martes, 1 de agosto de 2023

"Contigo", de MANUEL JESÚS PACHECO ALVARADO (ESPAÑA, s. XX-XXI d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Lugares comunes", de fecha 2023  d.n.e.



Sueño desnudo (2007), de Arthur Braginsky


Estar contigo es más que solo estar
con alguien en un mismo espacio y tiempo,
es zambullirse en costas felicísimas,
conversar con los ojos llenos, verse
ardiendo en el rojo de tus labios de lumbre,
volver a escuchar en el corazón los redobles
del temblor de tu ardiente caricia a quemarropa,
bañarse en tu querer incombustible,
saborear el sol cuando huele a café nuevo,
saberse en el mágico embrujo de tu encanto,
asomarse a un pretil de mil misterios,
soñar que sueñas que te estoy soñando,
recordar que no quiero vivir muerto.

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jueves, 27 de julio de 2023

"Te doy Claudia estos versos", de ERNESTO CARDENAL MARTÍNEZ (NICARAGUA, 1925-2020, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Epigramas", de fecha 1961  d.n.e.



Te doy Claudia, estos versos, porque tú eres su dueña.
Los he escrito sencillos para que tú los entiendas.
Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan,
un día se divulgarán, tal vez por toda Hispanoamérica.
Y si al amor que los dictó, tú también lo desprecias,
otras soñarán con este amor que no fue para ellas.
Y tal vez verás, Claudia, que estos poemas,
(escritos para conquistarte a ti) despiertan
en otras parejas enamoradas que los lean
los besos que en ti no despertó el poeta.





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miércoles, 26 de julio de 2023

"La metamorfosis del vampiro", de de CHARLES PIERRE BAUDELAIRE (Francia, 1821-1867 d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Las flores del mal", de fecha 1857  d.n.e.



La femme cependant, de sa bouche de fraise,
En se tordant ainsi qu’un serpent sur la braise,
Et pétrissant ses seins sur le fer de son busc,
Laissait couler ces mots tout imprégnés de musc:
— « Moi, j’ai la lèvre humide, et je sais la science
De perdre au fond d’un lit l’antique conscience.
Je sèche tous les pleurs sur mes seins triomphants,
Et fais rire les vieux du rire des enfants.
Je remplace, pour qui me voit nue et sans voiles,
La lune, le soleil, le ciel et les étoiles!
Je suis, mon cher savant, si docte aux voluptés,
Lorsque j’étouffe un homme en mes bras redoutés,
Ou lorsque j’abandonne aux morsures mon buste,
Timide et libertine, et fragile et robuste,
Que sur ces matelas qui se pâment d’émoi,
Les anges impuissants se damneraient pour moi!».

Quand elle eut de mes os sucé toute la moelle,
Et que languissamment je me tournai vers elle
Pour lui rendre un baiser d’amour, je ne vis plus
Qu’une outre aux flancs gluants, toute pleine de pus!
Je fermai les deux yeux, dans ma froide épouvante,
Et quand je les rouvris à la clarté vivante,
À mes côtés, au lieu du mannequin puissant
Qui semblait avoir fait provision de sang,
Tremblaient confusément des débris de squelette,
Qui d’eux-mêmes rendaient le cri d’une girouette
Ou d’une enseigne, au bout d’une tringle de fer,
Que balance le vent pendant les nuits d’hiver.

La mujer, entre tanto, de su boca de fresa
Retorciéndose como una sierpe entre las brasas
Y amasando sus senos sobre el hierro de su corsé,
dejaba fluir estas palabras totalmente impregnadas de almizcle:
-«Yo, yo tengo el labio húmedo, y conozco la ciencia
De perder en el fondo de un lecho la antigua consciencia.
Seco todas las lágrimas en mis senos triunfantes,
Y hago reír a los viejos con la risa de los niños.
¡Reemplazo, para quien me ve desnuda y sin velos,
a la luna, al sol, al cielo y las estrellas!
Yo soy, mi caro sabio, tan docta en los placeres,
Cuando asfixio a un hombre en mis brazos temidos,
O cuando anandono a los mordiscos mi busto,
Tímida y libertina, y frágil y robusta,
Que sobre estos colchones que se desmayan de emoción,
¡los ángeles indefensos se condenarían por mí».

Cuando hubo succionado toda la médula de mis huesos,
y lánguidamente me volvía hacia ella
para devolverle un beso de amor, sólo vi
¡un odre con los flancos pegajosos, todo lleno de pus!
Cerré los dos ojos, en mi helado terror,
y cuando los abrí a la claridad viva,
a mi lado, en lugar del maniquí poderoso
que parecía haber hecho provisión de mi sangre,
temblaron confusamente con los restos de esqueleto,
de los cuales devolvieron el grito de una veleta
o de un cartel, al final de una barra de hierro,
que balancea el viento en las noches de invierno."
[Trad. de Raúl Amores Pérez]



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miércoles, 5 de julio de 2023

"Y no quieras a la diosa", de GLORIA FUERTES, seudónimo de GLORIA JORGE GARCÍA (ESPAÑA, 1917-1998 d.n.e.)

Y no quieras a la diosa
sin saber si ella te deja.
Y no esperes a su boca
sin saber si ella te espera
.
Y no digas que la quieres,
si tan solo la deseas,
que esa mujer pone un verso
en cada beso que deja.




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miércoles, 21 de junio de 2023

"Problemas de geografía personal", de LUIS GARCÍA MONTERO (ESPAÑA, 1958--, d.n.e.)


Nunca se despedirme de ti, siempre me quedo
con el frío de alguna palabra que no he dicho,
con un malentendido que temer,
ese hueco de torpe inexistencia
que a veces, gota a gota, se convierte
en desesperación.

Nunca se despedirme de ti, porque no soy
el viajero que cruza por la gente,
el que va de aeropuerto en aeropuerto
o el que mira los coches, en dirección contraria,
corriendo a la ciudad
en la que acabas de quedarte.

Nunca sé despedirme, porque soy
un ciego que tantea por el túnel
de tu mano y tus labios
cuando dicen adiós,
un ciego que tropieza con los malentendidos
y con esas palabras
que no saben pronunciar.

Extrañado de amor,
nunca puedo alejarme de todo lo que eres.
En un hueco de torpe inexistencia,
me voy de mí
camino a la nada.





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martes, 20 de junio de 2023

"La mujer de vapor", de CARLOS RUIZ ZAFÓN (ESPAÑA, 1964-2020, d.n.e.)

Cuento perteneciente al libro "La ciudad del vapor", de fecha 2020  d.n.e.



Nunca se lo confesé a nadie, pero conseguí el piso de puro milagro. Laura, que tenía besar de tango, trabajaba de secretaria para el administrador de fincas del primero segunda. La conocí una noche de julio en que el cielo ardía de vapor y desesperación. Yo dormía a la intemperie, en un banco de la plaza, cuando me despertó el roce de unos labios. «¿Necesitas un sitio para quedarte?» Laura me condujo hasta el portal. El edificio era uno de esos mausoleos verticales que embrujan la ciudad vieja, un laberinto de gárgolas y remiendos sobre cuyo atrio se leía 1866. La seguí escaleras arriba, casi a tientas. A nuestro paso, el edificio crujía como los barcos viejos. Laura no me preguntó por nóminas ni referencias. Mejor, porque en la cárcel no te dan ni unas ni otras. El ático era del tamaño de mi celda, una estancia suspendida en la tundra de tejados. «Me lo quedo», dije. A decir verdad, después de tres años en prisión, había perdido el sentido del olfato, y lo de las voces que transpiraban por los muros no era novedad. Laura subía casi todas las noches. Su piel fría y su aliento de niebla eran lo único que no quemaba de aquel verano infernal. Al amanecer, Laura se perdía escaleras abajo, en silencio. Durante el día yo aprovechaba para dormitar. Los vecinos de la escalera tenían esa amabilidad mansa que confiere la miseria. Conté seis familias, todas con niños y viejos que olían a hollín y a tierra removida. Mi favorito era don Florián, que vivía justo debajo y pintaba muñecas por encargo. Pasé semanas sin salir del edificio. Las arañas trazaban arabescos en mi puerta. Doña Luisa, la del tercero, siempre me subía algo de comer. Don Florián me prestaba revistas viejas y me retaba a partidas de dominó. Los críos de la escalera me invitaban a jugar al escondite. Por primera vez en mi vida me sentía bienvenido, casi querido. A medianoche, Laura traía sus diecinueve años envueltos en seda blanca y se dejaba hacer como si fuera la última vez. La amaba hasta el alba, saciándome en su cuerpo de cuanto la vida me había robado. Luego yo soñaba en blanco y negro, como los perros y los malditos. Incluso a los despojos de la vida como yo se les concede un asomo de felicidad en este mundo. Aquel verano fue el mío. Cuando llegaron los del ayuntamiento a finales de agosto los tomé por policías.

El ingeniero de derribos me dijo que él no tenía nada contra los okupas, pero que, sintiéndolo mucho, iban a dinamitar el edificio. «Debe de haber un error», dije. Todos los capítulos de mi vida empiezan con esa frase. Corrí escaleras abajo hasta el despacho del administrador de fincas para buscar a Laura. Cuanto había era una percha y medio palmo de polvo. Subí a casa de don Florián. Cincuenta muñecas sin ojos se pudrían en las tinieblas. Recorrí el edificio en busca de algún vecino. Pasillos de silencio se apilaban debajo de escombros. «Esta finca está clausurada desde 1939, joven —me informó el ingeniero—. La bomba que mató a los ocupantes dañó la estructura sin remedio.» Tuvimos unas palabras. Creo que lo empujé escaleras abajo. Esta vez, el juez se despachó a gusto. Los antiguos compañeros me habían guardado la litera: «Total, siempre vuelves.» Hernán, el de la biblioteca, me encontró el recorte con la noticia del bombardeo. En la foto, los cuerpos están alineados en cajas de pino, desfigurados por la metralla pero reconocibles. Un sudario de sangre se esparce sobre los adoquines. Laura viste de blanco, las manos sobre el pecho abierto. Han pasado ya dos años, pero en la cárcel se vive o se muere de recuerdos. Los guardias de la prisión se creen muy listos, pero ella sabe burlar los controles. A medianoche, sus labios me despiertan. Me trae recuerdos de don Florián y los demás. «Me querrás siempre, ¿verdad?», pregunta mi Laura. Y yo le digo que sí.


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viernes, 2 de junio de 2023

"Amante" de VICENTE ALEIXANDRE (ESPAÑA, 1898-1994, d.n.e.)

Amante
lo que yo no quiero
es darte palabras de ensueño,
ni propagar imagen con mis labios
en tu frente, ni con mi beso.

La punta de tu dedo,
con tu uña rosa, para mi gesto
tomo, y, en el aire hecho,
te la devuelvo.
De tu almohada, la gracia y el hueco.
Y el calor de tus ojos, ajenos.
Y la luz de tus pechos
secretos.
Como la luna en primavera,
una ventana
nos da amarilla lumbre. Y un estrecho
latir
parece que refluye a ti de mí.
No es eso. No será. Tu sentido verdadero
me lo ha dado ya el resto,
el bonito secreto,
el graciosillo hoyuelo,
la linda comisura
y el mañanero
desperezo.




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miércoles, 10 de mayo de 2023

"Los besos: No te olvides, temprana, de los besos un día", de VICENTE ALEIXANDRE (ESPAÑA, 1898-1984, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Nacimiento último ", de fecha (1927-1952)   d.n.e.



No te olvides, temprana, de los besos un día.
De los besos alados que a tu boca llegaron.
Un instante pusieron su plumaje encendido
sobre el puro dibujo que se rinde entreabierto.

Te rozaron los dientes. Tú sentiste su bulto,
En tu boca latiendo su celeste plumaje.
Ah, redondo tu labio palpitaba de dicha.
¿Quién no besa esos pájaros cuando llegan, escapan?

Entreabierta tu boca vi tus dientes blanquísimos.
Ah, los picos delgados entre labios se hunden.
Ah, picaron celestes, mientras dulce sentiste
que tu cuerpo ligero, muy ligero, se erguía.

¡Cuán graciosa, cuán fina, cuán esbelta reinabas!
Luz o pájaros llegan, besos puros, plumajes.
Y oscurecen tu rostro con sus alas calientes,
que te rozan, revuelan, mientras ciega tú brillas.

No lo olvides. Felices, mira, van, ahora escapan.
Mira: vuelan, ascienden, el azul los adopta.
Suben altos, dorados. Van calientes, ardiendo.
Gimen, cantan, esplenden. En el cielo deliran.




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sábado, 6 de mayo de 2023

"Yo no quiero morirme sin saber de tu boca", de AMADA ELSA LÓPEZ RODRÍGUEZ (ESPAÑA, 1943--, d.n.e)

Yo no quiero morirme sin saber de tu boca.
Yo no quiero morirme con el alma perpleja
sabiéndote distinto, perdido en otras playas.

Yo no quiero morirme con este desconsuelo
por el arco infinito de esa cúpula triste
donde habitan tus sueños al sol de mediodía.

Yo no quiero morirme sin haberte entregado
las doradas esferas de mi cuerpo,
la piel que me recubre, el temblor que me invade.

Yo no quiero morirme sin que me hayas amado.

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domingo, 12 de febrero de 2023

"Dime amiga, la causa de este ardiente, puro, inmortal anhelo que hay en mí:", de FRIEDRICH SCHILLER (ALEMANIA, 1759-1805 D.N.E.)

Guido Reni, "Baco y Ariadne"

Dime, amiga, la causa de este ardiente,
puro, inmortal anhelo que hay en mí:
suspenderme a tu labio eternamente,
y abismarme en tu ser, y el grato ambiente
de tu alma inmaculada recibir.

El tiempo que pasó, tiempo distinto,
¿no era de un solo ser nuestro existir?
¿acaso el foco de un planeta extinto
dio nido a nuestro amor en su recinto
en días que vimos para siempre huir?

¿…Tú también como yo? Sí, tú has sentido
en el pecho el dulcísimo latido
con que anuncia su fuego la pasión:
amémonos los dos, y pronto el vuelo
alzaremos felices a ese cielo
en que otra vez seremos como Dios.




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viernes, 10 de febrero de 2023

Soneto: "Decir te quiero", de RAFAEL DE LEÓN Y ARIAS DE SAAVEDRA (ESPAÑA, 1908-1982, d.n.e.)

Decir "te quiero" con la voz velada
y besar otros labios dulcemente,
no es tener ser, es encontrar la fuente
que nos brinda la boca enamorada
.

Un beso así no quiere decir nada,
es ceniza de amor, no lava hirviente,
que en amor hay que estar siempre presente,
mañana, tarde, noche y madrugada.

Que cariño es más potro que cordero,
más espina que flor, sol, no lucero,
perro en el corazón, candela viva...

Lo nuestro no es así, a qué engañarnos,
lo nuestro es navegar sin encontrarnos,
a la deriva, amor, a la deriva.




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jueves, 9 de febrero de 2023

"¡Ten compasión, piedad, amor!", de JOHN KEATS (INGLATERRA, 1795-1821, d.n.e.)

Brisa primaveral, de William Adolphe Bouguereau

¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!
Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin,
amor de un solo pensamiento, que no divagas,
que eres puro, sin máscaras, sin una mancha.
Permíteme tenerte entero… ¡Sé todo, todo mío!
Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer
del amor que es tu beso…
esas manos, esos ojos divinos
ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero,
incluso tú misma, tu alma por piedad dámelo todo,
no retengas un átomo de un átomo o me muero,
o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable,
¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil,
los propósitos de la vida, el gusto de mi mente
perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!




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miércoles, 8 de febrero de 2023

"Amada, en esta noche tú te has crucificado", de CÉSAR VALLEJO (PERÚ, 1892-1938, d.n.e.)

Anatoly Piatkevich

Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso
;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.

En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso
.

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.

Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte. Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.




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martes, 7 de febrero de 2023

Soneto: "¡Déjame decirte lindos versos raros!", de FLORBELA ESPANCA (PORTUGAL, 1894-1930, d.n.e.)

¡Déjame decirte lindos versos raros
Que en mi boca tengo para así decirte!
Están esculpidos en mármol de Paros
Por mí cincelados para a ti servirte.

Son por su dulzura terciopelos caros,
Son como las sedas pálidas a arderte...
¡Déjame decirte lindos versos raros
Que fueron creados para enloquecerte!

Mas no te los digo, mi Amor, todavía...
¡Que siempre una boca de mujer es linda
Cuando dentro guarda versos que no dice!

¡Te deseo tanto! Nunca te besé...
Y en el beso, amor, que no te entregué
Guardo los más lindos versos que te hice!




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lunes, 6 de febrero de 2023

"De qué callada manera", de NICOLÁS GUILLÉN (CUBA, 1902-1989, d.n.e.)

¡De qué callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera la primavera !
¡Yo, muriendo!

Y de qué modo sutil
me derramo en la camisa
todas las flores de abril.

¿Quién le dijo que yo era
risa siempre, nunca llanto,
como si fuera
la primavera?
¡No soy tanto!

En cambio, ¡Qué espiritual
que usted me brinde una rosa
de su rosal principal!

De que callada manera
se me adentra usted sonriendo,
como si fuera la primavera
¡Yo, muriendo!





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viernes, 3 de febrero de 2023

"Bajo tu clara sombra", de OCTAVIO PAZ (MÉJICO, 1914-1998, d.n.e.)

"Culebra", de Albert Joseph Penot (1862 – 1930)


Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo cuerpo
un cuerpo como día derramado
y noche devorada;
la luz de unos cabellos
que no apaciguan nunca
la sombra de mi tacto;
una garganta, un vientre que amanece
como el mar que se enciende
cuando toca la frente de la aurora;
unos tobillos, puentes del verano;
unos muslos nocturnos que se hunden
en la música verde de la tarde;
un pecho que se alza
y arrasa las espumas;
un cuello, sólo un cuello,
unas manos tan sólo,
unas palabras lentas que descienden
como arena caída en otra arena….
Esto que se me escapa,
agua y delicia obscura,
mar naciendo o muriendo;
estos labios y dientes,
estos ojos hambrientos,
me desnudan de mí
y su furiosa gracia me levanta
hasta los quietos cielos
donde vibra el instante;
la cima de los besos,
la plenitud del mundo y de sus formas.




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jueves, 2 de febrero de 2023

"Te ofrezco, de PAUL VERLAINE (FRANCIA, 1844-1896, d.n.e.)

"Burbujas de jabón", de Boris Vallejo


Te ofrezco entre racimos, verdes gajos y rosas,
Mi corazón ingenuo que a tu bondad se humilla;
No quieran destrozarlo tus manos cariñosas,
Tus ojos regocije mi dádiva sencilla.

En el jardín umbroso mi cuerpo fatigado
Las auras matinales cubrieron de rocío;
Como en la paz de un sueño se deslice a tu lado
El fugitivo instante que reposar ansío.

Cuando en mis sienes calme la divina tormenta,
Reclinaré, jugando con tus bucles espesos,
Sobre tu núbil seno mi frente soñolienta,
Sonora con el ritmo de tus últimos besos.





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miércoles, 1 de febrero de 2023

"Yo no quiero morirme sin saber de tu boca", de AMADA ELSA LÓPEZ RODRÍGUEZ (ESPAÑA, 1943--, d.n.e.)



Yo no quiero morirme sin saber de tu boca.
Yo no quiero morirme con el alma perpleja
sabiéndote distinto, perdido en otras playas.

Yo no quiero morirme con este desconsuelo
por el arco infinito de esa cúpula triste
donde habitan tus sueños al sol de mediodía.

Yo no quiero morirme sin haberte entregado
las doradas esferas de mi cuerpo,
la piel que me recubre, el temblor que me invade.

Yo no quiero morirme sin que me hayas amado.




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viernes, 6 de enero de 2023

"Amaltea y Crise", relato de SHAHRUKH HUSAIN (PAKISTÁN, 1950--, d.n.e.)

Relato perteneciente al libro "Mitos eróticos de todo el mundo", de fecha 2002  d.n.e.



AMALTEA

Contaba catorce primaveras. Amaltea me había enseñado las historias de la Cosmogonía, los nombres de los viejos dio ses y diosas, los nombres de los árboles, las flores, los pájaros y las serpientes; las costumbres de los animales salvajes y los domesticables; a leer y a escribir. El placer que Amaltea extraía del conocimiento despertó el mío y perfeccionó mis sentidos y mi memoria.

Todas las mañanas, Amaltea llevaba una cabra a la cueva. Mientras observaba sus suaves manos estirando de las ubres de la cabra, sentía una agitación placentera en mi phallos. Una mañana me acerqué a ella por detrás, mientras la ordeñaba. A tientas, incapaz de resistir el impulso, cogí sus pechos entre mis manos. Casi al instante sentí la sacudida de sus pezones endureciéndose entre mis dedos.

Mientras continuaba ordeñando la cabra, se volvió para sonreírme por encima del hombro.

—Zeus, no estás preparado para satisfacer lo que deseas —dijo.

Inmediatamente retiré las manos con las formas de sus pechos y pezones todavía calientes y lustrosos en mis palmas.

—¡No me has hecho daño, no estés triste! —añadió cuando vio mi cara sonrojada, y se volvió hacia las ubres de la cabra.

Poco después, ese mismo verano, durante un crepúsculo, un fuerte viento comenzó a agitar las aguas. Las bajas nubes errantes se daban caza por la playa, cubrían las laderas para envolver el monte Ida. El ocaso rápidamente se transformó en una densa y negra noche. Una lluvia torrencial comenzó a caer después de que nos hubiéramos ido a la cama.

Mi habitación dentro de la cueva se encontraba en una cavidad adjunta, cerca de la entrada. Los relámpagos parpadeaban a través de las densas nubes que ocultaban la entrada de la cueva, y el estruendo y el retumbar de los truenos impedían conciliar el sueño.

De súbito, durante el destello restallante de un rayo, Amaltea entró corriendo en mi cámara. Temblando y asustada por la violenta tormenta, me preguntó si compartiría con ella mi lecho hasta que los rayos y los truenos hubieran cesado.

La acogí de buen grado. Nos tumbamos muy quietos boca arriba, sin tocarnos, escuchando la furia del viento y de la lluvia y los largos retumbos de los truenos mientras sentía cómo nuestro calor se mezclaba bajo la piel de borrego. El fragor y la violencia de la tormenta aumentaron, por lo que fue imposible conciliar el sueño.

Amaltea susurró que parecía el momento idóneo para enseñarme algo sobre las mujeres y los hombres. Salté del lecho para encender una tea y rápidamente volví a su lado. Se alzó el camisón verde mar hasta las axilas. Lenta y pacientemente, me mostró cómo acariciarle la cara, los hombros, los blancos pechos y los rojos pezones, el denso vello negro de sus axilas y pubis, y la ebúrnea piel de sus nalgas, sus piernas, pantorrillas, tobillos y pies.

Luego guió mi dedo índice hasta tocar el pequeño cuerno húmedo —lo llamó klitoris— en la hendidura de entre sus piernas. Jadeó y me recomendó que siempre fuera delicado y pausado. Cuando ofreció sus pechos a mis labios los besé y chupé los pezones, dejando a un lado cualquier pensamiento, transformando mi mente en un templo de pura y lujuriosa sed.

Continué acariciando el klitoris cuando comenzó, ligera y lentamente, a tantear y a tocar la piel suelta en la punta de mi inflamado phallos. Gemimos de placer mientras la tormenta se recrudecía hasta que gritó en el mismo instante en que mi phallos explotó e hizo que mi cuerpo se sacudiera como los robles que había visto partirse por los rayos. Se estremecía mientras me oía a mí mismo jadear y gemir con el ímpetu de mis poluciones. No me permitió meter el phallos en su konnos, dijo, porque sólo amaba y quería a Meliseo, su marido, para lo que ella llamaba la «caricia suprema».

Le pedí que se despojara del camisón para que pudiera estudiar su cuerpo. Entonces, lentamente, froté su piel con una tela basta para prolongar mi placer. Me sonrió cuando vio que mi phallos volvía a hincharse. Los relámpagos y los truenos disminuían a medida que la tormenta se trasladaba hacia el oeste, de modo que nos abrazamos en silencio y satisfechos antes de volver cada uno a su lecho.

Antes de conciliar el sueño pensé en Gea. ¿Era aquel encuentro tan delicioso con Amaltea un nuevo enigma que me había enviado? ¡De súbito, comprendí cómo Gea, la Madre Tierra, se fecundaba! ¡Invocaba a Cronos para desencadenar una tormenta! Los rayos penetraban su cuerpo allí donde restallaban. Y esos retumbantes y estruendosos truenos no eran más que los jadeos y los gemidos apasionados, como los de Amaltea y los míos, de los pujos crecientes, álgidos y disminuyentes de Gea. Aquella noche dormí profundamente.


CRISE

Con el alba fui hasta la entrada de la cueva justo cuando el sol comenzaba a vetear el cielo nocturno que se desvanecía de rosa y oro. Sentí cómo mi cuerpo sonreía ante los recuerdos de Amaltea. Observé a mi amigo, el halcón que visitaba la ladera que había sobre la cueva todos los días en busca de alimento, retozando en las ráfagas de viento con sus majestuosas alas.

El contorno de la playa había cambiado durante la noche tormentosa. Sin embargo, las lentas y rompientes olas me hechizaron. Desoyendo las reglas impuestas por bien de mi seguridad, corrí hacia la orilla y me sumergí en el agua. Estaba muy fría, pero podría haberme bebido todo el océano en mi estado de euforia.

El capitán Ilos llegó corriendo hasta la orilla, agitando las manos furiosamente para que saliera del agua. Lo hice. Vi que sus labios temblaban entre la severidad y el cariño. Señaló la cueva y dijo:

—¡Zeus, vuelve!

Traté de disimular una sonrisa ante su orden, «¡Zeus, vuelve!», corrí ladera arriba y entré en la cueva.

Ilos me reconvino tranquilamente por quebrantar la norma sobre no deambular por las afueras de la cueva sin un vigilante. Lo interrumpí con un gesto.

—Gracias, seré más cauteloso. Tengo hambre, ¿me acompañas? —le invité.

Comimos juntos, relajados, disfrutando de nuestra amistad.

Más tarde, me tumbé de espaldas junto a la entrada de la cueva, saboreando el cielo, la playa y los colores del mar.

Amaltea me había enseñado las palabras de sonidos placenteros para aquellos colores: zarco, violeta, púrpura, esmeralda, zafiro, crisopacio.

Oí el sonido de las sandalias de Amaltea y olí su fragancia cuando se acercó. Se detuvo detrás de mi cabeza. Me giré para mirar sus sonrientes ojos boca abajo.

—Zeus, tengo que hablar contigo —anunció.

Me levanté y la seguí hasta mi cámara. Habían ordenado mi habitación; no quedaba rastro del encuentro nocturno. Nos sentamos uno frente al otro en las sillas mullidas.

Amaltea parecía más bella que antes. Cerró los ojos, en silencio hizo acopio de valor para lo que estaba a punto de decirme. Cuando los abrió y me miraron, me estremecí ante la fugaz sacudida que me produjo su verde brillante. Habló con un hilo de voz extraño y trémulo. Por mi mente cruzó el pensamiento fugaz de que iba a romper a llorar, pero no lo hizo.

—¡Zeus! Hemos sido amigos desde que no eras más que un niño. Has alcanzado la madurez como ambos sabemos después de lo de anoche.

»Ahora debes aprender la caricia suprema. Estás sorprendido. Lo esperaba, pero, por favor, déjame continuar, no me interrumpas. Ya sabes por qué no te lo voy a permitir conmigo.

»Conque le he pedido a una de nuestras ninfas, Crise, que te instruya en esa caricia. Crise es estéril…

La interrumpí para preguntar:

—¿Estéril? ¿Qué significa eso?

—Significa que no puede traer niños al mundo. Algunas mujeres son estériles durante toda la vida. Crise ha tenido amantes, pero nunca ha concebido una criatura. De modo que podrás disfrutar de sus enseñanzas sin engendrar un niño. También he de decirte que está encantada de haber sido elegida para este cometido.

Recuerdo la débil sonrisa de Amaltea cuando dijo: «este cometido».

—Crise vendrá a tu cámara esta noche, cuando los demás estemos dormidos. Estará bañada y perfumada, por lo que te ruego que tú también te bañes. Debo recordarte que has de ser delicado y atento ante cualquiera de sus deseos. Por favor, no hagas más preguntas. Te veré mañana, por supuesto.

Volvió a sonreír. Luego se levantó y se marchó sin mayor demora.

Al anochecer, encendí una tea en el rincón más alejado de mi cámara. Tenía la intención de ver a Crise libre de la envoltura de la oscuridad. Me bañé y me froté el cuerpo para secarlo, me vestí con una túnica de tacto suave y me tumbé a esperarla.

Aunque había visto a todas las ninfas que trabajaban en la cueva-palacio en alguna que otra ocasión, no sabía sus nombres. Trabajaban en silencio mientras realizaban sus tareas y siempre apartaban los ojos en mi presencia. Traté de recordar sus caras mientras me resistía al sueño.

El susurrante sonido de las sandalias en el suelo de piedra me despertó. La ninfa se detuvo a la entrada de mi cámara. Vi que temblaba ligeramente, aunque estaba cubierta desde la cabeza a los pies descalzos con un grueso manto de piel de borrego con capucha.

Inspiró hondo para controlar el castañeteo de los dientes.

—Soy Crise. Me estás esperando —anunció.

Me levanté del lecho.

—Acércate, no tengas miedo —susurré.

Dio un paso al frente. Era bastante alta, su cabeza me llegaba a la altura de los hombros. Únicamente podía verle los ojos y las delicadas y doradas pestañas. Algunos mechones de cabello escapaban por debajo de la capucha.

Sonreí.

—¿Puedo verte la cara, Crise? —pregunté.

No respondió. Creía que la noche pasaría antes de que susurrara:

—Me complacería que me descubrieras tú.

No dije nada. Nunca antes la había visto, así que debía provenir del palacio de Timbakion. Su largo y dorado cabello se desparramó cuando retiré la capucha y dejé caer el manto de sus hombros al suelo. Estaba desnuda. Bajó la mirada para evitar la mía y le entrelacé los dedos sobre el vientre.

Nunca había visto nada tan hermoso.

—Crise, mírame —dije.

Lo hizo con una débil sonrisa que le curvó los labios. La miré a los ojos con intensidad mientras le acariciaba el cuello lentamente, los hombros, los brazos… Cogí sus pechos entre mis manos y le toqué los pezones rosados tirando de ellos. Moví las manos hacia sus caderas, saboreé su piel con la punta de los dedos. Luego, agarrando las caderas, hice que se diera la vuelta.

Fui bajando los dedos desde la nuca, recorriéndole los hombros, los brazos y la curva que se extendía hacia abajo, hacia el centro de la espalda, hacia la cintura, hacia la hendidura entre las medias lunas de sus nalgas. Me estremecí cuando sentí su calor envolviéndome la mano.

Mi phallos duro emergió por entre la túnica, como si se dispusiera a buscar en su umbría hendidura, pero Crise se dio la vuelta para decir que me desnudaría. Se estremeció con unos pequeños espasmos mientras se agachaba para coger el borde de la túnica. La fue subiendo poco a poco y se detuvo para mirar mi phallos.

—Levanta los brazos —me susurró.

Y me quitó la túnica por encima de la cabeza. Nos acercamos el uno al otro, desnudos, sonriéndonos a los ojos cuando la punta de mi phallos se estremeció con el contacto de su suave y dorado vello púbico.

—¡Qué hermosa eres, Crise! —susurré.

Ella sonrió mientras hábilmente retiraba la funda de mi phallos y dejaba a la vista la cabeza. La envolvió en su suave mano sin dejar de mirarme a los ojos.

—¡Qué hermoso eres, Zeus!

—¿Nos damos calor?

Respondió que sí al instante, fue a mi lecho y se tapó con la piel de borrego hasta la nariz. Vi que sus ojos me sonreían mientras temblaba bajo la manta. Tomé la tea, prendí fuego a los troncos del brasero y lo acerqué al lecho. Sentía que sus ojos seguían mis movimientos por la estancia.

Volví a la cama y retiré la piel de borrego para poder estudiar su desnudez. Sin duda debió de intuir mi deseo porque lentamente se dio la vuelta hasta quedar tumbada de espaldas.

Estiró las piernas, las cerró y cruzó los brazos por debajo de la cabeza para componer una imagen que se grabó a fuego en mi cerebro, la imagen de la hembra esperando el delirio y el éxtasis que ella y el macho pueden ofrecerse mutuamente. Entonces comprendí que Crise se sentía muy satisfecha de sí misma, de su don para dar y recibir placer.

Me tumbé cerca de ella y atraje su cara a la mía, su barriga a la mía, de modo que nuestras narices casi se tocaban. Cuando aspiré su aliento especiado rocé sus labios contra los míos. ¡No sabía yo lo que era un beso!

Sonrió.

Lo llamaré el beso de la palomilla. Y éste es el beso de la abeja —susurró.

Suavemente, movió la lengua para degustar y abrirme los labios en busca de las comisuras. Movió la mano bajo mi phallos para sostener mis colmados testículos. Luego, envolvió mi phallos con la mano y los dedos y lentamente acarició su funda arriba y abajo hasta que mi savia caliente manó a chorros. Gemí con el puro placer de su tacto.

—Sí, y así es como te moverás cuando me hayas penetrado.

—Y tocó la savia derramada sobre su vientre y dejó de acariciarme el phallos para agarrarlo con más fuerza que antes—. Y esto es lo que sentirás cuando mis jugos fluyan —me susurró.

Besé su suave boca con el beso de la abeja mientras mis sacudidas se disipaban. Yacimos entrelazados, en silencio, descansando.

De nuevo susurró:

—Tus testículos volverán a llenarse pronto. Y como ya has liberado esos jugos impacientes, podrás penetrar y acariciar mi konnos durante mucho más tiempo. No fui preparada para un placer tan dulce contigo. Sé que eres un dios, de modo que haré lo que me pidas para que me recuerdes durante todos los días y todas las noches.

Nos tapamos con la piel de borrego y dormimos un rato.

Me desperté con el phallos erecto y palpitante. Estudié su cabello dorado y las brillantes y áureas pestañas de sus párpados cerrados. Abrió los ojos para mirarme y vi cómo el sueño la abandonaba.

—¿Ya? —preguntó.

—Sí —susurré.

Me pidió que dejara la cama y retirara la piel de borrego. Tumbada de espaldas, alzó los brazos hacia mí mientras abría las piernas lentamente y elevaba sus nalgas de modo que pude ver el vello dorado y húmedo que apenas ocultaba el secreto de su konnos. Luego, lentamente, cerró las piernas y dobló las rodillas. Alzando las caderas abrió las piernas e hizo un ondulante gesto con los dedos de los pies.

—Ya —dijo.

Comprendí que deseaba que pusiera mis hombros debajo de sus rodillas de modo que mi pecho e ingle tocaran la parte posterior de sus piernas y sus nalgas cuando la penetrara. Así lo hice, tan despacio como pude controlar mi cuerpo agitado. Ella, delicadamente, impulsó sus caderas ayudándome a abrirme camino hacia su interior hasta que mi phallos se convirtió en la raíz y el tronco de mi ser.

Le acaricié los pechos, trabé los brazos alrededor de sus piernas, y comencé a embestirla como todos los machos en persecución de la divinidad mientras ella mecía las caderas para emparejar los ritmos de mi caricia ciega, para transportarse conmigo a la agonía desbordante del orgasmo.

Le lamí la espalda y saboreé la deliciosa sal de nuestro sudor mezclado. Lentamente, dejó resbalar las piernas por mis brazos sudorosos y susurró:

—Por favor, quédate, no te retires.

Tenía las mejillas húmedas de lágrimas. La besé con el beso de la abeja.

A medida que nuestra respiración se hacía más acompasada, sentí cómo mi phallos se henchía lentamente, profundo y voluminoso dentro de ella. Quería saberlo todo. Lo que no pudiera ver, lo tocaría.

Ella sonrió de placer cuando mi dedo llevó una caricia a la entrada de su konnos. Le agarré las nalgas, las pellizqué y las acaricié, luego moví las manos debajo de su espalda para recorrerle los músculos y la columna. Cerró los ojos imaginando las inspecciones de mis dedos. Cuando acaricié un lugar placentero de repente abrió los ojos, sorprendida, con la mirada perdida. En aquellos momentos sus ojos se transformaron en profundos océanos dorados.

Envuelto en su konnos, inmóvil, mi phallos palpitó, impaciente. Ella volvió a respirar hondo.

Como si poseyeran voluntad propia, mis caderas volvieron a embestir con aquella caricia suprema. Los ojos de Crise se abrieron aún más y mi erección se hacía cada vez más contundente. Se agarró de mis hombros y alzó la cabeza para contemplar nuestra cópula. Cuando me ofreció su boca en un beso delirante entramos en erupción juntos como volcanes gemelos, jadeando y gimiendo. Nos derrumbamos en un profundo sueño.

Me desperté antes del alba y, con suavidad, la fui despertando a ella, ascendiendo ambos a un clímax diferente aunque indescriptiblemente dulce. Yo, un dios, y Crise, una ninfa, habíamos sido —¡demasiado fugazmente!— transformados en nuestras esencias, macho y hembra. Volvimos a sumergirnos en el sueño.

La guié para que se sentara en mi regazo cerca del brasero y froté su maravillosa piel con una prenda templada. Hundió las manos en su cabellera y alzó los brazos, revelando las secretas frondas doradas de las axilas, grabando a fuego la imagen de su desnudez en mi memoria.

Le pregunté si volvería a visitarme. Ella me cogió y me acarició los testículos con suavidad. La acaricié y le besé los pechos hasta que respondió:

—Sí, siempre que lo desees.

Sonrió cuando la ayudé a envolverse en el manto. Nos miramos a los ojos en silencio y nos besamos suavemente con el beso de la palomilla antes de que se diera la vuelta para salir de la cueva.

El mar en calma, a lo lejos, reflejaba los rosas y azules pálidos del cielo durante el alba.

¡Crise! ¡Inolvidable, hermosa Crise!




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lunes, 2 de enero de 2023

"Soneto: Amor ante un piranesi", de PERE GIMFERRER TORRENS (ESPAÑA, 1945--, d.n.e.)

Poema perteneciente al libro "Amor en vilo", de fecha 2006  d.n.e.



No podría vivir si por ti no viviera,
si por tu hermafrodita resplandor de blancura
en tu lengua no hallase la dulzura que cura,
la dulzura que apura todo lo que yo fuera.

No podría vivir si tu boca no abriera
para guardar mi sexo tu claridad oscura,
por besar mi raíz de placer que es tortura,
las compuertas abiertas por arar en mi era.

En cruz de San Andrés entregado me tienes,
te he legado mis años como si fuesen bienes,
te he legado mi vida por llegar hasta aquí;

me has sorbido la vida como la piel desnuda,
todo lo que yo he sido hoy por ti se trasmuda:
he vivido tan sólo para entregarme a ti.





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