«¿Tan difícil es creer que soy una mujer?», pensó Jacqueline con frustración al ver el rostro de incredulidad de Joshua ante su declaración.
Por eso, solo por eso, lo besó: para demostrarle la clase de mujer que subyacía
bajo su disfraz. Bueno, por eso y porque él había afirmado que la quería. O, mejor
dicho, que quería a Jack Ellis. Pero, demonios, él estaba confundido por el opio, se
veía en su mirada turbia, y ella estaba demasiado feliz como para no aprovechar la
oportunidad de besarlo. Así que, lo acercó a su cuerpo con ímpetu, cogiéndolo por las
solapas de la chaqueta, y apretó los labios contra los suyos con torpeza.
Los separó un segundo después, antes de que él pudiese reaccionar a su ataque.
Un ligero rubor cubrió sus mejillas, avergonzada por su atrevimiento, pero aun así lo
miró a los ojos, expectante.
Se suponía que aquel beso debía evidenciar su sexualidad, despertar alguna
reacción de deseo en él, pero el rostro de Joshua permanecía inescrutable.
¡Demonios! Algo había hecho mal, eso era. Después de todo, ¿qué sabía ella de
besos?
Nada. Su experiencia era nula.
Decidida a obtener alguna respuesta, volvió a repetir el beso. Lo atrajo hacia sí, se
alzó de puntillas, contuvo el aliento y estampó sus labios contra los de él. Esta vez no
se separó al instante. Un segundo, dos, tres… Y le puso fin con una sonrisa
satisfecha.
Sonrisa que pronto se transformó en un ceño fruncido al ver que Joshua
continuaba imperturbable.
—¿Se puede saber qué te pasa? —inquirió frustrada.
—Estoy esperando.
—¿A qué?
—A despertar —respondió él, con la mirada confusa—. No lo entiendes. He
soñado con este momento durante meses: que tú eras en realidad una mujer. Algo en
mi interior siempre lo ha sabido. Pero en mis sueños, justo cuando nuestros labios se
unen, despierto.
—Joshua, mira dónde estamos: en un sucio y hediondo callejón —murmuró
Jacqueline, poniéndole una mano en la mejilla—. Tú estás embotado por el opio. Yo
voy disfrazada de chico. Esto dista mucho de ser un sueño. Esta es nuestra triste
realidad.
Sus palabras debieron de hacer mella en él, porque sus ojos cobraron vida de
pronto.
—Pues si esta es la realidad, déjame mostrarte lo que llevo deseando hacer
durante meses en mis sueños.
Joshua tomó el rostro de Jacqueline entre las manos y la besó. ¡Ay, pero qué
diferente podía ser un beso cuando uno sabía lo que hacía! Y ese hombre, aun estando
bajo los efectos del opio, sabía besar. Acarició sus labios con un roce suave, tentador
y excitante, que la hizo ronronear de placer. Entreabrió la boca para dejar escapar el
aliento y él aprovechó aquella inocente invitación para poner en juego la lengua. Primero de forma tentativa, lamiendo con delicadeza sus labios, pero al ver que
Jacqueline aceptaba su avance con un pequeño gemido, profundizó el beso.
La lengua masculina ahondó en su boca con maestría, explorando su interior con
hambre. Pronto Jacqueline empezó a imitar sus movimientos, deseosa de
experimentar aquella dulce pasión que hacía vibrar su cuerpo.
El mundo giró a su alrededor mientras sus lenguas se unían en una danza más
antigua que el amor: el deseo.
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