martes, 29 de noviembre de 2022

"Palabras para una mirada", de FRANCISCO BRINES BAÑÓ (ESPAÑA, 1932-2021. d.n.e.)



Miras, con ojos luminosos,
mientras hablo, mis ojos. Los cabellos
son fuego y seda,
y el rosa laberinto del oído
desvaría en la noche,
acepta las razones que doy sobre una vida
que ha perdido la dicha y su mejor edad.
¿Cómo me ven tus ojos? Yo sé, porque estás cerca,
que mis labios sonríen,
y hay en mí delirante juventud.
Inocente me miras, y no quiero saber
si soy el más dichoso hipócrita.
Sería pervertirte decir
que quien ha envejecido es traidor,
pues ha dado la vida
o dado el alma,
no sólo por placer, también por tedio,
o por tranquilidad;
muy pocas veces por amor.
He acercado mis labios a los tuyos,
en su fuego he dejado mi calor,

y emboscado en la noche
iba espiando en ti vejez y desengaño.




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lunes, 28 de noviembre de 2022

"Caeremos en la senda del amor", de OMAR JAYAM (PERSIA, SS. XI-XII)

Caeremos en la senda del Amor.
El Destino nos pisoteará.
¡Oh, muchacha, oh mi encantadora copa, levántate
y dame tus labios
, en espera de que me convierta en polvo!



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viernes, 25 de noviembre de 2022

"Francina, en la primavera", de JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (ESPAÑA, 1881-1958 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Jardines lejanos", de fecha 1904  d.n.e.



Francina, en la primavera
¿tienes la boca más roja?
—La primavera me pone
siempre más roja la boca.

Es que besas más, o es
¿que las rosas te arrebolan?
—Yo no sé si es mal de besos
o si es dolencia de rosas.

—Y, ¿te gustan más los labios
o las rosas? —¿Qué te importa…?
la rosa me sabe a beso,
el beso a beso y a rosa.

Entonces le puse un beso
en la rosa de su boca…

La tarde de abril moría,
rosamente melancólica;

las fuentes iban al cielo
con su plata temblorosa…
Francina deshojó a besos
su boca sobre mi boca.




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miércoles, 23 de noviembre de 2022

"Lo inacabable", de ALFONSINA STORNI (ARGENTINA, 1.892-1.938)

Poema perteneciente al libro "La inquietud del rosal", de fecha 1916  d.n.e.



No tienes tú la culpa si en tus manos
mi amor se deshojó como una rosa:
Vendrá la primavera y habrá flores…
El tronco seco dará nuevas hojas.

Las lágrimas vertidas se harán perlas
de un collar nuevo; romperá la sombra
un sol precioso que dará a las venas
la savia fresca, loca y bullidora.

Tú seguirás tu ruta; yo la mía
y ambos, libertos, como mariposas
perderemos el polen de las alas
y hallaremos más polen en la flora.

Las palabras se secan como ríos
y los besos se secan como rosas,
pero por cada muerte siete vidas
buscan los labios demandando aurora.

Mas… ¿lo que fue? ¡Jamás se recupera!
¡Y toda primavera que se esboza
es un cadáver más que adquiere vida
y es un capullo más que se deshoja!




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lunes, 21 de noviembre de 2022

"Persecución", de SYLVIA PLATH (EE.UU., 1932-1963, d.n.e.)

Dans le fond des forêts votre image me suit.
                                   Racine
Una pantera macho me ronda, me persigue:
Un día de éstos al fin me matará.
Su avidez ha encendido los bosques,
Su incesante merodeo es más altivo que el sol.
Más suave, más delicado se desliza su paso,
Avanzando, avanzando siempre a mis espaldas.
Desde la esquelética cicuta, los grajos graznan estrago:
La caza ha comenzado; la trampa, funcionado.
Arañada por las espinas, ojerosa y exhausta,
Atravieso penosamente las rocas, el blanco y ardiente
Mediodía. En la roja red de sus venas,
¿Qué clase de fuego fluye, qué clase de sed despierta?
La pantera, insaciable, escudriña la tierra
Condenada por nuestro ancestral delito,
Gimiendo: sangre, dejad que corra la sangre.
La carne ha de saciar la herida abierta de su boca.
Afilados, los desgarradores dientes; suave
La quemante furia de su pelaje; sus besos agostan,
Dan sed;
cada una de sus zarpas es una zarza;
El hado funesto consuma ese apetito.
En la estela de este felino feroz,
Ardiendo como antorchas para su dicha,
Carbonizadas y destrozadas, yacen las mujeres,
Convertidas en la carnaza de su cuerpo voraz.
Ahora las colinas incuban, engendran una sombra
De amenaza. La medianoche ensombrece el tórrido soto;
El negro depredador, impulsado por el amor
A las gráciles piernas, prosigue a mi ritmo.
Tras los enmarañados matorrales de mis ojos
Acecha el ágil; en la emboscada de los sueños,
Brillan esas garras que rasgan la carne,
Y, hambrientos, hambrientos, esos muslos recios.
Su ardor me engatusa, prende los árboles,
Y yo huyo corriendo con la piel en llamas.
¿Qué bonanza, qué frescor puede envolverme
Cuando el hierro candente de su mirada me marca?
Yo le arrojo mi corazón para detener su avance,
Para apagar su sed malgasto mi sangre, porque
Él lo devora todo y, en su ansia, continúa buscando comida,
Exigiendo un sacrificio absoluto. Su voz
Me acecha, me embruja, me induce al trance,
El bosque destripado se derrumba hecho cenizas;
Aterrada por un anhelo secreto, esquivo
Corriendo el asalto de su radiación.
Tras entrar en la torre de mis temores,
Cierro las puertas a esa oscura culpa,
Las atranco, una tras otra las atranco.
Mi pulso se acelera, la sangre retumba en mis oídos:
Las pisadas de la pantera lamen los peldaños,
Subiendo, subiendo las escaleras.





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viernes, 18 de noviembre de 2022

"Comience el sendero a serpentear", de JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO GAY (ESPAÑA, 1928-1999 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "El retorno", de fecha 1954  d.n.e.



Digo: comience el sendero a serpear
delante de la casa. Vuelva el día
vivido a transportarme
lejano entre los chopos.
Allí te esperaré.
Me anunciará tu paso el breve salto
de un pájaro en ese instante fresco y huidizo
que determina el vuelo
y la hierba otra vez como una orilla
cederá poco a poco a tu presencia.
Te volveré a mirar a sonreír
desde el borde del agua.
Sé lo que me dirás. Conozco el soplo
de tus labios mojados:
tardabas en llegar. Y luego un beso
repetido en el río.

De nuevo en pie siguiendo tu figura
regresaré a la casa lentamente
cuando todo suceda.




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jueves, 17 de noviembre de 2022

"Soneto: Del regreso imposible", de WILLIAM OSPINA BUITRAGO (COLOMBIA, 1954--, d.n.e)

Poema perteneciente al libro "Una sonrisa en la oscuridad", de fecha 2007  d.n.e.



Años de soledad, años de prisa.
La pirámide, el ala y el desgaste.
Después de aquellos años regresaste,
iguales la belleza y la sonrisa.

Algo sentí, no sé por qué, desierto,
y era por eso, al fin, que había llorado.
Algo en tu corazón había cambiado,
imperceptible casi, pero cierto.

Algo dejaba aquella dicha trunca:
tu amor, el que se fue, no volvió nunca,
por él tiembla la boca que te besa.

Alguien llegó, con cosas del pasado,
alguien que habla de ayer ha regresado,
pero aquel que se fue jamás regresa.




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martes, 15 de noviembre de 2022

"Una negra", de STÉPHANE MALLARMÉ (FRANCIA, 1842-1998, d.n.e.)




Agitada por el demonio una negra quiere
En una niña triste saborear frutos nuevos
Y criminales, debajo de su falda horadada:
La glotona ya empieza su faena ladina:

En su vientre compara, feliz, los dos pezones
Y, tan alto que la mano no lo puede agarrar,
Dispara el golpe sordo de sus botinas
Como lengua inexperta en el placer.

Frente a esa desnudez miedosa de gacela
Que tiembla, de espaldas cual elefante loco,
Ella espera, echada, y admira, interesada,
Mientras ríe con dientes ingenuos a la niña.

Y entre sus piernas donde la víctima se tiende,
Alzando una piel negra y bajo la crin, abierta,
Avanza el paladar de esa extraña boca,
Pálido y rosa como un caracol de mar.




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lunes, 14 de noviembre de 2022

"Soneto: Senso", de PERE GIMFERRER TORRENS (ESPAÑA, 1945--, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Amor en vilo", de fecha 2006  d.n.e.



Me besaste las manos, y en lo oscuro
el limón de la noche despertada
(fraguada donde fragua la mirada
el azul veneciano de carburo)

abismaba en mis palmas el conjuro
(palmista quiromante) en la besada
tiniebla de mi mano derramada
sobre tus manos
, luego, de oro puro.

Tus manos en mis manos, y mi palma
después en tu rodilla, y toda el alma
rendida en nuestras manos que se enlazan;

a tientas estas manos hoy se cazan,
a tientas no recobrarán la calma
si en el palpar no se desamordazan:

si, piel con piel, la claridad del día
no nos reúne en su trompetería.





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viernes, 11 de noviembre de 2022

"Soneto: Joven", de BORIS VIAN (FRANCIA, 1920-1969, d.n.e.)

Y era la edad nueva de los bailes agarrados
A los cuerpos ligeros, cargados de olores fluidos
Besos atrevidos posados sobre la fiera tibieza
De suaves cabelleras dulcemente acariciadas

A veces el recuerdo de esas horas pasadas
En resolver un problema de triste profundidad
Se deshilachaba, vapor ligero, en el ardor
De labios, en su boca anhelante apretados

Pero agudo, por debajo de la línea del sueño
El anzuelo de su trabajo venía sin tregua
A enganchar, cual pérfido relámpago, su corazón

Y su mirada cansada seguía en la noche clara
A las carcajadas nerviosas de grandes risas burlonas
La ronda desmelenada de horribles espectros escolares…




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miércoles, 9 de noviembre de 2022

"Nacimiento acuático de un hombre", de MICHEL HOUELLEBECQ (FRANCIA, 1958--, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "El sentido de la lucha", de fecha 1996  d.n.e.



Primero está ese acto que bien se ha de calificar de carnal,
A falta de un término mejor
Acto en el que, sin embargo, comprometemos buena parte de nuestros recursos espirituales
Y de nuestras creencias
Dado que nosotros creamos las condiciones, no solamente para un ser, sino también para el mundo, de un nuevo nacimiento,
Nosotros fijamos su inicio y tal vez su término.
Luego está esa especie de ser animal
Que resulta muy difícil de relacionar con la mujer
Tal y como la conocemos
Me refiero a la mujer de nuestros días,
Esa que coge el metro
Y que no es ya capaz de amor alguno.
Está ese gesto del beso que remonta de forma tan natural hasta los labios y las manos
Ante el objeto arrugado que sale
Que estaba protegido todavía hace unos instantes
Que acaba de caer brutalmente en dirección a lo humano
De forma irremediable
Y lloramos, también nosotros, esa caída.

Está esa especie de creencia en un mundo liberado del mal
Y de los gritos, y del sufrimiento,
Un mundo en el que encarar el horror del nacimiento
Como un acto amistoso
Me refiero a un mundo donde se pudiera vivir
Desde el primer instante
Y hasta el fin, hasta el término natural;
Tal mundo no está en ningún caso descrito en nuestros libros.
Existe, en potencia.




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martes, 8 de noviembre de 2022

"La casa de los encuentros", de MARTIN AMIS (INGLATERRA, 1949--, d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "La casa de los encuentros", de fecha 2006  d.n.e.



TERCERA PARTE. CAPÍTULO V. SANGRE EN EL HIELO.

(...) En el pasado, innúmeras veces, como todo varón ruso, me había visto solicitando a una mujer a todas luces ebria hasta el desvalimiento. Ninguna falsa delicadeza me disuadiría, entonces, de solicitar a una mujer que se encontraba en pleno síndrome de abstinencia alcohólica. Empecé por despojarme de determinadas prendas, para ponerme un poco a la par con mi invitada; el siguiente paso fue tenderme junto a ella. No se ajustaría a la verdad afirmar que Zoya estaba dormitando. Al igual que la mayoría de mis compatriotas, yo era un tanto versado en el delirium tremens —el «mono» y el elefante rosa—. Y lo que veía en ella era uno de esos comas superficiales que normalmente preceden a la recuperación. Zoya cooperaba profundamente con el sueño, se abandonaba a él, respiraba con avidez, y tenía la frente tersa.
Debe de haber muy pocas mujeres que, en un primer encuentro amoroso, se alborocen ante el amante inconsciente. Acaso tampoco sea algo del agrado de muchos hombres, pero sin duda tiene sus adeptos potenciales. De momento nada podría haberme venido mejor. Zoya estaba tendida sobre un costado, y me daba la espalda; entonces se desplazó hacia un lado con un giro de caderas, y quedó boca abajo en la cama.
Así, dio comienzo el inventario. Cada uno de los omóplatos, cada prominencia del espinazo, cada costilla. Una vez transcurrido un tiempo razonable se dio la vuelta y quedó boca arriba. Del recto al verso. ¿Entiendes? Tendría que averiguar qué le habían hecho los hombres en cada parte del cuerpo. Tendría que descubrir el historial, la picaresca completa de ambos pechos, de ambas nalgas, de aquellas piernas que tantas veces se habían abierto, de aquellos labios que tanto habían besado y chupado. E incluso empezaba a pensar que los dos tendríamos que vivir una vida larga. Zoya y yo necesitaríamos llegar a longevos para poder completar nuestra tarea.
El sostén sin tirantes (o bustier), que ya me había tomado la libertad de desabrochar, pasó de debajo de la combinación a mis manos. Asimismo, la aplicación paciente de la rodilla izquierda me valió una victoria sobre los muslos, que terminaron por separarse, laxos, lo que hizo que el dobladillo de la combinación fuera ascendiendo centímetro a centímetro hacia el retazo de blanco más blanco.
Fue entonces, al aprestarme yo a husmeos y hurgamientos, cuando Zoya empezó a moverse. Pequeños seísmos locales, con epicentro en las pantorrillas o en los antebrazos, se propagaban por las placas de su cuerpo. Partió de ella un leve sonido, nasal, un gemido suave; era como una perra temblorosa que en su cesta, en sueños, persigue gatos y coches. En mi interior la atmósfera era la de un día canicular en pleno invierno: calidez, gratitud, la conciencia postergada de lo antinatural.
Empecé a besarla en los labios. No era la primera vez, a fin de cuentas. Yo ya la había besado. Y ella me había besado a mí. Ahora volvíamos a besarnos. De pronto emergió de las profundidades, toda ella, en un instante: los brazos que asían, la lengua que me inundaba la boca, el empuje sincopado de las ingles. Pensé, con un murmullo de pánico: no bastará una noche. Una riada tal… —ni en una noche, ni en un año empezaría siquiera a darle cauce.
—Oh, joder…, sí —dijo.
Así, Venus, tuve varios segundos de ello. Tuve varios segundos de ello… Y entonces abrió los ojos. Y se despertó.


Supongo que lo mejor que se puede decir de lo que sucedió a continuación es lo siguiente: técnicamente hablando, no fue una violación desde el principio. Y ocurrió muy rápido. Zoya abrió los ojos y vio, a escasos centímetros de distancia, una aterradora alucinación: era yo, Delirium Tremens. Había tenido un mal sueño, luego un buen sueño, luego una aterradora alucinación. Ahora veía la realidad, y aquel cuerpo apresado bajo mi peso acometió un combate furibundo. Pero yo recordaba cómo se hacía. ¿Sabes?, recordaba cómo se hacía: la pesada palma sobre las vías respiratorias, mientras la otra mano… En un momento dado dejó de luchar, y fingió estar muerta. Fue muy rápido.
Para comprenderla, en este último pasaje, te ruego que excluyas de tu pensamiento cualquier imputación de teatralidad. Su actitud no era ni siquiera alusiva; no conducía a ningún sentido. Era una mujer misteriosa. Eso es lo que era.
Pero primero hube de permanecer en aquel lecho, con la mirada fija en la pared de enfrente, mientras la oía en el cuarto de baño, mientras oía cómo se movía bruscamente con todos los grifos abiertos, cómo descorría las cortinas de la ducha, el golpe de la tapa del inodoro y los repetidos vaciados de la cisterna. Se abrió la puerta; y empecé a distinguir los sonidos familiares a todo hombre, los sonidos de la mujer o de la amante que, con autosuficiencia callada (y envuelta en una toalla, quizá), recoge y organiza su ropa. Después la guía de la puerta corredera. Venus, el orgasmo masculino, el clímax del varón: solamente el violador conoce lo ínfimo que es. Me vestí, y fui hacia ella.
Zoya estaba de pie en la oscuridad, junto a la butaca en la que había dejado el abrigo, el gorro, las botas de goma. Tenía puestas las medias y el bustier, y nada más —como una mujer galante, pero inocente de todo cálculo y sensualidad seductora—. En la mano levantada sostenía la falda, y se humedecía un dedo para quitar un hilo o mota de la tela. Mientras se vestía metódicamente, y cuando acto seguido se sentó, con la espalda erguida, para maquillarse, yo me movía a su alrededor frotándome las manos. Sí, traté de hablar; de cuando en cuando emitía roncamente media frase de servilismo lastimero o de súplica. Una o dos veces su mirada reparó fugazmente en mi persona, sin reproche alguno, sin interés, sin reconocimiento. Zoya apenas emitía, a intervalos de unos diez segundos, una especie de bufido en absoluto enfático, pero de una puntualidad enloquecedora. Como cuando un niño descubre una nueva habilidad bucal —contener el aliento, hacer ruidos con los labios.
Un nuevo sentimiento nacía en mí. Al principio creí que al menos me resultaba vagamente familiar; algo, supuse, más o menos manejable —no muy diferente, quizá, al de un modo completamente nuevo de sentirse muy enfermo—. Me senté a la mesa, bajo la luz, y examiné detenidamente este «nacimiento». Era la invisibilidad. Era el dolor de la persona que fui.
Ya vestida —con abrigo y sombrero—, Zoya salió de las sombras. Estaba de pie, de perfil, al alcance de la mano. Transcurrió un minuto. Supe que estaba dándole vueltas a algo, a algo grave; y supe que yo no formaba parte de sus pensamientos. Cogió uno de los vasos altos y lo sacudió para quitarle el agua. Inclinó sobre él la panzuda licorera, se sirvió diez, doce centímetros y apuró el contenido en cuatro o cinco tragos. Se estremeció hasta las yemas de los dedos, soltó un bufido, espiró, volvió a bufar y se dirigió hacia la puerta.
Y ahora el fundamento del «agravio». Venus, corre rauda al diccionario a mirar «agravio»… Buena chica. Recuerda: cada visita suma una neurona.



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lunes, 7 de noviembre de 2022

"El cielo es aún azul", de ANTONIO COLINAS LOBATO (ESPAÑA, 1946-- d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Noche más allá de la noche", de fecha 1980-1981  d.n.e.



El cielo es aún azul, mas ya humea el Vesubio
tras los mínimos huertos sembrados de jilgueros.
Tiene la tierra fiebre de ese espeso sol rubio
que enardece la sangre y filtran limoneros.
Está firme aún el mármol y, seguros, los besos
en los besos se sacian de bocas prodigiosas.

Larga vida al amor, a los cuerpos ilesos
que, esperando a la noche, van libando las rosas.
Despacio, muy despacio, la luz última, que arde
en el agua que tiembla en el estanque umbroso.
Luego, viene un silencio abatiendo la tarde,
arrastrando los cuerpos hacia el mar tenebroso.
Tiembla también la vela en los ojos del sabio
que acaba un manuscrito, y en una copa el vino
luctuoso reposa, y ya espera su labio
el poso del veneno que lo hará ser divino.

De unos huyen las naves, de otros restan hundidas
las manos en el oro fugaz con vano empeño.
Se van quienes aún forjan ilusiones perdidas;
se quedan los beodos por la pasión y el sueño.
Al fin, se pone el cielo todo negro y se inflama,
bola de pus, el sol como el ojo quemado
por un tizón del cíclope, que furioso derrama
por su boca ceniza sobre el campo arrasado.
Del Imperio y sus ruinas han hecho sepultura
—bajo el manto de azufre y de la lava ardiente—,
dos cuerpos juveniles, la carne húmeda, dura,
que aún se besa, se abraza, se penetra doliente.




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viernes, 4 de noviembre de 2022

"Un sabor a trapo viejo"", de DAVID (RODRÍGUEZ) TRUEBA (ESPAÑA, 1969-- d.n.e.)

Fragmento del segundo capítulo perteneciente al libro "Tierra de campos", de fecha 2017  d.n.e.



UN SABOR A TRAPO VIEJO.

Los besos después de la pasión dejan en la boca un sabor a trapo viejo. Por eso me visto y me voy. Después de follar, todo son posturas comprometedoras. Si mi brazo debajo de su cabeza, si su mejilla en mi regazo, si uno se vuelve de espaldas al otro. Y yo ya no quiero dormir junto a nadie toda la noche. Porque la noche les pertenece a los que se aman. Y yo no amo. Prefiero el mal trago de que me vean vestirme, de mostrar la piel que ha perdido la ingravidez del deseo mientras busco un calcetín o el calzoncillo abandonado en el suelo o me calzo las zapatillas con los cordones atados de la mañana anterior.
¿Te vas?, había preguntado Carmela con la misma resentida dulzura de siempre. ¿Te vas ya? suena aún peor, con ese ya recriminatorio que esa madrugada me ahorró. Es hermoso si se quedan dormidas y puedes dejar caer un beso, ya vestido, con un pie en la calle. Pero Carmela se incorporó para poner la alarma del móvil y la despedida fue más laboriosa. Exhibía un gesto gatuno sentada sobre el colchón con el pelo despeinado que tan bien les sienta a las mujeres. Deberían pagar en la peluquería para que las despeinaran así. Nos dimos dos besos más, que fueron secos y ásperos como la resaca.
Carmela era camarera en el bar de Quique. Aquella era la séptima vez que nos acostábamos juntos. La precisión fue de ella. Es la séptima vez que nos acostamos en cuatro meses, me dijo. Corremos el riesgo de transformarlo en una afección crónica. Yo sólo tosí. Ya te veo la cara, vienes al bar únicamente cuando quieres follar, me había dicho la noche antes, cuando me acerqué a la barra. Tenía treinta y un años, casi quince menos que yo, pero se refería a su edad como una dolencia que había decidido tratarse. Necesito hacer algo, siempre se quejaba. Tengo que hacer algo con mi vida. Tengo que buscarme algo distinto. He oído ese lamento demasiadas veces, y yo me limitaba a esquivarlo para no verme involucrado en el proyecto. Salgo muy poco por las noches, no creas, con los niños no puedo. Le decía la verdad. Pero no le dije que eludía el bar de Quique, que era mi bar habitual, cuando no quería terminar la noche con ella. Has ganado una amante y has perdido un bar, me criticaba Animal cuando yo proponía ir a otro local. Eso es grave. Los amantes pasan, pero un buen bar es para toda la vida. Amar es no poder tomarte otra cuando quieres. Esas eran las frases de Animal, él, que había perdido para siempre todos los bares de su vida. Animal dice que soy impaciente. Él siempre está disponible, le sobra tiempo para todo. A mí no, soy ansioso. Dicen que la mejor prueba de tu ansiedad es cuando tiras de la cadena antes de terminar de mear. Ese soy yo. Soy impaciente incluso en las pruebas de sonido. No me gusta que se alarguen. Hay que preservar la tensión. Y hasta los bises dejan de tener encanto si se alargan de más. Carmela me desnudaba en su apartamento feo de Ventas con tres zarpazos y luego ella se desnudaba como un hombre, sin preocuparse de lo que dejaba ver. La primera vez que hablé con ella, atraído por los ojos claros y su piel rubia bajo el pelo negro, me frenó, yo te vi una vez cuando iba a la universidad, en el Clamores. Me llevó un novio al que le gustaban tus canciones. Era un cabrón. Su favorita era «Me voy».
En realidad aquella canción era una descripción del orgasmo,
me voy,
mañana es hoy,
vine y me fui,
quien era ya no soy,
me voy,

pero mucha gente la interpreta como una canción de ruptura. Me agradaba la confusión, quizá pretendida por mí al asociar clímax erótico, el derrame, con la fuga. El placer consumado abre de una patada la puerta de la siguiente habitación, en una de tantas paradojas que convierten vivir en un vértigo. Carmela relajó el escudo defensivo a lo largo de dos o tres noches en el bar de Quique, cuando la rondé y ella aceptó la invitación a tomar la última por ahí, después de cerrar. Te vas a follar a una camarera, ¿no te da asco de puro clásico?, me dijo la primera noche al entrar a besos en su piso. El músico que liga con la camarera.
Tengo gran respeto por los clásicos, respondí.
Caminé del apartamento de Carmela hasta mi casa. En ese amanecer, yo era el tipo al que le sorprende la mañana haciendo labores propias de la noche. Culpable. El sol era el flexo en la cara de las películas con interrogatorios policiales. Mi única respuesta fue tararear. Me gusta caminar tarareando. Hay lugares en los que nacen las canciones. En la calle, de vuelta a casa en esa hora temprana, también en la cama antes de despertar del todo, en el avión. Y en la ducha. La ducha es un lugar de inspiración caro y antiecológico, pero las canciones saben a lluvia



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jueves, 3 de noviembre de 2022

"Esmirna", de MANUEL GAHETE JURADO (ESPAÑA, 1957--, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Capítulo de fuego", de fecha 1989  d.n.e.



Cuando calla la boca
también el corazón zurce su miedo,
su forma de ignorancia.

Mis labios ateridos, como peces de aceite,
beben aljez y cieno.

Contra mi pecho irrumpe, estalla una mentira.
Belfo loco de sangre tu boca en mi garganta.

Huele a tierra mojada. El agua crece
con luciérnagas. ¡Ven! ¡Agita ramas! Caen las cúpulas.
Brincan como toros
doncellas de ondas rojas sesgadas de sus alas.

Ondeo mis banderas.
Me sumo al sacrificio por llegar a ser hombre.
Me sumo a los nacidos ángeles de las sombras.
Mira, Dios, qué gehenna, qué noche de corceles.
Fulge el tiempo en la sien. Mi voz vacila.

Cuando habla la boca...
Lenguas desaforadas de incasto surco bífido,
litigio en que los labios huellan y besan vientres,
boca contra quien lucha la espada de mi boca.



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