En la grata penumbra de la alcoba,
todo indecisamente sumergido,
y ella, desmelenada, en el mullido
y perfumado lecho de caoba.
Tembló mi carne —¡enfiebrecida loba!—
y arrobéme en el cuerpo repulido,
como en un jazminero florecido
una alimaña pérfida se arroba.
Besé con beso deleitoso y sabio,
su palpitante desnudez de luna...
y en insaciada exploración, mi labio
bajó al umbroso edén de los edenes,
mientras sus piernas me formaban una
corona de impudor sobre las sienes.
Leer más poemas de este autor en el blog BESOS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario