viernes, 23 de diciembre de 2022

"Soneto: De puntillas", de JOSÉ LUPIÁÑEZ BARRIONUEVO (ESPAÑA, 1955 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Pasiones y penumbras", de fecha 2014  d.n.e.



"La chica pálida", de Bruni Di Maio


Viene hacia mí, se acerca, con tacones de aire
y sus brazos desnudos ciñen ya mi cintura…
Ahora mi piel husmea, me muerde, me tortura
dulcemente, sin saña, con fingido desaire.

Sus largas uñas rojas escriben al desgaire
mensajes en mi espalda, que perdió la cordura;
en el cuello sus dientes dejan la marca oscura
que el amor se imagina, con el mejor donaire.

Y me tiene en sus brazos, siento sus labios lentos,
que a mis labios susurran dolientes imprudencias,
pues por su frente claman briosos pensamientos.

Yo la rapto sin pausa y beso sus turgencias


y la tiendo en el tálamo de los dulces momentos,
que el momento requiere perdamos las conciencias.




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miércoles, 21 de diciembre de 2022

"Soneto: La foudre", de PERE GIMFERRER TORRENS (ESPAÑA, 1945--, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Amor en vilo", de fecha 2006  d.n.e.



Tu rayo arrojas, rayo arrojadizo,
el rayo de tu rubio cincelado,
el rayo que en tus ojos eternizo,
porque tus ojos me han eternizado.

Yo viviré porque tú me has mirado,
lava de oro en lluvia de granizo,
yo viviré del mármol huidizo:
soy por lo blanco de tu cuerpo arado.

Arado soy, como ara la alborada
el crepúsculo en ruinas de la nada,
el coto de la noche que regresa

a sus cavernas, como cuando besa
mi labio esta tu frente iluminada,
tu piel que vive con fulgor de fresa.




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viernes, 16 de diciembre de 2022

"Carta abierta. I", de JUAN GELMAN BURICHSON (Argentina, 1930-2014 d.n.e.).

Poema perteneciente al libro "Carta abierta", de fecha 1980  d.n.e.



hablarte o deshablarte/dolor mío/
manera de tenerte/destenerte/
pasión que munda su castigo como
hijo que vuela por quietudes/por

arrobamientos/voces/sequedades/
levantamientos de la ser/paredes
donde tu rostro suave de pavor
estalla de furor/a dioses/alma

que me penás el mientras/la dulcísima
recordación donde se aplaca el siendo/
la todo/la trabajo/alma de mí/
hijito que el otoño desprendió

de sus pañales de conciencia como
dando gritos de vos/hijo o temblor/
como trato con nadie sino estar
solo de vos/cieguísimo/vendido

a tu soledadera donde nunca
me cansaría de desesperarte/
aire hermoso/agüitas de tu mirar/
campos de tu escondida musicanta

como desapenando la verdad
del acabar temprano/rostro o noche
donde brillás astrísimo de vos/
hijo que hijé contra la lloradera/

pedazo que la tierra embraveció/
amigo de mi vez/miedara mucho
el no avisado de tu fuerza/amor
derramadísimo como mi propio

volar de vos a vos/sangre de mí
que desataron perros de la contra
besar con besos de la boca/o
cielo que abrís hijando tu morida




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miércoles, 14 de diciembre de 2022

"Soneto: La lumbre, que murió de convencida", de FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS (ESPAÑA, 1580-1646 d.n.e.)

La lumbre, que murió de convencida
con la luz de tus ojos y, apagada
por sí, en el humo se mostró enlutada:
exequias de su llama ennegrecida.

Bien pudo blasonar su corta vida
que la venció beldad tan alentada
que, con el firmamento en estacada,
rubrica en cada rayo una herida.

Tú, que la diste muerte, ya piadosa
de tu rigor, con ademán travieso
la restituyes vida más hermosa.

Resucitola un soplo tuyo impreso
en humo, que en tu boca es milagrosa
aura que nace con facción de beso.





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martes, 13 de diciembre de 2022

"Soneto: Capitulación", de CÉSAR VALLEJO (PERÚ, 1892-1938 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Heraldos negros", de fecha 1918  d.n.e.



Anoche, unos abriles granas capitularon
ante mis mayos desarmados de juventud;
los marfiles histéricos de su beso me hallaron
muerto; y en un suspiro de amor los enjaulé.

Espiga extraña, dócil. Sus ojos me asediaron
una tarde amaranto que dije un canto a sus
cantos; y anoche, en medio de los brindis, me hablaron
las dos lenguas de sus senos abrasadas de sed.

Pobre trigueña aquella; pobres sus armas; pobres
sus velas cremas que iban al tope en las salobres
espumas de un marmuerto. Vencedora y vencida,

se quedó pensativa y ojerosa y granate.
Yo me partí de aurora. Y desde aquel combate,
de noche entran dos sierpes esclavas a mi vida.

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lunes, 12 de diciembre de 2022

"La cosa", cuento de ALBERTO MORAVIA (ITALIA, 1907-1990, d.n.e.)

Fragmento perteneciente al cuento «La cosa» del libro "La cosa y otros cuentos", de fecha 1983  d.n.e.





(...) A decir verdad, esta pasión hoy tan exclusiva y tan consciente tuvo un comienzo confuso. En realidad, yo había empezado por dirigir mis atenciones a Diana. Como quizá recuerdes, de vez en cuando, si había exámenes por la mañana temprano, también las alumnas medio pupilas tenían por costumbre quedarse a dormir en el colegio. Diana, que habitualmente pasaba la noche en su casa, una de aquellas veces se quedó a dormir en el colegio, y el caso fue que le tocó un lecho junto al mío. No vacilé mucho, por más que fuese, te lo juro, la primera vez; mis sentidos lo exigían y obedecí. De modo que tras una larga, ansiosa espera, me levanté de mi cama, de un salto llegué a la de Diana, alcé las cobijas, me insinué debajo y me estreché inmediatamente a ella con un abrazo lento e irresistible, igual a una serpiente que sin apuro enrosca su espiral a las ramas de un hermoso árbol. Diana ciertamente se despertó, pero un poco por su carácter perezoso y pasivo y un poco, tal vez, por curiosidad, fingió que seguía durmiendo y me dejó hacer. Te digo la verdad: no bien advertí que Diana parecía de acuerdo, experimenté el mismo impulso voraz de una hambrienta frente a la comida; hubiera querido devorarla con los besos y las caricias. Pero inmediatamente después me impuse una especie de orden y empecé a arrastrarme sobre su cuerpo supino e inerte, de arriba abajo; de la boca, que rocé con mis labios (mi deseo, ¿para qué negarlo?, se dirigía a la «otra» boca), al pecho, que descubrí y besé con detenimiento; del pecho al vientre, sobre el cual mi lengua, babosa enamorada, dejó un lento rastro húmedo; del vientre, más abajo, hasta el sexo, fin último y supremo de este paseo mío, el sexo, que puse a mi merced aferrándole las rodillas y abriéndole las piernas. Diana siguió fingiendo que dormía y yo me arrojé con avidez sobre mi alimento de amor y no lo dejé sino cuando los muslos se apretaron convulsos contra mis mejillas como las mordazas de un cepo de fresca, musculosa carne juvenil.

Mi atrevimiento, sin embargo, encontró un límite en la inexperiencia. Hoy, después de suscitar el orgasmo en una amante mía, reharía el camino inverso, del sexo al vientre, del vientre al seno, del seno a la boca y me abandonaría, después de tanto furor, a la dulzura de un tierno abrazo. Pero todavía era inexperta, todavía no sabía amar, y además temía la sorpresa de una hermana recelosa o una alumna insomne. De modo que salí de bajo las cobijas de Diana por la parte de los pies y, siempre en la oscuridad, volví a mi cama. Jadeaba, tenía la boca llena de un dulce humor sexual, era feliz. Pero al día siguiente me esperaba una sorpresa que, en el fondo, habría podido prever después del obstinado, fingido sueño de la primera amante de mi vida: al verme, Diana se comportó como si nada hubiera ocurrido entre nosotras; fría y serena como de costumbre, mantuvo todo el día una actitud no hostil ni turbada, sino completa y perfectamente indiferente. Llega la noche; nos acostamos de nuevo una junto a la otra; a hora avanzada dejo mi cama y trato de meterme en la de Diana. Pero la robusta y deportiva muchachona está despierta. Al insinuarme yo bajo las cobijas, un violento empujón me expulsa, me hace caer al suelo. En aquel momento tuve como una especie de iluminación. También tu cama estaba junto a la de Diana, pero del otro lado. Me dije de golpe que no podías no haber oído, la noche anterior, el alboroto de mi ruidoso amor y, en consecuencia, «me esperabas». Así fue como, con la certeza de quien se dirige a una cita concertada, me deslicé hasta tu cabecera. Como lo había previsto, no me rechazaste. Así empezó nuestro amor.

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sábado, 10 de diciembre de 2022

"Cuánto rato te he mirado", de PEDRO SALINAS SERRANO (ESPAÑA, 1891-1951 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Presagios", de fecha 1923  d.n.e.



"Mujer y espejo", de Francine van Howe


¡Cuánto rato te he mirado
sin mirarte a ti, en la imagen
exacta e inaccesible
que te traiciona el espejo!
«Bésame», dices. Te beso,
y mientras te beso pienso
en lo fríos que serán
tus labios en el espejo.

«Toda el alma para ti»,
murmuras, pero en el pecho
siento un vacío que sólo
me lo llenará ese alma
que no me das.
El alma que se recata
con disfraz de claridades
en tu forma del espejo.




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viernes, 9 de diciembre de 2022

"Hoy en la siesta", de ALMUDENA GUZMÁN (ESPAÑA, 1964--, d.n.e)

Poema perteneciente al libro "Calendario", de fecha 2001  d.n.e.


Hoy en la siesta 
un molinillo de viento 
me ha puesto en el sueño un beso 
en el hueco de mis caderas, 
en el dorso de mis muñecas 
y, en el beso, 
unas gotas del olor a sal de tus brazos. 

(Así eran los regalos que solíais hacerme,
tú y el Mediterráneo, 
cuando llovía y me echabais de menos 
y queríais anclaros para siempre 
en la cruz de Malta de mi pecho).



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miércoles, 7 de diciembre de 2022

"Glosa de las vacas", de CRISTÓBAL DE CASTILLEJO (ESPAÑA, 1490?-1550, d.n.e.)

"Escena pastoral" de Abraham Bloemaert (1564-1651)



Guárdame las vacas,
carillejo y besarte he;
si no, bésame tú a mí,
que yo te las guardaré.

En el troque que te pido,
Gil, no recibes engaño;
no te muestres tan extraño
por ser de mí requerido.
Tan ventajoso partido
no sé yo quién te lo dé,
Si no, bésame tú a mí,
que yo te las guardaré.

Por un poco de cuidado
ganarás de parte mía
lo que a ninguno daría
si no por don señalado.
No vale tanto el ganado
como lo que te daré.
Si no, dámelo tú a mí,
que yo te las guardaré.

No tengo necesidad
de hacerte este favor,
sino sola la que amor
ha puesto en mi voluntad.
Y negarte la verdad
no lo consiente mi fe.
Si no, quiéreme tú a mí,
que yo te las guardaré.

Oh, cuántos me pidirían
lo que yo te pido a ti,
y en alcanzarlo de mí
por dichosos se tendrían.
Toma lo que ellos querrían,
haz lo que te mandaré.
Si no, mándame tú a mí,
que yo te las guardaré.

Mas si tú, Gil, por ventura
quieres ser tan perezoso,
que precies más tu reposo
que gozar de esta dulzura,
yo, por darte a ti holgura,
el cuidado tomaré.
Que tú me beses a mí,
que yo te las guardaré.

Yo seré más diligente
que tú sin darme pasión,
porque con el galardón
el trabajo no se siente;
y haré que se contente
mi pena con el porqué.
Que tú me beses a mí,
que yo te las guardaré.




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martes, 6 de diciembre de 2022

"Pienso, mientras contemplo el tejado", de ANTONIO COLINAS LOBATO (ESPAÑA, 1946-- d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Del libro de ocios de un eremita alpino", de fecha 1972 d.n.e.



Pienso mientras contemplo el tejado 

empapado de sangre y noche abierta: 
«Mi oración es inútil y es incierta 
la palabra en mi labio enamorado». 

Detrás de la cancela veo hollado 
por lobos el sendero, y entreabierta 
la jaula de los pájaros, y yerta 
bate la rama el ventanuco helado. 

Y quisiera escapar, pues son carnales 
aún mis sueños y nada me conmueve 
ser piadoso si vivo como roca. 

La que me aliviaría de mis males 
hoy tampoco vendrá sobre la nieve 
a comulgar mi alma con su boca.


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lunes, 5 de diciembre de 2022

"Canción de amor de una muchacha loca", de SYLVIA PLATH (EE.UU., 1932-1963, d.n.e.)

Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado;
Abro los párpados y todo vuelve a renacer.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente).
Las estrellas salen valseando, vestidas de azul y de rojo, Y la negrura arbitraria entra galopando:
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.

Soñé que me hechizabas para llevarme a la cama,
Que me cantabas con locura, que me besabas con delirio.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente).
Dios cae desde el cielo, las llamas del infierno se consumen:
Salen los serafines y los hombres de Satán:
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.

Imaginé que volverías, tal y como dijiste,
Pero crecí y ahora ya no recuerdo tu nombre.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente).
Debería haber amado a un pájaro del trueno en vez de a ti;
Ellos, al menos, al llegar la primavera, vuelven a rugir.
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente).




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viernes, 2 de diciembre de 2022

"Aventura", de ELÍAS NANDINO (MÉJICO, 1900-1993 d.n.e.)


No sé cómo viniste hasta mis manos
a llenar las tinieblas de mi lecho,
y a juntar tus encantos con mi pecho
realizando las horas que gozamos.
Aventura perfecta que libamos
en un secreto
, bajo el mismo techo,
hasta llegar al goce satisfecho
y sin saber porqué nos encontramos.
¡Vibración de contacto sin historia;
un recuerdo grabado en la memoria
ignorando con quién fue compartido;
porque llegaste al beso de la noche
calmaste mi pasión con tu derroche
y te fuiste dejándome dormido.




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"Buscar la luz", de MANUEL GAHETE JURADO (ESPAÑA, 1957--, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Nacimiento al amor", de fecha 1986  d.n.e.



Buscar la luz
no es más que desearte,
no es más que traspasar tu carne densa,
avivar el deseo de lo no percibido,
las acequias de fuego donde sucumben siempre
las últimas palabras.

Buscar la luz
es verte diluida
en trance del amor,
ajena a estatua o diosa,
es seguirte las huellas herbáceas y maduras
de una tierra agostada que palpita y que besa,
de una tierra agostada preñada en sus raíces
con feraz alimento para bocas que buscan.

Buscar la luz
es darme por entero a la vida.
No existe otra manera de acercarme a tu espejo,
morada inexpugnable de los dioses
que temen
que en mi encuentro contigo sus oros palidezcan.
Es darme por entero
o perder la partida,
darme a beber en sangre o vino
a quien me anuncia.

Buscar la luz
es siempre
avivar el deseo,
horadar en la carne como fúlgida espada,
taladrar piedras, rocas,
agrietar los cristales,
demolerse en espumas,
babelizarse en éter.
Es hundirse en el cosmos febrectante del sueño
donde afirma tu vientre el agua rescatada,
donde afirma la boca la verdad que no existe
más que en la carne muerta o en un acto de vida.

Buscar la luz
es darme por entero a la vida
sin lógica o razones,
en dura fe desearte,
desnudarme del cuerpo para arder en el tuyo,
cegarme,
redimirme,
ser el mundo en tus ojos.

Buscar la luz,
¡la luz...!
en este éxtasis
una oración desciende desde Dios a los hombres.



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jueves, 1 de diciembre de 2022

"Volver a creer", Capítulo XXXII, de KRISTI ANN HUNTER (EE.UU., Siglo XX-XXI, d.n.e.)

Capítulo perteneciente al libro "Volver a creer", de fecha 2019  d.n.e.



CAPÍTULO XXXII.

(...) En ese momento supo que ella estaba a punto de salir corriendo.
Si se iba ahora, enterraría todos esos sentimientos y volvería a construir el muro en su interior, aunque mucho más alto y sólido. Y él nunca encontraría la forma de romperlo.
Lo que acababa de descubrir había acrecentado sus sentimientos hacia ella hasta el punto de no poder ocultarlos. Albergaba la esperanza de convencerla para que mantuviera los suyos también a la vista.
Se movió hacia un lado para bloquearle el camino mientras ella rodeaba el sofá. Se chocaron con tanta fuerza que a él le costó mantener el equilibrio y ella estuvo a punto de caerse. La sujetó con ambos brazos y la atrajo hacía sí hasta que recuperó el equilibrio. Entonces William bajó los brazos, pero no se apartó. La mujer disponía de espacio suficiente para retroceder e ir hacia la puerta por otro lado. Imploró que ella no quisiera escapar de aquello.
Fuera lo que fuese.
Daphne enderezó los hombros y retrocedió medio paso. Todavía estaba lo suficientemente cerca para poder tocarla. Lo suficientemente cerca para sostenerla.
Si se lo permitiera…
—¿Qué quieres de mí? —preguntó ella en un murmullo.
¿Qué quería? Durante muchas semanas lo único que había querido era la verdad, pero ahora que lo había conseguido, anhelaba más. Quería conocerla, no solo conocer su pasado. Quería que fuera una mujer a la que pudiera cortejar, alguien que se alegrara de construir una vida tranquila junto a él.
Pero sobre todo deseaba tener la certeza de que no estaba solo en aquel enamoramiento. No quería ser el único que se quedara mirando al techo por la noche, preguntándose si podía haber actuado de otra forma ese día.
—Quiero que dejes de correr.
—Hay una casa de la que tengo que ocuparme.
—Puedo contratar otra sirvienta.
Daphne frunció el ceño.
—Ya has contratado a medio pueblo.
William se rio al pensar en la cara que pondría Daphne si se enteraba de todo el personal que tenía en el condado de Wilt.
—No tanto. Y estoy seguro de que hay más jóvenes que necesitan trabajo.
—Pero ¿por qué?
—Porque no puedo dejar de pensar en ti. —Levantó la mano despacio, contemplando su rostro mientras ella le miraba la mano. Al ver que no se alejaba, le apartó con suavidad un rizo de la mejilla—. Incluso desde antes, cuando todavía no sabía que no eres la persona que yo creía.
La vio esbozar una media sonrisa antes de bajar la mirada.
—¿No esperabas que tu ama de llaves fuera la hija indigna de un caballero, que se escondió en el campo y cuidó a su hijo secreto y a otra docena de niños ilegítimos en tu casa y sin permiso alguno?
Usó la misma mano con la que le había retirado el mechón para obligarle a alzar la barbilla y que pudiera ver la sinceridad con la que iba a hablarle.
—No eres indigna ni estás arruinada. Ni tienes nada que ver con ninguno de esos horrendos adjetivos que sueles llevar encima como si de un delantal se tratara. Nunca he visto a una mujer con más honor que tú. Has dedicado tu vida a cuidar de los demás, renunciando a todos los lujos que conocías para que esos niños pudieran salir adelante.
Alzó la otra mano para acariciarle la mejilla. La mujer tenía los ojos húmedos, estaba a punto de romper a llorar.
Pero no lloró, ni siquiera sollozó. Y tampoco se apartó.
William soltó un suspiro.
—Daphne, quiero que sepas que estoy aquí, justo aquí, ahora mismo, en esta habitación, contigo, porque es aquí donde quiero estar.
Ella arqueó ambas cejas.
—¿Por qué me dices eso?
—Porque esta vez, cuando vaya a besarte, quiero que no te quepa la más mínima duda de que es real.
William se detuvo para tomar aliento, contemplando su cara, sus ojos, en busca de cualquier señal de pánico. Era consciente, demasiado consciente, del inmenso abismo social que se interponía entre ellos. Para el resto del mundo él era el dueño y señor, el que ostentaba todo el poder en esa estancia. Pero lo que nadie sabía era que en ese instante era él el que estaba a merced de Daphne. Podía pedirle que se marchara y él lo haría de inmediato. Haría las maletas y se mudaría a cualquier otro lugar, porque no podía imaginarse aquella casa sin ella.
Daphne parpadeó. La vio morderse el labio inferior durante un momento y tomar una profunda bocanada de aire que hizo que sus hombros subieran y bajaran lentamente.
Pero no se fue.
Y le mantuvo la mirada. Incluso cuando él empezó a bajar la cabeza.
William cerró los ojos mientras acercaba su boca a la de ella y el tiempo pareció detenerse. Lo primero que notó fue su aliento, e inmediatamente después la suavidad de sus labios.
El tiempo dejó de importar. Se vio abrumado por la necesidad de atraerla hacia él, de hacerla parte de él. Deslizó las manos por su delicado cuello y los hombros, y cuando sintió la suave presión de las manos de ella contra ambos costados y el cambio en la presión del beso al ponerse ella de puntillas, la acercó más y la abrazó. Ese beso superaba sus expectativas, era más de lo que alguna vez se había atrevido a soñar. Nunca creyó que un simple beso pudiera significar tanto.

Ya no era un simple beso. Había dejado de serlo cuando sus cuerpos se habían juntado.
Se separó y luego apoyó el rostro en su cuello y en el borde de su desgastado vestido de muselina. Notó su aliento, mientras él se esforzaba por respirar y apreciar su olor. Sintió las manos de la mujer ascendiendo por sus hombros para, segundos después, aferrarse a ellos, tratando de acercarse más. Podían ir más allá. No iba a dejarla marchar. No ahora, no cuando por fin había conseguido que bajara la guardia y le demostrase que compartía sus sentimientos. No sería la primera vez para ninguno de los dos. Podían ir un poco más allá, compartir un poco más, no cruzarían ninguna línea en la que no hubieran tropezado antes.
Pero no se trataba de eso.
Estrechó a Daphne mientras apoyaba la cabeza en su hombro. Intentaba deshacerse de la idea de que podía tener todo lo que quisiera en ese mismo instante. Y probablemente fuera cierto.
Ella estaba temblando igual que él.
Pero Daphne se merecía más. Los dos se merecían más.
El amor, si es que eso lo era, se merecía más.
Algo más que pasión, algo más que un momento.
Se merecía toda una vida.
Y el miedo a no poder encontrar una forma de conseguir que aquello sucediera no era excusa para tomar todo lo que pudiera ahora, aunque ella se lo ofreciera libremente.
Siguió abrazándola, mientras sus respiraciones se apaciguaban. En cuanto Daphne se diera cuenta de lo que había pasado, de lo que podía haber pasado, iba a atormentarse por la culpa y él no sabía cómo evitarlo.
Así que la abrazó, esperando que ese momento de conexión le hiciera ver que significaba mucho más para él que cualquier placer físico fugaz.
Y entonces notó cómo se tensaba entre sus brazos.
William volvió la cara hacia ella y, entre sus rizos, le susurró al oído: —No. Por favor, no. —Aspiró tembloroso—. Por favor, no te arrepientas de lo que hay entre nosotros. Yo… no volveré a besarte hasta que veamos adónde nos conduce esto, pero por favor, por favor, no te arrepientas de lo que nos hacemos sentir.
Sin dejar de abrazarla, esperó hasta que ella se relajó un poco y asintió. Y cuando la soltó y dio un paso atrás, Daphne le rozó los hombros con una breve caricia.
Su rostro reflejaba tantas emociones que fue incapaz de descifrarlas. Puede que ni siquiera supiera lo que estaba sintiendo en ese momento. Él mismo era incapaz de entender todas las emociones que bullían en su interior. Entre la revelación de lo que había pasado en Haven Manor y el beso, estaba aturullado. Lo único que sabía era que quería a esa mujer en su vida. Y hacía mucho tiempo que no quería que alguien formara parte de su vida.



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martes, 29 de noviembre de 2022

"Palabras para una mirada", de FRANCISCO BRINES BAÑÓ (ESPAÑA, 1932-2021. d.n.e.)



Miras, con ojos luminosos,
mientras hablo, mis ojos. Los cabellos
son fuego y seda,
y el rosa laberinto del oído
desvaría en la noche,
acepta las razones que doy sobre una vida
que ha perdido la dicha y su mejor edad.
¿Cómo me ven tus ojos? Yo sé, porque estás cerca,
que mis labios sonríen,
y hay en mí delirante juventud.
Inocente me miras, y no quiero saber
si soy el más dichoso hipócrita.
Sería pervertirte decir
que quien ha envejecido es traidor,
pues ha dado la vida
o dado el alma,
no sólo por placer, también por tedio,
o por tranquilidad;
muy pocas veces por amor.
He acercado mis labios a los tuyos,
en su fuego he dejado mi calor,

y emboscado en la noche
iba espiando en ti vejez y desengaño.




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lunes, 28 de noviembre de 2022

"Caeremos en la senda del amor", de OMAR JAYAM (PERSIA, SS. XI-XII)

Caeremos en la senda del Amor.
El Destino nos pisoteará.
¡Oh, muchacha, oh mi encantadora copa, levántate
y dame tus labios
, en espera de que me convierta en polvo!



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viernes, 25 de noviembre de 2022

"Francina, en la primavera", de JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (ESPAÑA, 1881-1958 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Jardines lejanos", de fecha 1904  d.n.e.



Francina, en la primavera
¿tienes la boca más roja?
—La primavera me pone
siempre más roja la boca.

Es que besas más, o es
¿que las rosas te arrebolan?
—Yo no sé si es mal de besos
o si es dolencia de rosas.

—Y, ¿te gustan más los labios
o las rosas? —¿Qué te importa…?
la rosa me sabe a beso,
el beso a beso y a rosa.

Entonces le puse un beso
en la rosa de su boca…

La tarde de abril moría,
rosamente melancólica;

las fuentes iban al cielo
con su plata temblorosa…
Francina deshojó a besos
su boca sobre mi boca.




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miércoles, 23 de noviembre de 2022

"Lo inacabable", de ALFONSINA STORNI (ARGENTINA, 1.892-1.938)

Poema perteneciente al libro "La inquietud del rosal", de fecha 1916  d.n.e.



No tienes tú la culpa si en tus manos
mi amor se deshojó como una rosa:
Vendrá la primavera y habrá flores…
El tronco seco dará nuevas hojas.

Las lágrimas vertidas se harán perlas
de un collar nuevo; romperá la sombra
un sol precioso que dará a las venas
la savia fresca, loca y bullidora.

Tú seguirás tu ruta; yo la mía
y ambos, libertos, como mariposas
perderemos el polen de las alas
y hallaremos más polen en la flora.

Las palabras se secan como ríos
y los besos se secan como rosas,
pero por cada muerte siete vidas
buscan los labios demandando aurora.

Mas… ¿lo que fue? ¡Jamás se recupera!
¡Y toda primavera que se esboza
es un cadáver más que adquiere vida
y es un capullo más que se deshoja!




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lunes, 21 de noviembre de 2022

"Persecución", de SYLVIA PLATH (EE.UU., 1932-1963, d.n.e.)

Dans le fond des forêts votre image me suit.
                                   Racine
Una pantera macho me ronda, me persigue:
Un día de éstos al fin me matará.
Su avidez ha encendido los bosques,
Su incesante merodeo es más altivo que el sol.
Más suave, más delicado se desliza su paso,
Avanzando, avanzando siempre a mis espaldas.
Desde la esquelética cicuta, los grajos graznan estrago:
La caza ha comenzado; la trampa, funcionado.
Arañada por las espinas, ojerosa y exhausta,
Atravieso penosamente las rocas, el blanco y ardiente
Mediodía. En la roja red de sus venas,
¿Qué clase de fuego fluye, qué clase de sed despierta?
La pantera, insaciable, escudriña la tierra
Condenada por nuestro ancestral delito,
Gimiendo: sangre, dejad que corra la sangre.
La carne ha de saciar la herida abierta de su boca.
Afilados, los desgarradores dientes; suave
La quemante furia de su pelaje; sus besos agostan,
Dan sed;
cada una de sus zarpas es una zarza;
El hado funesto consuma ese apetito.
En la estela de este felino feroz,
Ardiendo como antorchas para su dicha,
Carbonizadas y destrozadas, yacen las mujeres,
Convertidas en la carnaza de su cuerpo voraz.
Ahora las colinas incuban, engendran una sombra
De amenaza. La medianoche ensombrece el tórrido soto;
El negro depredador, impulsado por el amor
A las gráciles piernas, prosigue a mi ritmo.
Tras los enmarañados matorrales de mis ojos
Acecha el ágil; en la emboscada de los sueños,
Brillan esas garras que rasgan la carne,
Y, hambrientos, hambrientos, esos muslos recios.
Su ardor me engatusa, prende los árboles,
Y yo huyo corriendo con la piel en llamas.
¿Qué bonanza, qué frescor puede envolverme
Cuando el hierro candente de su mirada me marca?
Yo le arrojo mi corazón para detener su avance,
Para apagar su sed malgasto mi sangre, porque
Él lo devora todo y, en su ansia, continúa buscando comida,
Exigiendo un sacrificio absoluto. Su voz
Me acecha, me embruja, me induce al trance,
El bosque destripado se derrumba hecho cenizas;
Aterrada por un anhelo secreto, esquivo
Corriendo el asalto de su radiación.
Tras entrar en la torre de mis temores,
Cierro las puertas a esa oscura culpa,
Las atranco, una tras otra las atranco.
Mi pulso se acelera, la sangre retumba en mis oídos:
Las pisadas de la pantera lamen los peldaños,
Subiendo, subiendo las escaleras.





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viernes, 18 de noviembre de 2022

"Comience el sendero a serpentear", de JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO GAY (ESPAÑA, 1928-1999 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "El retorno", de fecha 1954  d.n.e.



Digo: comience el sendero a serpear
delante de la casa. Vuelva el día
vivido a transportarme
lejano entre los chopos.
Allí te esperaré.
Me anunciará tu paso el breve salto
de un pájaro en ese instante fresco y huidizo
que determina el vuelo
y la hierba otra vez como una orilla
cederá poco a poco a tu presencia.
Te volveré a mirar a sonreír
desde el borde del agua.
Sé lo que me dirás. Conozco el soplo
de tus labios mojados:
tardabas en llegar. Y luego un beso
repetido en el río.

De nuevo en pie siguiendo tu figura
regresaré a la casa lentamente
cuando todo suceda.




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jueves, 17 de noviembre de 2022

"Soneto: Del regreso imposible", de WILLIAM OSPINA BUITRAGO (COLOMBIA, 1954--, d.n.e)

Poema perteneciente al libro "Una sonrisa en la oscuridad", de fecha 2007  d.n.e.



Años de soledad, años de prisa.
La pirámide, el ala y el desgaste.
Después de aquellos años regresaste,
iguales la belleza y la sonrisa.

Algo sentí, no sé por qué, desierto,
y era por eso, al fin, que había llorado.
Algo en tu corazón había cambiado,
imperceptible casi, pero cierto.

Algo dejaba aquella dicha trunca:
tu amor, el que se fue, no volvió nunca,
por él tiembla la boca que te besa.

Alguien llegó, con cosas del pasado,
alguien que habla de ayer ha regresado,
pero aquel que se fue jamás regresa.




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martes, 15 de noviembre de 2022

"Una negra", de STÉPHANE MALLARMÉ (FRANCIA, 1842-1998, d.n.e.)




Agitada por el demonio una negra quiere
En una niña triste saborear frutos nuevos
Y criminales, debajo de su falda horadada:
La glotona ya empieza su faena ladina:

En su vientre compara, feliz, los dos pezones
Y, tan alto que la mano no lo puede agarrar,
Dispara el golpe sordo de sus botinas
Como lengua inexperta en el placer.

Frente a esa desnudez miedosa de gacela
Que tiembla, de espaldas cual elefante loco,
Ella espera, echada, y admira, interesada,
Mientras ríe con dientes ingenuos a la niña.

Y entre sus piernas donde la víctima se tiende,
Alzando una piel negra y bajo la crin, abierta,
Avanza el paladar de esa extraña boca,
Pálido y rosa como un caracol de mar.




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lunes, 14 de noviembre de 2022

"Soneto: Senso", de PERE GIMFERRER TORRENS (ESPAÑA, 1945--, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Amor en vilo", de fecha 2006  d.n.e.



Me besaste las manos, y en lo oscuro
el limón de la noche despertada
(fraguada donde fragua la mirada
el azul veneciano de carburo)

abismaba en mis palmas el conjuro
(palmista quiromante) en la besada
tiniebla de mi mano derramada
sobre tus manos
, luego, de oro puro.

Tus manos en mis manos, y mi palma
después en tu rodilla, y toda el alma
rendida en nuestras manos que se enlazan;

a tientas estas manos hoy se cazan,
a tientas no recobrarán la calma
si en el palpar no se desamordazan:

si, piel con piel, la claridad del día
no nos reúne en su trompetería.





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viernes, 11 de noviembre de 2022

"Soneto: Joven", de BORIS VIAN (FRANCIA, 1920-1969, d.n.e.)

Y era la edad nueva de los bailes agarrados
A los cuerpos ligeros, cargados de olores fluidos
Besos atrevidos posados sobre la fiera tibieza
De suaves cabelleras dulcemente acariciadas

A veces el recuerdo de esas horas pasadas
En resolver un problema de triste profundidad
Se deshilachaba, vapor ligero, en el ardor
De labios, en su boca anhelante apretados

Pero agudo, por debajo de la línea del sueño
El anzuelo de su trabajo venía sin tregua
A enganchar, cual pérfido relámpago, su corazón

Y su mirada cansada seguía en la noche clara
A las carcajadas nerviosas de grandes risas burlonas
La ronda desmelenada de horribles espectros escolares…




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miércoles, 9 de noviembre de 2022

"Nacimiento acuático de un hombre", de MICHEL HOUELLEBECQ (FRANCIA, 1958--, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "El sentido de la lucha", de fecha 1996  d.n.e.



Primero está ese acto que bien se ha de calificar de carnal,
A falta de un término mejor
Acto en el que, sin embargo, comprometemos buena parte de nuestros recursos espirituales
Y de nuestras creencias
Dado que nosotros creamos las condiciones, no solamente para un ser, sino también para el mundo, de un nuevo nacimiento,
Nosotros fijamos su inicio y tal vez su término.
Luego está esa especie de ser animal
Que resulta muy difícil de relacionar con la mujer
Tal y como la conocemos
Me refiero a la mujer de nuestros días,
Esa que coge el metro
Y que no es ya capaz de amor alguno.
Está ese gesto del beso que remonta de forma tan natural hasta los labios y las manos
Ante el objeto arrugado que sale
Que estaba protegido todavía hace unos instantes
Que acaba de caer brutalmente en dirección a lo humano
De forma irremediable
Y lloramos, también nosotros, esa caída.

Está esa especie de creencia en un mundo liberado del mal
Y de los gritos, y del sufrimiento,
Un mundo en el que encarar el horror del nacimiento
Como un acto amistoso
Me refiero a un mundo donde se pudiera vivir
Desde el primer instante
Y hasta el fin, hasta el término natural;
Tal mundo no está en ningún caso descrito en nuestros libros.
Existe, en potencia.




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martes, 8 de noviembre de 2022

"La casa de los encuentros", de MARTIN AMIS (INGLATERRA, 1949--, d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "La casa de los encuentros", de fecha 2006  d.n.e.



TERCERA PARTE. CAPÍTULO V. SANGRE EN EL HIELO.

(...) En el pasado, innúmeras veces, como todo varón ruso, me había visto solicitando a una mujer a todas luces ebria hasta el desvalimiento. Ninguna falsa delicadeza me disuadiría, entonces, de solicitar a una mujer que se encontraba en pleno síndrome de abstinencia alcohólica. Empecé por despojarme de determinadas prendas, para ponerme un poco a la par con mi invitada; el siguiente paso fue tenderme junto a ella. No se ajustaría a la verdad afirmar que Zoya estaba dormitando. Al igual que la mayoría de mis compatriotas, yo era un tanto versado en el delirium tremens —el «mono» y el elefante rosa—. Y lo que veía en ella era uno de esos comas superficiales que normalmente preceden a la recuperación. Zoya cooperaba profundamente con el sueño, se abandonaba a él, respiraba con avidez, y tenía la frente tersa.
Debe de haber muy pocas mujeres que, en un primer encuentro amoroso, se alborocen ante el amante inconsciente. Acaso tampoco sea algo del agrado de muchos hombres, pero sin duda tiene sus adeptos potenciales. De momento nada podría haberme venido mejor. Zoya estaba tendida sobre un costado, y me daba la espalda; entonces se desplazó hacia un lado con un giro de caderas, y quedó boca abajo en la cama.
Así, dio comienzo el inventario. Cada uno de los omóplatos, cada prominencia del espinazo, cada costilla. Una vez transcurrido un tiempo razonable se dio la vuelta y quedó boca arriba. Del recto al verso. ¿Entiendes? Tendría que averiguar qué le habían hecho los hombres en cada parte del cuerpo. Tendría que descubrir el historial, la picaresca completa de ambos pechos, de ambas nalgas, de aquellas piernas que tantas veces se habían abierto, de aquellos labios que tanto habían besado y chupado. E incluso empezaba a pensar que los dos tendríamos que vivir una vida larga. Zoya y yo necesitaríamos llegar a longevos para poder completar nuestra tarea.
El sostén sin tirantes (o bustier), que ya me había tomado la libertad de desabrochar, pasó de debajo de la combinación a mis manos. Asimismo, la aplicación paciente de la rodilla izquierda me valió una victoria sobre los muslos, que terminaron por separarse, laxos, lo que hizo que el dobladillo de la combinación fuera ascendiendo centímetro a centímetro hacia el retazo de blanco más blanco.
Fue entonces, al aprestarme yo a husmeos y hurgamientos, cuando Zoya empezó a moverse. Pequeños seísmos locales, con epicentro en las pantorrillas o en los antebrazos, se propagaban por las placas de su cuerpo. Partió de ella un leve sonido, nasal, un gemido suave; era como una perra temblorosa que en su cesta, en sueños, persigue gatos y coches. En mi interior la atmósfera era la de un día canicular en pleno invierno: calidez, gratitud, la conciencia postergada de lo antinatural.
Empecé a besarla en los labios. No era la primera vez, a fin de cuentas. Yo ya la había besado. Y ella me había besado a mí. Ahora volvíamos a besarnos. De pronto emergió de las profundidades, toda ella, en un instante: los brazos que asían, la lengua que me inundaba la boca, el empuje sincopado de las ingles. Pensé, con un murmullo de pánico: no bastará una noche. Una riada tal… —ni en una noche, ni en un año empezaría siquiera a darle cauce.
—Oh, joder…, sí —dijo.
Así, Venus, tuve varios segundos de ello. Tuve varios segundos de ello… Y entonces abrió los ojos. Y se despertó.


Supongo que lo mejor que se puede decir de lo que sucedió a continuación es lo siguiente: técnicamente hablando, no fue una violación desde el principio. Y ocurrió muy rápido. Zoya abrió los ojos y vio, a escasos centímetros de distancia, una aterradora alucinación: era yo, Delirium Tremens. Había tenido un mal sueño, luego un buen sueño, luego una aterradora alucinación. Ahora veía la realidad, y aquel cuerpo apresado bajo mi peso acometió un combate furibundo. Pero yo recordaba cómo se hacía. ¿Sabes?, recordaba cómo se hacía: la pesada palma sobre las vías respiratorias, mientras la otra mano… En un momento dado dejó de luchar, y fingió estar muerta. Fue muy rápido.
Para comprenderla, en este último pasaje, te ruego que excluyas de tu pensamiento cualquier imputación de teatralidad. Su actitud no era ni siquiera alusiva; no conducía a ningún sentido. Era una mujer misteriosa. Eso es lo que era.
Pero primero hube de permanecer en aquel lecho, con la mirada fija en la pared de enfrente, mientras la oía en el cuarto de baño, mientras oía cómo se movía bruscamente con todos los grifos abiertos, cómo descorría las cortinas de la ducha, el golpe de la tapa del inodoro y los repetidos vaciados de la cisterna. Se abrió la puerta; y empecé a distinguir los sonidos familiares a todo hombre, los sonidos de la mujer o de la amante que, con autosuficiencia callada (y envuelta en una toalla, quizá), recoge y organiza su ropa. Después la guía de la puerta corredera. Venus, el orgasmo masculino, el clímax del varón: solamente el violador conoce lo ínfimo que es. Me vestí, y fui hacia ella.
Zoya estaba de pie en la oscuridad, junto a la butaca en la que había dejado el abrigo, el gorro, las botas de goma. Tenía puestas las medias y el bustier, y nada más —como una mujer galante, pero inocente de todo cálculo y sensualidad seductora—. En la mano levantada sostenía la falda, y se humedecía un dedo para quitar un hilo o mota de la tela. Mientras se vestía metódicamente, y cuando acto seguido se sentó, con la espalda erguida, para maquillarse, yo me movía a su alrededor frotándome las manos. Sí, traté de hablar; de cuando en cuando emitía roncamente media frase de servilismo lastimero o de súplica. Una o dos veces su mirada reparó fugazmente en mi persona, sin reproche alguno, sin interés, sin reconocimiento. Zoya apenas emitía, a intervalos de unos diez segundos, una especie de bufido en absoluto enfático, pero de una puntualidad enloquecedora. Como cuando un niño descubre una nueva habilidad bucal —contener el aliento, hacer ruidos con los labios.
Un nuevo sentimiento nacía en mí. Al principio creí que al menos me resultaba vagamente familiar; algo, supuse, más o menos manejable —no muy diferente, quizá, al de un modo completamente nuevo de sentirse muy enfermo—. Me senté a la mesa, bajo la luz, y examiné detenidamente este «nacimiento». Era la invisibilidad. Era el dolor de la persona que fui.
Ya vestida —con abrigo y sombrero—, Zoya salió de las sombras. Estaba de pie, de perfil, al alcance de la mano. Transcurrió un minuto. Supe que estaba dándole vueltas a algo, a algo grave; y supe que yo no formaba parte de sus pensamientos. Cogió uno de los vasos altos y lo sacudió para quitarle el agua. Inclinó sobre él la panzuda licorera, se sirvió diez, doce centímetros y apuró el contenido en cuatro o cinco tragos. Se estremeció hasta las yemas de los dedos, soltó un bufido, espiró, volvió a bufar y se dirigió hacia la puerta.
Y ahora el fundamento del «agravio». Venus, corre rauda al diccionario a mirar «agravio»… Buena chica. Recuerda: cada visita suma una neurona.



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lunes, 7 de noviembre de 2022

"El cielo es aún azul", de ANTONIO COLINAS LOBATO (ESPAÑA, 1946-- d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Noche más allá de la noche", de fecha 1980-1981  d.n.e.



El cielo es aún azul, mas ya humea el Vesubio
tras los mínimos huertos sembrados de jilgueros.
Tiene la tierra fiebre de ese espeso sol rubio
que enardece la sangre y filtran limoneros.
Está firme aún el mármol y, seguros, los besos
en los besos se sacian de bocas prodigiosas.

Larga vida al amor, a los cuerpos ilesos
que, esperando a la noche, van libando las rosas.
Despacio, muy despacio, la luz última, que arde
en el agua que tiembla en el estanque umbroso.
Luego, viene un silencio abatiendo la tarde,
arrastrando los cuerpos hacia el mar tenebroso.
Tiembla también la vela en los ojos del sabio
que acaba un manuscrito, y en una copa el vino
luctuoso reposa, y ya espera su labio
el poso del veneno que lo hará ser divino.

De unos huyen las naves, de otros restan hundidas
las manos en el oro fugaz con vano empeño.
Se van quienes aún forjan ilusiones perdidas;
se quedan los beodos por la pasión y el sueño.
Al fin, se pone el cielo todo negro y se inflama,
bola de pus, el sol como el ojo quemado
por un tizón del cíclope, que furioso derrama
por su boca ceniza sobre el campo arrasado.
Del Imperio y sus ruinas han hecho sepultura
—bajo el manto de azufre y de la lava ardiente—,
dos cuerpos juveniles, la carne húmeda, dura,
que aún se besa, se abraza, se penetra doliente.




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viernes, 4 de noviembre de 2022

"Un sabor a trapo viejo"", de DAVID (RODRÍGUEZ) TRUEBA (ESPAÑA, 1969-- d.n.e.)

Fragmento del segundo capítulo perteneciente al libro "Tierra de campos", de fecha 2017  d.n.e.



UN SABOR A TRAPO VIEJO.

Los besos después de la pasión dejan en la boca un sabor a trapo viejo. Por eso me visto y me voy. Después de follar, todo son posturas comprometedoras. Si mi brazo debajo de su cabeza, si su mejilla en mi regazo, si uno se vuelve de espaldas al otro. Y yo ya no quiero dormir junto a nadie toda la noche. Porque la noche les pertenece a los que se aman. Y yo no amo. Prefiero el mal trago de que me vean vestirme, de mostrar la piel que ha perdido la ingravidez del deseo mientras busco un calcetín o el calzoncillo abandonado en el suelo o me calzo las zapatillas con los cordones atados de la mañana anterior.
¿Te vas?, había preguntado Carmela con la misma resentida dulzura de siempre. ¿Te vas ya? suena aún peor, con ese ya recriminatorio que esa madrugada me ahorró. Es hermoso si se quedan dormidas y puedes dejar caer un beso, ya vestido, con un pie en la calle. Pero Carmela se incorporó para poner la alarma del móvil y la despedida fue más laboriosa. Exhibía un gesto gatuno sentada sobre el colchón con el pelo despeinado que tan bien les sienta a las mujeres. Deberían pagar en la peluquería para que las despeinaran así. Nos dimos dos besos más, que fueron secos y ásperos como la resaca.
Carmela era camarera en el bar de Quique. Aquella era la séptima vez que nos acostábamos juntos. La precisión fue de ella. Es la séptima vez que nos acostamos en cuatro meses, me dijo. Corremos el riesgo de transformarlo en una afección crónica. Yo sólo tosí. Ya te veo la cara, vienes al bar únicamente cuando quieres follar, me había dicho la noche antes, cuando me acerqué a la barra. Tenía treinta y un años, casi quince menos que yo, pero se refería a su edad como una dolencia que había decidido tratarse. Necesito hacer algo, siempre se quejaba. Tengo que hacer algo con mi vida. Tengo que buscarme algo distinto. He oído ese lamento demasiadas veces, y yo me limitaba a esquivarlo para no verme involucrado en el proyecto. Salgo muy poco por las noches, no creas, con los niños no puedo. Le decía la verdad. Pero no le dije que eludía el bar de Quique, que era mi bar habitual, cuando no quería terminar la noche con ella. Has ganado una amante y has perdido un bar, me criticaba Animal cuando yo proponía ir a otro local. Eso es grave. Los amantes pasan, pero un buen bar es para toda la vida. Amar es no poder tomarte otra cuando quieres. Esas eran las frases de Animal, él, que había perdido para siempre todos los bares de su vida. Animal dice que soy impaciente. Él siempre está disponible, le sobra tiempo para todo. A mí no, soy ansioso. Dicen que la mejor prueba de tu ansiedad es cuando tiras de la cadena antes de terminar de mear. Ese soy yo. Soy impaciente incluso en las pruebas de sonido. No me gusta que se alarguen. Hay que preservar la tensión. Y hasta los bises dejan de tener encanto si se alargan de más. Carmela me desnudaba en su apartamento feo de Ventas con tres zarpazos y luego ella se desnudaba como un hombre, sin preocuparse de lo que dejaba ver. La primera vez que hablé con ella, atraído por los ojos claros y su piel rubia bajo el pelo negro, me frenó, yo te vi una vez cuando iba a la universidad, en el Clamores. Me llevó un novio al que le gustaban tus canciones. Era un cabrón. Su favorita era «Me voy».
En realidad aquella canción era una descripción del orgasmo,
me voy,
mañana es hoy,
vine y me fui,
quien era ya no soy,
me voy,

pero mucha gente la interpreta como una canción de ruptura. Me agradaba la confusión, quizá pretendida por mí al asociar clímax erótico, el derrame, con la fuga. El placer consumado abre de una patada la puerta de la siguiente habitación, en una de tantas paradojas que convierten vivir en un vértigo. Carmela relajó el escudo defensivo a lo largo de dos o tres noches en el bar de Quique, cuando la rondé y ella aceptó la invitación a tomar la última por ahí, después de cerrar. Te vas a follar a una camarera, ¿no te da asco de puro clásico?, me dijo la primera noche al entrar a besos en su piso. El músico que liga con la camarera.
Tengo gran respeto por los clásicos, respondí.
Caminé del apartamento de Carmela hasta mi casa. En ese amanecer, yo era el tipo al que le sorprende la mañana haciendo labores propias de la noche. Culpable. El sol era el flexo en la cara de las películas con interrogatorios policiales. Mi única respuesta fue tararear. Me gusta caminar tarareando. Hay lugares en los que nacen las canciones. En la calle, de vuelta a casa en esa hora temprana, también en la cama antes de despertar del todo, en el avión. Y en la ducha. La ducha es un lugar de inspiración caro y antiecológico, pero las canciones saben a lluvia



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jueves, 3 de noviembre de 2022

"Esmirna", de MANUEL GAHETE JURADO (ESPAÑA, 1957--, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Capítulo de fuego", de fecha 1989  d.n.e.



Cuando calla la boca
también el corazón zurce su miedo,
su forma de ignorancia.

Mis labios ateridos, como peces de aceite,
beben aljez y cieno.

Contra mi pecho irrumpe, estalla una mentira.
Belfo loco de sangre tu boca en mi garganta.

Huele a tierra mojada. El agua crece
con luciérnagas. ¡Ven! ¡Agita ramas! Caen las cúpulas.
Brincan como toros
doncellas de ondas rojas sesgadas de sus alas.

Ondeo mis banderas.
Me sumo al sacrificio por llegar a ser hombre.
Me sumo a los nacidos ángeles de las sombras.
Mira, Dios, qué gehenna, qué noche de corceles.
Fulge el tiempo en la sien. Mi voz vacila.

Cuando habla la boca...
Lenguas desaforadas de incasto surco bífido,
litigio en que los labios huellan y besan vientres,
boca contra quien lucha la espada de mi boca.



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miércoles, 26 de octubre de 2022

"Mientras tierna mejilla y ojos verdes", de Ricardo Molina Tenor (ESPAÑA, 1917-1968, d.n.e.)

"Dánae", de Alexandre Jacques Chantron (1891)


Mientras tierna mejilla y ojos verdes
y rojos labios y morena frente
y primavera en pecho delicado
y tallo en flor, lánguido, en cintura,
y dios sin velo en astro al mediodía,
y rosa, rama, abeja y vino canten,
tú, narciso de olvido,
tú, música cantándose a sí misma,
Medina Azahara, besa que te besa,
tú y yo, viviendo, amando,
dulce leyenda, vivos
y muertos y olvidados,
y presentes y eternos, en canción, en amor.




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lunes, 24 de octubre de 2022

" Romance: No pueden los sueños, Floris", de FRANCISCO DE QUEVEDO Y VILLEGAS (ESPAÑA, 1580-1645)

"Aurora y Céfalo", de Baron Pierre Narcisse Guérin (1810)


No pueden los sueños, Floris
ofender prendas divinas,
pues permiten a las almas
el mentir para sí mismas.

Prevenir un sueño quiero,
que, por hacerme caricias,
hurtó mis ojos al llanto,
que los aniega la vista.

Soñé (gracias a la noche),
no sé, Floris, si lo diga
(mas perdona, que los sueños
no saben de cortesía),

que estaban entre mis brazos,
pues eres, diosa divina,
de un amante bullicioso
las obras ejecutivas.

Soñaba el ciego que veía
y soñaba lo que quería.

Tus voces y tus razones
me di, Floris, tanta prisa
a beberlas de tu boca,

que me excusaba de oírlas.

Es no decir lo que vi
apiadarme de la envidia,
y guardar para mí solo
mis glorias con avaricia.

Lo que tocaron mis manos,
adiestradas de mentiras,
no lo darán por el cetro
de todas las monarquías.

Hechas demonios, andaban
tentando abajo y arriba,
y al escondite jugaban
mis obras con tu basquiña.

Soñaba el ciego que veía
y soñaba lo que quería.

Andúvete con la boca
rosa a rosa las mejillas,

y aun dentro de tus dos ojos
te quise forzar las niñas.

Dime una hartazga de cielo
en tan altas maravillas;
maté la hambre al deseo,
y enriquecí la codicia.

No hay estación en tu cuerpo
que no adore de rodillas;
con mis cuentas en la mano,
lloré en la postrer ermita.

De beso en beso me vine,
tomándote la medida,
desde la planta al cabello,
por rematar en las Indias.

El apetito travieso,
con sola mi fantasía,
más entremetido andaba
que fraile con bacinica.

Andando de esta manera,
topé con las barandillas,
desperté con un chichón,
estando en la cuna el día.

Perdona el sueño sabroso
lisonjeras demasías,
que, aun despierto, en la memoria
me están haciendo cosquillas.

Soñaba el ciego que veía
y soñaba lo que quería.





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