jueves, 20 de octubre de 2022

"La siesta de un fauno", de STÉPHANE MALLARMÉ (FRANCIA, 1842-1998, d.n.e.)

Esas ninfas… Quiero perpetuarlas. Tan claro,
Su rosicler, que revolotea en el aire
Adormilado. ¿Amaba yo un sueño?
Mi duda, montón de antigua noche, termina
En mucha sutil rama que, siendo el mismo bosque,
Prueba, ay, que solitario yo me ofrecía
Como triunfo la falta ideal de las rosas.
Reflexionemos…
o bien las mujeres que glosas
Ilustran un deseo de tus sentidos fabulosos
(Fauno, la ilusión brota de los ojos azules
Y fríos, cual llorosa fuente, de la más casta;
Pero la otra, toda suspiro, dices que contrasta
Como brisa del cálido día, con tu vellón.
¡No!) durante la inmóvil y absorta pausa
Que con calor sofoca a la fresca mañana, si se opone.

No hay murmullo de agua que mi flauta no vierta
En el soto regado por acordes, y sólo el viento
Pronto a exhalarse de los dos tubos, antes
De dispersar el sonido cual árida llovizna,
Es, en el horizonte que ningún pliegue agita,
El visible y sereno soplo artificial
De la inspiración que vuelve al cielo.

¡Oh bordes sicilianos de un estanque tranquilo
Que cuenta Tácito, bajo las flores de la luz:
«Que yo cortaba aquí juncos por el talento
Amaestrados, cuando, en el oro glauco de lejanos
Verdores que a las fuentes consagran sus vides,
Vi ondear una blancura animal en reposo;
Y que, en el lento preludio con que los caramillos
Nacen, ese vuelo de cisnes, ¡no!, de náyades,
Huye o se sumerge…».

Todo arde en la inerte hora rojiza, sin indicar
De qué arte se valieron para escapar de aquel
Que busca ella, hímenes tan deseados:
¿Despertaré entonces con el inicial fervor,
Erguido y solo bajo una antigua oleada de fulgor
¡Lirio! y para la ingenuidad, como uno de vosotros?

Distinto de esa dulce nada que la boca dilata,
El beso, que en voz baja apuntala perfidias,
 
Mi pecho, virgen de pruebas, atesta una misteriosa
Mordedura, obra de algún augusto diente,
¡Bah! Arcano tal buscó por confidente
Al junco gemelo y amplio que suena bajo el cielo:
Que, atrayéndose la turbación de mejilla, sueña
En un largo solo, que a la belleza circundante
Distraíamos con falsas confusiones
Entre ella misma y nuestro canto crédulo:
Y que logra, tan alto como puédese modular el amor,
Borrar el ordinario dormir de espaldas
O del costado puro, seguido por mis ojos cerrados,
Una sonora, vana y monótona línea.

¡Trata, pues, instrumento de fugas, oh maligna
Siringa, de reverdecer en los lagos donde me aguardas!
Yo, de mi música ufano, quiero hablar largamente
De las diosas, y a través de idólatras pinturas,
Bajo su sombra continuaré raptando unas cinturas:
Así, cuando de las uvas la claridad exprimo
Para negar la pena que mi ficción aleja,
Alegre, alzo el racimo vacío al cielo de verano,
Y, soplando en esas pieles luminosas, ávido
De embriagueces, a través de ellos miro hasta el ocaso.
¡Oh ninfas! sigamos rellenando recuerdos diversos:
«Mis ojos, perforando los juncos, flechaban cada cuello
Inmortal, que en el agua baña el ardiente impacto
Y grita de rabia contra el cielo del bosque:
El espléndido baño de cabellos se pierde
Entre claridades y temblores, ¡oh pedrerías!
Yo, veloz acudo, cuando, a mis pies, veo,
Un par de ninfas que duermen, entrelazadas
(Y heridas por la languidez saboreada en el mal
De ser dos). Entonces las rapto
Sin desenlazarlas, y vuelo hasta ese macizo
(Odiado por la frívola sombra)
De rosas que desecan todo perfume al sol,
Donde nuestro retozo acabe como el día».

¡Te adoro! cólera de las vírgenes, oh arisca
Delicia del sacro fardo desnudo que se desliza
Para escapar de mi fogosa boca que bebe
Como se estremece un rayo, el espanto secreto
De la carne: del pie de la inhumana al corazón
De la tímida que abandona su inocencia humedecida
Por locas lágrimas o menos atristados vapores.
«Mi crimen es haber (contento de vencer estos miedos
Traidores) escindido con besos la desgreñada mata
Que los dioses guardaban tan bien enmarañada:

Pues apenas iba yo a ocultar mi ardiente risa
En los pliegues dichosos de una de ellas (reteniendo
A la pequeña, ingenua pero sin rubores,
Con sólo un dedo para que su candor de pluma
Se tiñera con la emoción de su hermana ya encendida)
Cuando, de mis brazos separados por inciertas muertes,
Esta presa, para siempre ingrata, se libera,
Sin apiadarse del gemido que me embriagaba aún».

¡No importa! otras al goce han de arrastrarme
Con sus trenzas atadas a mis cuernos:
Tú sabes, pasión mía, que, purpúrea y madura,
Toda granada estalla y de abejas murmura;
Y por nuestra sangre, prendada de quien la ciña,
Corre todo el enjambre eterno del deseo.
Cuando el bosque se tiñe de oros y cenizas,
Celébrase una fiesta en la extinguida fronda:
¡Etna! en medio de ti, visitado por Venus
Que posa sus talones ingenuos en tu lava;
Cuando, triste, uno duerme, agotada la llama,
¡Tengo a la reina! ¡Oh castigo seguro!…
¡Pero no! El alma
Vacía de palabras y este aturdido
Tarde sucumben al altivo silencio de la siesta:
¡Basta! Hay que dormir olvidando la injuria
En la sedienta arena. ¡Y cómo me gusta
Abrir la boca bajo el astro eficaz de los vinos!

¡Adiós, pareja! Voy a ver la sombra en que te has convertido.





Leer más poemas de este autor en el blog BESOS.

Enlace recomendado:
 
Volver a la página principal





No hay comentarios:

Publicar un comentario