este beso que no has de exprimir,
este beso que muere de fiebre
o se torna en veneno sutil,
y me tiñe los ojos de sombra
y las ondas ojeras de añil.
Maduraron los ramos de dátiles,
el espino tornóse más gris,
se enturbiaron las ondas del río
con las lluvias tenaces de abril...
Se negrearon mis ojos de noches,
Avivando la llama febril.
Me cambiaste, insaciable, por otra
que la carne te hiciera sentir:
no bebiste en la copa de sándalo
leche y mieles que yo te ofrecí,
se enjoyaron mis manos de grana
en la angustia de verte partir.
Vuelve el sol a tenderse en el río,
el maizal a tornarse marfil,
vuelve enero a enfermarse de luna
y el granado a cuajar un rubí...
vuelven roncas las grises cigarras
a prenderse en el tronco senil.
Solamente en mis labios perdura
este beso que no te ofrecí,
que ha brillado a la luz del relámpago
o en el trueno ha podido dormir,
que fue nieve en la flor de otros labios,
¡porque nunca lo habrás de exprimir!
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