jueves, 10 de noviembre de 2016

"Una pasión rusa", de REYES MONFORTE (España, 1975--, d.n.e.)

Fragmento perteneciente al libro "Una pasión rusa", de fecha 2015  d.n.e.



Capítulo 4.

« La observó durante unos instantes como si todavía no creyera que aquella hermosa mujer que ahora parecía una niña asustada a punto de entrar en un terreno desconocido, estuviera ante él. Lina dejó el bolso y las gafas sobre uno de los muebles y se dispuso a quitarse el pañuelo de seda que todavía cubría su cabeza.
—Déjame a mí —le pidió Serguéi.
Lentamente sus dedos deshicieron el nudo que ataba el pañuelo y lo dejaron caer sobre el suelo. Comenzó a besarla suavemente, despacio, haciendo que sus labios recorrieran sus mejillas, su cuello y se entretuvieran en el lóbulo de su oreja, donde dejó un susurro que hizo que la respiración de Lina se agitara. No había prisa, no quería que un exceso de celeridad la asustara y la obligara a salir corriendo. Ella no iba a irse a ningún sitio a juzgar por el estremecimiento que empezaba a mostrar su cuerpo cuando las manos de Serguéi avanzaban por rincones de su anatomía que Lina ni sabía que existían y comenzaban a dibujar el mapa sensorial de futuros recuerdos. Él marcaba el ritmo, era el experto. De momento, ella actuaba como espectadora, dejándose llevar y aceptando dócilmente lo que pudiera pasar.
—¿Estás segura? —preguntó más por obligación que por verdadera convicción.
—No he estado más segura de nada en toda mi vida —dijo sin dejar de mirarle. Por un segundo, pareció que iba a decir algo más, pero finalmente quedó congelado en sus labios.
—Tranquila —intentó calmarla Serguéi, que intuía los miedos que a buen seguro estarían apareciendo en su cabeza—. Confía en mí.
Lo hizo. Confió en él, le siguió, obedeció sus ruegos, sus gestos, sus palabras, y llegado el momento, improvisó lo que las emociones que le estaba haciendo sentir le sugerían. Tenía miedo de abrir los ojos por si en aquel momento comprobaba que todo era un sueño, que el instante más feliz de su vida era fruto de su imaginación, que todo era una de sus muchas ensoñaciones nocturnas cuando la luz se apagaba y la imaginación cobraba vida en su mente. La voz de Serguéi también rompió aquella barrera del miedo.
—Abre los ojos, Lina —le pidió cuando su cuerpo moldeaba el de la mujer.
—¿Por qué? —preguntó, como si aquella observación le turbara.
—Porque quiero que me mires y veas al hombre que más te va a amar en toda tu vida.
—Para eso no hace falta que te mire. Te veo hasta cuando cierro los ojos.
Las manos de Serguéi parecían tener la potestad de llegar a sitios donde nadie había estado antes, tocar terrenos vedados a otras manos que no fueran las suyas, expertas en obtener sonidos nunca antes escuchados y que parecían escondidos en la garganta de Lina, esperando a que alguien los liberara y obtuviera de ellos la inflexión perfecta. No pudo evitar pensar si el Steinway sentía algo parecido cuando los dedos de Prokófiev recorrían su teclado. Ahora entendía mejor el estremecimiento, la locura, la pasión y la vida que transmitían sus notas. No podía ser de otra forma.
Las horas transcurrieron tan rápidamente que convirtieron la tarde en noche obviando la lógica temporal.
Cuando salió del hotel, Lina percibió que sonreía constantemente, sin apenas darse cuenta de ello. Sintió que su unión con Serguéi se había fortalecido, y no sólo por la intimidad y la complicidad que consiguieron alcanzar sus cuerpos. No era algo físico,iba más allá. Tuvo la sensación de que ya no eran dos seres distintos e independientes, que algo había nacido entre ellos que les mantendría unidos y que haría muy difícil que algún día pudieran separarse.
Era la primera vez que hacía algo parecido y, por el resultado de la velada, algo le decía que no sería la última».


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