Unas trenzas oscuras y una flor.
Y una boca que ignora su pasado.
Y un corazón pequeño y un callado
deseo de saber lo que es amor.
Yo -plenitud del hombre soñador-
la ungí con el perfume deseado;
le regalé una rosa y un pecado
y un beso apasionado y un temor.
La aprisioné en amor tan dulcemente
que ni un nardo en el viento transparente
puede encerrar así su propia albura.
Y cansada tal vez, niña mudable,
de mi labio en el beso perdurable,
cambió su libertad por mi amargura.
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