El beso aquel, ascua rota,
no en tu mejilla, en mi boca
se quedó. Me sabe, dentro,
a fuego y hielo revueltos.
¡Cómo luchó en tu mejilla!
Los ojos que le ponías,
azules, encima, eran
cual dos curiosas estrellas
que miraran el idilio
raro de un león y un lirio.
Sí. Yo estaba en mi desierto.
Sí. Tú estabas en tu cuento.
Y entre nuestros pechos juntos,
todo el increado mundo.
¡Mas seremos, lo sé bien,
un día, hombre y mujer!
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