"Era el turno de Albertine para desearme buenas noches besándome en ambos lados del cuello; su pelo me acariciaba como un ala, con afiladas y dulces plumas. Aunque imposibles de comparar el uno con el otro como eran estos dos besos de paz, Albertine se deslizó en mi boca, otorgándome el regalo de su lengua, como un don del Espíritu Santo, dándome así el viático, y dejándome con una tranquilidad casi tan dulce como lo hacía mi madre cuando solía posar sus labios en mi frente por las noches en Combrey"
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