miércoles, 19 de diciembre de 2018

"La prueba", de EMILIA PARDO BAZÁN (ESPAÑA, 1851-1921)

Fragmento perteneciente al cuento "La Prueba", de fecha 1890  d.n.e.



CAPÍTULO 11.

Entré. Siempre me gustaba sorprender así a Carmiña, porque dada la vehemencia de su carácter, le era muy difícil reprimirse en los primeros momentos y no dejar asomar a la superficie lo interior del alma. Acerté de medio a medio, pues al sentir el ruido de mis pasos, al verme en la sillita donde estaba haciendo labor, la impresión fue tan fuerte, que no sabía qué contestar a mi saludo: se le trababa la lengua. De tal modo se sobrecogió, que yo era entonces el que permanecía relativamente sereno, dueño de mí, el que dominaba la situación, a pesar de mi estudiantil inexperiencia, para los casos pasionales. Cogí sus manos, que en la palma humedecía ligero y helado sudor; la arrastré hasta la ventana, y clavé los ojos en su rostro, que encontré más pálido, más deshecho, más desencajado que nunca. Pugnaba por apartarse, y porque nos sentásemos como en visita, muy formales; pero no lo consentí, y la mantuve junto a los vidrios, sin saciarme de verle la cara. Estábamos tan cerca, que yo, siendo más alto, podría bien fácilmente inclinarme y robarle el supremo bien, el sello de amor, el ansiado beso, favor dulcísimo que implica los restantes; pero me detuvo, más que el respeto, la piedad, el temor de cubrir de vergüenza aquellas mejillas mustias. Si yo la besase, de fijo le quedaría una mancha roja en la faz. Sí; yo veía el beso apetecido señalarlo como la marca que imprimía allá en otros tiempos el hierro candente del verdugo. No: besarla, nunca. Reprimiendo la tentación, le estrujaba las manos, le incrustaba mis dedos en la palma trémula. Ella consiguió por fin llevarme hacia el sofá, y sentándose en él, me señaló la butaca, donde me hundí sin soltarle las manos.


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