viernes, 4 de noviembre de 2022

"Un sabor a trapo viejo"", de DAVID (RODRÍGUEZ) TRUEBA (ESPAÑA, 1969-- d.n.e.)

Fragmento del segundo capítulo perteneciente al libro "Tierra de campos", de fecha 2017  d.n.e.



UN SABOR A TRAPO VIEJO.

Los besos después de la pasión dejan en la boca un sabor a trapo viejo. Por eso me visto y me voy. Después de follar, todo son posturas comprometedoras. Si mi brazo debajo de su cabeza, si su mejilla en mi regazo, si uno se vuelve de espaldas al otro. Y yo ya no quiero dormir junto a nadie toda la noche. Porque la noche les pertenece a los que se aman. Y yo no amo. Prefiero el mal trago de que me vean vestirme, de mostrar la piel que ha perdido la ingravidez del deseo mientras busco un calcetín o el calzoncillo abandonado en el suelo o me calzo las zapatillas con los cordones atados de la mañana anterior.
¿Te vas?, había preguntado Carmela con la misma resentida dulzura de siempre. ¿Te vas ya? suena aún peor, con ese ya recriminatorio que esa madrugada me ahorró. Es hermoso si se quedan dormidas y puedes dejar caer un beso, ya vestido, con un pie en la calle. Pero Carmela se incorporó para poner la alarma del móvil y la despedida fue más laboriosa. Exhibía un gesto gatuno sentada sobre el colchón con el pelo despeinado que tan bien les sienta a las mujeres. Deberían pagar en la peluquería para que las despeinaran así. Nos dimos dos besos más, que fueron secos y ásperos como la resaca.
Carmela era camarera en el bar de Quique. Aquella era la séptima vez que nos acostábamos juntos. La precisión fue de ella. Es la séptima vez que nos acostamos en cuatro meses, me dijo. Corremos el riesgo de transformarlo en una afección crónica. Yo sólo tosí. Ya te veo la cara, vienes al bar únicamente cuando quieres follar, me había dicho la noche antes, cuando me acerqué a la barra. Tenía treinta y un años, casi quince menos que yo, pero se refería a su edad como una dolencia que había decidido tratarse. Necesito hacer algo, siempre se quejaba. Tengo que hacer algo con mi vida. Tengo que buscarme algo distinto. He oído ese lamento demasiadas veces, y yo me limitaba a esquivarlo para no verme involucrado en el proyecto. Salgo muy poco por las noches, no creas, con los niños no puedo. Le decía la verdad. Pero no le dije que eludía el bar de Quique, que era mi bar habitual, cuando no quería terminar la noche con ella. Has ganado una amante y has perdido un bar, me criticaba Animal cuando yo proponía ir a otro local. Eso es grave. Los amantes pasan, pero un buen bar es para toda la vida. Amar es no poder tomarte otra cuando quieres. Esas eran las frases de Animal, él, que había perdido para siempre todos los bares de su vida. Animal dice que soy impaciente. Él siempre está disponible, le sobra tiempo para todo. A mí no, soy ansioso. Dicen que la mejor prueba de tu ansiedad es cuando tiras de la cadena antes de terminar de mear. Ese soy yo. Soy impaciente incluso en las pruebas de sonido. No me gusta que se alarguen. Hay que preservar la tensión. Y hasta los bises dejan de tener encanto si se alargan de más. Carmela me desnudaba en su apartamento feo de Ventas con tres zarpazos y luego ella se desnudaba como un hombre, sin preocuparse de lo que dejaba ver. La primera vez que hablé con ella, atraído por los ojos claros y su piel rubia bajo el pelo negro, me frenó, yo te vi una vez cuando iba a la universidad, en el Clamores. Me llevó un novio al que le gustaban tus canciones. Era un cabrón. Su favorita era «Me voy».
En realidad aquella canción era una descripción del orgasmo,
me voy,
mañana es hoy,
vine y me fui,
quien era ya no soy,
me voy,

pero mucha gente la interpreta como una canción de ruptura. Me agradaba la confusión, quizá pretendida por mí al asociar clímax erótico, el derrame, con la fuga. El placer consumado abre de una patada la puerta de la siguiente habitación, en una de tantas paradojas que convierten vivir en un vértigo. Carmela relajó el escudo defensivo a lo largo de dos o tres noches en el bar de Quique, cuando la rondé y ella aceptó la invitación a tomar la última por ahí, después de cerrar. Te vas a follar a una camarera, ¿no te da asco de puro clásico?, me dijo la primera noche al entrar a besos en su piso. El músico que liga con la camarera.
Tengo gran respeto por los clásicos, respondí.
Caminé del apartamento de Carmela hasta mi casa. En ese amanecer, yo era el tipo al que le sorprende la mañana haciendo labores propias de la noche. Culpable. El sol era el flexo en la cara de las películas con interrogatorios policiales. Mi única respuesta fue tararear. Me gusta caminar tarareando. Hay lugares en los que nacen las canciones. En la calle, de vuelta a casa en esa hora temprana, también en la cama antes de despertar del todo, en el avión. Y en la ducha. La ducha es un lugar de inspiración caro y antiecológico, pero las canciones saben a lluvia



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