¿Qué hechizo derrama el cielo,
hermosa, en tu voz divina,
que ya en las almas no cabe
otro placer que el de oírla?
No a la nacarada aurora, 5
cuando el oriente ilumina,
con más dulzura aplaudieron
las pintadas avecillas:
no más lastimera y tierna
la amorosa tortolilla 10
lamentó al perdido esposo
en las ramas de la umbría:
no más grato el arroyuelo,
saltando entre tersas guijas,
con blando murmurio halaga 15
los céfiros de la orilla;
ni el ruiseñor, si desoye
su voz la consorte esquiva,
mas dolorosas querellas
al eco del valle envía. 20
El amor, cuando en tu rostro
sembró la rosa encendida
del abril, cuando en tus labios
destiló la miel del Hibla,
porque a tu hermosura no haya 25
libertad, que no se rinda,
puso en tus ojos su incendio
y en tu acento sus delicias.
Y en vano, amantes incautos,
huiréis de su hermosa vista: 30
que hay también para el oído
dulce inevitable herida.
¡Con qué atractivo donaire,
con qué graciosa artería
de amor las plácidas leyes 35
tu voz halagüeña dicta!
Ya en verso elevado y puro
celebres su blanda risa,
o ya en vulgares canciones
afectos nobles describas; 40
¡cuánto placer mana entonces
tu boca, cuántas caricias!,
¡con cuánta ilusión los pechos
enardecidos palpitan!
Ya de artificioso amante 45
cantas la astucia maligna;
ya más tierna y seductora
himnos al placer suspiras.
En tus labios ser y forma
recibe la simpatía, 50
y al dulce lazo de Venus
la primavera convida.
Al pescador, que blasfema
el poder de amor, castigas;
y al que le imite, igual pena 55
tus ojos le pronostican.
Las blandas quejas, las lides
del desdén, sus breves iras,
y del jardín de Citeres
las deliciosas guaridas, 60
¿quién, Belinda, las describe
como tú? ¿quién alma y vida
con más verdad, con más gracia
prestó a la voz fugitiva?
Mas ¡oh! si en lúgubres tonos 65
gime enlutada la lira,
y del amor desgraciado
la doliente queja imita;
no es entonces la belleza,
que adoramos, no es Belinda: 70
es con todos sus prestigios
la dulce melancolía.
Es Psiquis, que el bien perdido
llora en la escarpada cima;
es Venus, cuando en sus brazos 75
el joven amado expira.
¡Cuán lánguidas sus miradas
desfallecen! ¡cuál oscila
su lindo seno! ¡cuán triste
baña el llanto sus mejillas! 80
¡cómo en el bello semblante
mágico el dolor se pinta!
¡Ay! ¿cual será el alma fiera,
que a tanta ilusión resista?
Dígalo yo... ¡cuántas veces 85
corristeis, lágrimas mías,
si de la homicida ausencia
lamentó la furia esquiva!
¡Cuál penetraba en mi seno
su flébil voz! ¡cuál hería 90
de este corazón sensible
las más delicadas fibras!
Yo escuchaba las querellas
de una ausente; yo creía
ver la solitaria selva, 95
donde en libertad suspira.
Tal vez tú misma consuelas
mi acerba pena: tú misma,
Belinda, tal vez la halagas
amistosa y compasiva. 100
¡Ah! gocen otros felices
glorias, placeres y risas;
que yo en gemir a tu lado
cifraré toda mi dicha.
Con tal que tu hermosa mano 105
mi llanto enjugue benigna:
lágrimas que te apiadan,
amor llorarlas querría.
Si él las causó, y es tu acento
el que a verterlas me obliga, 110
la amargura de su fuente
tu hechicera voz mitiga.
¡Ay! esas gracias, que templan
pesares, que almas cautivan,
no al arte sólo de Orfeo 115
pienses que le son debidas.
Puede la música al labio
prestar su vaga armonía;
mas no de afectos e ideas
la expresión casi divina. 120
¿Sabes, hermosa, en qué fuente
brota el fuego, que fulminan
tus ojos? ¿quién a tu canto
la ardiente pasión inspira?
Ese pecho, do entre lirios 125
la fiel ternura se anida:
ese corazón, que sólo
para el dulce amor palpita.
Feliz, no ya el que merece
entre adoradas caricias 130
ser tuyo (ventura tanta
los mismos dioses envidian),
sino el que alguna memoria
te deba, y si complacida
le miras, pueda imponerte 135
el tierno nombre de amiga.
Con él burlaré atrevido
tu furor, oh suerte impía;
y este pecho, aunque en sus hierros
el infortunio lo oprima, 140
libre y contento a tu lado
verás que late y respira,
y la amistad generosa
halaga su acerba herida.
¡Ay! de tan sabrosa llama 145
las puras blandas delicias
sólo es dado el explicarlas
a los que saben sentirlas.
Si cantas, todas mis penas
enmudecen: si me miras, 150
huye el dolor de mi pecho,
vuelve a mi rostro la risa.
Así del cantor de Tracia
la voz oyendo y la lira,
el reino infausto de Dite 155
sintió una vez la alegría.
Vive feliz: tu belleza
burle del tiempo las iras,
y ni el tiempo ni la suerte
jamás perturben tus dichas. 160
De las almas tiernas seas,
cual tú mereces, querida,
y siembre el amor de flores
la carrera de tus días.
Esta expresión de mi afecto 165
recibe afable, y olvida,
por ser pura y verdadera,
lo que pierda por ser mía.
Así el desterrado Anfriso
dice a la hermosa Belinda, 170
cuando su voz alegraba
del Gers odioso la orilla.
Ella sus tiernas razones
premia con blanda sonrisa,
y vuelve a cantar, y Anfriso 175
enmudece para oírla.
hermosa, en tu voz divina,
que ya en las almas no cabe
otro placer que el de oírla?
No a la nacarada aurora, 5
cuando el oriente ilumina,
con más dulzura aplaudieron
las pintadas avecillas:
no más lastimera y tierna
la amorosa tortolilla 10
lamentó al perdido esposo
en las ramas de la umbría:
no más grato el arroyuelo,
saltando entre tersas guijas,
con blando murmurio halaga 15
los céfiros de la orilla;
ni el ruiseñor, si desoye
su voz la consorte esquiva,
mas dolorosas querellas
al eco del valle envía. 20
El amor, cuando en tu rostro
sembró la rosa encendida
del abril, cuando en tus labios
destiló la miel del Hibla,
porque a tu hermosura no haya 25
libertad, que no se rinda,
puso en tus ojos su incendio
y en tu acento sus delicias.
Y en vano, amantes incautos,
huiréis de su hermosa vista: 30
que hay también para el oído
dulce inevitable herida.
¡Con qué atractivo donaire,
con qué graciosa artería
de amor las plácidas leyes 35
tu voz halagüeña dicta!
Ya en verso elevado y puro
celebres su blanda risa,
o ya en vulgares canciones
afectos nobles describas; 40
¡cuánto placer mana entonces
tu boca, cuántas caricias!,
¡con cuánta ilusión los pechos
enardecidos palpitan!
Ya de artificioso amante 45
cantas la astucia maligna;
ya más tierna y seductora
himnos al placer suspiras.
En tus labios ser y forma
recibe la simpatía, 50
y al dulce lazo de Venus
la primavera convida.
Al pescador, que blasfema
el poder de amor, castigas;
y al que le imite, igual pena 55
tus ojos le pronostican.
Las blandas quejas, las lides
del desdén, sus breves iras,
y del jardín de Citeres
las deliciosas guaridas, 60
¿quién, Belinda, las describe
como tú? ¿quién alma y vida
con más verdad, con más gracia
prestó a la voz fugitiva?
Mas ¡oh! si en lúgubres tonos 65
gime enlutada la lira,
y del amor desgraciado
la doliente queja imita;
no es entonces la belleza,
que adoramos, no es Belinda: 70
es con todos sus prestigios
la dulce melancolía.
Es Psiquis, que el bien perdido
llora en la escarpada cima;
es Venus, cuando en sus brazos 75
el joven amado expira.
¡Cuán lánguidas sus miradas
desfallecen! ¡cuál oscila
su lindo seno! ¡cuán triste
baña el llanto sus mejillas! 80
¡cómo en el bello semblante
mágico el dolor se pinta!
¡Ay! ¿cual será el alma fiera,
que a tanta ilusión resista?
Dígalo yo... ¡cuántas veces 85
corristeis, lágrimas mías,
si de la homicida ausencia
lamentó la furia esquiva!
¡Cuál penetraba en mi seno
su flébil voz! ¡cuál hería 90
de este corazón sensible
las más delicadas fibras!
Yo escuchaba las querellas
de una ausente; yo creía
ver la solitaria selva, 95
donde en libertad suspira.
Tal vez tú misma consuelas
mi acerba pena: tú misma,
Belinda, tal vez la halagas
amistosa y compasiva. 100
¡Ah! gocen otros felices
glorias, placeres y risas;
que yo en gemir a tu lado
cifraré toda mi dicha.
Con tal que tu hermosa mano 105
mi llanto enjugue benigna:
lágrimas que te apiadan,
amor llorarlas querría.
Si él las causó, y es tu acento
el que a verterlas me obliga, 110
la amargura de su fuente
tu hechicera voz mitiga.
¡Ay! esas gracias, que templan
pesares, que almas cautivan,
no al arte sólo de Orfeo 115
pienses que le son debidas.
Puede la música al labio
prestar su vaga armonía;
mas no de afectos e ideas
la expresión casi divina. 120
¿Sabes, hermosa, en qué fuente
brota el fuego, que fulminan
tus ojos? ¿quién a tu canto
la ardiente pasión inspira?
Ese pecho, do entre lirios 125
la fiel ternura se anida:
ese corazón, que sólo
para el dulce amor palpita.
Feliz, no ya el que merece
entre adoradas caricias 130
ser tuyo (ventura tanta
los mismos dioses envidian),
sino el que alguna memoria
te deba, y si complacida
le miras, pueda imponerte 135
el tierno nombre de amiga.
Con él burlaré atrevido
tu furor, oh suerte impía;
y este pecho, aunque en sus hierros
el infortunio lo oprima, 140
libre y contento a tu lado
verás que late y respira,
y la amistad generosa
halaga su acerba herida.
¡Ay! de tan sabrosa llama 145
las puras blandas delicias
sólo es dado el explicarlas
a los que saben sentirlas.
Si cantas, todas mis penas
enmudecen: si me miras, 150
huye el dolor de mi pecho,
vuelve a mi rostro la risa.
Así del cantor de Tracia
la voz oyendo y la lira,
el reino infausto de Dite 155
sintió una vez la alegría.
Vive feliz: tu belleza
burle del tiempo las iras,
y ni el tiempo ni la suerte
jamás perturben tus dichas. 160
De las almas tiernas seas,
cual tú mereces, querida,
y siembre el amor de flores
la carrera de tus días.
Esta expresión de mi afecto 165
recibe afable, y olvida,
por ser pura y verdadera,
lo que pierda por ser mía.
Así el desterrado Anfriso
dice a la hermosa Belinda, 170
cuando su voz alegraba
del Gers odioso la orilla.
Ella sus tiernas razones
premia con blanda sonrisa,
y vuelve a cantar, y Anfriso 175
enmudece para oírla.
Leer más poemas de este autor en el blog BESOS.
Enlace recomendado:
No hay comentarios:
Publicar un comentario