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viernes, 3 de abril de 2020

"Los doce goces", de LEOPOLDO ANTONIO LUGONES (ARGENTINA, 1874-1938)

Venus y Cupido, de Jacopo Palma il Vecchio


Cabe una rama en flor busqué tu arrimo.
La dorada serpiente de mis males
circuló por tus púdicos cendales
con la invasora suavidad de un mimo.

Sutil vapor alzábase del limo
sulfurando las tintas otoñales
del Poniente, y brillaba en los parrales
la transparencia ustoria del racimo.

Sintiendo que el azul nos impelía
algo de Dios, tu boca con la mía
se unieron en la tarde luminosa

bajo el caduco sátiro de yeso.
Y como de una cinta milagrosa
ascendí suspendido de tu beso
.



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miércoles, 18 de marzo de 2020

"Serenata", de LEOPOLDO LUGONES (ARGENTINA, 1874-1938)

Poema perteneciente al libro "El libro fiel", de fecha 1912  d.n.e.



"El beso", de Emilce Nora


I

Fiel al tormento que me desgarra,
Cual todo amante digno de amar,
Vengo a llorarte con mi guitarra
Las cosas que ella sabe llorar.

Tú también sabes que este es mi modo
De irme muriendo de amor por ti;
Pues si quererte, mi vida, es todo,
Quién no se muere de amar así.

Entre las cuerdas, sordo y convulso
Como un quejido, divaga el son,
Porque en los dedos con que las pulso
Me duele un poco de corazón.

Es que, glorioso con mis cadenas,
Cantando aumento mi padecer,
Que no hay compaña como estas penas,
Para morirse... para querer...


II

Si para un fino amante,
Nada es tropiezo,
En todo lo que toques
Yo seré beso.

En todas las estrellas
Seré mirada,
Que tu rigor es noche
Que no se acaba.

Lima para tus rejas
Serán mis celos,
Y mi sangre la marca
De tu pañuelo.


III

El jardín primaveral
Te manda en sus mariposas,
Besos de amor de las rosas
Que te dedica el rosal.
El lirio sentimental
Te declara su interés,
Y con su aire de marqués
Parece que en la pradera
Solamente floreciera
Para ponerse a tus pies.

Pero si, por desventura,
Las rimas de mis amores
No te cambiaran en flores
Mis suspiros de ternura,
Los mares de mi amargura
Llenos de perlas están,
Y abrasado en el afán
Con que muriendo te adoro,
Te encenderá en besos de oro
La llama de mi volcán.

Si cultivo es menester
A las rosas y a los lirios,
Yo al rigor de tus martirios
He porfiado en florecer.
Así aunque extraño poder
Me aparte de tu afición,
Guardará mi corazón
Por tu perfume habitado,
Como un pañuelo llorado
La esencia de tu pasión.




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domingo, 4 de marzo de 2018

"Paseo sentimental", de LEOPOLDO LUGONES (ARGENTINA, 1874-1938 d.n.e.)



Íbamos por el pálido sendero
hacia aquella quimérica comarca,
donde la tarde, al rayo del lucero,
se pierde en la extensión como una barca

Deshojaba tu amor su blanca rosa
en la melancolía de la estrella,
cuya luz palpitaba temerosa
como la desnudez de una doncella.

El paisaje gozaba su reposo
en frescura de acequia y de albahaca
Retardando su andar, ya misterioso,
lenta y oscura atravesó la vaca.

La feliz soledad de la pradera
te abandonaba en égloga exquisita
y el vibrante silencio sólo era
la pausa de una música infinita.

Púsose la romántica laguna
sombríamente azul, más que de cielo,
de serenidad grave, como una
larga quejumbre de «violoncello»,

La ilusión se aclaró con indecisa
debilidad de tarde en tu mirada,
y blandamente perfumó la brisa,
como una cabellera desatada.

La emoción del amor que con su angustia
de dulce enfermedad nos desacerba,
era el silencio de la tarde mustia
y la piedad humilde de la hierba.

Humildad olorosa y solitaria
que hacia el lívido ocaso decaía,
cual si la tierra, en lúgubre plegaria,
se postrase ante el cielo en agonía.

Al sentir más cordial tu brazo tierno,
te murmuré, besándote en la frente,
esas palabras de lenguaje eterno,
que hacen cerrar los ojos dulcemente.


Tus labios, en callada sutileza,
rimaron con los míos ese idioma
,
y así, en mi barba de leal rudeza,
fuiste la salomónica paloma.

Ante la demisión de aquella calma
que tantos desvaríos encapricha,
sentí en el beso estremecerse tu alma,
al borde del abismo de la dicha.


Mas en la misma atónita imprudencia
de aquel frágil temblor de porcelana,
a mi altivez confiaste tu inocencia
con una fiel seguridad de hermana,

y de mi propio triunfo prisionero,
me ennobleció la legendaria intriga
que sufre tanto aciago caballero
portante el mal de rigorosa amiga.

Sonaba aquel cantar de los rediles
tan dulce que parece que te nombra,
y florecía estrellas pastoriles
el inmenso ramaje de la sombra.

La noche armonizábase oportuna
con la emoción del cántico errabundo,
y la voz religiosa de la luna
iba encantando suavemente al mundo.

Sol del ensueño, a cuya magia blanca
conservas, perpetuado por mi afecto,
el azahar que inmarcesible arranca
la novia eterna del amor perfecto.

Tonada montañesa que atestigua
una quejosa intimidad de amores,
apalabrando con su letra antigua
«El dulce lamentar de dos pastores».

Y vino el llanto a tu alma taciturna,
en esa plenitud de amor sombríos
con que deja correr la flor nocturna
su venturoso exceso de rocío;

desvanecida de tristeza, cuando
pues, ¡quién no sentirá la paz agreste
un plenilunio lánguido y celeste
cifre el idilio en que se muere amando!

Bajo esa calma en que el deseo abdica,
yo fui aquel que asombró a la desventura,
ilustre de dolor como el pelícano
en la fiera embriaguez de su amargura.

Así purificados de infortunio,
en ilusión de cándida novela,
bogamos el divino plenilunio
como debajo de una blanca vela.

Íbamos por el pálido camino
hacia aquella quimérica comarca,
donde la luna, al dejo vespertino,
vuelve de la extensión como una barca.

Y ante el favor sin par de la fortuna
que te entregaba a mi pasión rendida,
con qué desgaire comulgué en la luna
la rueda de molino de la vida.

Difluía a lo lejos la inconclusa
flauta del agua, musical delirio;
y en él embebecida mi alma ilusa,
fue simple como el asno y como el lirio.

Sonora noche, en que como un cordaje
la sombra azul nos dio su melodía.
Claro de luna que, al nupcial viaje,
alas de cisne en su blancura abría...

Aunque la verdad grave de la pena
bien sé que pronto los ensueños trunca,
cada vez que te beso me enajena
la ilusión de que no hemos vuelto nunca
.

Porque esa dulce ausencia sin regreso,
y ese embeleso en victorioso alarde,
glorificaban el favor de un beso,
una tarde de amor
... Como esa tarde...


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domingo, 11 de febrero de 2018

"Paradisíaca", de LEOPOLDO LUGONES (ARGENTINA, 1874-1938 d.n.e.)



Cabe una rama en flor busqué tu arrimo.
La dorada serpiente de mis males
circuló por tus púdicos cendales
con la invasora suavidad de un mimo.

Sutil vapor alzábase del limo
sulfurando las tintas otoñales
del Poniente, y brillaba en los parrales
la transparencia ustoria del racimo.

Sintiendo que el azul nos impelía
algo de Dios, tu boca con la mía
se unieron en la tarde luminosa,

bajo el caduco sátiro de yeso,
y como de una cinta milagrosa
ascendí suspendido de tu beso.


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viernes, 19 de enero de 2018

"Oda a la desnudez", de LEOPOLDO LUGONES (ARGENTINA, 1874-1938 d.n.e.)


¡Qué hermosas las mujeres de mis noches!
En sus carnes, que el látigo flagela,
pongo mi beso adolescente y torpe,
como el rocío de las noches negras
que restaña las llagas de las flores.

Pan dice los maitines de la vida
en su rústico pífano de roble,
y Canidia compone en su redoma
los filtros del pecado, con el polen
de rosas ultrajadas, con el zumo
de fogosas cantáridas. El cobre
de un címbalo repica en las tinieblas,
reencarnan en sus mármoles los dioses,
y las pálidas nupcias de la fiebre
florecen como crímenes; la noche,
su negra desnudez de virgen cafre
enseña engalanada de fulgores
de estrellas, que acribillan como heridas
su enorme cuerpo tenebroso. Rompe
el seno de una nube y aparece
crisálida de plata, sobre el bosque,
la media luna, como blanca uña,
apuñaleando un seno; y en la torre
donde brilla un científico astrolabio,
con su mano hierática, está un monje
moliendo junto al fuego la divina
pirita azul en su almirez de bronce.

Surgida de los velos aparece
( ensueño astral ) mi pálida consorte,
temblando en su emoción como un sollozo,
rosada por el ansia de los goces
como divina brasa de incensario.
Y los besos estallan como golpes.
Y el rocío que baña sus cabellos
moja mi beso adolescente y torpe;
y gimiendo de amor bajo las torvas
virilidades de mi barba, sobre
las violetas que la ungen, exprimiendo
su sangre azul en sus cabellos nobles,
palidece de amor como una grande
azucena desnuda ante la noche.

¡Ah! muerde con tus dientes luminosos,
muerde en el corazón las prohibidas
manzanas del Edén; dame tus pechos,
cálices del ritual de nuestra misa
de amor;
dame tus uñas, dagas de oro,
para sufrir tu posesión maldita;
el agua de sus lágrimas culpables;
tu beso en cuyo fondo hay una espina.
Mira la desnudez de las estrellas;
la noble desnudez de las bravías
panteras de Nepal, la carne pura
de los recién nacidos; tu divina
desnudez que da luz como una lámpara
de ópalo, y cuyas vírgenes primicias
disputaré al gusano que te busca,
para morderte con su helada encía
el panal perfumado de tu lengua,
tu boca, con frescuras de piscina.

Que mis brazos rodeen tu cintura
como dos llamas pálidas, unidas
alrededor de una ánfora de plata
en el incendio de una iglesia antigua.
Que debajo mis párpados vigilen
la sombra de tus sueños mis pupilas
cual dos fieras leonas de basalto
en los portales de una sala egipcia.
Quiero que ciña una corona de oro
tu corazón, y que en tu frente lilia
caigan mis besos como muchas rosas,

y que brille tu frente de Sibila
en la gloria cirial de los altares,
como una hostia de sagrada harina;
y que triunfes, desnuda como una hostia,
en la pascua ideal de mis delicias.

¡Entrégate! La noche bajo su amplia
cabellera flotante nos cobija.
Yo pulsaré tu cuerpo, y en la noche
tu cuerpo pecador será una lira.


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