¡Qué triste es ese wals! Suena lejano,
desfallecido, lento;
surge, fresco y sonoro, del piano
y derrama en la clámide del viento
sus notas de cristal vivas y aladas,
que llegan, como aves fatigadas,
en busca de un asilo a mi aposento.
La calle está desierta;
la luna blanca, y el ambiente puro,
dormida la ciudad, y en lo distante,
entre penumbras la ventana abierta,
como una mancha roja y fulgurante
en la medrosa obscuridad del muro.
Hay esplendores rápidos; chispea
en medio de las sombras misteriosas,
una línea de plata que blanquea
los inciertos contornos de las cosas.
En el confín remoto centellea
la cúpula del templo, erguida y alta,
y tras la curva rígida del monte
una serena claridad esmalta
la palidez azul del horizonte.
¡Qué triste es ese wals! Y con qué anhelo
escucho su cadencia fugitiva
mientras se pone mi alma pensativa
a contemplar el cielo.
Me hundo en un mar de sueños imposibles,
olvido el libro que en la mesa abierto
me convida al estudio,
y oigo armonías, dulces y aplacibles,
cual si tocasen arpas invisibles
un celestial preludio.
Besos que estallan y el aire espiran;
alas que tiemblan y el folaje rozan;
oíd, son mis recuerdos que suspiran;
oíd, son mis tristezas que lloran.
Ese es el mismo wals que nos decía:
"el alma en primavera tiene efluvios
que no tornan, amaos todavía;
la dicha pasa y el dolor agoba...",
y yo besaba los cabellos rubios
y los ojos azules de mi novia.
desfallecido, lento;
surge, fresco y sonoro, del piano
y derrama en la clámide del viento
sus notas de cristal vivas y aladas,
que llegan, como aves fatigadas,
en busca de un asilo a mi aposento.
La calle está desierta;
la luna blanca, y el ambiente puro,
dormida la ciudad, y en lo distante,
entre penumbras la ventana abierta,
como una mancha roja y fulgurante
en la medrosa obscuridad del muro.
Hay esplendores rápidos; chispea
en medio de las sombras misteriosas,
una línea de plata que blanquea
los inciertos contornos de las cosas.
En el confín remoto centellea
la cúpula del templo, erguida y alta,
y tras la curva rígida del monte
una serena claridad esmalta
la palidez azul del horizonte.
¡Qué triste es ese wals! Y con qué anhelo
escucho su cadencia fugitiva
mientras se pone mi alma pensativa
a contemplar el cielo.
Me hundo en un mar de sueños imposibles,
olvido el libro que en la mesa abierto
me convida al estudio,
y oigo armonías, dulces y aplacibles,
cual si tocasen arpas invisibles
un celestial preludio.
Besos que estallan y el aire espiran;
alas que tiemblan y el folaje rozan;
oíd, son mis recuerdos que suspiran;
oíd, son mis tristezas que lloran.
Ese es el mismo wals que nos decía:
"el alma en primavera tiene efluvios
que no tornan, amaos todavía;
la dicha pasa y el dolor agoba...",
y yo besaba los cabellos rubios
y los ojos azules de mi novia.
Leer más poemas de este autor en el blog BESOS.
Enlace recomendado:
No hay comentarios:
Publicar un comentario