Manuel M. Flores |
Era
el instante del adiós, callaban,
y
sin verse las manos se estrechabaninmóviles los dos.
Almas que al separarse se rompían,
temblando y sin hablarse se decían:
“he aquí el instante del postrer adiós”.
Doliente como el ángel del martirio
ella
su frente pálida de liriotristísima dobló;
quiso hablar, y el sollozo comprimido
su pecho desgarró con un gemido
que el nombre idolatrado sofocó.
Y luego con afán, con ansia loca
tendió
sus manos y apretó su bocaa la frente de él.
Fue un largo beso trémulo. .. ., y rodaba
de aquellos ojos que el dolor cerraba
copioso llanto de infinita hiel.
Él lo sintió bañando sus mejillas,
y
cayó conmovido de rodillas. . .Sollozaban los dos…
Y en un abrazo delirante presos
confundieron sus lágrimas, sus besos,
y se apartaron. . . sin decirse adiós.
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