PERMANECE ASI, te quiero mirar, yo te he mirado tanto pero no eras para mí, ahora eres para
mí, no te acerques, te lo ruego, quédate como estas, tenemos una noche para nosotros, y quiero
mirarte, nunca te había visto así, tu cuerpo para mí, tu piel, cierra los ojos y acaríciate, te lo
ruego
dijo Madame Blanche, Hervé Joncour escuchaba
no abras los ojos si no puedes, y acaríciate, son tan bellas tus manos, las he soñado tanto
que ahora las quiero ver, me gusta verlas sobre tu piel, así. sigue, te lo ruego, no abras los ojos,
yo estoy aquí, nadie nos puede ver y yo estoy cerca de ti, acaríciate señor amado mío, acaricia su
sexo, te lo ruego, despacio.
ella se detuvo. Continúe, por favor, dijo él,
es bella tu mano sobre tu sexo, no te detengas, me gusta mirarla y mirarte, señor amado
mío, no abras los ojos, no todavía, no debes tener miedo estoy cerca de ti, ¿me oyes?, estoy aquí,
puedo rozarte, y esta seda, ¿la sientes?, es la seda de mi vestido, no abras los ojos tendrás mi piel.
dijo ella, leía despacio, con una voz de mujer niña,
tendrás mis labios, cuando te toque por primera vez será con mis labios, tú no sabrás
dónde, en cierto momento sentirás el calor de mis labios, encima, no puedes saber dónde si no
abres los ojos, no los abras, sentirás mi boca donde no sabes, de improviso.
él escuchaba inmóvil, del bolsillo del traje gris asomaba un pañuelo blanco cándido,
tal vez sea en tus ojos, apoyaré mi boca sobre los párpados y las cejas, sentirás el calor
entrar en tu cabeza, y mis labios en tus ojos, dentro, o tal vez sea sobre tu sexo, apoyare mis
labios allí y los abriré bajando poco a poco.
Dijo ella, tenía la cabeza pegada a las hojas, y con una mano se acariciaba el cuello, lentamente
Dejaré que tu sexo cierre a medias mi boca, entrando entre mis labios, y empujando mi
lengua, mi saliva bajará por tu piel hasta tu mano, mi beso y tu mano, uno dentro de la otra,
sobre tu sexo.
él escuchaba, tenía la mirada fija en un marco de plata, colgado en la pared,
hasta que al final te bese en el corazón, porque te quiero, morderé la piel que late sobre tu
corazón, porque te quiero, y con el corazón entre mis labios tú serás mío, de verdad, con mi boca
en tu corazón tu serás mío para siempre, y si no me crees abre los ojos señor amado mío y
mírame, soy yo, quién podrá borrar jamás este instante que pasa, y este mi cuerpo sin mas seda,
tus manos que lo tocan, tus ojos que lo miran.
Dijo ella, se había inclinado hacia la lámpara, la luz daba contra los folios y pasaba a través de su vestido trasparente,
Tus dedos en mi sexo, tu lengua sobre mis labios, tú que resbalas debajo de mí, tomas mis
flancos, me levantas, me dejas deslizar sobre tu sexo, despacio, quién podrá borrar esto, tú dentro
de mí moviéndote con lentitud, tus manos sobre mi rostro, tus dedos en mi boca, el placer en tus
ojos, tu voz, te mueves con lentitud, pero hasta hacerme daño, mi placer, mi voz
él escuchaba, en determinado momento se volvió a mirarla, la vio, quería bajar los ojos pero no lo consiguió,
mi cuerpo sobre el tuyo, tu espalda que me levanta, tus brazos que no me dejan ir, los
golpes dentro de mi, es dulce violencia, veo tus ojos buscar en los míos, quieren saber hasta
dónde hacerme daño, hasta donde tú quieras, señor amado mío, no hay fin, no finalizará, ¿lo
ves?, nadie podrá cancelar este instante que pasa, para siempre echarás la cabeza hacia atrás,
gritando, para siempre cerraré los ojos soltando las lágrimas de mis ojos, mi voz dentro de la
tuya, tu violencia temiéndome apretada, ya no hay tiempo para huir ni fuerza para resistir, tenía
que ser este instante, y en este instante es, créeme, señor amado mío, este instante será, de ahora
en adelante, será, hasta el fin,
dijo ella, con un hilo de voz, luego se detuvo.
No había más signos sobre la hoja que tenía en la mano: la última. Pero cuando
la volteó para dejarla vio en el reverso unas líneas adicionales, tinta negra en el centro
de la página blanca. Alzó la mirada hacia Hervé Joncour. Sus ojos la miraban fijamente,
y ella entendió que eran ojos bellísimos. Bajó de nuevo la mirada al folio.
-No no veremos más, señor
Dijo.
-Lo que era para nosotros, ya lo hemos hecho y tú lo sabes. Créeme: lo hemos hecho para
siempre. Conserva tu vida al margen de mí. Y no dudes ni un segundo, si es útil para tu
felicidad, en olvidar a esta mujer que ahora te dice, sin remordimiento, adiós.
Estuvo un rato mirando la hoja, después la puso sobre las otras, cerca de sí,
encima de una mesita de madera clara. Hervé Joncour no se movió. Sólo volteó la
cabeza y bajó los ojos. Se encontró mirándose la raya de los pantalones, apenas
insinuada pero perfecta, sobre la pierna derecha, de la ingle a la rodilla, imperturbable.
Madame Blanche se levantó, se inclinó sobre la lámpara y la apagó. En la
habitación quedó la poca luz que, desde el salón, llegaba hasta allí. Se acercó
a Hervé Joncour, se quito de los dedos un anillo de minúsculas flores azules y lo dejó
cerca de él. Después atravesó el cuarto, abrió una pequeña puerta pintada, escondida
en la pared, y desapareció, dejándola entreabierta detrás de sí.
Hervé Joncour permaneció largo rato en esa extraña luz, girando entre los dedos
un anillo de minúsculas flores azules. Llegaron del salón las notas de un piano cansado:
disolvían el tiempo, hasta hacerlo casi irreconocible.
Finalmente se levantó, se acercó a la mesita de madera clara, recogió las siete
hojas de papel de arroz. Atravesó el cuarto, pasó sin volverse delante de la pequeña
puerta entreabierta y se marchó.
Leer más poemas de este autor en el blog BESOS.