sábado, 14 de diciembre de 2019

"Los dones de la sabia naturaleza", de MATEO DE VENDÔME (FRANCIA, 1100-1185 d.n.e.)

Venus Anadiomena, de Théodore Chassieriau (1819-1856) 


Pauperat artificis Nature dona venustas
Tyndaridis forme flosculus, oris honor.
Humanam faciem fastidit forma, decoris,
prodiga, siderea gratuitate nitens.
Nescia forma paris, odii preconia, laudes
iudicis invidie promeruisse potest.
Auro repondet coma, non replicata magistro
nodo, descensu liberiore iacet;
dispensare iubar humeris permissa decorem
explicat et melius dispatiata placet.
Pagina frontis habet quasi verba faventis, inescat
visus, nequitie nescia, labe carens.
Nigra supercilia via lactea separat, arcus
dividui prohibent luxuriare pilos.
Stellis preradiant oculi Venerisque ministri
esse favorali simplicitate monent.
Candori socio rubor interfusus in ore
militat, a roseo flore tributa petens.
Non hospes colit ora color, nec purpura vultus
languescit, niveo disputat ore rubor.
Linea procedit naris non ausa iacere
aut inconsulto luxuriare gradu.
Oris honor rosei suspirat ad oscula, risu
succincta modico lege labella tument.
Pendula ne fluitent, modico succincta tumore
plena Dioneo meile labella rubent.
Dentes contendunt ebori, serieque retenta
ordinis esse pares in statione student.
Colla polita nivem certant superare, tumorem
increpat et lateri parca mamilla sedet.

Los dones de la sabia Naturaleza los amengua el encanto
de la Tindárica, la beldad de su hermosura y la gracia de su rostro.
Su belleza desdeña la apariencia humana, pródiga
de su lindura, resplandeciente con regalados destellos.
No hay nadie que la iguale. Ella puede promover del odio
las alabanzas, y de la envidia juzgadora los elogios.
Con el oro sus cabellos rivalizan, no trenzados por experto
nudo, sino suelto y cayendo libremente.
Esparcida por sus hombros, su cabellera permite la hermosura resaltar,
y se acrecienta el placer al verla desparramada.
La lisura de su frente nos ofrece como palabras de halago:
las miradas atrae; carece de defectos, de manchas carece.
Un trazo blanquecino separa sus negras cejas; y los arcos,
a la perfección trazados, no permiten que el vello los afee.
Como estrellas sus ojos resplandecen y, de Venus auxiliares,
advierten que son de una sencillez acogedora.
Mezclado con la blancura, esparcido por su rostro, el rubor
campea, a la rosada flor su tributo reclamando.
No extraña es la color que pinta el labio; ni languidece la púrpura
del rostro: compite su rubor con el blanco de la cara.
La línea de su nariz no se prolonga de una atrevida manera
ni con una grosura exagerada rebasa sus medidas.
La belleza de su boca sonrosada suspira por los besos,
y sus labios gordezuelos se someten a contenida sonrisa;
móviles, sin ser colgantes, ajustados a un módico grosor,
labios son que bermejean colmados a las mieles de Dione.
Con el marfil los dientes rivalizan; su orden manteniendo,
se afanan por guardar emparejados su ubicación correcta.
La lisura de su cuello compite con la nieve; y su seno diminuto
hace notar su hinchazón y resalta sobre el busto.


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