropezado antes.
Pero no se trataba de eso.
Estrechó a Daphne mientras apoyaba la cabeza en su hombro. Intentaba deshacerse de la idea de que podía tener todo lo que quisiera en ese mismo instante. Y probablemente fuera cierto.
Ella estaba temblando igual que él.
Pero Daphne se merecía más. Los dos se merecían más.
El amor, si es que eso lo era, se merecía más.
Algo más que pasión, algo más que un momento.
Se merecía toda una vida.
Y el miedo a no poder encontrar una forma de conseguir que aquello sucediera no era excusa para tomar todo lo que pudiera ahora, aunque ella se lo ofreciera libremente.
Siguió abrazándola, mientras sus respiraciones se apaciguaban. En cuanto Daphne se diera cuenta de lo que había pasado, de lo que podía haber pasado, iba a atormentarse por la culpa y él no sabía cómo evitarlo.
Así que la abrazó, esperando que ese momento de conexión le hiciera ver que significaba mucho más para él que cualquier placer físico fugaz.
Y entonces notó cómo se tensaba entre sus brazos.
William volvió la cara hacia ella y, entre sus rizos, le susurró al oído: —No. Por favor, no. —Aspiró tembloroso—. Por favor, no te arrepientas de lo que hay entre nosotros. Yo… no volveré a besarte hasta que veamos adónde nos conduce esto, pero por favor, por favor, no te arrepientas de lo que nos hacemos sentir.
Sin dejar de abrazarla, esperó hasta que ella se relajó un poco y asintió. Y cuando la soltó y dio un paso atrás, Daphne le rozó los hombros con una breve caricia.
Su rostro reflejaba tantas emociones que fue incapaz de descifrarlas. Puede que ni siquiera supiera lo que estaba sintiendo en ese momento. Él mismo era incapaz de entender todas las emociones que bullían en su interior. Entre la revelación de lo que había pasado en Haven Manor y el beso, estaba aturullado. Lo único que sabía era que quería a esa mujer en su vida. Y hacía mucho tiempo que no quería que alguien formara parte de su vida.



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