ceñiste ayer su alabastrina frente;
tú, que a los besos de aromado ambiente
por su espalda ondulaste caprichoso.
Tú, que me viste resbalar ansioso
tras los hechizos de su faz riente;
tú, que escuchaste de su labio ardiente
el juramento ahogado y misterioso.
Tú, que la viste cual gentil paloma
correr alegre en ademán travieso
por los vergeles donde Mayo asoma,
déjame que en dulcísimo embeleso
aspire de sus hebras el aroma
y le entregue mi alma con un beso.
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