que comienzan en la nuca
como hay en la luna huellas
de los labios del sol.
Besos como dedos
que se abren y se cierran
en la nuca,
que despeinan,
o alborotan las ideas
sembrando su flor de anhelo
en raíces
donde esos labios
no suelen ir.
Son besos silenciosos
que acechan
detrás de las orejas,
muerden lóbulos,
exploran laberintos,
asaltan parpados
y dejan miradas húmedas
que, claramente, no se ven.
Besos mudos
que tardan en llegar
a su cita estruendosa
con la lengua amada
porque vienen siempre
desde muy atrás.
Besos de amaneceres ciegos,
donde la luz aún no nos mira
pero nos moja sin parar.
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