A la danzarina de Asia, la que con posturas picaronas se menea
desde la punta de sus delicadas uñas,
la aplaudo y no porque despierte el entusiasmo ni porque sus brazos
delicados mueva delicadamente de este o aquel modo,
sino porque sabe bailar en torno al clavo más deteriorado
y no huye de las arrugas de los viejos.
Te da besos lamedores, te hace cosquillas y te abraza, y, si alza
la pierna, te levanta del reino de los muertos la garrota.
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