Con la agilidad de un tigre en celo, se colocó sobre mi cuerpo palpitante y sentí la fuerte embestida de su virilidad llenar todo mi ser. Oleadas de un calor dulce y de un amor como nunca había sentido me recorrieran desde el vientre hasta la raíz del pelo. Me rendí completamente a aquella sensación nueva y, mientras mi presencia parecía escaparseme para ir a encontrarse con la suya, todo mi ser quería llenarse de el, más y más.
Por fin, algo dentro de mí estalló y rompí en una violenta crisis de llanto, que liberó toda la tensión almacenada durante aquellos días interminables. Úsier, entonces, rugió como una fiera herida y una ola intensa y húmeda invadió mi interior.
Después de aquel primer momento de arrebato, una dulzura como nunca había soñado hizo rebosar de gozo mi corazón. Mi esposo besaba mis labios dulcemente, en un roce casi, mientras una mano experta desprendía la peineta triangular de lapislázuli que sostenía mi peinado y la plata oscura de mi cabello se esparció por el lecho, sembrándolo de las pequeñas flores azules que la adornaban.
—Eisset… ¡te amo!
Todo mi ser respondió al unísono. Reía, pero las lágrimas no paraben de brotar de mis ojos. Mi cuerpo seguía deseando su contacto y un estremecimiento me recorrió el alma cuando su mano empezó a explorarlo, hábilmente, bajo los pliegues de mi vestido. Tiró de la cinta que lo sujetaba y quedé enteramente desnuda ante él. Mis ojos se clavaron en los suyos, inquisitivos. Mil preguntas pasaban por mi mente: ¿le gustaré yo a él, tanto como él a mí? y los dibujos de mi piel… ¿ no serán excesivos?
Él estaba mirándome, totalmente extasiado, con una expresión que jamás olvidaré.
—Eres… Oh, Eisset… ¡eres preciosa! Tu cuerpo está hecho para ser amado.
—Úsier… ¡Oh Úsier, cuánto te amo!
—Tu pie es más suave que la seda…, el perfume de tu cuerpo me trastorna, Eisset… Tus muslos son… cálidos, fuertes…, invitan a descubrir la dulzura que se oculta entre ellos. Déjame llegar hasta tu centro y sumergirme en tu goce. —Sus dedos se perdían ya más allá de mi vello, mientras con su otra mano acariciaba mis senos, haciendo tintionear de alegría las pequeñas campanillas. Sus labios empezaron a rozar los míos, suavemente: apenas un beso tibio que se prolongó hacia abajo, buscando todas las curvas de mi cuerpo, con fruición golosa.
No pude articular más palabras, tan sólo pronunciar su nombre. Nos amamos largamente, intensamente, en un silencio interrumpido tan sólo por profundos gemidos de placer, sollozos de éxtasis, y por el sonido de aquellas campanillas que aún pendían, milagrosamente, de mis pezones.
Así llegó la noche y nos sorprendió el alba, abrazandonos sin descansar. Los manjares y los vinos quedaron intactos y muy pronto lo rayos del primer sol aparecerían ya en el horizonte.
—No quiero apartarme de ti, amada. Tu cuerpo me reclama todavía.
—Aún hay tiempo, amado. Relajémonos con un baño.
—Úsier atravesó el aposento hacia el estanque privado y yo deslicé sobre mis hombros una tenue túnica de tul hasta los tobillos que, más que cubrir mi desnudez, la acentuaba. Mientras, a la luz de los cientos de velas que iluminaban cálidamente la estancia, mis ojos repasaban con admiración sus brazos fuertes, su espalda musculosa, sus apretadas nalgas.
Él se había sumergido en el agua tibia, saturada de aceites perfumados y afrodisíacos y me miraba también, totalmente arrobado. Con movimientos lentos y premeditados fui sumergiéndome en el estanque, bajando muy despacio por la escalinata, entre lotos azules y amarillos, dejando que el agua fuera comprimiendo el tul empapado contra mis formas, destacando cada uno de mis encantos. Las campanillas colgantes resonaban, respondiendo a mis movimientos sinuosos.
—Es muy excitante tu cuerpo, Eisset. Lleva siempre esas campanillas para mí, mi dulce amor.
Él había vuelto a tomarme en sus brazos y, en la ingravidez del agua, sentí de nuevo la arremetida urgente de su deseo. Mi cabellera y yo flotábamos casi en la superficie mientras él, totalmente excitado y apoyado en una de las paredes del estanque, me sujetaba por las caderas haciéndome balancear, en un movimiento creciente que me acercaba y me alejaba de él cada vez con más fuerza, hasta que yo, sin poderlo evitar, tomé impulso, me alcé sobre mi cintura y me abracé a su cuello. En aquel momento, los dos estallamos en un solo bramido salvaje, casi brutal, mientras nuestros cuerpos se arqueaban y se contorsionaban en el agua del estanque, sin separarse aún, presos de una fuerza desconocida que nos convulsionaba.
Seguimos así mucho tiempo, él muy profundamente en interior y yo envolviéndole con todo mi ser, con todo mi amor, experimentando largamente aquellas oleadas de placer que, de tanto en tanto, nos recorrían y nos hacían estremecer al unísono. Y aún así, yo sentí que le necesitaba aún más profundo, aún más dentro de mi ser. Hubiera querido fundir nuestros cuerpos, hubiera querido que aquel momento no acabara jamás…
En aquel estado nos sorprendió el aviso de que el un nuevo día habían llegado. Era ya tarde; poco a poco, fuimos relajándonos y pudimos por fin separarnos. Un curioso sentimiento de pérdida de una parte de mí misma, me invadió.
Floté durante unos minutos más en el agua, dejándome mecer por las ondas que Úsier provocaba al salir.
—Eres adorable, amada mía. Hubiéramos debido concebir a nuestro hijo de esta forma, mi reina.
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