Era una cabeza diabólica, en que resplandecían los atractivos de la belleza que arrastraba al abismo; con su frente pequeñita de gozadora; sus ojos grandes, entornados, bajo cuyas pestañas brillaban las pupilas con el juego de una pasión voraz, inextinguible, su nariz corta, dilatada por una aspiración de deseo no saciado... labios carnosos, entreabiertos, formulando un deseo eterno, encendida esa sensualidad que puso el pincel de Boticelli en las bocas de las mujeres.
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