Hoy en la siesta
un molinillo de viento
me ha puesto en el sueño un beso
en el hueco de mis caderas,
en el dorso de mis muñecas
y,
en el beso,
unas gotas del olor a sal de tus brazos.
(Así eran los regalos que solíais hacerme,
tú y el Mediterráneo,
cuando llovía y me echabais de menos
y queríais anclaros para siempre
en la cruz de Malta de mi pecho).
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