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domingo, 6 de agosto de 2017

"Mi deseo", de ALBERTO Rodríguez de LISTA y Aragón (ESPAÑA, 1775-1848, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Poesías de Don Alberto Lista", de fecha 1822 (red. de 1854),   d.n.e.



¿Sabes, hermosa Emilia,
cuál es el bien que ansío,
y cuyo ardiente voto
los dioses me inspiraron?
No son, no, los tesoros 5
del Ganges celebrado,
ni el oro y las riquezas
del opulento Craso.
Ni de Marte en las lides
brillar funesto rayo, 10
ni que mi gente ciñan
laureles sanguinarios.
Tampoco los favores
del necio prócer amo,
ni junto al trono fiero, 15
mandar esclavizado.-
Acaso te deslumbra
la gloria de los sabios.-
No: lejos de mi vista
los triunfos literarios. 20
¿Yo de opinión ajena
viviera? ¿yo temblando
del ignorante vulgo
comprara el torpe aplauso?-
Quizá en el blando vino 25
sepultas tus cuidados,
y sigues con Sileno
la enseña del gran Baco.
Es cierto, que algún día
bebí su partidario; 30
y no, no poca gloria
sus lides me alcanzaron.
Mas ya del traidor néctar
detesto el dulce engaño:
que sin razón no hay hombre, 35
ni gozo en el letargo.
Tú callas, bella Emilia;
mas tu silencio es vano,
que no una vez mis ojos
mi pecho te mostraron. 40
Artera, tú sonríes:
ya tu malicia alcanzo:
lo que mis ojos dicen,
repetirán mis labios.
Con tal que des en paga 45
un beso anticipado:
por él de mis deseos
sabrás el grande arcano;
y te diré, mi Emilia,
cuál es el bien que ansío, 50
y cuyo ardiente voto
los dioses me inspiraron.


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jueves, 6 de julio de 2017

"Romance, Belinda", de ALBERTO Rodríguez de LISTA y Aragón (ESPAÑA, 1775-1848, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Poesías de Don Alberto Lista", de fecha 1822 (red. de 1854),   d.n.e.



¿Qué hechizo derrama el cielo,
hermosa, en tu voz divina,
que ya en las almas no cabe
otro placer que el de oírla?

No a la nacarada aurora, 5
cuando el oriente ilumina,
con más dulzura aplaudieron
las pintadas avecillas:

no más lastimera y tierna
la amorosa tortolilla 10
lamentó al perdido esposo
en las ramas de la umbría:

no más grato el arroyuelo,
saltando entre tersas guijas,
con blando murmurio halaga 15
los céfiros de la orilla;

ni el ruiseñor, si desoye
su voz la consorte esquiva,
mas dolorosas querellas
al eco del valle envía. 20

El amor, cuando en tu rostro
sembró la rosa encendida
del abril, cuando en tus labios
destiló la miel del Hibla,

porque a tu hermosura no haya 25
libertad, que no se rinda,

puso en tus ojos su incendio
y en tu acento sus delicias.

Y en vano, amantes incautos,
huiréis de su hermosa vista: 30
que hay también para el oído
dulce inevitable herida.

¡Con qué atractivo donaire,
con qué graciosa artería
de amor las plácidas leyes 35
tu voz halagüeña dicta!

Ya en verso elevado y puro
celebres su blanda risa,
o ya en vulgares canciones
afectos nobles describas; 40

¡cuánto placer mana entonces
tu boca,
cuántas caricias!,
¡con cuánta ilusión los pechos
enardecidos palpitan!

Ya de artificioso amante 45
cantas la astucia maligna;
ya más tierna y seductora
himnos al placer suspiras.

En tus labios ser y forma
recibe la simpatía, 50
y al dulce lazo de Venus
la primavera convida.

Al pescador, que blasfema
el poder de amor, castigas;
y al que le imite, igual pena 55
tus ojos le pronostican.

Las blandas quejas, las lides
del desdén, sus breves iras,
y del jardín de Citeres
las deliciosas guaridas, 60

¿quién, Belinda, las describe
como tú? ¿quién alma y vida
con más verdad, con más gracia
prestó a la voz fugitiva?

Mas ¡oh! si en lúgubres tonos 65
gime enlutada la lira,
y del amor desgraciado
la doliente queja imita;

no es entonces la belleza,
que adoramos, no es Belinda: 70
es con todos sus prestigios
la dulce melancolía.

Es Psiquis, que el bien perdido
llora en la escarpada cima;
es Venus, cuando en sus brazos 75
el joven amado expira.

¡Cuán lánguidas sus miradas
desfallecen! ¡cuál oscila
su lindo seno! ¡cuán triste
baña el llanto sus mejillas! 80

¡cómo en el bello semblante
mágico el dolor se pinta!
¡Ay! ¿cual será el alma fiera,
que a tanta ilusión resista?

Dígalo yo... ¡cuántas veces 85
corristeis, lágrimas mías,
si de la homicida ausencia
lamentó la furia esquiva!

¡Cuál penetraba en mi seno
su flébil voz! ¡cuál hería 90
de este corazón sensible
las más delicadas fibras!

Yo escuchaba las querellas
de una ausente; yo creía
ver la solitaria selva, 95
donde en libertad suspira.

Tal vez tú misma consuelas
mi acerba pena: tú misma,
Belinda, tal vez la halagas
amistosa y compasiva. 100

¡Ah! gocen otros felices
glorias, placeres y risas;
que yo en gemir a tu lado
cifraré toda mi dicha.

Con tal que tu hermosa mano 105
mi llanto enjugue benigna:
lágrimas que te apiadan,
amor llorarlas querría.

Si él las causó, y es tu acento
el que a verterlas me obliga, 110
la amargura de su fuente
tu hechicera voz mitiga.

¡Ay! esas gracias, que templan
pesares, que almas cautivan,
no al arte sólo de Orfeo 115
pienses que le son debidas.

Puede la música al labio
prestar su vaga armonía;
mas no de afectos e ideas
la expresión casi divina. 120

¿Sabes, hermosa, en qué fuente
brota el fuego, que fulminan
tus ojos? ¿quién a tu canto
la ardiente pasión inspira?

Ese pecho, do entre lirios 125
la fiel ternura se anida:
ese corazón, que sólo
para el dulce amor palpita.

Feliz, no ya el que merece
entre adoradas caricias 130
ser tuyo (ventura tanta
los mismos dioses envidian),

sino el que alguna memoria
te deba, y si complacida
le miras, pueda imponerte 135
el tierno nombre de amiga.

Con él burlaré atrevido
tu furor, oh suerte impía;
y este pecho, aunque en sus hierros
el infortunio lo oprima, 140

libre y contento a tu lado
verás que late y respira,
y la amistad generosa
halaga su acerba herida.

¡Ay! de tan sabrosa llama 145
las puras blandas delicias
sólo es dado el explicarlas
a los que saben sentirlas.

Si cantas, todas mis penas
enmudecen: si me miras, 150
huye el dolor de mi pecho,
vuelve a mi rostro la risa.

Así del cantor de Tracia
la voz oyendo y la lira,
el reino infausto de Dite 155
sintió una vez la alegría.

Vive feliz: tu belleza
burle del tiempo las iras,
y ni el tiempo ni la suerte
jamás perturben tus dichas. 160

De las almas tiernas seas,
cual tú mereces, querida,
y siembre el amor de flores
la carrera de tus días.

Esta expresión de mi afecto 165
recibe afable, y olvida,
por ser pura y verdadera,
lo que pierda por ser mía.

Así el desterrado Anfriso
dice a la hermosa Belinda, 170
cuando su voz alegraba
del Gers odioso la orilla.

Ella sus tiernas razones
premia con blanda sonrisa,
y vuelve a cantar, y Anfriso 175
enmudece para oírla.


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martes, 6 de junio de 2017

"En las bodas de Mirtila", de ALBERTO Rodríguez de LISTA y Aragón (ESPAÑA, 1775-1848, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Poesías de Don Alberto Lista", de fecha 1822 (red. de 1854),   d.n.e.



Desde los mares de mi patria suena
el canto del amor: ¿qué ninfa hermosa,
qué celeste beldad hora conduces,
alma Venus, al ara de Himeneo?
Mirtila, gloria de los dulces prados, 5
que dora el sol cayendo al occidente
con sonrisa benigna, de Cupido
al fin sintió los plácidos ardores.
Amor, supremo dueño de los seres,
hoy erige su trono entre las hijas 10
del africano mar: islas felices,
que veis al astro abrasador del cielo
templar cansado en vuestras frescas ondas
su guirnalda de luces fulminante,
no envidiéis ya de Chipre ni Citera 15
los deleitosos valles. Nueva Psiquis,
por la que Amor dejara la de Gnido
en su lecho de aromas, las orillas
del atlántico piélago hermosea.
Está en su rostro la brillante nieve 20
templada con la rosa: la benigna
luz de sus ojos sobre el campo esparce
el plácido calor del sol naciente:
la pura risa de la blanca aurora
tiñe sus labios
: su gracioso seno 25
es la colina, que en su falda cubre
los tesoros de amor: su hablar suave
es el canto de Venus, con que a Adonis
halagó blanda en su hechizado gremio.
No ya, felices campos de mi patria, 30
veréis yacer en inocencia inútil
tan bella flor, ni sola y sin amores
temer del tiempo la fatal guadaña.
No, Mirtila: la gracia encantadora,
el rostro de beldad, los ricos dones, 35
con que adornó Cupido tu hermosura,
no estériles serán. De ardor suave
tus ojos se animaron; y aquel fuego,
que en el pecho del joven venturoso
encendiste, hechizando su existencia, 40
por el tuyo de nieve se dilata.
Entre cándidos lirios resplandece
la rosa del pudor sobre tu rostro,
y en tu hablar apacible se desliza
el gemido de amor: tu tierno pecho 45
bate y suspira, y en los bellos ojos
los rayos de Cupido centellean.
Beldad, tú del hermoso Amor recibes
las más celestes gracias: a él las vuelve.
Deja, Mirtila, que tus sienes orle 50
su guirnalda de rosas: son cogidas
en el vergel de Idalia: con suspiros
y lágrimas amantes florecieron:
tejiola amor, y a tus hermosas plantas.
los juegos y las risas la presentan. 55
Fecundidad sonríe: tu hermosura
mirará el genial lecho retratada
en venturosa prole, que en mil nudos
estrechará los lazos de Himeneo:
y amor feliz, y amor correspondido, 60
y amor sin fin coronará tus días.
¿Mas dó vuelo? ¿qué canto desusado
el pecho herviente llena? Del Permeso
miro correr las cristalinas ondas:
estas son, Pindo, tus umbrosas selvas, 65
aquel el valle de Helicón: la fuente,
do reside el espíritu del canto,
de la castalia cumbre se desata.
Tu elogio son, Mirtila, dulces himnos
que resuena el Parnaso. El dios de Delo 70
así canta en la cítara divina,
que enfrena el fiero piélago y del noto
acalla el ronco horrísono bramido:
«Ninfas del Pindo umbroso, entre las flores,
que la guirnalda de la esposa bella 75
tejen, y el mirto de la idalia margen
entrelazad el lauro de Helicona.
Las artes, que otro tiempo su delicia
y dulce encanto de su edad primera
fueron, hoy la coronen; que no en vano, 80
bella Mirtila, tu naciente seno
para el amor formaron. Las lecciones,
que al sencillo pastor dictó Cupido
en el sonido de la ruda avena,
no en vano las oíste. El euro blando, 85
el manso susurrar del sesgo río,
Céfiro entre las flores bullicioso
imagen son de amor. Joven felice,
no solo el puro rostro de Diana
y las gracias de Venus en tus brazos 90
al pecho amante estrechas: cuanto el cielo
pudo inspirar de sus celestes dones,
el candor virginal, la fe constante,
la piedad dulce, el ánimo modesto,
por las sensibles Musas instruido, 95
y al que no encubre avara sus tesoros
Naturaleza, un genio sobrehumano
en tu dichoso seno se recata.
¡Ah! goza: del placer la dulce fuente,
que amor te brinda, agota: sé de amantes 100
el modelo y la envidia, y de Mirtila
gloria y felicidad; y antes que el alba
colore al Teide de su luz serena,
recibe el dulce beso de Himeneo.


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martes, 16 de mayo de 2017

"El amor no conocido", de ALBERTO Rodríguez de LISTA y Aragón (ESPAÑA, 1775-1848, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Poesías de Don Alberto Lista", de fecha 1822 (red. de 1854),   d.n.e.



Vuelve, adorada Filis, vuelve al seno
de los constantes cándidos amores:
vuelve a la orilla, do su nido hicieran,
del Betis cristalino.

Ven; que el ardiente inextinguible fuego, 5
que en el pecho de Anfriso derramaste,
para exhalarse en férvidas caricias
espera tu presencia.

Creció escondido: con el falso nombre
de la amistad aleve serpeando 10
por mis entrañas todas, de repente,
cual es, se manifiesta.

Así de nieve su elevada cumbre
corona el Etna, y la mansión severa
de áspero invierno y de aquilón silboso 15
al peregrino anuncia.

En tanto abrasa el cavernoso abismo
oculto fuego, y repentino lanza
por su humeante dividida cima
mares de ardiente lava. 20

Rugen los bosques encendidos, ruge
el hervoroso piélago, bañado
de llama infausta; y cárdenas centellas
vomita al firmamento.

¡Ah Filis, Filis! te engañé: los dulces 25
de amistad que me diste, blandos besos,
para mí fueron las sañudas flechas
del insano Cupido.

Maligno sonreía el niño ciego
y de mi necio orgullo se burlaba: 30
«prueba», me dice, «prueba de este arco
la fuerza vencedora».

«Aprende a amar a Filis sin peligro:
aprende a ver sus celestiales gracias,
su blanda risa, su colmado seno 35
y sus ardientes ojos»:

«Aprende a ver los bienes más preciados
que a sus dulces amantes da Citeres,
sin sentir del amor y del deseo
el aguijón sañudo». 40

Ya estoy vencido: si tu flecha esquiva
sin conocerla, ¡ay triste! me ha llagado,
ya el cuello doblo a tu seguro yugo
e imploro tus piedades.

Mas no; de ti, maligno, nada espero: 45
sólo espero en tu pecho bondadoso,
oh dulce Filis, que a mi triste herida
remedio des suave.

No pido, que al delirio correspondas,
en que me abraso; mas concede al menos 50
los besos de una amiga compasiva
al labio de tu Anfriso.


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jueves, 27 de abril de 2017

"El beso", de ALBERTO Rodríguez de LISTA y Aragón (ESPAÑA, 1775-1848, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Poesías de Don Alberto Lista", de fecha 1822 (red. de 1854),   d.n.e.



Cual suele venciendo su margen riscoso
lanzarse a las tierras
soberbio el torrente, e inunda primero
la humilde pradera;

y luego crecido con lluvia incesante 5
no admite riberas,
y chozas y establos, ganados y puentes
las ondas se llevan:

del súbito estrago el rústico huyendo
se acoge a la sierra, 10
y allí guarecido los turbios raudales
seguro contempla:

así los furores del Niño vendado,
que Jove respeta,
al ver que domina con pérfido cetro 15
entrambas esferas;

burlé asegurado, buscando en tu pecho,
¡ay Filis! centellas
del fuego inocente, que enciende las almas
con llama halagüeña. 20

Amiga constante, premiando mi afecto
gozosa y risueña,
en plácidos juegos, en puras caricias
y en pláticas tiernas
las horas sabrosas fugaces volaban, 25
la vida con ellas,
de Amor ignorando la risa dañosa;
la ardiente saeta.

Mas ¡ay! que en el pecho sintiendo a deshora
cual sierpe encubierta, 30
la herida funesta probé de su aljaba,
que mata y recrea.

Al bosque apacible de altivos laureles,
¡ay Filis! ¿te acuerdas?
huyendo de Febo llevonos un día 35
la férvida siesta.

Allí recostados al margen florido
de fuente encubierta,
que en mansos raudales los mirtos y rosas
halaga parlera; 40

de tórtola amante hirió nuestro oído
la ardiente querella,
y en trinos suaves su fuego amoroso
lanzó Filomena.

No sé qué torrente de llama sabrosa 45
corrió por mis venas,
y en dulce esperanza de nuevos placeres
mi pecho enajena.

Ansioso te pido el beso de amiga;
y tú blanda y tierna 50
mi ardiente mejilla con boca inocente
buscabas contenta.


¿Por qué ya sedientos de gozos acerbos,
te di en vez de ella
mis labios, que osaron sellar por su daño 55
la rosa entreabierta?


¿Por qué, respirando su aroma divino,
gusté de entre perlas
la miel destilada, que fiera ponzoña
ya el alma me quema?
60

Después de aquel día, mi pecho encendido
sosiego no encuentra,
ni el campo me grada, ni busco del Betis
las plácidas vegas.

Dejé los amigos: los libros me enfadan, 65
y, Filis, tú mesma
con blandos afectos, con puras caricias
mi pecho atormentas.

Y al mal que padezco, querido bien mío,
remedio no queda, 70
si no haces, que al beso que fue mi ruina,
mil besos sucedan:


al nombre de amigo, delirios amantes;
y al prado y la selva,
el tálamo blando, la antorcha fecunda, 75
que amores sosiega.


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