domingo, 7 de julio de 2019

"Colgada de Bruno... otra vez", de LINA GALÁN (ESPAÑA, d.n.e.)

Framento del capítulo 7, del libro "Algunas princesas no buscamos príncipe azul".




Cuando cesaron sus risas y me miró de forma tan profunda, supe de antemano lo que iba a pasar. Me puse bastante nerviosa, para qué negarlo, pues hacía siglos de mi último escarceo sexual, que había sido en un motel de mala muerte con un tipo que conocí en un bar con unas copas de más.
Podría aprovechar para explicar mi nefasta vida sexual. No os preocupéis, en unas pocas líneas lo resumo todo. Perdí la virginidad a los veinte años en un coche. Me decidí porque mi amiga Laura ya lo había hecho con Martín y quise cerciorarme de que era tan maravilloso como ella contaba…, pero no, nada más lejos de la realidad. Fue horrible y me dolió. Después de eso y de unas pocas veces más con tipos que no me interesaban, decidí que yo solita obtenía más placer.
Qué patética vuelvo a sonar, ¿verdad?
Sin embargo, con Bruno fue tan distinto… Mientras desabotonaba mi blusa y mis vaqueros y me dejaba en ropa interior, ya presentí que iba a vivir la mejor experiencia sexual de mi vida. Ávida de tocarlo, posé mis manos en su pecho desnudo y las deslicé sobre su piel, que estaba tan caliente que traspasó ese calor a través de todo mi cuerpo.
Pero él no parecía querer ir tan despacio. Se lanzó sobre mi boca y me besó como si pretendiera beberse mi alma. Al mismo tiempo, se deshizo de mi sujetador y bajó su cabeza para tomar uno de mis pechos en su boca. Enroscó su lengua caliente en un pezón mientras pellizcaba el otro entre sus dedos.
No alcancé el orgasmo de milagro.
Me volví loca de deseo. Forcejeé con sus pantalones mientras él bajaba mis bragas hasta los tobillos, aunque tuvo que echarme una mano y acabó deshaciéndose él mismo de su ropa. Al quedarnos ambos desnudos, todavía de pie, abrazados y besándonos, las sensaciones me desbordaron. Mi cuerpo estaba en llamas y creí explotar de placer de un momento a otro. Sus manos me tocaban por todas partes, su lengua dejó mi boca para deslizarse por mi cuello, mis pechos, mi vientre…
—¡Bruno! —grité cuando lo vi de rodillas frente a mí. Estaba claro que iba a chuparme entre las piernas
No penséis que me asusté o me escandalicé, pero lo cierto es que nunca me lo habían hecho. Por eso, cuando abrió mis piernas y posó sus labios sobre mi sexo, solté un suspiro que me dejó la garganta seca. Y cuando su lengua se adentró en mi vagina y sus dientes rozaron mi clítoris, grité como una posesa. Me corrí de una forma tan explosiva que mis piernas fallaron y caí al suelo como un saco de patatas. Bruno se asustó y salió de entre mis piernas con cara de preocupación.
—¿Estás bien? —me preguntó—. ¿Te has hecho daño?
Su boca aparecía húmeda y brillante, y saber cuál era el origen de aquella humedad me llenó de una increíble satisfacción a la par que me hizo reír.
—Estoy bien —balbucí entre risas—. Jamás en mi vida había estado mejor.
—Ven conmigo —me dijo al tiempo que me cogía en brazos. Me dejó sobre la cama y lo vi alejarse un momento hasta el baño. Volvió con una caja de preservativos de la que extrajo un sobre que rompió con los dientes.
—¿Me dejas ponértelo? —le pregunté en un alarde de osadía. Tampoco había hecho nunca algo así y me apetecía tanto…

—Claro —me respondió. Me ofreció el sobre rasgado y se acercó a la cama. Su pene erecto apuntaba hacia mí y tragué saliva. Juro que estuve tentada de meterme en la boca semejante muestra de potencia masculina, porque, otra vez, no lo había hecho nunca, más que nada porque siempre me había dado un poco de asco. Sin embargo, no lo hice porque tampoco quise darle a entender que fuera una experta folladora, sobre todo porque temía que mi inexperiencia me hubiese delatado.—Si sigues mirándome así —declaró—, acabaré follándote a lo bestia.
Para no quedar mal, no le dije que, por mí, encantada de la vida.
—Perdona —solté, no obstante—, es que no me acuerdo muy bien…
—Tranquila —contestó con una sonrisa comprensiva—, yo te ayudo.
Acabé demostrando mi ineptitud, pero a él no pareció importarle, como tampoco se quejó cuando terminé por romper el preservativo. Torpe no, lo siguiente.
Me sonrió con dulzura y alargó el brazo hasta la mesilla de noche para volver a extraer otro sobre plateado de la caja y colocarse el condón con facilidad. Cuando estuvo listo, volvió a tenderme sobre la cama y se posicionó sobre mí. Me miró con una intensidad tan impactante que no me dio tiempo ni a pensar que ese pedazo de hombre y su alucinante cuerpo iban a ser míos de un momento a otro.
—Quiero que sepas —me susurró mientras colocaba su miembro a la entrada de mi sexo— que voy a cumplir uno de mis sueños de adolescente. No imaginas las veces que soñé que salíamos juntos, que te besaba de verdad, que te acariciaba, que hacía el amor contigo.
—Bruno… —gemí en cuanto me penetró. Lo miré a los ojos, buscando algún indicio de falsedad, pero no lo hallé. Realmente, yo le gustaba a Bruno… y estaba haciendo el amor con él.

—Rebeca… —jadeó al tiempo que comenzaba a moverse. Sus movimientos se hicieron cada vez más rápidos, por lo que tuve que sujetarme al cabezal de la cama para acoger sus fuertes embestidas. Se me removieron las entrañas, mi sangre entró en ebullición… Observé mis pechos, bamboleando por los envites, y después vi a Bruno lamerlos con frenesí. Incapaz de soportarlo más, me rompí por dentro en un orgasmo sobrecogedor. Grité como nunca y mis gritos acabaron en el interior de su boca, pues decidió besarme mientras a él le sobrevenía su propio clímax. No dejamos de movernos ni de gemir hasta que dejamos de sentir el último estremecimiento de placer.Todavía tratando de recuperar el aliento, fui consciente de la realidad. Seguía sintiendo su peso sobre mi cuerpo, pero un estremecimiento de frío recorrió mi piel. Bruno debió de notarlo, porque tiró de la colcha y acepté que nos cubriera a ambos, pero no le dije que el frío ambiental no era la razón de mi temblor.
Antes de cerrar los ojos y acurrucarme en su pecho, emití un hondo suspiro. Estaba colgada de Bruno… otra vez.


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