Cámaras y recámaras del estío, las playas
donde ha reverberado la maquinaria rosa
de la tarde de cúpulas en la luz sulfurosa
del estuco del mar que el azul pinta a rayas.
Lejos quedó el solemne verdear de las hayas,
y con nalgas frutales hoy tu cuerpo reposa
como el sol atigrado en los tapices mayas,
cielo o cuenco vertido de pétalos de rosa.
Carne, celeste carne de la mujer, arcilla:
fulges como en el verso de Hugo y de Rubén;
el oro de tu piel recoge en su gavilla
los azules miniados que asaltan el arcén;
no es serrallo de Mozart ni carnaval de harén
tu cuerpo de Tiziano que la luz no mancilla;
no sabría beberme con los ojos la orilla
de tu piel oceánida en noche de satén;
este escudo de oro de tus nalgas astilla
el portón de lo oscuro cuando te digo «Ven»
y con las claridades del estuco del mar
con tus labios de plata me llegas a besar.
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