Primero está ese acto que bien se ha de calificar de carnal,
A falta de un término mejor
Acto en el que, sin embargo, comprometemos buena parte de nuestros recursos espirituales
Y de nuestras creencias
Dado que nosotros creamos las condiciones, no solamente para un ser, sino también para el mundo, de un nuevo nacimiento,
Nosotros fijamos su inicio y tal vez su término.
Luego está esa especie de ser animal
Que resulta muy difícil de relacionar con la mujer
Tal y como la conocemos
Me refiero a la mujer de nuestros días,
Esa que coge el metro
Y que no es ya capaz de amor alguno.
Está ese gesto del beso que remonta de forma tan natural hasta los labios y las manos
Ante el objeto arrugado que sale
Que estaba protegido todavía hace unos instantes
Que acaba de caer brutalmente en dirección a lo humano
De forma irremediable
Y lloramos, también nosotros, esa caída.
Está esa especie de creencia en un mundo liberado del mal
Y de los gritos, y del sufrimiento,
Un mundo en el que encarar el horror del nacimiento
Como un acto amistoso
Me refiero a un mundo donde se pudiera vivir
Desde el primer instante
Y hasta el fin, hasta el término natural;
Tal mundo no está en ningún caso descrito en nuestros libros.
Existe, en potencia.
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