En la suntuosidad gris del poniente
que enarbola la pena de la tarde,
el día corto muere, en un alarde
de color y de luz, hondo y vehemente.
Bordeamos, silenciosos, la corriente
donde, en doblado afán, el cielo arde
entre islas de hojas secas... Un cobarde
estrelleo titila por tu frente...
La hora de pasión, abierta, loca,
va a la noche mojada, en el exceso
agudo de una excelsa despedida...
Tú lloras sin saber de qué, y mi boca
recoge, dulce, en tu exaltado beso
el alma innumerable de la vida.
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