Mi amor, el del cabello ensortijado,
con rizos que te vuelan:
viniste por la senda, más arriba,
pero nunca a mi vera.
¿Qué mal hubiera sido tu visita,
un momento, en mi granja?
Es tu beso rocío que despierta,
si sueño o estoy mala.
Si oro tuviese, haría
una linda vereda
que, recta, hasta la puerta me llevase
del Doncel a quien quiero.
Creí que escucharía
el rumor de su paso en el camino,
Y, aguardando su beso,
Ni un minuto estas noches he dormido.
Pensé, mi amor, que eras
como el sol y la luna en agua clara;
luego que creí nieve,
fría nieve en lo alto.
Después me parecías
lámpara del Señor que me buscase,
y, frente a mí, lucero de la ciencia,
o siguiendo mis pasos.
Chinelas de muy alto tacón me prometiste,
amor: satén y sedas;
seguir en pos de mí, nunca dejarme,
ni en el bravío océano.
Sin ti, soy un matojos solitario
que en el hueco de un muro ha florecido;
solamente esta casa, con hastío de muerte,
Me queda en torno mío.
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