miércoles, 1 de noviembre de 2017

"El primer beso", de ELISABETH CRAFT-SHEA OLSEN (ESTADOS UNIDOS)

Fragmento perteneciente al libro "Flower. Un amor intenso", de fecha 2016  d.n.e.



—Me gustaría poder hacer eso; arte —dice, echándose hacia atrás para apoyarse en los codos y subiendo la cabeza hacia el cielo.

—Haces música —digo. Eso es bastante más impresionante que dibujar unos cuantos garabatos.

Sus dedos sólo están a unos centímetros de los míos y no puedo evitar seguir la línea de su brazo con mis ojos, los músculos tensos hasta el hombro, hasta la curva de su cuello y la parte suave detrás de la oreja.

—No sé si a eso se le puede llamar música. Son básicamente efectos hechos en el estudio de grabación. —Se ríe con amargura. Mira hacia el cielo, inundado de puntitos de luz. Las estrellas son mucho más brillantes aquí arriba, sin verse atenuadas por el resplandor del neón y las farolas—. Yo solía preocuparme por la música que hacía, solía ser mía…, pero ya no. Se le ha arrancado todo lo auténtico.

—¿Por eso has dejado de tocar? — pregunto.

Se endereza.

—Hay otras cosas desagradables en el negocio. —Mira hacia abajo tensando la mandíbula, después la relajada—. Permití que se me fuera de las manos y ya no puedo recuperarlo.

—¿Recuperar qué?

No responde, pega un salto en el césped extendiendo una mano hacia mí.

—Ven aquí —dice.

Dejo que tire de mí hacia arriba y antes de darme cuenta de lo que está haciendo, rodea mi cintura con una mano para acercarme a él, entrelaza su otra mano con mis dedos y empezamos a bailar.

—No hay música —digo, avergonzada. Lo que nos dijo es: “nunca he estado tan cerca de un chico”.

—La música está sobrevalorada —murmura, atrayéndome más cerca de sí. Pero empieza a tatarear, suavemente al principio, después susurra unas palabras de una canción que reconozco: una de sus canciones—. “Si supieras lo que se siente, el estar sin ti. Nunca me habrías dejado”. —Y en sus palabras, en su dulce voz de tenor, escucho a Tate Collins, el cantante. Un nudo se instala en mi pecho.

—"Tus ojos son como esmeraldas, tu cuerpo como el oro.
Si aún pudieras amarme.
No sabes lo que has hecho…”

Me sostiene con suavidad y firmeza, sus labios son un mero susurro y no me resisto, dejo que mis párpados se cierren. Una brisa se levanta en alguna parte, perturbando a las hojas de un árbol cercano, y a pesar de que el aire es templado, en mis brazos se levanta la piel de gallina. Su mano aprieta mi espalda, sus dedos presionan mi camiseta mientras me dirige en un círculo lento y tranquilo. Me voy dejando llevar más y más por este momento, permitiendo que se apodere de mí.

Parpadeo y abro los ojos, y me doy cuenta de que me está mirando. Su rostro tranquilo e indescifrable. De repente, se da la vuelta y me lleva hacia la casa. Se gira hacia mí justo antes de llegar a la puerta, sus brazos alrededor de mi cintura mientras me presiona contra uno de los pilares de piedra que forman parte de su porche trasero. Su mirada busca la mía. Puedo ver su pulso golpeando la base de su cuello y a continuación se echa hacia adelante, cerca. Más cerca.

Cojo aire en una respiración profunda, mi pecho roza el suyo y veo que cierra los ojos. Con indecision apoyo mis manos sobre su pecho, aspirando una bocanada de aire ante mi propio atrevimiento. Está tan caliente. Mi manos se acerca al centro de su pecho y puedo sentir el rápido latido de su corazón.

Tate acaricia mi pómulo con su dedo, justo debajo de mi ojo. Su cuerpo está tan cerca que solo una fina capa de aire y ropa se paran su pecho, su torso, sus labios, de los míos. Tiemblo y cierro los ojos, mis labios palpitan con anticipación. Puedo sentir su aliento, cálido y suave, flotando a través de mis labios y sé que está cerca. Sé qué va a besarme.

Y quiero que lo haga.

Sus brazos se aprietan alrededor de mi cintura mientras me acerca con firmeza a su cuerpo. Estamos apretados el uno contra el otro. Se me escapa un gemido y antes de que pueda decir, pensar o hacer nada, da el paso y presiona su boca contra la mía.

Es tal y como imaginaba que debería ser un primer beso. Sus labios se mueven sobre los míos, con suavidad, pero con certeza. Rezo para no estropear esto y sigo mi instinto mientras sus labios se conectan con los míos, una y otra vez. Aprieta mi labio inferior con sus dos labios, tirando de él suavemente antes de soltarlo. Mi rodillas amenazan con doblarse y me agarro a su camiseta, sujetando la tela con mis puños.

Con cada roce de su boca con la mía siento como si me fuera a caer. Me toca la cara. La mejilla, la mandíbula, la barbilla. Sus dedos recorren mi garganta, y clavícula, y se detienen. Cojo aire en un suspiro tembloroso, asustada de que se atreva a ir más lejos. Excitada por que quiera ir más lejos…

Mis párpados se abren con un aleteo cuando rompe el beso. Nuestra respiración es fuerte, el pecho sube y baja la par. Se retira por solo un segundo, sus ojos oscuros clavados en los míos, haciéndome una pregunta silenciosa que contesto con un gesto de cabeza mínimo.

Y entonces me besa de nuevo. Esta vez es más intenso, mis labios se parten bajo los suyos, su cálida lengua se desliza por el interior de mi labio inferior. Abro la boca para gemir contra la suya, insistente, él se aprovecha y hace el beso más profundo. Mi corazón se acelera cuando su dedo se desliza por el centro de mi pecho, entre las curvas de mi sujetador, y juguetea con el escote de la camisa.

Por fin, mi cabeza regresa al aquí y ahora. El pánico se abalanza sobre mí y empujo su pecho para que nuestros labios se separen. Intento recuperar el aliento, calmar mi acelerado corazón, pero es difícil cuando sigue jugueteando con mi camisa y sus dedos rozan mi sensible piel.

—Dios, Charlotte. —Sacude la cabeza—. No puedo... —Su voz se diluye, como sino fuera capaz de entenderme del todo.

Poco a poco elevo la vista hacia el, segurísima de que mis mejillas están al rojo vivo. Debería separarme, pero me quedo de pie paralizada mientras me acaricia la mejilla con sus nudillos. Su tacto me hace temblar. Cojo aire con brusquedad cuando él se mueve para besarme de nuevo.

—Nunca he hecho esto antes —le susurró contra su boca.

—¿Qué? —Se aparta unos centímetros.

—Yo … Nunca había besado a nadie antes. —Cierro los ojos. Trago saliva.

Da un paso casi imperceptible hacia atrás y de repente siento que el aire de la noche es frío a mi alrededor.

¿Nunca has besado a nadie? —Parece incrédulo.

Despacio niego con la cabeza.

—Nunca he hecho… nada así.

Lo que dice a continuación no es lo que esperaba.

—No puedo hacer esto. —Su tono de voz es duro, es una cuchilla afilada que me parte en dos; sus palabras son como fríos bloques de hielo. Se distancia un paso y el mundo se precipita ante nosotros: el aire de la noche, el sonido del viento entre los árboles, un coche que pasa en la distancia—. Debes marcharte. —Su voz es decidida y de pronto Tate está a un millón de kilómetros de distancia. El vacío entre nosotros es gélido, como si su cuerpo nunca hubiera ocupado ese espacio, como si me lo hubiese imaginado todo.

Se gira sin ni siquiera mirarme y se dirige hacia el interior de la casa. Me siento anclada, aplastada contra el pilar de piedra en el que me ha dejado. Todo da vueltas.

Los siguientes minutos transcurren en un total a turbia y aturdimiento. Hank me acompaña al camino de entrada donde un coche negro con chófer espera al ralentí. Abre la puerta de atrás y miro fijamente, conmocionada, a la inmensa fachada de piedra de la casa. Espero ver la cara de Tate en una de las ventanas, las cortinas apartándose, observando cómo me marcho …, pero solo el frío y oscuro exterior de la casa me devuelve la mirada, dejándome total y completamente sola.


Leer más poemas de este autor en el blog BESOS.

Enlace recomendado:
 
Volver a la página principal





No hay comentarios:

Publicar un comentario