viernes, 24 de noviembre de 2017

"Bésame y abrázame", Anónimo de la Lírca tradicional castellana.



Bésame y abrázame,
marido mío,
y daros he en la mañana
camisón limpio.

Yo nunca vi hombre
vivo estar tan muerto
ni hacer el dormido
estando despierto:
andad, marido, alerta
y tened brío
y daros he en la mañana
camisón limpio.


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lunes, 20 de noviembre de 2017

"5000 años", canción del cantautor PEDRO GUERRA (ESPAÑA, 1966-- d.n.e.)

Canción perteneciente al álbum "Vidas", de fecha 2008  d.n.e.



5.000 años
y aún estoy por tus huesos
abrazado a tus huesos
respirando tu olor.

5.000 años
y aún me saben tus besos
al sabor de los besos
que se dan con sabor.

Nos protegió la primavera
con una sábana de flores
y en el otoño de hojas secas
melancolía en los colores...

5.000 años
y no pudo ni el tiempo
a través de los tiempos
eludir la pasión.

Y nos encontrarán
y sabrán que alguien te amó.
El devenir será testigo
de cómo al hilo del amor
viví una eternidad contigo.

5.000 años
y aún conservo el recuerdo
del feliz cautiverio
de una luna de miel.

5.000 años
y aún recibes mi cuerpo
como un mundo desierto
donde todo es hacer.

Sobrevivimos al verano
y a su mejilla más ardiente
y en el invierno nos guardamos
bajo la sombra de la nieve

5.000 años
y aún me busco y me pierdo
en el terco misterio
del amor y su red.

Y nos encontrarán
y sabrán que alguien te amó.
El devenir será testigo
de cómo al hilo del amor
viví una eternidad contigo.

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sábado, 18 de noviembre de 2017

"El beso", de LUIS PALÉS MATOS (PUERTO RICO, 1898-1959 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Azaleas", de fecha 1915  d.n.e.



El champagne de la tarde sedativa
embriagó la montaña y el abismo,
de una sedosidad de misticismo,
y de una opalescencia compasiva.

Hundiste el puñal zarco de tu altiva
mirada en mis adentros, y el lirismo
cundió mi alma de romanticismo:
rodó la gema de la estrofa viva.

Entonces gimió el cisne de mi ansia,
por el remanso lleno de arrogancia
de tus ojos nostálgicos y sabios;

y la dorada abeja del deseo,
en su errante y sutil revoloteo
buscó el clavel sangriento de tus labios.


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jueves, 16 de noviembre de 2017

"Noche de amor en tres cantos", de JULIA DE BURGOS (Puerto Rico, 1914-1953 d.n.e.)



Wang Hongzheng



I - OCASO

¡Cómo suena en mi alma la idea
de una noche completa en tus brazos
diluyéndome toda en caricias
mientras tú te me das extasiado!

¡Qué infinito el temblor de miradas
que vendrá en la emoción del abrazo,
y qué tierno el coloquio de besos
que tendré estremecida en tus labios
!

¡Cómo sueño las horas azules
que me esperan tendida a tu lado,
sin más luz que la luz de tus ojos,
sin más lecho que aquel de tu brazo!

¡Cómo siento mi amor floreciendo
en la mística voz de tu canto:
notas tristes y alegres y hondas
que unirán tu emoción a tu rapto!

¡Oh la noche regada de estrellas
que enviará desde todos sus astros
la más pura armonía de reflejos
como ofrenda nupcial a mi tálamo!

II - MEDIA NOCHE

Se ha callado la idea turbadora
y me siento en el sí de tu abrazo,
convertida en un sordo murmullo
que se interna en mi alma cantando.

Es la noche una cinta de estrellas
que una a una a mi lecho han rodado;
y es mi vida algo así como un soplo
ensartado de impulsos paganos.

Mis pequeñas palomas se salen
de su nido de anhelos extraños
y caminan su forma tangible
hacia el cielo ideal de tus manos.

Un temblor indeciso de trópico
nos penetra la alcoba. ¡Entre tanto,
se han besado tu vida y mi vida...
y las almas se van acercando!

¡Cómo siento que estoy en tu carne
cual espiga a la sombra del astro!
¡Cómo siento que llego a tu alma
y que allá tú me estás esperando!

Se han unido, mi amor, se han unido
nuestras risas más blancas que el blanco,
y ¡oh milagro! en la luz de una lágrima
se han besado tu llanto y mi llanto...

¡Cómo muero las últimas millas
que me ataban al tren del pasado!
¡Qué frescura me mueve a quedarme
en el alba que tú me has brindado!

III - ALBA.

¡Oh la noche regada de estrellas
que envió desde todos sus astros
la más pura armonía de reflejos
como ofrenda nupcial a mi tálamo!

¡Cómo suena en mi alma la clara
vibración pasional de mi amado,
que se abrió todo en surcos inmensos
donde anduve mi amor, de su brazo!

La ternura de todos los surcos
se ha quedado enredando en mis pasos,
y los dulces instantes vividos
siguen, tenues, en mi alma soñando...

La emoción que brotó de su vida
-que fue en mí manantial desbordado-,
ha tomado la ruta del alba
y ahora vuela por todos los prados.

Ya la noche se fue; queda el velo
que al recuerdo se enlaza, apretado,
y nos mira en estrellas dormidas
desde el cielo en nosotros rondando...

Ya la noche se fue; y a las nuevas
emociones del alba se ha atado.
Todo sabe a canciones y a frutos,
y hay un niño de amor en mi mano.

Se ha quedado tu vida en mi vida
como el alba se queda en los campos;
y hay mil pájaros vivos en mi alma
de esta noche de amor en tres cantos.


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martes, 14 de noviembre de 2017

"Este es un amor", de EFRAÍN HUERTA ROMA (MÉJICO, 1914-1982 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Estrella en alto", de fecha 1956  d.n.e.



Adrien Henri Tanoux


Éste es un amor que tuvo su origen
y en un principio no era sino un poco de miedo
y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto.

Un amor bien nacido de ese mar de sus ojos,
un amor que tiene a su voz como ángel y bandera,
un amor que huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo,
un amor que no tiene remedio, ni salvación,
ni vida, ni muerte, ni siquiera una pequeña agonía.

Éste es un amor rodeado de jardines y de luces
y de la nieve de una montaña de febrero
y del ansia que uno respira bajo el crepúsculo de San Ángel
y de todo lo que no se sabe, porque nunca se sabe
por qué llega el amor y luego las manos
—esas terribles manos delgadas como el pensamiento—
se entrelazan y un suave sudor de —otra vez— miedo,
brilla como las perlas abandonadas
y sigue brillando aún cuando el beso, los besos,
los miles y millones de besos se parecen al fuego
y se parecen a la derrota y al triunfo
y a todo lo que parece poesía —y es poesía.

Ésta es la historia de un amor con oscuros y tiernos orígenes:
vino como unas alas de paloma y la paloma no tenía ojos
y nosotros nos veíamos a lo largo de los ríos
y a lo ancho de los países
y las distancias eran como inmensos océanos
y tan breves como una sonrisa sin luz
y sin embargo ella me tendía la mano y yo tocaba su piel llena de gracia
y me sumergía en sus ojos en llamas
y me moría a su lado y respiraba como un árbol despedazado
y entonces me olvidaba de mi nombre
y del maldito nombre de las cosas y de las flores
y quería gritar y gritarle al lado que la amaba
y que yo ya no tenía corazón para amarla
sino tan sólo una inquietud del tamaño del cielo
y tan pequeña como la tierra que cabe en la palma de la mano.
Y yo veía que todo estaba en sus ojos —otra vez ese mar—,
ese mal, esa peligrosa bondad,
ese crimen, ese profundo espíritu que todo lo sabe
y que ya ha adivinado que estoy con el amor hasta los hombros,
hasta el alma y hasta los mustios labios.
Ya lo saben sus ojos y ya lo sabe el espléndido metal de sus muslos,
ya lo saben las fotografías y las calles
y ya lo saben las palabras —y las palabras y las calles y las fotografías
ya saben que lo saben y que ella y yo lo sabemos
y que hemos de morirnos toda la vida para no rompernos el alma
y no llorar de amor.


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lunes, 13 de noviembre de 2017

"Bajo las palmas", de MANUEL MARÍA FLORES (MÉJICO, 1840-1885 d.n.e.)


Edward Hopper: "Mujer al sol"


Morena por el sol de mediodía
que en llama de oro fúlgido la baña,
es la agreste beldad del alma mía,
la rosa tropical de la montaña.

Diole la selva su belleza ardiente;
diole la palma su gallardo talle;
en su pasión hay algo del torrente
que se despeña desbordado al valle.

Sus miradas son luz, noche sus ojos;
la pasión en su rostro centellea,
y late el beso entre sus labios rojos
cuando desmaya su pupila hebrea.

Me tiembla el corazón cuando la nombro;
cuando sueño con ella, me embeleso;
y en cada flor con que su senda alfombro
pusiera un alma como pongo un beso.

Allá en las soledad, entre las flores,
nos amamos sin fin a cielo abierto,
y tienen nuestros férvidos amores
la inmensidad soberbia del desierto.

Ella, regia, la beldad altiva,
soñadora de castos embelesos,
se doblega cual tierna sensitiva
al aura ardiente de mis locos besos.

Y tiene el bosque voluptuosa sombra,
profundos y selvosos laberintos,
y grutas perfumadas, con alfombra
de eneldos y tapices de jacintos.

Y palmas de soberbios abanicos
mecidos por los vientos sonoros,
aves salvajes de canoros picos
y lejanos torrentes caudalosos.

Los naranjos en flor que nos guarecen
perfuman el ambiente, y en su alfombra
un tálamo los musgos nos ofrecen
de las gallardas palmas a la sombra.

Por pabellón tenemos la techumbre
del azul de los cielos soberano,
y por antorcha de himeneo la lumbre
del espléndido sol americano.

Y se oyen tronadores los torrentes
y las aves salvajes en conciertos,
en tanto celebramos indolentes
nuestros libres amores del desierto.

Los labios de los dos, con fuego impresos,
se dicen en secreto de las almas;
después... desmayan lánguidos los besos...
y a la sombra quedamos de las palmas.


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domingo, 12 de noviembre de 2017

"El beso de la mujer araña", de MANUEL PUIG DELLEDONNE (ARGENTINA, 1932-1990 d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "El beso de la mujer araña", de fecha 1976  d.n.e.



CAPÍTULO V. (monólogo interior)


(...) explicación de la solterona, permiso para que la sirvienta se quede en la casa si no tiene donde ir aparar, la tristeza de la solterona y la tristeza de la sirvientita, suma de dos tristezas, mejor solas que reflejadas la una en la otra, si bien otras veces mejor juntas para compartir una lata de sopa que trae dos raciones. Invierno crudísimo, nieve por doquier, silencio profundo que trae la nieve, amortiguado por el manto blanco el ruido de un motor que se detiene allí frente a la casa, las ventanas empañadas por dentro y semicubiertas de nieve por fuera, el puño de la sirvienta frota un redondel en el vidrio, el muchacho de espaldas cerrando el coche, alegría de la sirvienta, ¿por qué? pasos rápidos hasta la puerta, ¡voy volando a abrirle la puerta a ese muchacho tan alegre y buen mozo y que se venga acá con la novia mala!.., «¡¡ajjj!!, ¡perdóneme!», vergüenza de la sirvienta porque no pudo contener un gesto de asco, mirada torva del pobre muchacho, su rostro de aviador sin miedo ahora cruzado por una cicatriz horrible. La conversación del muchacho con la solterona, el relato del accidente y de su actual colapso nervioso, la imposibilidad de volver al frente, la propuesta de alquilar la casa él solo, la pena de la solterona al verlo, la amargura del muchacho, las palabras secas a la sirvientita, las órdenes secas, «tráigame lo que le pido y déjeme solo, no haga ruido que estoy muy nervioso», la cara linda y alegre del muchacho en el recuerdo de la sirvientita y me digo yo: ¿qué es lo que la hace linda a una cara? ¿por qué dan tantas ganas de acariciarla a una cara linda? ¿por qué me dan ganas de siempre tenerla cerca a una cara linda, de acariciarla, y de darle besos, una cara linda tiene que tener una nariz chica, pero a veces las narices grandes también tienen gracia, y los ojos grandes, o que sean ojos chicos pero que sonríen, ojitos de bueno... Una cicatriz desde la punta de la frente que corta una ceja, corta el párpado, tajea la nariz y se hunde en el cachete del lado contrario, una tachadura encima de una cara, una mirada torva, mirada de malo, estaba leyendo un libro de filosofía y porque le hice una pregunta me echó una mirada torva, qué feo que alguien te eche una mirada torva, ¿qué es peor, que te echen una mirada torva, o que no te miren nunca, mamá no me echó una mirada torva, me condenaron a ocho años por meterme con un menor de edad pero mamá no me echó una mirada torva, pero por culpa mía mamá se puede morir, el corazón cansado de una mujer que ha sufrido mucho, un corazón cansado, ¿de tanto perdonar, tantos disgustos toda la vida al lado de un marido que no la entendió, y después el disgusto de un hijo hundido en el vicio, y el juez no me perdonó ni un día, y delante de ella dijo que yo era de todo, lo peor, un puto asqueroso, para que no se me acercara ningún chico por eso me condenaba a ni un día menos de lo que decía la ley, y después que dijo todo eso mamá tenía los ojos fijos en el juez, llenos de lágrimas como si alguien se le hubiese muerto, pero cuando se dio vuelta y me miró me hizo una sonrisa, «los años pasan pronto y si Dios me ayuda yo voy a estar viva» y todo va a ser como si nada fuera, y cada minuto que pasa el corazón le late, ¿cada vez más débil? qué miedo que el corazón se le canse y ya no le pueda más latir, pero yo no le dije ni una palabra a este hijo de puta, de mami ni una palabra le conté jamás, porque si se anima a decir una palabra tonta lo mato a este hijo de puta, ¿qué sabe él lo que es sentimientos? ¿qué sabe lo que es morirse de pena? ¿qué sabe él lo que es tener la culpa de que mi mami enferma se ponga cada vez más grave? ¿mi mami está grave? ¿se muere mi mami? ¿no me va a esperar siete años hasta que yo salga? ¿cumple la promesa el director de la penitenciaría? ¿será cierto lo que me promete? ¿indulto ; ¿reducción de pena, un día la visita de los padres del aviador herido, el aviador encerrado en su cuarto de la planta alta, «dígales a mis padres que no quiero verlos», la insistencia de los padres, una pareja de ricos copetudos y finos cual témpano, la retirada de los padres, la llegada de la novia, «dígale a mi novia que no quiero verla», el ruego de la novia desde la escalera, «déjame querido que te vea porque te lo juro que no me importa nada de tu accidente», la hipócrita voz de la novia, la falsedad de todo lo que habla, la retirada brusca de la novia; el paso de los días, los dibujos que hace el muchacho encerrado en su estudio, la vista del bosque nevado desde la ventana, los primeros anuncios de la primavera, los brotes muy tiernos y verdes, algunos dibujos de árboles y nubes hechos al aire libre, la llegada de la sirvienta al bosque con café caliente y algunas cosquillas, una ocurrencia de la sirvienta sobre el dibujo colocado en el atrilcito, la sorpresa del muchacho herido, ¿qué era lo que le decía la chica sobre ese dibujo? ¿por qué se da cuenta el muchacho en ese momento que la sirvientita tiene un alma fina? ¿qué pasa que a veces alguien dice algo y conquista para siempre a otra persona? ¿qué era lo que le decía la sirvientita sobre ese dibujo? ¿cómo consiguió que él se diera cuenta de que ella era algo más que una sirvienta fea? Cómo me gustaría acordarme de esas palabras, ¿qué será que dijo? nada me acuerdo de esa escena, y después otra escena importante, el encuentro de él con el ciego, el relato del ciego de como poco a poco se fue resignando a haber perdido la vista, y una noche la proposición de él a la chica, «los dos estamos solos y no esperamos más nada de, la vida, ni amor, ni alegría, por eso es posible que nos podamos ayudar el uno al otro, yo tengo un poco de dinero que para usted puede ser una protección, y usted puede cuidarme un poco, que mi salud cada vez va peor, y no quiero cerca a nadie que me tenga lástima, y usted no me puede tener lástima porque usted está tan sola y triste como yo, y entonces podemos unirnos pero sin que eso sea más que un contrato, un arreglo entre nada más que amigos». ¿Habrá sido el ciego que le dio la idea? ¿qué es lo que le habrá dicho que no me acuerdo? a veces una palabra puede obrar milagros. La iglesia de madera, el ciego y la solterona están de testigos, algunas velas encendidas en el altar sin flores, los bancos vacíos, los rostros graves, vacíos el asiento para el organista y la plataforma para los coristas, las palabras del cura, la bendición, el retumbar de los pasos en la nave vacía al salir los novios, la tarde que cae, la vuelta a la casa en silencio, las ventanas abiertas para que entre el tibio aire del verano, la cama de él trasladada a su estudio, el dormitorio de la sirvienta trasladado al dormitorio de él, al ex dormitorio de él, la cena de bodas ya preparada por la solterona, la mesa con dos cubiertos en la sala de estar junto al ventanal, el candelabro entre ambos platos, las buenas noches de la solterona, su escepticismo ante un simulacro de amor, el rictus amargo en su boca, la pareja en total silencio, la botella de vino añejo, el brindis sin palabras, la imposibilidad de mirarse en los ojos, el cricrí de los grillos ahí en el jardín, el leve rumor –nunca oído hasta entonces- de la fronda del bosque que hamaca la brisa, el resplandor extraño -nunca visto hasta entonces- de los candelabros, el resplandor más y más extraño, el contorno esfumado de todas las cosas, del rostro tan feo de ella, del rostro desfigurado de él, la música casi imperceptible y muy dulce que no se sabe de dónde proviene, la cara de ella y toda su figura envuelta en bruma y luz blanca, sólo perceptible el brillo de sus ojos, la bruma poco a poco que se va esfumando, una agradable cara de mujer, la misma cara de la sirvientita pero embellecida, sus burdas cejas transformadas en líneas de lápiz, iluminados por dentro sus ojos, alargadas en arco sus pestañas, su cutis una porcelana, su boca desplegada en sonrisa de dientes perfectos, su pelo ondulado en bucles sedosos, ¿y el simple vestido en percal? un elegante soirée de encaje, ¿y él? imposible distinguir sus rasgos, la visión distorsionada por reflejos de los candelabros o también como a través de ojos cargados de lágrimas, la cara de él vista por ojos cargados de lágrimas, las lágrimas se secan, la cara de él vista con toda claridad, una cara de muchacho alegre y buen mozo que más imposible, pero de manos temblorosas, no, ella de manos temblorosas, el acercamiento de una mano de él a una mano de ella, ¿zumbidos del viento en la fronda del bosque o violines y harpas?, la mirada en los ojos el uno del otro, el convencimiento de que ambos oyen violines y arpas que trae la brisa perfumada por las araucarias, la unión de las manos, labios que se acercan, el primer y húmedo beso, el latido de los corazones... al unísono, la noche cuajada de estrellas, no están ya en la mesa,... las mesas vacías en el restaurant, los mozos sentados esperando clientes, las horas lentas y cal mas de la madrugada, el cigarrillo apenas encendido a un lado de su boca, la comisura izquierda o derecha de sus labios, su saliva con gusto a tabaco, a tabaco negro, la mirada triste perdida a lo lejos, por la ventana el paso de autos mojados de la lluvia, un auto tras otro, ¿se acuerda de mí? ¿por qué nunca me vino a ver? ¿no podría cambiar un día el turno con otro compañero? ¿habrá ido a ver al médico por el dolor de oído? lo iba dejando de un día para otro, a la noche a veces dolores terribles, según él entonces juraba que al día siguiente iba a hacerse ver, al otro día el dolor pasaba y se olvidaba de ir al doctor, y a la noche seguro que en el momento de esperar los clientes de la madrugada en el restaurant se acuerda y piensa y dice que mañana me viene a ver, y mira por el vidrio que pasan los autos, y lo más triste de todo es si en el restaurant los vidrios del frente quedaron mojados de lluvia, como si el restaurant se hubiese puesto a llorar, porque él nunca afloja, se aguanta porque es hombre y no suelta !as lágrimas, y cuando yo pienso muy fuerte en alguien veo en mi recuerdo la cara reflejada, sobre un vidrio transparente y mojado por la lluvia, la cara esfumada que veo en mi recuerdo, la cara de mami y la cara de él, seguro que se acuerda, y ojalá viniera, ojalá viniera, primero un domingo, y después todo en la vida es cuestión de costumbre, viene otro día, y otro, y cuando el indulto él me espera en la esquina de la penitenciaría, tomamos un taxi, la unión de las manos, el beso primero es tímido y seco, los labios cerrados son secos, los labios ya entreabiertos son algo más húmedos, ¿la saliva con gusto a tabaco?, y si me muero antes de salir de esta cárcel no voy a saber qué gusto tiene la saliva de él, ¿qué pasó esa noche, al despertar el miedo de que fuera todo un sueño, con miedo infinito una mira da del uno al otro a la luz del día, en aquella casa viven una chica linda y un muchacho buen mozo que más no se puede. Y se esconden de la solterona, que nunca los vea, tienen miedo de que les diga algo y así todo se eche a perder, y salen al bosque a la madrugada, cuando no hay nadie, a ver la salida del sol que ilumina sus caras tan lindas y siempre tan cerca una de la otra, al alcance de darse los besos que quieren, pero que nadie los llegue a ver, porque pueden pasar cosas raras, ¡pasos en el bosque esa madrugada!, imposible ocultarse puesto que los troncos no son tan inmensos, pasos lentos de un hombre que con sus pies va hollando el rocío del pasto, y detrás un perro... ¡es tan sólo el ciego! qué alivio, porque no los ve, pero saluda porque ha oído sus respiraciones, el saludo cordial y sincero, la intuición del ciego de que algo ha cambiado, los tres de regreso a la casa del encantamiento, el apetito de la mañanita, el desayuno a la americana, la chica encargada de preparar todo, quedan un momento el ciego y el muchacho solos, el ciego pregunta qué pasa, el relato, alegría del ciego, de golpe un negro relámpago de miedo en la retina blanca del ciego al oír esta simple frase: ¿sabe una cosa, voy a llamar a mis padres para que vengan a verme a mí y a mi esposa amada», el esfuerzo del ciego para disimular sus grandes temores, el anuncio de la llegada de los padres de él que han aceptado la invitación, el muchacho y la chica esperando a los padres sin animarse a bajar de su dormitorio, la solterona abajo esperando, el auto que llega, la charla de los padres con la solterona, la felicidad de los padres porque les ha escrito que se ha curado, la aparición del muchacho y la chica en lo alto de la escalera, la amarga decepción de los padres, feroz cicatriz le cruza la cara al muchacho, su novia una pobre sirvienta de cara muy fea y modales torpes, la imposibilidad de fingir agrado, tras breves momentos sospecha el muchacho, ¿habrá sido todo un engaño?, ¿será que no hemos cambiado, la mirada a la solterona esperando que lo encuentre buen mozo como antes, el rictus amargo en la boca de la solterona, la corrida de la chica hasta un espejo, la cruel realidad, el muchacho al lado de ella ahí en el espejo, la cicatriz infame, el refugio de la oscuridad, el terror de mirarse el uno al otro, el ruido del motor del auto de los padres, el ruido del motor ya lejos rumbo a la ciudad, la chica refugiada en su antiguo cuarto de cuando sirvienta, la desesperación de él, la destrucción del autorretrato de él abrazado a la chica, manotones dementes hasta reducir el retrato a jirones, la llamada de la solterona al ciego, la visita del ciego un atardecer de otoño, la conversación con el muchacho enfermo y la chica fea, las luces apagadas para evitar verse, tres ciegos reunidos a la hora más triste del día, la solterona escuchando detrás de la puerta, «¿no se dan cuenta de lo que les pasa?, por favor después de que yo les hable vuelvan a mirarse en la cara como antes, sé que no lo han hecho en todos estos días, que se han ocultado el uno del otro, y es tan simple explicar el encantamiento de este hermoso verano que acaban de pasar felices, simplemente... ustedes son hermosos el uno para el otro, porque se quieren y ya no se ven sino el alma, ¿es tan difícil de comprender acaso, yo no les pido que se miren ya, pero cuando yo me vaya... sí, sin el menor miedo, porque el amor que late en las piedras viejas de esta casa ha hecho un milagro más: el de permitir que, como si fueran ciegos, no se vieran el cuerpo sino sólo el alma». La partida del ciego con los últimos reflejos rojizos del atardecer, la subida del muchacho a prepararse para la cena, la mesa puesta por la chica, el miedo de !a chica de enfrentarse al espejo para arreglarse y peinarse, los pasos seguros de la solterona entrando a la pieza de la sirvientita, los ojos perdidos en lontananza de la solterona, sus palabras de aliento, la imposibilidad de peinarse de la chica dado el temblor de sus manos, las palabras de la solterona que la va peinando, «yo escuché lo que les dijo el ciego y le doy toda la razón, esta casa esperaba cobijar a dos seres amantes des de que mi novio no pudo volver de las crueles trincheras de Francia, y ustedes dos son los elegidos; y el amor es así, embellece a quien logra amar sin nada esperar a cambio. Y yo estoy segura de que si mi novio hoy volviera desde el más allá me encontraría bonita y joven como yo era entonces, sí que estoy segura, porque se murió queriéndome», la mesa puesta junto al ventanal, la muchacha de pie mirando a través de los vidrios el bosque sumido en la oscuridad los pasos de él, el temor de darse vuelta y mirarlo, la mano de él que le toma la mano, le quita el anillo y escribe en el vidrio sus nombres, la caricia de él en el pelo sedoso de ella, la caricia de él en un cutis que es de porcelana, la sonrisa de él que más buen mozo no podría ser, la sonrisa de ella de dientes perfectos, el beso húmedo de la felicidad, el fin del relato del ciego, los primeros acordes del dulce concierto, la llegada en puntas de pie de otros dos invitados, que son el muchacho y la chica, se los ve de espaldas, están elegantes, pero de espaldas no se ve si las caras son lindas o feas, y nadie se da cuenta que son los protagonistas de la historia que acaban de oír, y a mamá le gustó con locura, y a mí también, por suerte no se la conté a este hijo de puta, ni una palabra más le voy a contar de cosas que me gusten, que se ría no más que soy blando, vamos a ver si él nunca afloja, no le voy a contar más ninguna película de las que más me gustan, ésas son para mí solo, en mi recuerdo, que no me las toquen con palabras sucias, este hijo de puta y su puta mierda de revolución.


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sábado, 11 de noviembre de 2017

"El callejón del beso", de JUAN DE DIOS PEZA (MÉJICO, 1852-1910 d.n.e.)


Juan de Dios Peza


(Leyenda de la primera calle de los plateros)


Una noche invernal, de las más bellas
Con que engalana enero sus rigores
Y en que asoman la luna y las estrellas
Calmando penas e inspirando amores;
Noche en que están galanes y doncellas
Olvidados de amargos sinsabores,
Al casto fuego de pasión secreta
Parodiando a Romeo y a Julieta.

En una de esas noches sosegadas,
En que ni el viento a susurrar se atreve,
Ni al cruzar por las tristes enramadas
Las mustias hojas de los fresnos mueve
En que se ven las cimas argentadas
Que natura vistió de eterna nieve,
Y en la distancia se dibujan vagos
Copiando el cielo azul los quietos lagos;

Llegó al pie de una angosta celosía,
Embozado y discreto un caballero,
Cuya mirada hipócrita escondía
Con la anchurosa falda del sombrero.
Señal de previsión o de hidalguía
Dejaba ver la punta de su acero
Y en pie quedó junto a vetusta puerta,
Como quien va a una cita y está alerta.

En gran silencio la ciudad dormida,
Tan sólo turba su quietud serena,
Del Santo Oficio como voz temida
Débil campana que distante suena,
O de amor juvenil nota perdida
Alguna apasionada cantilena
O el rumor que entre pálidos reflejos
Suelen alzar las rondas a lo lejos.

De pronto, aquel galán desconocido
Levanta el rostro en actitud violenta
Y cual del alto cielo desprendido
Un ángel a su vista se presenta
—¡Oh Manrique! ¿Eres tú? ¡Tarde has venido!
—¿Tarde dices, Leonor? Las horas cuenta.
Y el tiempo que contesta a tal reproche
Daba el reloj las doce de la noche.

Y dijo la doncella: —«Debo hablarte
Con todo el corazón; yo necesito
La causa de mis celos explicarte.
Mi amor, lo sabes bien, es infinito,
Tal vez ni muerta dejaré de amarte
Pero este amor lo juzgan un delito
Porque no lo unirán sagrados lazos,
Puesto que vives en ajenos brazos.

»Mi padre, ayer, mirándome enfadada
—Me preguntó, con duda, si era cierto
Que me llegaste a hablar enamorado,
Y al ver mi confusión, él tan experto,
Sin preguntarme más, agregó airado:
Prefiero verlo por mi mano muerto
A dejar que con torpe alevosía
Mancille el limpio honor de la hija mía.

»Y alguien que estaba allí dijo imprudente:
¡Ah! yo a Manrique conocí en Sevilla,
Es guapo, decidor, inteligente,
Donde quiera que está resalta y brilla,
Mas conozco también a una inocente
Mujer de alta familia de Castilla,
En cuyo hogar, cual áspid, se introdujo
Y la mintió pasión y la sedujo.

Entonces yo celosa y consternada
Le pregunté con rabia y amargura,
Sintiendo en mi cerebro desbordada
La fiebre del dolor y la locura:
—¿Esa inocente víctima inmolada
Hoy llora en el olvido su ternura?
Y el delator me respondió con saña:
—¡No! La trajo Manrique a Nueva España.

»Si es la mujer por condición curiosa
Y en inquirir concentra sus anhelos,
es más cuando ofendida y rencorosa
siente en su pecho el dardo de los celos
Y yo, sin contenerme, loca, ansiosa,
Sin demandar alivios ni consuelos,
Le pregunté por víctima tan bella
Y en calma respondió: —Vive con ella.

»Después de tal respuesta que ha dejado
Dudando entre lo efímero y lo cierto
A un corazón que siempre te ha adorado
Y sólo para ti late despierto,
Tal como deja un filtro envenenado
Al que lo apura, sin color y yerto:
No te sorprenda que a tu cita acuda
Para que tú me aclares esta duda».

Pasó un gran rato de silencio y luego
Manrique dijo con la voz serena
—«Desde que yo te vi te adoro ciego
Por ti tengo de amor el alma llena;
No sé si esta pasión ni si este fuego
Me ennoblece, me salva o me condena,
Pero escucha, Leonor idolatrada,
A nadie temo ni me importa nada.

»Muy joven era yo y en cierto día
Libre de desengaños y dolores,
Llegué de capitán a Andalucía,
La tierra de la gracia y los amores.
Ni la maldad ni el mundo conocía,
Vagaba como tantos soñadores
Que en pos de algún amor dulce y profundo
Ven como eterno carnaval el mundo.

»Encontré a una mujer joven y pura,
Y no sé qué la dije de improviso,
La aseguré quererla con ternura
Y no puedo negártelo: me quiso.
Bien pronto, tomó creces la aventura;
Soñé tener con ella un paraíso
Porque ya en mis abuelos era fama:
Antes Dios, luego el Rey, después mi dama.

»Y la llevé conmigo; fue su anhelo
Seguirme y fue mi voluntad entera;
Surgió un rival y le maté en un duelo,
Y después de tal lance, aunque quisiera
Pintar no puedo el ansia y el desvelo
Que de aquella Sevilla, dentro y fuera,
Me dio el amor como tenaz castigo
Del rapto que me pesa y que maldigo.

»A noticias llegó del Soberano
Esta amorosa y juvenil hazaña
Y por salvarme me tendió su mano,
Y para hacerme diestro en la campaña
Me mandó con un jefe veterano
A esta bella región de Nueva España...
¿Abandonaba a la mujer aquella?
Soy hidalgo, Leonor, ¡vine con ella!

»Te conocí y te amé, nada te importe
La causa del amor que me devora;
La brújula, mi bien, siempre va al norte;
La alondra siempre cantará a la aurora.
¿No me amas ya? pues deja que soporte
A solas mi dolor hora tras hora;
No demando tu amor como un tesoro,
¡Bástame con saber que yo te adoro!

»No adoro a esa mujer; jamás acudo
A mentirle pasión, pero tú piensa
Que soy su amparo, su constante escudo,
De tanto sacrificio en recompensa.
Tú, azucena gentil, yo cardo rudo,
Si ofrecerte mi mano es una ofensa
Nada exijo de ti, nada reclamo,
Me puedes despreciar, pero te amo».

Después de tal relato, que en franqueza
Ninguno le excedió, calló el amante,
Inclinó tristemente la cabeza;
Cerró los ojos mudo y anhelante
Ira, celos, dolor, miedo y tristeza
Hiriendo a la doncella en tal instante
Parecían decirle con voz ruda:
La verdad es más negra que la duda.

Quiere alejarse y su medrosa planta
De aquel sitio querido no se mueve,
Quiere encontrar disculpa, mas le espanta
De su adorado la conducta aleve;
Quiere hablar y se anuda su garganta,
Y helada en interior como la nieve
Mira con rabia a quien rendida adora
Y calla, gime, se estremece y llora.

¡Es el humano corazón un cielo!
Cuando el sol de la dicha lo ilumina
Parece azul y vaporoso velo
Que en todo cuanto flota nos fascina:
Si lo ennegrece con su sombra el duelo,
Noche eterna el que sufre lo imagina,
Y si en nubes lo envuelve el desencanto
Ruge la tempestad y llueve el llanto.

¡Ah! cuán triste es mirar marchita y rota
La flor de la esperanza y la ventura,
Cuando sobre sus restos solo flota
El negro manto de la noche obscura;
Cuando vierte en el alma gota a gota
Su ponzoñosa esencia la amargura
Y que ya para siempre en nuestra vida
La primera ilusión está perdida.

Leonor oyendo la vulgar historia
Del hombre que encontrara en su camino,
Miró eclipsarse la brillante gloria
De su primer amor, casto y divino;
Su más dulce esperanza fue ilusoria,
Culpaba, no a Manrique, a su destino
Y al fin le dijo a su galán callado:
—«Bien; después de lo dicho, ¿qué has pensado?

»Tanta pasión por ti mi pecho encierra
Que el dolor que me causas lo bendigo;
Voy a vivir sin alma y no me aterra,
Pues mi culpa merece tal castigo.
Como a nadie amaré sobre la tierra
Llorando y de rodillas te lo digo,
Haz en mi nombre a esa mujer dichosa,
Porque yo quiero ser de Dios esposa.

Calló la dama y el galán, temblando,
Dijo con tenue y apagado acento:
—«Haré lo que me pidas; te estoy dando
Pruebas de mi lealtad, y ya presiento
Que lo mismo que yo te siga amando
Me amarás tú también en el Convento;
Y si es verdad, Leonor, que me has querido
Dame una última prueba que te pido.

»No tu limpia pureza escandalices
con este testimonio de ternura
No hay errores, ni culpas, ni deslice
Entre un hombre de honor y un alma pura;
Si vamos a ser ambos infelices
Y si eterna ha de ser nuestra amargura,
Que mi postrer adiós que tu alma invoca
Lo selles con un beso de mi boca».

Con rabia, ciega, airada y ofendida,
—«No me hables más,— repuso la doncella
Sólo pretendes verme envilecida
Y mancillarme tanto como a aquélla.
Te adoro con el alma y con la vida
Y maldigo este amor, pese a mi estrella,
Si hidalgo no eres ya ni caballero
Ni debo amarte, ni escucharte quiero».

Manrique, entonces la cabeza inclina,
Siente que se estremece aquel recinto,
Y sacando una daga florentina,
Que llevaba escondida bajo el cinto
Como un tributo a la beldad divina
Que amó con un amor jamás extinto,
Altivo, fiero y de dolor deshecho
Diciendo: —«Adiós, Leonor», la hundió en su pecho.

La dama, al contemplar el cuerpo inerte
En el dintel de su mansión caído,
Maldiciendo lo negro de la suerte,
Pretende dar el beso apetecido.
Llora, solloza, grita ante la muerte
Del hombre por su pecho tan querido,
Y antes de que bajara hasta la puerta
La gente amedrentada se despierta.

Leonor, a todos sollozando invoca
Y les pide la lleven al convento
Junto a Manrique, en cuya helada boca
Un beso puede renovar su aliento
.
Todos claman oyéndola: «¡Está loca!»
Y ella, fija en un solo pensamiento
Convulsa, inquieta, lívida y turbada
Cae, al ver a su padre, desmayada.

Y no cuentan las crónicas añejas
De aquesta triste y amorosa hazaña,
Si halló asilo Leonor tras de las rejas
De algún convento de la Nueva España.
Tan fútil como todas las consejas,
Si ésta que narro a mi le lector extraña,
Sepa que a la mansión de tal suceso,
Llama la gente: «El Callejón del Beso».


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viernes, 10 de noviembre de 2017

"Frente a frente", de MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA (MÉJICO, 1850-1895 d.n.e.)


Oigo el crujir de tu traje,
turba tu paso el silencio,
pasas mis hombros rozando
y yo a tu lado me siento.
Eres la misma: tu talle,
como las palmas, esbelto,
negros y ardientes los ojos,
blondo y rizado el cabello;
blando acaricia mi rostro
como un suspiro tu aliento;
me hablas como antes me hablabas,
yo te respondo muy quedo,
y algunas veces tus manos
entre mis manos estrecho.
Nada ha cambiado: tus ojos
siempre me miran serenos,
como a un hermano me buscas,
como a una hermana te encuentro.
Nada ha cambiado: la luna
deslizando su reflejo
a través de las cortinas
de los balcones abiertos;
allí el piano en que tocas,
allí el velador chinesco
y allí tu sombra, mi vida,
en el cristal del espejo.
Todo lo mismo: me miro,
pero al mirarte no tiemblo,
cuando me miras no sueño.
Todo lo mismo, pero algo
dentro de mi alma se ha muerto.
¿Por qué no sufro como antes?
¿Por qué, mi bien, no te quiero?

Estoy muy triste: si vieras,
desde que ya no te quiero
siempre que escucho campanas
digo que tocan a muerto.
Tú no me amabas, pero algo
daba esperanza a mi pecho,
y cuando yo me dormía
tú me besabas durmiendo.
Ya no te miro como antes,
ya por las noches no sueño,
ni te esconden vaporosas
las cortinas de mi lecho.
Antes de noche venías
destrenzando tu cabello,
blanca tu bata flotante,
tiernos tus ojos de cielo;
lámpara opaca en la mano,
negro collar en el cuello,
dulce sonrisa en los labios
y un azahar en el pecho.
Hoy no me agito si te hablo
ni te contemplo si duermo,
ya no se esconde tu imagen
en las cortinas del techo.

Ayer vi a a un niño en la cuna;
estaba el niño durmiendo,
sus manecitas muy blancas,
muy rizado su cabello.
No sé por qué, pero al verle
vino otra vez tu recuerdo,
y al pensar que no me amaste,
sollozando le di un beso.
Luego, por no despertarle,
me alejé quedo, muy quedo.
¡Qué triste que estaba el alma!
¡Qué triste que estaba el cielo!
Volví a mi casa llorando,
me arrojé luego en el lecho.
Todo estaba solitario,
todo muy negro, muy negro.
Como una tumba mi alcoba,
la tarde tenue muriendo,
mi corazón con el frío
de los hogares desiertos.
Busqué la flor que me diste
una mañana en tu huerto
y con mis manos convulsas
la apreté contra mi pecho;
miré luego en torno mío
y la sombra me dio miedo...
Perdóname, si..., perdóname,
¡no te quiero, no te quiero!


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miércoles, 8 de noviembre de 2017

"Entre los tibios muslos te palpita", de TOMÁS SEGOVIA (España, 1.927-2011 d.n.e.)

Aaron Coberly

Entre los tibios muslos te palpita
un negro corazón febril y hendido
de remoto y sonámbulo latido
que entre oscuras raíces se suscita;

un corazón velludo que me invita,
más que el otro cordial y estremecido,
a entrar como en mi casa o en mi nido
hasta tocar el grito que te habita.

Cuando yaces desnuda toda, cuando
te abres de piernas ávida y temblando
y hasta tu fondo frente a mí te hiendes,

un corazón puedes abrir, y si entro
con la lengua en la entrada que me tiendes,
puedo besar tu corazón por dentro.


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martes, 7 de noviembre de 2017

"Soneto de la dulce queja", de FEDERICO GARCÍA LORCA (ESPAÑA, 1898 - 1936 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Sonetos (1929-1935)".




Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento
.

Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.

Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,

no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.


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lunes, 6 de noviembre de 2017

"El beso de Martín a Nati", de CAMILO JOSÉ CELA (ESPAÑA, 1916.2002 d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "La Colmena", de fecha 1951  d.n.e.



Capítulo III.


(...) Martín y su compañera de facultad llevan ya una hora larga hablando.

—¿Y tú no has pensado nunca en casarte?

—Pues no, chico, por ahora no. Ya me casaré cuando se me presente una buena proporción; como comprenderás, casarse para no salir de pobre, no merece la pena. Ya me casaré, yo creo que hay tiempo para todo.

—¡Feliz tú! Yo creo que no hay tiempo para nada; yo creo que si el tiempo sobra es porque, como es tan poco, no sabemos lo que hacer con él.

Nati frunció graciosamente la nariz.

—¡Ay, Marco, hijo! ¡No empieces a colocarme frases profundas!

Martín se rio.

—No me tomes el pelo, Nati.

La muchacha lo miró con un gesto casi picaresco, abrió el bolso y sacó una pitillera de esmalte.

—¿Un pitillo?

—Gracias, estoy sin tabaco. ¡Qué pitillera tan bonita!

—Sí, no es fea, un regalo.

Martín se busca por los bolsillos.

—Yo tenía una caja de cerillas…

—Toma fuego, también me regalaron el mechero.

—¡Caray!

Nati fuma con un aire muy europeo, jugando las manos con soltura y con elegancia. Martín se le quedó mirando.

—Oye, Nati, yo creo que hacemos una pareja muy extraña, tú de punta en blanco y sin que te falte un detalle, y yo hecho un piernas, lleno de lámparas y con los codos fuera…

La chica se encogió de hombros.

—¡Bah, no hagas caso! ¡Mejor, bobo! Así la gente no sabrá a qué carta quedarse.

Martín se fue poniendo triste poco a poco de una manera casi imperceptible, mientras Nati lo mira con una ternura infinita, con una ternura que por nada del mundo hubiera querido que se la notasen.

—¿Qué te pasa?

—Nada. ¿Te acuerdas cuando los compañeros te llamábamos Natacha?

—Sí.

—¿Te acuerdas cuando Gascón te echó de clase de administrativo?

Nati también se puso algo triste.

—Sí.

—¿Te acuerdas de aquella tarde que te besé en el parque del Oeste?

—Sabía que me lo ibas a preguntar. Sí, también me acuerdo. He pensado en aquella tarde muchas veces, tú fuiste el primer hombre a quien besé en la boca… ¡Cuánto tiempo ha pasado! Oye, Marco.

—Qué.

—Te juro que no soy una golfa.

Martín sintió unos ligeros deseos de llorar.

—¡Pero, mujer, a qué viene eso!

—Yo sí lo sé, Marco, yo siempre te debo a ti un poquito de fidelidad, por lo menos para contarte las cosas.

Martín, con el pitillo en la boca y las manos enlazadas sobre las piernas, mira cómo una mosca da vueltas por el borde de un vaso. Nati siguió hablando.

—Yo he pensado mucho en aquella tarde. Entonces me figuraba que jamás necesitaría un hombre al lado y que la vida podía llenarse con la política y con la filosofía del derecho. ¡Qué estupidez! Pero aquella tarde yo no aprendí nada; te besé, pero no aprendí nada. Al contrario, creí que las cosas eran así, como fueron entre tú y yo, y después vi que no, que no eran así…

A Nati le tiembla un poco la voz.

—… que eran de otra manera mucho peor…

Martín hizo un esfuerzo.

—Perdona, Nati. Es ya tarde, me tengo que marchar, pero el caso es que no tengo un duro para invitarte. ¿Me dejas un duro para invitarte?

Nati revolvió en su bolso y, por debajo de la mesa, buscó la mano de Martín.

—Toma, van diez, con las vueltas hazme un regalo.



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domingo, 5 de noviembre de 2017

"Soneto XVI: amo el trozo de tierra que tú eres", de PABLO NERUDA (seudónimo de RICARDO ELIÉCER NEFTALÍ REYES BASOALTO) (CHILE, 1904-1973 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Cien sonetos de amor", de fecha 1959  d.n.e.




Amo el trozo de tierra que tú eres,
porque de las praderas planetarias
otra estrella no tengo. Tú repites
la multiplicación del universo.

Tus anchos ojos son la luz que tengo
de las constelaciones derrotadas,
tu piel palpita como los caminos
que recorre en la lluvia el meteoro.

De tanta luna fueron para mí tus caderas,
de todo el sol tu boca profunda y su delicia,
de tanta luz ardiente como miel en la sombra

tu corazón quemado por largos rayos rojos,
y así recorro el fuego de tu forma besándote,
pequeña y planetaria, paloma y geografía.


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sábado, 4 de noviembre de 2017

"Amor, bésame en la boca", de LEÓN DE GREIFF HAEUSLER (COLOMBIA, 1895-1976 d.n.e.)



Amor, bésame en la boca!,
préstame tus finas manos...
Amor: si mi labio toca
tu labio...


Amor: tus ojos arcanos
ponlos en mis tristes ojos...
Amor, y dame tus manos
pálidas...

Amor: suple a mis despojos
vida, con una mirada
no más, de tus grandes ojos
verdes...

Amor, amor, adorada:
bésame, dame tus manos,
y quémame en tu mirada
febril!


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viernes, 3 de noviembre de 2017

"La canción de El quinteto de Mogador", de ALBERTO RUY SÁNCHEZ LACY (MÉJICO, 1951-- d.n.e.)


Muerde mis labios
y quédate en ellos
           como
los nombres del aire
en los labios del agua.

Tócame con la lengua
y arde cantando
          como
la danza del fuego
en la piel de la tierra.

Enciendo con mis besos
tu flor labial del deseo
          como 
La mano del fuego 
en tus jardines secretos.

Aire y agua, tierra y fuego:
puntos cardinales
del mapa amoroso del deseo.
Donde todo lo orienta y desorienta
su quinta esencia imantada,
a la vez maravilla,
duda y descubrimiento: 
el asombro. 


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jueves, 2 de noviembre de 2017

"Te besé", de LEONEL GARCÍA NÚÑEZ DE CÁCERES (MÉJICO, 1975-- d.n.e.)

Canción perteneciente al álbum "Todas mías", de fecha 2013  d.n.e., e interpretada junto a MARÍA JOSÉ.




Solo una vez he vencido la distancia entre tus labios y yo.
Solo una vez he sentido el incendio de tu piel.
Solo una vez he tenido tu calor entre mis manos.
Y te besé, te besé, te besé.

Solo una vez he podido enredarme entre tus brazos.
Solo una vez y te llevo en el medio de un millón de sueños.
Solo una vez he tocado el paraíso con mis dedos.
Y te besé, te besé, te besé.

Solo una vez y ya no puedo respirar,
porque no hay nadie en tu lugar.
Solo una vez, y el miedo me quiere matar,
no se si volverá a pasar.
Y te besé, te besé, te besé,
con toda el alma y la piel, te besé.
Solo una vez y cambiaste lo que significa el tiempo.
Ahora, un segundo es igual a la medida de extrañarte tanto.
Solo una vez y no hallar más que ese mágico momento
en que te besé, te besé, te besé.

Solo una vez y ya no puedo respirar,
porque no hay nadie en tu lugar.
Solo una vez y el miedo me quiere matar,
no sé si volverá a pasar.
Y te besé, te besé, te besé,
con toda el alma y la piel, te besé.
Y te besé, te besé, te besé,

con toda el alma y la piel, yo te besé; con toda el alma y la piel, yo te besé; con toda el alma y la piel, yo te besé...


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Puedes escuchar la canción: PINCHANDO AQUÍ.
 
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miércoles, 1 de noviembre de 2017

"El primer beso", de ELISABETH CRAFT-SHEA OLSEN (ESTADOS UNIDOS)

Fragmento perteneciente al libro "Flower. Un amor intenso", de fecha 2016  d.n.e.



—Me gustaría poder hacer eso; arte —dice, echándose hacia atrás para apoyarse en los codos y subiendo la cabeza hacia el cielo.

—Haces música —digo. Eso es bastante más impresionante que dibujar unos cuantos garabatos.

Sus dedos sólo están a unos centímetros de los míos y no puedo evitar seguir la línea de su brazo con mis ojos, los músculos tensos hasta el hombro, hasta la curva de su cuello y la parte suave detrás de la oreja.

—No sé si a eso se le puede llamar música. Son básicamente efectos hechos en el estudio de grabación. —Se ríe con amargura. Mira hacia el cielo, inundado de puntitos de luz. Las estrellas son mucho más brillantes aquí arriba, sin verse atenuadas por el resplandor del neón y las farolas—. Yo solía preocuparme por la música que hacía, solía ser mía…, pero ya no. Se le ha arrancado todo lo auténtico.

—¿Por eso has dejado de tocar? — pregunto.

Se endereza.

—Hay otras cosas desagradables en el negocio. —Mira hacia abajo tensando la mandíbula, después la relajada—. Permití que se me fuera de las manos y ya no puedo recuperarlo.

—¿Recuperar qué?

No responde, pega un salto en el césped extendiendo una mano hacia mí.

—Ven aquí —dice.

Dejo que tire de mí hacia arriba y antes de darme cuenta de lo que está haciendo, rodea mi cintura con una mano para acercarme a él, entrelaza su otra mano con mis dedos y empezamos a bailar.

—No hay música —digo, avergonzada. Lo que nos dijo es: “nunca he estado tan cerca de un chico”.

—La música está sobrevalorada —murmura, atrayéndome más cerca de sí. Pero empieza a tatarear, suavemente al principio, después susurra unas palabras de una canción que reconozco: una de sus canciones—. “Si supieras lo que se siente, el estar sin ti. Nunca me habrías dejado”. —Y en sus palabras, en su dulce voz de tenor, escucho a Tate Collins, el cantante. Un nudo se instala en mi pecho.

—"Tus ojos son como esmeraldas, tu cuerpo como el oro.
Si aún pudieras amarme.
No sabes lo que has hecho…”

Me sostiene con suavidad y firmeza, sus labios son un mero susurro y no me resisto, dejo que mis párpados se cierren. Una brisa se levanta en alguna parte, perturbando a las hojas de un árbol cercano, y a pesar de que el aire es templado, en mis brazos se levanta la piel de gallina. Su mano aprieta mi espalda, sus dedos presionan mi camiseta mientras me dirige en un círculo lento y tranquilo. Me voy dejando llevar más y más por este momento, permitiendo que se apodere de mí.

Parpadeo y abro los ojos, y me doy cuenta de que me está mirando. Su rostro tranquilo e indescifrable. De repente, se da la vuelta y me lleva hacia la casa. Se gira hacia mí justo antes de llegar a la puerta, sus brazos alrededor de mi cintura mientras me presiona contra uno de los pilares de piedra que forman parte de su porche trasero. Su mirada busca la mía. Puedo ver su pulso golpeando la base de su cuello y a continuación se echa hacia adelante, cerca. Más cerca.

Cojo aire en una respiración profunda, mi pecho roza el suyo y veo que cierra los ojos. Con indecision apoyo mis manos sobre su pecho, aspirando una bocanada de aire ante mi propio atrevimiento. Está tan caliente. Mi manos se acerca al centro de su pecho y puedo sentir el rápido latido de su corazón.

Tate acaricia mi pómulo con su dedo, justo debajo de mi ojo. Su cuerpo está tan cerca que solo una fina capa de aire y ropa se paran su pecho, su torso, sus labios, de los míos. Tiemblo y cierro los ojos, mis labios palpitan con anticipación. Puedo sentir su aliento, cálido y suave, flotando a través de mis labios y sé que está cerca. Sé qué va a besarme.

Y quiero que lo haga.

Sus brazos se aprietan alrededor de mi cintura mientras me acerca con firmeza a su cuerpo. Estamos apretados el uno contra el otro. Se me escapa un gemido y antes de que pueda decir, pensar o hacer nada, da el paso y presiona su boca contra la mía.

Es tal y como imaginaba que debería ser un primer beso. Sus labios se mueven sobre los míos, con suavidad, pero con certeza. Rezo para no estropear esto y sigo mi instinto mientras sus labios se conectan con los míos, una y otra vez. Aprieta mi labio inferior con sus dos labios, tirando de él suavemente antes de soltarlo. Mi rodillas amenazan con doblarse y me agarro a su camiseta, sujetando la tela con mis puños.

Con cada roce de su boca con la mía siento como si me fuera a caer. Me toca la cara. La mejilla, la mandíbula, la barbilla. Sus dedos recorren mi garganta, y clavícula, y se detienen. Cojo aire en un suspiro tembloroso, asustada de que se atreva a ir más lejos. Excitada por que quiera ir más lejos…

Mis párpados se abren con un aleteo cuando rompe el beso. Nuestra respiración es fuerte, el pecho sube y baja la par. Se retira por solo un segundo, sus ojos oscuros clavados en los míos, haciéndome una pregunta silenciosa que contesto con un gesto de cabeza mínimo.

Y entonces me besa de nuevo. Esta vez es más intenso, mis labios se parten bajo los suyos, su cálida lengua se desliza por el interior de mi labio inferior. Abro la boca para gemir contra la suya, insistente, él se aprovecha y hace el beso más profundo. Mi corazón se acelera cuando su dedo se desliza por el centro de mi pecho, entre las curvas de mi sujetador, y juguetea con el escote de la camisa.

Por fin, mi cabeza regresa al aquí y ahora. El pánico se abalanza sobre mí y empujo su pecho para que nuestros labios se separen. Intento recuperar el aliento, calmar mi acelerado corazón, pero es difícil cuando sigue jugueteando con mi camisa y sus dedos rozan mi sensible piel.

—Dios, Charlotte. —Sacude la cabeza—. No puedo... —Su voz se diluye, como sino fuera capaz de entenderme del todo.

Poco a poco elevo la vista hacia el, segurísima de que mis mejillas están al rojo vivo. Debería separarme, pero me quedo de pie paralizada mientras me acaricia la mejilla con sus nudillos. Su tacto me hace temblar. Cojo aire con brusquedad cuando él se mueve para besarme de nuevo.

—Nunca he hecho esto antes —le susurró contra su boca.

—¿Qué? —Se aparta unos centímetros.

—Yo … Nunca había besado a nadie antes. —Cierro los ojos. Trago saliva.

Da un paso casi imperceptible hacia atrás y de repente siento que el aire de la noche es frío a mi alrededor.

¿Nunca has besado a nadie? —Parece incrédulo.

Despacio niego con la cabeza.

—Nunca he hecho… nada así.

Lo que dice a continuación no es lo que esperaba.

—No puedo hacer esto. —Su tono de voz es duro, es una cuchilla afilada que me parte en dos; sus palabras son como fríos bloques de hielo. Se distancia un paso y el mundo se precipita ante nosotros: el aire de la noche, el sonido del viento entre los árboles, un coche que pasa en la distancia—. Debes marcharte. —Su voz es decidida y de pronto Tate está a un millón de kilómetros de distancia. El vacío entre nosotros es gélido, como si su cuerpo nunca hubiera ocupado ese espacio, como si me lo hubiese imaginado todo.

Se gira sin ni siquiera mirarme y se dirige hacia el interior de la casa. Me siento anclada, aplastada contra el pilar de piedra en el que me ha dejado. Todo da vueltas.

Los siguientes minutos transcurren en un total a turbia y aturdimiento. Hank me acompaña al camino de entrada donde un coche negro con chófer espera al ralentí. Abre la puerta de atrás y miro fijamente, conmocionada, a la inmensa fachada de piedra de la casa. Espero ver la cara de Tate en una de las ventanas, las cortinas apartándose, observando cómo me marcho …, pero solo el frío y oscuro exterior de la casa me devuelve la mirada, dejándome total y completamente sola.


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