martes, 8 de diciembre de 2020

"BESOS DE DOMINGO, de SILVIA SOLER IGUASCH (ESPAÑA, 1961--, d.n.e.)

Fragmento perteneciente a la novela "Besos de Domingo", de fecha 2008  d.n.e.


12 de febrero de 1949
Residencia de las Teresianas


¡Ha venido Quimet! Después de una semana estudiando día y noche, el Señor se ha compadecido de mí y me ha hecho este regalo. A las ocho de la mañana me han llamado por teléfono y Quim me ha dicho que estaba en Barcelona. ¡Dios mío, qué alegría!

Me he vestido en un santiamén, pero con mucho cuidado, para estar muy elegante para él: me he puesto una falda azul marino, el niqui beis y la chaqueta azul celeste; abrigo y zapatos azul marino, el pañuelo de gasa, guantes blancos y bolso de charol.

Cuando nos hemos encontrado nos hemos emocionado tanto, nos hemos puesto tan nerviosos, tan contentos, que hablábamos los dos a la vez, nos callábamos al mismo tiempo, nos echábamos a reír y volvíamos a hablar los dos al mismo tiempo.

Íbamos tranquilamente por la calle Aribau, cogidos del brazo, y nos hemos cruzado con Guardiola, un vecino de mis padres. Hemos hecho como si no lo viéramos y él no ha dicho nada, pero estoy segura de que también nos ha visto. Me da tanto miedo pensar en las consecuencias que puede tener este encuentro inoportuno…

Hemos ido a Montjuïc y hemos visto Barcelona, gris y turbia, a nuestros pies. Soplaba un aire helado y húmedo, y nos hemos refugiado enseguida en un restaurante y, de paso, hemos comido algo. Hemos ocupado una mesita pequeña y redonda junto a la ventana, con el invierno fuera, y Quim me ha mirado como no lo había hecho nunca. «Te quiero», le he dicho sin pensar. Cuando he empezado a sonrojarme me ha dado un beso largo en la mejilla.

Después de comer solo nos quedaba tiempo para ir a la estación, porque él tenía que coger el tren. Ha empezado a llover y, protegidos con el paraguas, he sentido una intimidad especial. Cuando le he dicho que me habían puesto dos sobresalientes más, me ha obligado a pararme y, sin más ni más, me ha besado en los labios. La alegría se me ha subido a las mejillas y he vuelto a sonrojarme, pero se me ha pasado enseguida porque estaba segura de que el beso había durado más de un segundo, como dice el confesor, así que mañana tendré que confesarme y me va a dar mucha vergüenza…

El día se me ha hecho muy corto y, cuando se lo he dicho, se ha puesto muy serio y me ha contestado: «Sí. Hoy haría un disparate». «¿Un disparate?», he preguntado. «Sí, me casaría contigo ahora mismo, esta misma tarde».

Yo también me habría casado y así habríamos podido ir a nuestra casa a protegernos del frío y a descansar tranquilamente, sentados en el sofá, sin tener que mirar el reloj. Cuando nos hemos despedido, con dos besos, me ha costado mucho separarme de él, como si nuestros cuerpos fueran imanes.

Cada vez me cuesta más.

Por la noche me he puesto triste sin remedio. Mi estado de ánimo ha decaído, ha empezado a adelgazar hasta quedarse como una cáscara de cebolla. Solo tengo ganas de llorar. Sin él estoy sola y desamparada. Quiero estar con él, pero tengo remordimientos. Quiero estar con él, pero quiero estudiar. Quiero estar con él.


*********


Barcelona, octubre de 1949
Residencia de las Teresianas


La última visita de Quim ha estado a punto de acabar como el rosario de la aurora. Todo había ido muy bien por la tarde, con sus novedades en la farmacia y el relato de sus trabajos en la vieja masía de Can Jordà, donde ha encontrado una consola isabelina de nogal que le han vendido por dos reales…

Pero ha llegado el momento de despedirnos, el momento que todos tememos y deseamos a la vez. Lo esperamos impacientes porque es el momento del beso. Son mis normas, es decir, las normas que yo tengo que cumplir si no quiero tener que confesarme cada vez que salimos. «Un beso breve y casto para despedirse es lo único que le está permitido», dice el confesor.

Y yo se lo digo a Quim. Y Quim protesta, pero lo acepta. Es tan creyente como yo, pero solo va a confesarse cuando le parece necesario. No tiene un seguimiento tan estricto como yo con el padre de la residencia.

Hoy me ha dado un beso de despedida, pero lo ha alargado más de la cuenta. Ni uno, ni dos, ni tres segundos. Ha sido mucho más largo. Se estaba tan bien que yo tampoco me he echado atrás, pero en cuanto nos hemos separado he empezado a arrepentirme y a recriminárselo a Quim. Y se ha enfadado, y me ha dicho que le parece una tontería tener que contar los segundos que dura un beso. Que nos besamos porque nos queremos y que no puede ser nada malo.

Ha subido al tren un poco enfadado y a mí se me han llenado los ojos de lágrimas. Se ha asomado por la ventanilla y ha dicho: «Anda, no llores».

Mañana voy a confesarme.




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