PAUL GERALDY.
La mañana se ha puesto su vestido de fiesta.
Triunfalmente, el Sol abre su abanico de oro;
y al beso de la brisa, brota de la floresta,
entre un vaivén de frondas, el saludo sonoro
que el canto de los líricos ruiseñores orquesta.
Pienso en ti, y rememoro...
Pienso en una mañana tan linda como esta
que vimos una vez, ambos vestidos de oro...
Ambos vestidos de oro por el Sol mañanero,
cuya luz sobre el blando césped se amontonaba
tal como se amontona la nieve en el alero.
Algo, muy tibio y dulce, en el aire flotaba
como flota en un agua apacible un madero.
La hojarasca otoñal aún cubría el sendero
y húmeda de rocío la pradera brillaba.
Yo te dije: «te quiero...».
Y tu mirada, casta como el amor primero,
por la áurea lejanía melancólica erraba...
Melancólica erraba como una garza viuda
de un árbol a otro, en busca de sus nidos de antaño.
Y yo besé tu boca, tu boca fría y muda;
y yo besé tu boca, casi hasta hacerte daño.
Y allá lejos, un niño rubio semidesnudo,
pastoreando un pacífico rebaño,
floreaba con su tosco pífano un aire agudo.
............................
Fue una mañana rubia y alegre como esta...
La vimos una vez, ambos vestidos de oro...
Bajaba de los árboles un rocío sonoro,
y la brisa le hablaba de amor a la floresta...
Fue una mañana azul, fue una mañana en fiesta...
Y yo besé tu boca, tu boca fría y muda,
y en tus pupilas tímidas aceché una respuesta;
mas, tu mirada, aquella mañana como esta,
melancólica erraba, como una garza viuda...
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